34. Deterioro

—Estoy muy enojada contigo —dice mamá.

Acabo de contarles todo sobre Lennox, desde las pequeñas y más inofensivas cosas hasta las que más me asustaron.

—Aunque estoy orgullosa de cómo lo manejaste, deberías habernos dicho. ¿Qué si te ocurría algo que se podría haber evitado teniéndonos alerta?

—Tu madre tiene razón —concuerda papá—. Puedes tener una situación bajo control, pero necesitas refuerzos en caso de que las cosas se compliquen. No vuelvas a silenciar tus problemas como si el ruido nos molestara. Preferible escuchar algo que no te gusta que vivir ignorando una realidad que puede lastimar a quien quieres.

Es la típica conversación parental, esa que podría durar cinco minutos si no se empeñaran en repetir lo mismo diez veces, pero es entendible. Por más que confíes en tus hijos y en lo que les enseñaste, tu preocupación es tan eterna, intensa y atemorizante como tu amor por ellos.

—¿Esta es la parte donde nos abrazamos? —inquiero, sabiendo que Tyra está esperando.

Malcom y Kansas intercambian una mirada.  Se preguntan si fue discurso suficiente y se sonríen al verme cruzada de brazos, notando cuánto quiero terminar con la tortura verbal.

—Seguimos molestos, me aseguraré que Lennox vaya a sus citas con Nevil Holloway y le diré al abuelo que comience a informarnos si tienes un mal día en Kordell. No pretendo que me cuentes todos tus dilemas, pero sí uno que otro para que no te pesen. Entiende que te patearé el trasero si vuelves a asustarme así. —Mi progenitora me aprieta en un abrazo—. Ya sueno como mi padre. Me convertí en lo que juré destruir.

Papá y yo nos reímos, porque puede ser una Shepard pero jamás alcanzará el nivel del Bill. Dios es Dios, dice la creyente señora Hyland.

El número 27 abre los brazos para envolvernos a ambas. Ella abraza al punto del estrangulamiento, mientras él siempre fue más suave.

—Suficiente contacto físico, reclamo mi derecho como mejor amiga llevándome a su hija. —Tyra pesca mi mano entre el lío de extremidades y tira de mí hacia la puerta, pasando un brazo por mis hombros—. No creas que te salvaste. Ciro y yo vamos a darte una charla luego.

El aludido está esperando en el asiento del pasajero del Jeep. Lo vemos tomarse selfies a través de la ventanilla, buscando su mejor ángulo, aunque si le preguntaran mentiría diciendo que él no tiene malos ángulos.

—Sé lo que van a decir, no hace falta.

—Sí hace falta. —Abre la puerta del conductor para mí y me siento—. No todas las personas tóxicas son fáciles de identificar. Tú sabías que Lennox era así y no voy a culparte por no decirlo en voz alta porque no sé lo que es estar en tu lugar, pero te pido que cuando tengas la corazonada de que alguien actúa contigo como no debería, lo digas, aunque no estés segura.

—Tyra tiene razón. —Ciro suena justo como mi padre cuando deja el teléfono en el salpicadero—. A ti no te gustaría vernos atrapados en lo que tú estuviste atrapada, Annie.

Cierro la puerta y bajo la ventanilla antes de girar las llaves y hacer un ademán hacia atrás.

—Lo prometo, ahora súbete —pido a Tyra—. No podemos marcharnos de Betland sin comer las donas de Blair's place primero. Es tradición.

Ciro me arrastra en un abrazo antes de que empiece a conducir. A través del espejo retrovisor la pelirroja me sonríe. Sé que esta noche podremos volver a Kordell porque a Tyra Timberg Lynn le ha vuelto su monstruoso apetito.

—Rabindranath Tagore dijo que la verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido —recuerdo.

—Si citas escritores más de una vez a la semana debes pagar la comida —dice Ty—. Es una regla

—¿De qué?

—De la alianza Hyland-Timbeg para no morir de aburrimiento a causa de una Beasley. —Ciro enciende la radio y sube el volumen a una canción de Gareth Glance—. Espero que tengas suficiente efectivo o una tarjeta de crédito.

—Traje la del abuelo solo para molestarlo. Ayer se comió todo el helado de chocolate con crema. Merece un castigo.

—Amén —dicen al unísono, y aumento la velocidad.

🏈 🏈 🏈

—Mierda —susurro de pie bajo el umbral de la puerta, frenando una botella vacía que rueda hacia mí.

Tenemos suerte de que el abuelo se quede dos días más en Betland, porque no estaría feliz con la cantidad de botellas de cerveza que hay en la sala.

Dejo mi equipaje junto a la puerta. Tengo la manía de desempacar apenas llego a un lugar. Me siento incómoda si no lo hago, pero me molesta aún más que la alfombra esté manchada con alcohol. Tomo una bolsa de residuos y empiezo a recoger.

—¡Si quieres perder la conciencia al menos hazlo en un lugar más higiénico que este!

Es la primera vez que tenemos un problema que se supone que dos compañeros de piso deberían tener. Desde el primer día nos entendimos y fuimos responsables con la división de tareas y mantener el orden por respeto al otro.

—¿Quieres que te diga lo rápido que se reproducen las bacterias? Porque puedo...

Creí que estaba en su habitación, pero lo encuentro detrás del sofá del abuelo.

Abraza sus piernas y tiene la mejilla apoyada en su rodilla ortopédica, expuesta por los deportivos de baloncesto que lleva. Sus párpados permanecen cerrados, pero sé que no está durmiendo por el duro movimiento de su nuez de Adán. La usual energía que vibra entorno a él no está, solo hay un halo de tristeza.

Dejo a un lado la bolsa y me arrodillo frente a él. Aparto el cabello de su frente mientras lo llamo, pero no responde ni a la primera, segunda o tercera vez que lo hago a pesar de que me oye.

—¿Qué está mal, Jaden?

—Yo.

Abre los ojos, enrojecidos evidenciando que ha estado llorando, pero mira más allá de mí. Toco su hombro y se estremece, y sé que ese es el pequeño gesto que lo quiebra porque traslada la mirada hacia mí, sonriendo con la resignación de quien cree que nada tiene arreglo y está bien con eso.

Me cuenta sobre un padre que trabajó hasta el último día para que les quedara algo a sus hijos antes de sucumbir ante el cáncer, y una madre que le dio un corazón para partirlo una y otra vez durante años mientras gastaba en drogas cada centavo que su marido había dejado para sus hijos.

—Que tu mundo esté jodido puede ponerte mal, pero eso no te convierte en un persona jodida. —Lo tomo del brazo y animo a levantarse—. No dejes que te infecte el pensamiento de que no tienes remedio para estar bien algún día.

Se tambalea y apoya en mí para que lo guíe al sofá. Se talla los ojos, por no por sueño, sino por el escozor de las lágrimas. Me siento a su lado y acaricio su cabello en silencio, sin decir nada más porque no estoy segura de que las palabras ayuden. Pasa el tiempo suficiente para que la tormenta que se aproximaba en el horizonte esta tarde estacione sobre la ciudad y las gotas de lluvia repiqueteen en el balcón, salpicando el vidrio.

—No me estoy justificando —suelta, haciendo que mi mano caiga en mi regazo.

—¿De qué hablas?

—De Agnes.

La trampa con el alcohol es que a veces te hace enredar hechos, pero a su vez deja expuesto tu lado más sincero. No sé si está confundiendo temas o confesando de verdad. Apoya los codos en sus rodillas y mira el resto de las botellas sobre la mesa. 

—No quiero que pienses que mis problemas familiares me arruinaron lo suficiente para que no sepa hacer más que arruinar todo lo demás en mi vida.

—Tú complicas, no arruinas. No hay persona que no haga de un punto un agujero cuando sus sentimientos lo atraviesan.

Su rostro muestra una serenidad afligida. Más lágrimas trazan senderos en su rostro. Desde el primer día he visto a un chico que solo sabe reír ante los problemas, optando por tomar con humor que con desesperación los obstáculos que le impiden llegar a donde quiere. Su energía era tanta que no le cabía en el cuerpo, así que la repartía con los demás, pero entiendo que no todas las energías son buenas.

Hay personas que te absorben lo bueno a la fuerza e infectan con lo malo, y a veces la cura está lejos de tu alcance.

—Ven aquí —pido, tomando su mano.

Me echo en el sofá con él. Apoya la cabeza en mi pecho y la humedad en su mejilla se pega a mi piel. Rodea mi cintura y su exhalación calienta mi clavícula.

—¿Tienes un rutina para la hora de la ducha? —pregunta.

No le pregunto de qué habla y toma mi silencio como un sí.

—Hay gente que se baña todos los días a cierta hora, otra que primero se lava el cabello y luego el cuerpo, y los que no pueden hacerlo si no hay música de fondo —dice—. Agnes fue mi rutina después del accidente. No me gustaba ni disgustaba, era cuestión de comodidad. Estás tan acostumbrado a hacer las cosas de una forma que no sabes cómo hacerlas de manera distinta y tampoco te preguntas si quieres o puedes. Lo extraño de la rutina es que por más años que la hayas seguido a veces olvidas que estás en una, tu mente puede estar en otro sitio mientras tu cuerpo funciona en piloto automático. Así me sentía con ella.

Me pregunto cuántos días de nuestras vidas vivimos de esa forma y si es o no un desperdicio, aunque es imposible no caer en lo maquinal al menos un rato cada día.

—Un día estaba en rehabilitación aprendiendo a usar la pierna ortopédica. Me caí y ella me vio. Se fue porque no quería que la viera, pero lo hice. Nunca nadie me había mirado con tanta decepción. Me di cuenta que aunque pudieran arreglarme jamás volvería a ser el de antes. Desde ese día supe dos cosas. —Su pulgar recorre mis costillas—. Que nuestra relación había cambiado para siempre y que nadie querría estar con el nuevo yo. Me miró con pena y desilusión, pero se quedó conmigo. Con su mirada me hizo creer que ella era todo lo que podía tener, que lo único a lo que podía aspirar era que la gente se compadeciera de mí, porque eso era lo que hacían cada vez que escuchaban la historia. Sabía que si la dejaba conocería a otras chicas y probablemente nos divertiríamos, pero cuando hicieran las preguntas más profundas y les contestara me mirarían de la misma forma en que Agnes lo había hecho en el hospital. No podía soportarlo otra vez, Billy.

Es más fácil quedarse con quien ya te conoce que abrirte a alguien nuevo, aunque no siempre es la mejor opción. Hay que aprender a diferenciar cuando la historia nos une a alguien y cuando nos ata, y desatarnos en el segundo caso, porque entre decidir estar con alguien y encontrarse amarrado a los recuerdos se tambalea nuestra felicidad.

—Cuando Agnes estaba lejos me sentía libre de todo lo malo que pasó. Sabía que tenía a alguien que conocía mi pasado y me aceptaba, aunque ambos no fuéramos felices con eso. Ella estaba conmigo por pena y yo con ella por falta de confianza. Éramos la seguridad de una rutina, hasta que tú caíste frente a mí en la vereda, como si te hubieran pateado del cielo.

Me rio porque la expresión «caído del cielo» siempre me pareció cursi, pero la suya es aceptable.

Al abuelo le gustaría.

—Bajo los ojos de Agnes me sentía insuficiente y bajo los tuyos también, pero la diferencia es que con ella aceptaba serlo. Tú me haces sentir que puedo ser más. —Su voz es cada vez más baja—. Que soy más —corrige—. Me gusta que no intentes iluminar mis partes oscuras, sino alentarme a salir de ellas por mi cuenta. Me alegra que compitas y te rías de mí. Me encanta cuando te enojas, te pones triste o feliz, porque lo expresas. No callas como ella. No reprimes. No estás simplemente porque... —Bosteza—. No estás por estar. Agnes no quería estar a mi alrededor pero no tenía el coraje de decírmelo. Tú si quieres, y sino me lo dirías mirándome a los ojos.

—¿Por qué no me dijiste cómo te sentías antes de que durmiéramos juntos?

—Porque cuando sales del modo automático apenas puedes asimilar lo nuevo como para recordar cómo se siente lo viejo. —Su agarre a mi alrededor se afloja y su respiración es cada vez más pesada—. Tú dijiste que solo te tendría una noche, a ella la tendría para siempre. Era todo a lo que podía aspirar. Fue estúpido y egoísta pensarlo, hasta que me di cuenta que no puedo pretender que ser suficiente para otros cuando no lo soy para mí mismo. Iba a decírselo, iba a decírtelo...

Trato de respirar despacio a sabiendas que se está durmiendo en mi pecho, pero cuesta cuando sus palabras han revolucionado mi cuerpo entero. Se me pone la piel de gallina al pensar en esa chica atada por culpa y pena a alguien más, tiemblan mis dedos en su cabello cuando trato de imaginar lo que es perder a tu padre, luego a tu madre y más tarde a tu sueño. Intento encontrar un punto de mi existencia en el que me hayan hecho creer que no era suficiente mientras veo las aspas del ventilador girar.

Jaden se duerme, pero permanezco despierta.

Pienso.

Pienso.

Pienso.

No llego a ninguna solución, pero está bien. Hay situaciones que no requieren una conclusión, solo comprensión.

Ni todas las preguntas tienes respuestas ni todas las respuestas tienen preguntas. A veces solo están las palabras en medio de dos cosas que desconocemos, aunque el ser humano no es bueno quedándose al margen del saber.

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1. ¿Ya tuvieron un mal día desde que arrancó el año? ¿Lo superaron?

2. Si pudieran saber solo una cosa con certeza, ¿qué sería? ¿Acerca de qué o quién?

3. ¿Creen que Jaden merece ser perdonado? Hagamos un experimento: solo digan o no, no expliquen por qué piensan así.

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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