36. Luna en Géminis

No encuentro nada de profesional en enviar a los candidatos de un puesto de escritor en tu revista deportiva a acampar, pero no soy quién para juzgar. Berta me desconcertó, pero ella es la jefa y los empleados debemos adecuarnos a lo que pide el superior.

—Mi papá solía llevarnos a acampar. Él e Ibeth se hacían pasar por osos cuando se hacía de noche. Me traumaron, así que si vemos uno real no esperes que sea tu caballero en brillante armadura —dice Jaden desde el asiento del copiloto—. Es más, agradecería si fueras el mío.

—Sabes que contarme sobre tu agrizoofobia es peligroso, ¿no? El abuelo y yo podríamos usarla en tu contra.

—¿Por qué siempre aparece tu abuelo en nuestras conversaciones?

—Porque es Bill Shepard. No puede no figurar en mi vida.

Estaciono, bajamos y abrimos las puertas traseras para descargar parte del equipaje.

—Ahora que voy a ser su sucesor estás condenada a que figure en tu vida.

Estamos inclinados en el asiento. Nuestras palmas hundidas en el cuero se rozan mientras me impulso y gateo hasta que estamos a centímetros. Su sonrisa aparece como una tormenta pronosticada.

—¿No pueden enviarme a la silla eléctrica en su lugar?

—Estoy segura de que sabes que la silla eléctrica ya no se usa en Mississippi.

Apoyo la mano en su esternón y lo empujo hacia afuera antes de cerrar con traba. No me he bajado que ya está abriendo la cajuela para sacar las tiendas. Apoyo los codos en el respaldo trasero y lo veo trabajar un momento. Lleva una camiseta sin mangas y sus brazos se ven tan geniales que quiero cortarlos y embalsamarlos para decorar el respaldo de mi cama. Por otro lado, está usando pantalones cortos. Nunca lo vi salir con ellos. Incluso para ir al supermercado o atender a alguien que no sean sus amigos se cambia por unos jeans o deportivos largos.

Muchas personas usan la ropa como escudo, pero Jaden se animó a venir desarmado esta vez. No comento nada porque felicitar a alguien por mostrar una parte de sí con la que se siente inseguro puede ponerlo incómodo. A veces queremos que nos acepten con normalidad, sin hacer ni señalar de aquello a lo que queremos restarle importancia un gran evento, pero otras agradecemos el reconocimiento. Elijo la primera con esto.

—Gracias por ser tan bueno con el abuelo. No todos los veinteañeros integrarían a un anciano a su círculo de amigos ni tendrían la paciencia que le tienes.

Levanta los brazos para alcanzar la cajuela.

—¿Por qué me lo dices ahora?

—Solo porque no recuerdo habértelo dicho ya. —Me encojo de hombros—. Y antes de que viniéramos lo escuché hablando al teléfono con la abuela. Está muy emocionado por enseñarte cómo fueron sus días como entrenador.

—¿Estás queriendo decir de forma indirecta que tengo un corazón del tamaño de este coche?

Me bajo del asiento trasero, voy hasta él y extiendo la mano para cerrar la cajuela, pero la eleva hasta que está fuera de mi alcance.

—No contestaste aún —dice con picardía.

—Ya conoces mi respuesta.

Repartimos el equipaje entre los dos. Él hace un lío tirando de un bolso sobre su hombro, dos mochilas a su espalda, tomando la bolsa de la tiends con los dientes y la nevera en la otra mano. En su lugar opto por apilar lo mío en el piso en un torre estable y luego levantarla. Mientras hacemos una última parada en la cabaña de administración nos llega el email de Berta.

De: Licbertadamon@gmail.com
Para: [email protected], Annebeasleyshepard27@gmail.com

¿Cuál es tu peor defecto?

Me quedo mirando la pantalla esperando que envíe un meme diciendo que es broma, pero no lo hace. Jaden escupe la bolsa a sus pies para hablar. El estruendo nos hace ganar una mirada desaprobatoria de los guardabosques y la secretaría.

—Necesito preguntar si sabes por qué Berta nos está obligando a acampar y responder estas preguntas de un test online cualquiera en lugar de tenernos en la oficina trabajando para lo que ambos estuvimos estudiando años en la facultad —digo confundida—. Porque presiento que este lugar tiene valor sentimental para ella o llegó a sus oídos que tú y yo nos enredamos y ahora quiere jugar a Cupido.

—Por más que me gustaría decir que se trata de lo segundo, es lo primero. Aquí nació Adrinike Cod. Berta y Morris, el padre del hombre con el que jugabas a la dentista hasta hace poco, venían a acampar con sus amigos siendo adolescentes. Explotaron sus ideas y anhelaron el éxito con el techo de estrellas bajo el cual dormirás esta noche.

Abre la puerta para mí a pesar de que debe hacer equilibrio para que no se le caiga nada, así que le quito la bolsa que volvió a sus dientes y la pongo en la cima de mi pila.

—Como dentista no certificada recomiendo no exponer a tu dentadura a ese tipo de trabajo sino quieres una postiza como la que tienen los amigos del abuelo en el centro recreativo, ¿y qué opinas de la pregunta? ¿Por qué eligió esa?

Salimos de la cabaña y nos internamos en el primer sendero.

—Porque es Berta. Por más excelente que sea tu currículum primero trabaja contigo como persona, porque tú portas las habilidades y el conocimiento, no ellos a ti. Ya le probaste que eres muy inteligente, pero necesita saber si eres amable, empática y honesta trabajando en equipo.

Nuestra caminata de treinta y ocho minutos bajo las copas de los árboles termina cuando dejamos el equipaje cerca de un río, con los brazos adoloridos. Cronometré el tiempo porque con el abuelo tenemos este juego a espaldas de Jaden, sobre con quién puede permanecer más tiempo sin intervención verbal de su parte.

Tomaré esto como un récord aunque haya silbado sin cesar la maldita canción de Witzy Bitzy araña durante todo el camino.

—Un par de preguntas para compensar el mutismo antes de empezar a montar las tiendas, ¿sí? —Se sienta en el césped y abre la nevera para lanzarme una botella de agua—. ¿Dónde te gustaría vivir cuando quieras conseguir una casa? Si es que quieres una, por supuesto. Me da igual si quieres vivir en una pecera, te iré de visitar de todas formas.

—Hay miles de lugares que no conozco y creo que tienen el potencial para enamorarme. Me gustaría vivir asentada en un sitio que me haga sentir como si siempre estuviera de vacaciones, que me obligara a querer salir y mirar alrededor al menos una vez al día. Alejado lo suficiente de la ciudad para no estar rodeada de caos pero cerca para cubrir necesidades y accidentes.

—A mí la Mansión Playboy me suena bien. ¿Me visitarías? —Le arrojo la botella de vuelta como si fuera un balón. Sus reflejos son impecables—. De acuerdo, no le tengo tanto amor a los conejos. Mi lugar ideal para vivir no es la gran cosa, solo una casa en un barrio decente, donde los niños puedan andar en bicicleta y subirse a algún árbol para hacerme perder los nervios cuando los mande a bañarse.

—¿Quieres hijos?

—Quiero miles.

—¿Están pensando en repoblar la Tierra?

—Admite que sería lindo tener mil copias pequeñas de mí. —Me dedica su mejor sonrisa.

—Lo sería de ver, pero no de cuidar. A mí me bastaría con dos. Me encanta ser hija única, pero a veces pienso en el día que mis padres no estén. Me gustaría que mis hijos se tengan el uno al otro para enfrentar esa clase de pérdida y lo que siga en sus vidas.

Asiente cerrando la nevera y se tumba de espaldas, usando sus brazos flexionados a modo de almohada.

—¿Cómo reaccionaste al saber que tu hermana estaba embarazada cuando era adolescente?

Sonríe como le sonreímos a todos los recuerdos lindos pero dolorosos que un día fueron nuestro presente y presunto futuro. No le preguntaría algo tan personal a alguien más, pero hay confianza suficiente para que me niegue una respuesta si no quiere hablar.

—Me asusté. Todavía teníamos problemas económicos y no es como si pudiera expulsar el bebé de su vagina y ponerlo a trabajar en un McDonald's. —Una broma de explotación infantil se ganaría mi odio, pero sé que ni siquiera lo dice guiado por el humor negro—. Pero después de los primeros días me emocioné, sobre todo porque pensé que sería un niño y así estaríamos parejos de género en casa. La abuela e Ibeth me volvían loco, me hubiera gustado un sobrino. Nunca les conté, pero estaba construyendo una cuna en el taller de carpintería con la ayuda de uno de mis profesores. Cuando ella perdió el bebé la doné, aunque tenía ganas de quemarla o destrozarla de la impotencia que sentía. Me dolía el corazón por mi hermana.

—A mí me dolió por ti cuando me enteré que el autobús en que venía mi padre para pasar conmigo mi cumpleaños fue el que te atropelló, aunque no te conocía en ese entonces. Sigo creyendo que para tener una superficie superior a 500 000 000 km², el mundo sigue siendo un lugar muy pequeño porque nuestras historia se enredaron hace tiempo sin que lo supiéramos.

—No hay nadie que viva fuera de la enredadera humana. Todos se conectan y reconectan en algún punto, la mayoría de las veces sin que nos demos cuenta.

La sensación de reconocimiento que sientes al escuchar a alguien poner en palabras lo mismo que una vez pensaste me envuelve el pecho con calidez. Reprimo una sonrisa y me limpio las manos en los leggins al ponerme de pie.

—¿Te parece si montamos campamento, nos dividimos para que cada uno haga su trabajo y volvemos a hablar de una comunidad de bebés con tu cara para la cena? 

—Me parece perfecto, aunque voy a dormir una siesta primero.

Abro las instrucciones y resopla con burla.

—¿Sobreviviste a la universidad pero no puedes armar una tienda sin leer el manual? Eres una decepción, Beasley.


Soy una decepción.

Miro la tienda de Billy, regia, impecable y de comercial, y luego la mía. Parece el gráfico estadístico de una empresa que tuvo un año duro en ventas, asciende y desciende abruptamente, una de las varas de metal atravesó el mosquitero y otra el techo, la entrada quedó enfrentada a un árbol y levantada del piso por una montaña de rocas, y se metió un grillo dentro. Lo sé porque primero lo escuché y luego lo siguió un sapo que creyó que sería una excelente cena.

Ahora hay una persecusión de la madre naturaleza librándose donde se supone que debo dormir.

—Creí que habías dicho que ibas seguido a acampar de niño —dice Billy, emergiendo del bosque cargando ramas para la fogata.

—Sí, pero mi especialidad era preparar la cena. Soy un gran chef.

—Y un gran terco por no querer seguir las instrucciones que el fabricante amablemente redactó e imprimió y por las cuales pagaste.

El sapo me lanza una mirada penetrante a través del mosquitero con sus ojos de... de sapo. Retrocedo con precaución, con los brazos cruzados sobre el pecho. Estoy exhausto por estar la última media hora lidiando con este pedazo gigante de tela y los invertebrados.

—¿Puedo dormir contigo?

Se ríe con malicia.

—¿No puedes desarmarla y volverlo a hacer correctamente?

—Tiene bichos adentro, de los pegajosos.

—Sácalos.

—Creo que no oíste el adjetivo que utilicé. Pe-ga-jo-sos, Billy Anne.

Deja las ramas y se prepara para encender la fogata, ignorando mi problema. Me pongo de cuclillas a su lado y la ayudo, aunque no sé con exactitud lo que estoy haciendo o si lo hago bien.

—¿Por favor? Hará frío por la noche. Te mantendré caliente.

Se detiene un momento para enarcar una ceja.

—¿Te untaré repelente en las piernas?

Me regala una sonrisa de ya-te-conozco-y-no-funcionará.

—Te dejo leer mi respuesta a cuál es mi peor defecto. —Mi última oferta llama su atención, pero se apresura a negar con la cabeza—. No es trampa si me ofrezco a mostrártela. Te hará llorar de lo preciosa y extensa que es.

—Seguimos hablando de trabajo, ¿verdad? Porque no sé qué esperar de ti.

—Tienes una mente sucia, pero sí. Lamento que mi sensual tono de voz te haya dado una impresión errónea.

Me toma de las muñecas y por un segundo pienso que me lanzará al suelo y trepará encima de mí, pero solo me aparta las manos para que no siga poniendo hojas donde no van.

Seguro me está salvando de ser autor de un incendio.

—De acuerdo. —Suspira.

—Genial, gracias, iré a escribirlo.

Se pone de pie de golpe y le sigo.

—¡¿No lo escribiste todavía?! ¿Qué hiciste todo este tiempo además de no seguir las instrucciones de tu tienda?

—Te dije que iba a tomar una siesta.

—¡¿De cinco horas?!

La tomo por las mejillas y deposito un rápido beso en su frente antes ir por papel y pluma. Debo aprovechar los últimos rayos de sol para escribir. Espero que mi escritor interno esté inspirado.

—No es mi culpa que tú no te dejes experimentar el antediluviano placer de una gran siesta.

—Diversos estudios demostraron que la siesta ideal es de casi una hora.

—¿Casi? ¿Ni siquiera una? —Camino en reversa para no perderla de vista hasta que los árboles así lo quieran—. Pobres infelices.

🏕️🏕️🏕️

—¿Qué tal tu paseo por el bosque?

—Oriné como tres árboles, no estuvo mal —bromeo, o tal vez no.

El atardecer ya está casi desapareciendo sobre nuestras cabezas cuando regreso una hora más tarde. Está tumbada en el césped sobre su estómago, leyendo un libro. La brisa le acomoda el cabello tras los hombros como si fuera las mano de alguien que la quiere y sus dedos tamborilean sobre las páginas cuando está por voltear una. Me la quedaría viendo de pie aquí hasta que los mosquitos me drenaran, pero decido ser más productivo y comenzar a preparar la cena, que consta en sándwiches de queso asados.

Me coloca una de mis chaquetas deportivas sobre los hombros mientras corto las cortezas del pan. Le agradezco dándole por adelantado un trozo de queso. Cenamos codo a codo hablando de nuestra comida favorita de cuando éramos niños. Es extraño que mientras uno come piense en más comida, pero nuestros insaciables estómagos se entienden.

—¿Me cuentas una historia de terror mientras limpiamos? —pido—. Así mantenemos los rituales de campamento intactos.

—No soy buena para esa clase de historias, pero puedo contarte una de otro tipo.

—¿Erótica?

Enrosco las tapas de las botellas mientras anuda la bolsa del pan con una expresión divertida.

—En la universidad conocí a un par de gemelas, Rebecca y Jezabel. Eran dos gotas de compuestos diferentes, pero en una ocasión me invitaron a una fiesta al aire libre y el novio de la segunda me contó la historia detrás del signo de Géminis para matar el tiempo mientras ellas bailaban.

—¿Y por qué no estabas tú bailando?

—Porque Killian y su especialización en mitografía eran más interesantes. Además, cuando hablaba sobre mitos griegos me derretía platónicamente. Envidié un poco a Jezabel por eso.

—Solo dices eso porque nunca me escuchaste a mí hablarte sobre dioses. —Le guiño un ojo.

—Tú no sabes sobre dioses, solo te crees uno, y según Killian había unos gemelos que eran de diferentes padres. Cástor era hijo de un mortal y Pólux de Zeus, que se había convertido en cisne para seducir a la Reina Leda de Esparta. Los hermanos vivieron aventuras dignas de contar y formaron parte de la expedición de los Argonautas, héroes que iban detrás de una joya llamada el Vellocino de Oro. —Billy relatando historias a la luz de una fogata es cien veces mejor que cualquier apuesto tipo llamado Killian. Me encanta la forma en que se toma su tiempo entre oración y oración, cargando el silencio con la emoción de quien ama compartir palabras—. Juntos rescataron a la tripulación en más de una ocasión, pero la hazaña final fue cuando se enfrentaron a sus primos también gemelos, Idas y Linceo, que mataron a Cástor. Pólux había recibido el don de la inmortalidad de Zeus, pero quiso renunciar a él porque no valía nada si no tenía a su hermano a su lado. Zeus vio a su hijo devastado e hizo un trato con Hades. Los gemelos pasarían juntos seis meses en el Olimpo y seis en el infierno, y después de un tiempo Poseidón los envió al cielo porque habían protegido a los Argonautas. Se convirtieron en protectores de todoslos marineros. Fue su amor por el otro el que los reunió en el firmamento. Así se formó la constelación de géminis.

—Fascinante —aseguro guardando el queso—. La inmortalidad es una tortura si los que amas tienen un corazón mortal. Yo también la compartiría con mi hermana, aunque me arrepentiría a los cinco minutos. 

Se echa a reír mientras apaga el fuego y enciende dos linternas. 

—Quiero conocer algún día a Ibeth, pero primero me gustaría que cumplieras tu parte del trato y me leyeras tu respuesta a la pregunta de Berta.

El interior de la tienda es acogedor con la cantidad de mantas que trajo, pero pequeño. Se supone que es para una sola persona, no para la hija de Malcom Beasley y un ex jugador de fútbol americano.

Saco la hoja doblada de mi bolsillo y me aclaro la garganta.

—Aunque me gustaría decir que no tengo defectos, solo basta estar cinco minutos conmigo para ver más de una decena emerger de mi boca. —Leo.

—Amén.

Le lanzo una mirada de reproche.

—El peor, y solo porque no sé cómo regularlo y termino excediéndome con él, es que no pienso nada dos veces. Me dejo guiar por lo que siento porque hubo una época de mi vida que ignoré mis sentimientos en un intento de protegerme a mí y los que me rodeaban. Fui miserable. Reprimirme se sintió como sacar la entrada a una película y quedarse fuera del cine, sin disfrutar por lo que había pagado. Dejarse llevar es entrar a la sala y brotar en lágrimas, cubrirse el rostro con emoción o miedo y tomar la mano de tu acompañante sin culpa. Sin embargo, hacer lo que hago me lleva a lastimar a otros y crear problemas. Me gusta disfrutar la película, pero a veces convierto la salida al cine en una noche donde los demás espectadores se arrepienten de salir. Mi peor defecto es, sin duda alguna, no saber cómo ver una película sin arruinarla para alguien más y sin retroceder en el tiempo a cuando para complacer a otro me la arruinaba a mí mismo.

Doble el papel y alumbro a Billy con la linterna, mientras ella me apunta con la suya. Nos sostenemos la mirada y espero que vea que me arrepiento de mis errores, pero que aún no sé cómo evitarlos porque siempre que tomo una decisión el contexto cambia. Dicen que solo los tontos tropiezan dos veces con la misma piedra, pero es imposible que haya dos piedras idénticas en un camino que, a pesar de seguir siempre la misma trayectoria, cambia de paisaje.

No le pedí que me leyera su respuesta, pero toma el libro que estaba leyendo y saca el papel de entre las páginas.

—Mi peor es defecto es que pienso excesivamente todo. Sin pausa.

—Amén.

Aprecio que comparta conmigo esto.

La aprecio a ella.

—En algún momento creí que era una virtud, pero nada que te impida vivir como quieres lo es. Parezco alguien práctica, con una solución rápida para cada problema, y es verdad, pero también lo es que no puedo aplicar practicidad a lo que siento. Todos creen que la organización y precaución te preparan para no tener que lidiar con enredos, pero no importa que un corazón esté ordenado para que sienta que no lo está. Pienso tanto que a veces se me escapan las horas poniendo todas mis opciones, escenarios y consecuencias en una balanza mental. Mi tiempo de productividad es perfecto porque lo puedo controlar, pero el emocional vuela porque no soy capaz de dejarme sentir libremente. Si fuera mi cumpleaños y creyera que soplar las velas me concedería un deseo, pediría dejar de limitarme, pero es difícil detenerse cuando soy testigo de cómo todo tiende a salir mal para aquellos que cruzan la línea creyendo que las repercusiones emocionales no los alcanzarán ni a ellos ni a los que quieren.

Hay expectación en su rostro mientras espera que diga algo, pero no lo hago de inmediato.

—Lo sé. Es una respuesta algo contradictoria, tal vez debería volver a escribirla. —Quiere devolver la página a donde estaba, pero se la quito y la levanto entre nosotros.

—No es la respuesta, sino la persona. No hay nada más normal que sentirse dividido, sobre todo en cuanto a batallas internas se trata.

—A veces siento que tener tantos pensamientos yendo, viniendo y enfrentándose me hacen difícil de entender con los que quieren conocerme. —Me confía.

—Yo quiero conocerte y no es una cuestión de dificultad, sino de ser abierto. No todo se trata de entender, sino de aceptar. Tú lo sabes y lo aplicas con todo y todos, menos contiga misma.

Tiene matices que a veces no reconoce de inmediato, pero yo igual, como todas las personas a pesar de que algunas crean ser transparentes a sí mismas.

Siempre hay algo de ti que no puedes leer.

—Deberías enseñarme a pensar menos y yo a ti a pensar más —dice haciendo titilar su linterna en mi rostro.

—Puedes llamarme Profesor Ridsley entonces.

Se inclina. Creo que está por tocar mi rostro, pero su mano va a mi cabello.

—Tiene una obcordada en la cabeza, profesor.

—En mi idioma, señorita Beasley.

La levanta frente a mí. La luz de la linterna recorta el contorno la hoja en forma de corazón que se proyecta en el papel que aún sostengo en la mano. Sus defectos volcados en palabras bordean la figura de aquello que late en todos nuestros pechos.

Estar con Billy siempre se siente como estar en casa. No hay rincón de mí que no se sienta cómodo y bien recibido ante sus ojos.

—Me gustas en serio, amor.

Quiero enredar mis manos en su cabello con crisis de identidad y que sonría contra mi boca. Lo quiero tanto que paso a necesitarlo, pero no me muevo.

—Sé que no sientes con precisión lo mismo, pero también sé que no sientes poco por mí —digo viendo la obcordada girar entre sus dedos.

—¿Qué propones entonces?

—Que no piensas dos veces esta noche.

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¿En qué color los trata la vida hoy? ¿Verde, amarillo o rojo? 🚦

1. ¿Les gustan los libros sobre mitología griega? ¿Dios/Diosa fav?

2. ¿Creen que tienen más del "defecto" (que si me preguntan no considero ninguno un defecto) de Billy o Jaden?

3. ¿Qué otro libro están leyendo? ¿Cuántas estrellas?

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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