3. Candados al sur

—Yo... —balbuceo desconcertada señalando la habitación a mis espaldas—, puedo volver más tarde si quieren, chicos.

Ambos dejan de gritar para observarme en silencio. Todavía intento procesar que el desconocido de esta mañana se ha colado en mi nuevo apartamento y está en mi sala sosteniendo entre sus brazos a mi abuelo. 

Esto es incómodo nivel encontrarte por la calle a alguien que conoces y tienes la certeza de que te conoce, pero simulan no conocerse. Ese es el grado de incomodidad y tensión que hay en este lugar, pero elevado al cubo.

Bill parpadea para salir de su estupefacción y entonces gira para mirar el perfil del moreno. El abuelo, del susto, ha inevitablemente rodeado con sus brazos el cuello del extraño. Le frunce el ceño y abre la boca.

Cierro los ojos con fuerza sabiendo exactamente lo que se aproxima. 

—¡Bájame antes de que llame a la policía, zopenco desvergonzado! —La ira se filtra a través de su voz—. ¡Ponme en el suelo para que pueda turnar mis pies para incrustarse en el fondo de tu gran y pestilente trasero! —Comienza a removerse inquieto en sus brazos.

—¿Que usted hará qué con mi trasero? —Las cejas del chico se arquean con sorpresa y gracia ante el sucio vocabulario que no esperas que tenga un hombre de su edad.

—¡Ya me oíste! Te mandaré de una patada a Suazilandia en cuanto me bajes —amenaza mientras hundo mi rostro entre mis manos tan agotada como avergonzada—. ¿Cómo te atreves a entrar a propiedad privada, hijo de...?

—¡Suficiente! —señalo pisoteando la losa con mi pantufla. No ayuda que sea de conejo—. ¡Baja a mi abuelo, ahora!—ordeno con ambas manos en mis caderas—. ¡Y tú, deja de gritar porque me haces gritar y no me gusta gritar! —espeto al anciano—. Ahora los vecinos nos van a odiar por gritar, así que gracias por nada, par de idiotas. —No es ni mi segundo día aquí y ya estoy lidiando con esta clase de mierda retorcida—. ¡Nos comportaremos como personas civilizadas y vamos a hablar de esto con una voz de cuarenta decibeles, que es la que corresponde a una conversación normal! —informo, y sueno como padre metiendo conocimiento aleatorio a cada oración que digo—. Si no quieren hablar como seres pensantes les meteré sus cabezas dentro de sus traseros, ¿entendido?

El desconocido estaba a medio camino de bajar a Shepard antes de quedarse petrificado con mi voz carente de paciencia y rebosante de cólera. Ambos me miran con ojos amplios y juro que Bill acaba de aferrarse a su cuello con más fuerza y que el violador de propiedad privada lo está abrazando. 

Parecen asustados. 

Mamá y tía Jamie estarían orgullosas de mí.

—Esa... —El extraño pone lentamente al abuelo en el piso, vacilante—. Esa fue la amenaza más caliente que escuché en mi vida. 

No, por favor.

Ojalá esté oyendo voces en mi cabeza. No hay forma de que este infeliz salga con vida de aquí si verdaderamente ha dicho eso y el abuelo, con su potencial sordera, lo haya oído.

—¿Estás borracho? —Entrecierro los ojos en su dirección.

El entrenador tuerce su cuello y lo mira con lo que podría ser un tic nervioso en el párpado izquierdo.

—Define borracho, amor —pide sonriéndome tan fácil y tontamente que confirmo por mí misma que sus neuronas han sido masacradas esta noche.

—¡Tú...! —Gruñe el abuelo a punto de abalanzarse sobre él. Me lanzo hacia al frente y me interpongo entre ellos dándole la espalda al moreno y plantando un mano sobre la camiseta del anciano, justo sobre su corazón.

—No hagas de mi noche aún más emocionante teniendo un infarto —advierto antes de lentamente ayudarlo a sentarse mientras su dedo índice sigue señalando con acusación al infractor—. Y tú, repórtate antes de que llame a la policía —pido girándome para enfrentarlo.

Solo que no veo su cara.

Veo una tetilla.

—Y ponte tu camisa de vuelta —añado dejándome caer hacia atrás y sentándome junto al abuelo en el sofá, quien parece estar maldiciendo internamente en más idiomas de los que conoce.

—Estoy bien así, gracias —replica imitando mi gesto con descaro. Se sienta en el sillón individual tras de sí y cruza un tobillo sobre su rodilla, cómodo—. Soy Jaden Parker Ridsley, y vivo aquí —agrega con una amplia sonrisa antes de inclinarse hacia el frente y tendernos su mano—. ¿Y por qué tengo el placer de encontrarlos usurpando mi departamento?  

Está más borracho que Tyra en mi último cumpleaños. Eso es decir mucho.

El abuelo parece tener la intención de morderle la mano dado que está mostrando su dentadura, así que empujo su frente hacia atrás solo por las dudas. 

—Espera, ¿qué? —Frunzo el ceño con desconcierto—. Aquí vive Ibeth, ¿eres su novio o...? —intento descifrar.

Una expresión de horror cubre sus facciones y arruga la nariz.

—Eso es asquero, es mi hermana.

Tal vez sufrí de un trauma en mi cabeza cuando me caí esta manaña o desarrollé la enferdad de Ménière y ahora padezco de sordera súbita. Tal vez sigo soñando y jamás me desperté al oír la puerta de la entrada siendo abierta ni salí de mi cama vistiendo esta vieja camiseta de fútbol americano de papá ni estos shorts, y mucho menos las pantuflas de Oryctolagus cuniculus.

—Eso no es posible. —Niego con la cabeza, dejando ir la frente del abuelo—. Mi tía Zoella acordó la mudanza con Ibeth. Tu hermana le dijo que vivía sola y que tenía espacio suficiente para mi abuelo y para mí. —La confusión se mezcla con la decepción en mis palabras.

Me siento desorientada, y para alguien que sabe leer desde un mapa edafológico hasta guiarse con las constelaciones gracias a las clases de astronomía avanzada esta es una situación complicada. Ya ni siquiera sé dónde estoy parada, y no tengo la suerte de ser ese tipo de personas que manejan con facilidad lo que es perder el control. Admiro a los que pueden mantener la calma ante las adversidad.

Pero yo entro pánico con facilidad.

Podría ir por una bolsa de Cheetos y arrastrarme bajo la cama justo ahora.

—No se supone que hubiera testosterona juvenil aquí —escupe Bill frunciendo el ceño y arrugándose más de lo que ya lo está a consecuencia de los años—. Creo que deberías salir y volver a leer el tapate que puse a modo de bienvenida en la entrada, ese de que si no eres una vendedora de galletas puedes... —El extraño no tan extraño ahora lo interrumpe.

Sus neuronas parecen volver a hacer sinapsis mientras en sus ojos mieles se refleja una emoción que llega a preocuparme. 

—¡Lo hizo otra vez! —Se pone de pie con brusquedad y corre directo al pasillo—. ¡Me engañó otra vez, lo hizo de nuevo!  

No puedo creer que estoy lidiando con un hombre medio desnudo y borracho y, a su vez, con el abuelo y su tic nervioso que persiste mientras fija la mirada en la pared. Creo que está contando números, letras, jugadores de los Kansas City Chiefs y métodos de tortura a la vez.

—Iré por él, no te procupes, solucionaré esto —aseguro poniéndome de pie y alejándome lentamente. Retrocedo con cautela, sin darle la espalda—. Solo mantente quieto y evita tener un ataque agudo al miocardio, ¿sí, abuelo? Porque si lo tienes llamaré a tía Akira, y si no lo tienes pero te atreves a levantarte de tu lugar y hacer el intento de aniquilar a ese imbécil de metro noventa... también la llamaré. Te disparará con un tranquilizante.

—Billy Anne... —advierte con un suspiro tembloroso—. Quiero meter mi pie en trescientos traseros diferentes en este instante.

—Lo arreglaré, tranquilo. —Me lanzo tras Jaden por el pasillo y comienzo a pasar la puerta del baño y la de mi nueva —y posiblemente vieja si no aclaramos este malentendido— recámara. Sin embargo, no lo encuentro, así que por descarte me enfrento a la habitación cuya puerta tiene un adhesivo de «Pasa y muere» a la altura de mis ojos. 

Zoe, la hermana de mi padre, fue la que se contactó con Ibeth tras ver un anuncio en un diario online. Mi futura compañera le dijo que no había problema en que mi abuelo viniera a quedarse unos meses con nosotras. Creo que esa fue la primer señal de esta gran estafa. Luego la tía vino a ver el departamento mientras mis padres y yo estábamos visitando a mi otra tía —tengo como seis docenas de tíos de corazón— en Nueva York, a su marido Ben y a su hija adoptiva Kenna.

Ibeth le dio una copia de la llave a Zoe y ella me la dio a mí. No es como si hubiera forzado la puerta cuando ayer toqué y nadie contestó. La tía dijo que la chica parecía ser toda una fiestera, así que asumí que saldría de copas y me limité a tomar la habitación con la puerta lisa a pesar de que al abuelo le encantó el cartel de «Pasa y muere». 

Dijo que era de mi estilo, pero a mí me parecía más del suyo. 

Pensamos que esta era su habitación, pero en cuanto entro y veo solo una cama al desnudo, tres cajas apiladas y a este tipo Jaden de pie en el centro pasándose las manos por el cabello quiero mi rebolso.

—Siempre hacen lo mismo, siempre me dejan —se queja bajo su aliento, dejando sus brazos laxos a sus costados.

¿Quién dice que vivirá contigo y deja, sin siquiera avisar, el culo de otro en su lugar? No solo es deshonesto, sino irrespetuoso. Ella no me dio la opción de elegir si quería vivir aquí al final o no, y tampoco le dio la opción a su hermano, simplemente no nos tomó en cuenta.

Avanzo con los hombros caídos hasta que estoy junto a él contemplando las paredes desnudas. Un huracán de ira se está formando en mis adentros, pero también uno de agotamiento. Terminan fusionándose y dejan una catástrofe que llamo derrota. 

Se supone que todo sería mejor aquí, que me independizaría a pasos de bebé, pero al final lo haría.

Que no volvería a ver a Lennox.

Que iba a estar tranquila. 

Que no iba a llamar a mis padres cuando todo marchara mal, que me las arreglaría y les demostraría que puedo manejar la vida adulta y sus adversidades. 

Trago saliva y muchas palabrotas a la vez. Me frustra empezar así de mal, pero estoy segura que si me voy a dormir, olvido esto por un par de horas y me dejó caer en los brazos de los cuatro Chris (Chris Hemsworth, Chris Evans, Chris Pine y Chris Patt), mañana despertaré lista para afrontar este problema, encontrarle una solución y patear el trasero de Ibeth si es necesario.

—Necesito pensar en otra cosa. ¿Puedo hacerte una pregunta, Billy Anne?

Giro mi rostro y noto que está demasiado cerca, tanto como para que pueda olfatear la cerveza ahderida a sus poros y en su aliento. 

Que alguien le consiga un cepillo de dientes, por favor.

—¿Recuerdas mi nombre a pesar de estar al borde de un coma alcohólico? —inquiero.

Él me sonríe y comienza a retroceder. Pasa de lucir enojado y frustrado por lo de su hermana a estar en modo galán-quiere-postre en menos de un minuto. No llegaré a ningún lado hablando con él en este estado, así que lo de dormir va para ambos. Lo necesito con su cerebro a medio funcionamiento por lo menos.

—Es difícil olvidar los nombre feos. —La parte posterior de sus rodillas toca la cama y se deja caer sobre ella, se acuesta y mantiene sobre sus codos, mirándome con una sonrisa tonta y ya algo somnolienta.   

Mi mandíbula se podría haber dislocado por el comentario.

—¿Vas a preguntar lo que querías o ya puedo noquearte para que te duermas? —Me cruzo de brazos y él comienza a mecer sus piernas en el borde del colchón.

Esos ojos chispeantes se quedán quietos en mi holgada camiseta. Es de cuando mi padre jugaba para los Jaguars de Betland en la época universitaria. Un día la encontré revolviendo cosas en su armario, cuando tenía alrededor de doce. Él debió ver cuánto me gustaba porque no solo me regaló eso, sino que también me llevó a comer una hamburgesa. Mi padre, el anti-grasa, compartió conmigo una Doble Bacon Smokehouse en McDonald's.

Y mi madre se enojó porque no la llevamos con nosotros.

—¿Traes algo bajo esa camiseta? 

La pregunta me descoloca y lo miro de la misma forma en que miré a mis padres al otro día de ir por la hamburguesa, tras escuchar cómo papá le compensó a mamá el no haberla llevado. Mis mejillas se encienden como un árbol en Navidad.

—No —escupo, pero en cuanto alza una ceja con interés me retracto—. Es decir... sí, estoy usando shorts, ropa interior y también un candado vaginal. —Imaginario, pero sigue siendo uno y solo quiero transmitirle el mensaje con claridad—. Sin embargo, bajo mi pantufla se enconde algo que quiere conocer el trayecto hasta tu trasero.—Añado con seriedad antes de inhalar despacio—. Solo... duérmete, Jaden. Mañana solucionaremos este problema —digo girándome sobre mis pies y alcanzando la puerta.

—¿El de tu candado vaginal? Porque me apunto para dar solución a eso. —Ríe a mis espaldas.

Me vuelvo a girar bajo el umbral y agarro el pomo mientras le lanzo una mirada desaprobatoria.

—Ignoraré eso. Buenas noches, imbécil. Sueña conmigo aniquilando las pocas neuronas que quedan ahí adentro. —Ruedo los ojos en cuanto se deja caer con flacidez en el colchón y cruza sus tobillos, luego flexiona sus brazos detrás de su cabeza y me sonríe con suficiencia y mucho alcohol en sangre.

Apago la luz tan fuertemente como quiero apagar la vida de Ibeth Ridsley en este instante y cierro la puerta solo para derrumbarme contra ella una vez en el corredor.

Cierro los ojos y me masajeo las sienes de la misma forma en que el abuelo lo hace cuando alguien le da jaqueca, lo que se reduce a todo el mundo. 

—Tomaremos turnos, yo lo vigilaré las primeras dos horas. —Me sobresalto y al abrir los ojos encuentro al anciano sentado en una silla a mi lado, sosteniendo la PFG 500 como todo un chico malo—. Es obvio que el zopenco no miente respecto a quién es porque tiene una llave y conoce a Ibeth, pero no me fío de él. —Frunce el ceño y mira a la pared al frente, tan concentrado como si estuviera en un operativo militar—. Lo golpearé si intenta fugarse. No saldrá de aquí hasta darme más respuestas, una solución, una disculpa y seis kilómetros.

—¿Y lo dejarás inconscinete con tu... nueva batidora? —¿Por qué se me ocurrió decirle que era una batidora? 

—No tengo un bate de béisbol. —Se encoge de hombros.

Me pongo en cuclillas frente a él y descanso mis manos en sus rodillas.

—No tienes que hacer esto, abuelo —susurro anclando mis ojos en los suyos. Noto que tienen un gran parecido con los de Jaden, son del mismo color, pero en estos hay vejez, preocupación y su usual sed de sangre—. Será mejor que duermas.

—Habrá mucho tiempo para dormir cuando esté muerto, Billy Anne. —Sonríe con malicia—. Mientras que esté vivo me mantendré despierto y esperando la oportunidad para patear traseros.

Se me escapa una risa a pesar de lo exhausta que estoy.  

—Creo que tenemos un problema con los traseros, Shepard. —Él estira su mano, por suerte no esa con la que sostiene el aparato de placer sexual, y me ahueca la mejilla como siempre lo hace cuando me ve estresada desde que tengo memoria.

Me quedó disfrutando del tacto un momento. Está loco y viejo, pero lo amo. 

—Es genético, Beasley —asegura.

Deposito un beso en su frente antes de irme a dormir y a soñar con mis cuatro Chris de Hollywood.
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¡Buenos días, damas y caballeros! El capítulo llegó tarde pero seguro, ¿les gustó?

¿Cuál es la primera impresión que tienen de la relación entre Billy Anne y Bill?

¿Mejor escena/comentario/pensamiento del capítulo?

En el próximo conocermos a más personajes, ¿crees que ya conocimos o nos falta conocer a la nueva víctima del entrenador? 

Y hablando del coach les propongo algo: dejen un insulto ingenioso en comentarios, el autor del más divertido tendrá la dedicación de un capítulo. Dejen salir a su Bill interior, gente.

Arrivederci! 

        Con amor cibernético y demás, S.

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