29. Aseo
Cubro a Bernardo con una manta y cierro su boca para evitar que deje un rastro de baba en mi almohada antes de salir de mi habitación, no sin antes chequear en la pantalla que reposa contra la lámpara de noche que Inko también esté dormido en su cama.
Fue la videollamada más larga de la historia y lo seguirá siendo hasta que cualquiera de los teléfonos se descargue.
El reloj de la cocina marca las dos de la mañana mientras lavo las cucharas y limpio la cocina. Del kilo de helado que había, un cuarto se volcó y derritió en la mesada. No quiero darle otro disgusto a Billy y el coach cuando regresen, así que me pongo los guantes de hule y lanzo chorros de detergente por todos lados antes de fregar.
No suelo quedarme despierto hasta tarde si no es porque estamos de fiesta, pero hoy fue diferente. Hacía mucho que no nos quedábamos hablando hasta tarde, y las conversaciones de madrugada tienen algo especial. Puede que el cansancio nos quite la energía para aparentar lo que aparentamos de día, consciente o inconscientemente.
Tal vez el hecho de que la mayoría se vaya a dormir nos invita a abrirnos, porque no hay ojos y oídos que juzguen en la noche.
Bernando habló de su ex.
¿Sabes lo que es amar tanto a alguien que ni siquiera creas existente la posibilidad de que ese amor se rompa alguna vez? O aún peor, ¿puedes imaginar querer odiar a alguien y aún así solo ser capaz de sentir amor aunque no se lo merezca? Tu cabeza acepta la verdad, pero el corazón la sigue rechazando.
Hablé de Agnes.
Éramos dos personas que se sentían más solas juntas que separadas.
Tal vez no fue solo sobre Agnes. Cuando mi padre murió y mi madre seguía con nosotros se sentía igual. Se supone que tu mamá se encarga de rellenar con esperanzas y amor cualquier hueco que haya en ti, pero la mía solo los hizo más grandes. Cuando se marchó, todos los huecos se redujeron de a poco. Es la prueba de que a veces se está mejor lejos de la gente que cerca.
—¿Acaso me equivoqué de departamento o mis ojos no me están engañando y estás limpiando?
Los círculos en los que friego se vuelven más lentos al verla de pie junto a la puerta de entrada.
Le dedico una sonrisa ladeada.
—Uno de mis mejores amigos es conserje. Me enseñó todos los trucos de limpieza habidos y por haber. Esa sabiduría hay que llevarla a la práctica.
Deja que su cartera se deslice de su hombro al suelo y se apoya en la mesada frente al fregadero.
—¿En serio? ¿No te importaría ponerlo a prueba?
Me desconcierta un poco lo que hace y dice.
Creía que comenzaría a gritarme en cuanto me viera por haber dormido con ella sin decirle que tenía novia, o en su defecto que me aplicaría la ley del hielo; que se echaría a llorar por lo de Tyra o ni siquiera se alejaría de ella, pero a veces me cuesta recordar que no es una persona extremista. No explota en rabia ni en lágrimas, no ríe como si el aire en el planeta no fuera suficiente ni es inexpresiva hasta el punto de pensar que no tiene sentimientos. Es una balanza que puede inclinarse un poco hacia un lado o el otro, pero jamás roza los límites, y eso me asusta como el demonio o Bill Shepard.
La mayoría de las personas no tiene mucho control sobre lo que siente, aunque se esfuercen, y así es fácil atisbar un poco de lo que sienten; tristeza, alegría, decepción, todo se puede percibir en su tono de voz, expresión, gestos y ojos. Hay otros que se esfuerzan tanto por ocultarlo que te hacen creer otra cosa, pero Billy no es ni lo uno ni lo otro. Es transparente, pero como un cristal distorsionado.
—Adelante. —Animo al echar el trapo en la mesada.
—Si mi período llega antes de tiempo y mancho las sábanas, ¿con qué lo quito?
—Un poco de limpiador de vidrios y agua tibia. Quedan como si Andrés nunca hubiera llegado a tu vida.
Se cruza de brazos, entretenida, e imito su gesto.
—¿Con qué elimino los restos de queso que pueden quedar en los agujeritos del rallador?
—Rallando una papa luego. Su jugo actúa como desengrasante natural.
—Si rompo una copa, ¿de qué forma me aseguro de juntar cada uno de los fragmentos más pequeños?
Resoplo. ¿Cree que no presté atención Inkclase?
—Cortas una rebanada de pan fresco y la presionas con gentileza en el piso. Atrapa cualquier vidrio por más pequeño que sea.
Reprime una sonrisa, satisfecha.
Nos sostenemos la mirada y siento que estamos en el ojo del huracán. Hay una tranquilidad real, pero no permanente.
No me siento incómodo cuando estamos en silencio. No tengo la necesidad de hablar para empujar lejos su atención de la persona insegura, preocupada y frágil que a veces siento ser. Sobre todo porque sé que es recíproco. No me importa que vea lo jodido que estoy porque sé que ella también lo está y no trata de esconderse.
—¿Tyra? —pregunto.
—Está —susurra.
—¿Está qué?
—Solo está. En parte bien, en otra mal. No puedo reducir una persona a un adverbio o adjetivo cuando es miles a la vez. Solo... Está.
Asiento.
Inko nos dijo que durmió en su departamento. Al oírlo casi desafío las leyes virtuales y físicas y salto a través de la pantalla para estrangularlo, sabiendo que yo sería estrangulado luego por Billy o Ciro. Mi amigo no es un mal chico, pero si Tyra no comprende que es del tipo con el que te enrollas una noche y no busca nada más, saldría lastimada. Luego nos contó que le había pasado lo mismo que a su madre, aunque sin llegar a la peor parte.
Paloma Prescott estaba cerrando su peluquería cuando un desgraciado la abordó desde atrás y amenazó con un cuchillo. La hizo entrar y pasar un infierno cuyas llamas quedaron grabadas en su piel y memoria, le robó hasta el último centavo de la caja registradora y la dejó atada con los cables de una plancha para pelo y llorando en medio del lugar al que debía ir cada día.
A veces sabes cuando una mujer pasó por una de esas situaciones o teme vivirlas. Algunas juntan las piernas en el bus para no tocar las tuyas y se acurrucan cerca de la pared. Otras se abrochan el abrigo aunque haga calor para ocultar su cuerpo al pasar frente a un grupo de hombres. Unas caminan rápido por la calle al caer el sol, con las llaves en mano y el corazón en la otra. Mi hermana solía subirse a los taxis con el número de emergencias marcado en el teléfono por las dudas. Hay chicas que cuando te acercas, se encogen si no te conocen.
Tyra, según Inko, palideció cuando un hombre le tocó el tirante del vestido. La llevó a su casa y le cedió su cama. Cuando despertó y no la encontró en ningún sitio, creyó que había vuelto a su casa, pero al oír su nombre más temprano se culpó diciendo que tal vez le había dicho algo que la hubiera hecho sentir mal y por eso no había regresado con Ciro.
Sé que no es posible.
No es él un problema.
No es ella un problema.
Es el otro él y lo que grabó en la piel y memoria de Tyra el maldito problema.
—Vine a buscar algo de ropa. Me quedaré a dormir con ella y luego volveré a Betland por unos días. El abuelo se quedó con ellos, pero vendrá a dormir aquí en un rato.
Asiento por segunda vez, a lo que me mira expectante. Sé que está esperando que pregunte lo que me estuvo enloqueciendo por las últimas horas, y aunque quisiera, no puedo.
—Ambos sabemos que no es momento, amor. —Echo la cabeza hacia atrás e inhalo hondo—. Te he visto alrededor de Tyra y Ciro. Priorizas a tus amigos y eso me encanta de ti. Así que... Vuelve con ellos.
Su enojo conmigo está enterrado bajo la empatía e inquietud inmediata por su amiga. Sería egoísta pedirle que lo desentierre para hacerme el centro de su vida justo ahora, sobre todo cuando no soy el chico bueno aquí.
—Aprecio mucho que hagas esto más fácil —asegura, dando un paso hacia mí y tomando mi mano—. Gracias, Jaden.
Lo percibo en la forma en que deja ir el aliento. Su cansancio sobrepasa cualquier emoción. A pesar de que mi corazón está latiendo sin control a causa de su mano en la mía, por fuera no me muevo.
—Es lo menos que puedo hacer por poner las cosas difíciles en primer lugar.
Resopla con una pizca de diversión y aprieto su mano, a lo que responde apretando en respuesta.
Con el tic-tic del reloj de pared, el goteo constante de la canilla, el zumbido del refrigerador y la gualda luz de la lámpara de lectura que llega desde la sala, este es mi nuevo momento favorito del día. Me gustaría apartarle el flequillo de la frente y quitarle con gentileza el reloj que envuelve su muñeca para jugar a que el tiempo no existe, pero me digo que no. No es momento y tampoco algo que merezco cuando lo primero que tengo que hacer es disculparme apropiadamente.
—Sé que me odias, ¿pero puedo abrazarte unos segundos? —susurro.
—No te odio, Jaden. Estoy decepcionada, es diferente.
Sus ojos van y viene por cada parte de mi rostro, buscando los motivos que impulsaron la pregunta sobre el abrazo.
—Preocuparse por la gente y estar con ellos cuando lo necesitan, aunque lo hagas de corazón, hace que una parte de ti se drene, agotada. No puedes pedirles un abrazo porque se supone que eres quien debe dárselo a ellos, pero yo puedo darte uno si lo necesitas —explico—. Tú a mí no me debes na...
No me permite terminar. Me rodea la cintura y se esconde en mi pecho mientras acaricio su espalda. Se aferra a mi camiseta y la sensación es agridulce porque no puedo disfrutar el contacto sabiendo que se siente impotente y exhausta.
—No eres bueno tomando decisiones, pero eres bueno con la gente —susurra.
Deposito un beso en su frente y la dejo ir.
A veces las historias de amor deben esperar.
Crecí entre Betland.
No es una ciudad que tenga algo extravagante. No se llena de turistas en ninguna época del año. No es ni grande ni pequeña. Es tan normal que me cuesta creer que mi familia haya salido de ella cuando todos están locos.
A su vez, también crecí en Nueva Orleans, donde trabaja papá, pero a pesar de que ese lugar tiene todo lo que este no y nuestra casa allí es el triple de grande que la del abuelo, siempre consideré Betland como mi hogar.
Aquí es donde mamá nació y conoció a papá, el escenario de todas las aventuras que me contaron y posiblemente —no mi tema favorito de conversación—, donde me concibieron.
Es el punto de reencuentro de todas las personas que quiero. Pueden estar distribuidas por el país, pero si se juntan, lo hacen en Betland con el abuelo como anfitrión.
—Puedo oler las galletas de la abuela desde aquí. —Ciro se echa en el asiento trasero, ocupando todo el espacio al abrir los brazos e inhalar con fuerza.
—Y yo las más de 200.000 glándulas sudoríparas de tus pies haciendo su trabajo. —Doy un manotazo a la pierna que tiene sobre el respaldo de mi asiento y Tyra le quita el calcetín en el pie que pende de su lado.
—Quieres matar al conductor, ¿verdad? —reprendo bajando mi ventanilla.
—Ni que apestaran tanto... —empieza el rubio, pero lo interrumpe una repentina carcajada cuando la pelirroja lo inmoviliza por el tobillo y empieza a hacerle cosquillas.
Patalea como un niño con la pierna libre, tratando de liberarse, y cuando golpea el respaldo de mi asiento pierdo el control por un segundo. Voy en zig-zag por Trinity Street.
—¡¿Se podrían comportar, pedazo de zoquetes?! —espeto frenando de golpe al llegar frente a la casa del abuelo.
Ciro logra zafarse de Tyra y recuperando la compostura se inclina entre los asientos para arrebatarle el calcetín.
—Eres un fastidio, Timberg —asegura con una sonrisa traviesa.
No hay rastro del chico que temblaba sufriendo un ataque de pánico ayer. Es increíble que nuestro estado de ánimo necesite un par de horas para cambiar a otro. En los casos más inestables, minutos. Tal vez segundos.
—No más que tú, Hyland —le responde.
—Lo dos son un dolor de culo. Fuera del auto, ahora. Se encargarán del equipaje por ser unos acompañantes de viaje tan irresponsables. —Salgo del coche.
—¡Relájate, Beasley-Shepard! —gritan, no dejando ir la utilización de apellidos.
Otra manía que se les pegó del entrenador.
Ayer me quedé a dormir con en su departamento, así que sé que aún no tuvieron una conversación respecto a lo que sucedió. Tyra se aseguró de no estar a solas con él, pero no puedo preguntarle por qué evita contarle lo mismo que me contó en el jardín botánico si le tiene una confianza ciega.
Sin embargo, me veo obligada a dejar ir el asunto en cuanto la puerta se abre y salen disparados dos cohetes de seis años en mi dirección, uno sobre una bicicleta y otro en patines.
—¡Prima Billy! —chillan.
La patinadora primeriza se estrella contra mí y la alzo en cuanto sus pies empiezan a separarse y ella a deslizarse hacia abajo.
—Estás más grande que la última vez que te vi —dice la niña, robando mi línea—, pero no más alta. Tienes el tamaño de un enano.
—Tú también te ves linda, Frida.
—Ella no dijo que te vieras linda, sino enana —recalca el niño pedaleando en círculos a nuestro alrededor, sin captar el sarcasmo—. Eres como un nomo de jardín.
—Gracias por llamarme fea de forma indirecta, Silvestre. —Me inclino, dejo a Frida en tierra firme y beso ambas cimas de cabelleras azabaches—. Les daré diez dólares si logran que Ciro se ponga los calcetines y zapatos de vuelta.
Se cruzan de brazos con una sincronización espeluznante. Ambos están equipados con rodilleras, coderas y cascos. Frida, de azul, le lanza una mirada interrogante a su mellizo.
—¿Diez a cada uno o diez para compartir? —pregunta el del equipo rojo.
—Para compartir por los calcetines e individuales si incluyen las zapatillas.
Me estrechan la mano antes de ir a someter al sujeto en cuestión, quien al ser interceptado termina en el piso y enterrado en equipaje. Tyra trata de quitárselos de encima, pero es inútil. Llevan armadura plástica y están incentivados por dinero en efectivo. Son invencibles.
—¿Te deshiciste de tus primos tan rápido? —oigo al entrar—. Rompes tu propio récord cada vez que los ves.
Mamá está espiando por la ventana con una taza en mano.
—Los amo, pero esto se reduce a ser atacada o que ataquen a alguien más. —Me siento a su lado y le quitó la taza para ver qué está tomando y dar un sorbo.
Miramos afuera, donde Frida da latigazos a Tyra con uno de los apestosos calcetines, haciéndola retroceder como si fuera una domadora de leones. La entretiene mientras Silvestre se aferra a una pierna de Ciro, intentando atarle los cordones.
—Si la historia de mi lado de la familia enseña algo, es que se puede sacrificar un Timberg y un Hyland de ser necesario. —Se encoge de hombros.
La abrazo como si me hubiera robado algo y no quisiera dejarla escapar.
—Extrañé tu mala influencia maternal. —Es mi forma de decirle que la amo.
—Comprendo a la perfección lo que dices. —La madre de Tyra se recarga de brazos cruzados en el marco de la cocina—. ¿Qué tan oscura tenemos el alma por echar de menos la energía demoníaca de Kansas?
—Kansas tiene la energía de unicornio a tu lado —se burla la dueña de mis secuaces sobre ruedas—. ¡Ahí está la bella heredera de esa energía!
—También me alegra verte, tía Zoe. —Sonrío cuando me quita la taza de la mano, se la devuelve a mamá, y tira de mí, haciéndome girar en la sala como una bailarina antes de abrazarme como si no nos hubiéramos visto hace un año y no un mes—. Los primos se burlaron de mi estatura otra vez, ¿tienes material con el que pueda vengarme?
—Nada muy jugoso aún —se lamenta, peinando mi cabello tras mis orejas.
—Espera a que llegue la pre-adolescencia. Ahí comienzan los secretos sucios —aconseja mamá, a lo que Zoe le lanza una mirada desaprobatoria.
—¿Conoces algún secreto sucio mío de cuando tenía esa edad? —indago mientras se termina el café con leche.
—No, fuiste una decepción en ese aspecto. Lo limpia y aburrida lo sacaste de tu padre.
—¡Ma! —chilla Tyra, apareciendo bajo el umbral con un brazo alrededor de Ciro, que trata de caminar con cada niño enroscado a una pierna—. Te adora más que a las donas, ¿sabías? —dice con la respiración acelerada y el cabello hecho un lío—. No entiendo cómo no corriste a Puerto Rico cuando tenía la edad de estas bestias. —Hace un ademán a los hermanos, que tía Zoe ya está intentando desprender de mi amigo.
—Lo intenté, pero me ibas a seguir de todas formas, así que me resigné y quedé —responde la pelirroja mayor al abrazarla—. Además, era más peligroso dejar a tu padre contigo que a ti con él.
Ciro y yo intercambiamos una mirada de alivio. A veces, cuando uno de tus amigos no está bien, te vuelves su propia escolta policial. Tener que transportarlo de un sitio a otro sin que se rompa es todo un reto, y cuando llega a un destino seguro te percatas de que una parte de ti ha estado conteniendo el aliento todo el tiempo.
—Señoras —saluda el rubio lanzando un beso a las tías y mamá—, volveré con todo el equipo Hyland para la cena, pero ahora tengo que ir por los mimos y las galletas de mi bellísima bisabuela.
—¿Podemos ir contigo? —indagan los niños a coro, interesados en la parte que lleva chispas de chocolate—. ¿Podemos ir con él? —repiten mirando a su madre.
Zoe sonríe con ternura y entrelaza las manos bajo su mentón, en un favor silencioso hacia Ciro.
—De acuerdo, pero sujétense fuerte —cede él con un suspiro—. Si uno de ustedes cae en el camino, no regresaré por él.
Se marcha a grandes y lentas zancadas y cierro la puerta. A mi progenitor le daré un tic nervioso en el ojo al ver nuestro equipaje disperso en el jardín, pero como no hay señales de él todavía, retrasaré la tarea. Puede gustarme el orden, como a él, pero también suelo dejar lo que no es urgente para último momento, como mi progenitora.
—Hora del chisme —anuncia Jamie.
Las cinco nos distribuimos en los sofás y Tyra no tarda en abrir la boca.
—Billy y su compañero de piso lo están haciendo bajo el mismo techo que vive el entrenador. Corre en la venas de la familia, ¿verdad, tía Kansas?
Lo que no sabe es que dos personas acaban de entrar por la puerta trasera y acaban de oírla.
—Hola, tío Blake. —digo, queriendo añadir «rayos, demonios, frijoles, doble mierda y por la Fashion Week» a la oración—, y hola a ti también, papá.
Hensley y Beasley no parecen muy contentos de verme en este instante.
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Echaba de menos Betland. Hora de que Billy y Jaden estén separados y se reencuentren con sus familias. ♥️
1. ¿Sus padres son desconfiados respecto a con quiénes salen (o creen que lo serían en el futuro)?
2. ¿Te gustaría estudiar/trabajar en otra ciudad/país por un tiempo? ¿Dónde?
3. Van a conocer mejor a Frida y Silvestre en los próximos capítulos, pero... ¿a quién creen que se parecerán más en personalidad cada uno? ¿Quién a Zoe y quién a Blake?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
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