28. Un puente a casa

La veo a través de los árboles. Está sentada en el puente de madera que se eleva sobre un pequeñísimo lago. No tiene barandilla, así que sus piernas cuelgan y su cabeza está gacha, ignorando a la pareja que cruza a su espalda.

Guardo el móvil en mi bolsillo y voy hacia ella bajo la sombra y caricia de las hojas de los sauces, que forman un zig-zag hasta el puente bordeado de lavandas y geranios. Al alcanzarla noto que está mirando fijo a su reflejo. Tiene el ceño fruncido y los labios apretados, como si estuviera molesta.

Cuando me siento a su lado no dice nada, así que la imito y me observo a mí misma reflejada en la superficie. La imagen de nosotras mirando el agua me lleva a los veranos de piscina, sol y toneladas de sandía en el patio de Ciro, y retrocediendo más, cuando mirábamos los renacuajos infiltrados en la fuente del parque.

—Háblame sobre ranas —pide en voz suave, reviviendo el mismo recuerdo.

No cuestiono el pedido. Siempre hace lo mismo cuando necesita un poco de tiempo extra para hablar. Es como cuando la maestra o un compañero te preguntaba por una cuenta de multiplicación y decías «¿Qué dijiste?» o pasabas a desviar el tema de conversación un poco para tener tiempo de pensar.

Me tomo un momento para ver el sol poniéndose en nuestro nuevo espejo y entrelazo su mano con la mía sobre sus jeans rasgados en las rodillas, pero lo curioso es que son de hombre.

También su camiseta.

Esos pantalones son la clase de moda que nunca entenderé. Un día me probé unos y metí el pie en el agujero incorrecto.

—Son ectodérmicas, por lo que pueden adaptar la temperatura de su cuerpo a la del ambiente. ¿Y sabías que no solo respiran por los pulmones? Sino también por la piel. Algunas brillan en la oscuridad y otras tienen cuernos, aunque parezca de locos. —Aprieta mi mano en respuesta e inhala con fuerza, cerrando los ojos—. Tienen dientes en la mandíbula superior y la mayoría cambia de piel una vez a la semana. —Las lágrimas caen despacio por sus mejillas y me abstengo de tirar de ella en un abrazo, sabiendo que no le gusta que lo haga cuando está triste porque la invita a romper en llanto—. Mi dato favorito es que hay ranas en la nieve...

—Me gustaría ser una puta rana por un rato. —Se ríe agridulce—. Parecen asombrosas.

Suena dividida en una persona que quiere seguir adelante para comerse el mundo y a su vez está aterrada por la posibilidad de que lo coma él a ella. Hay dolor en su voz, pero sobre todo impotencia.

—Coincido. Son anfibios extraordinarios, pero no tienes nada que ellas no.

Abre los párpados y ladea la cabeza, se burla con un «Estás de broma, ¿eh?» no dicho.

—Ayer pasé a comprar comida italiana para cenar. Estaba pensando qué películas de Netflix no habíamos visto porque sabes que Ciro se niega a mirar lo mismo dos veces a menos que sea porno. —Nos reímos y aprovecho el segundo para limpiarle una lágrima—. Cuando llegué ya tenía compañía. Nada de otro mundo, pero luego me vi a mí misma en el reflejo del televisor apagado, sola una noche de viernes con tres raciones de pasta y el control remoto en la mano. Por cierto, no le digas al coach. —Me apunta con el índice.

—Nadie sabrá de tu deslealtad.

—Me cansé, Billy. No quiero tener que arrastrar a Ciro a todos los lugares que quiero ir. No es justo para él y tampoco para mí. Ya extralimitó su dosis diaria de Tyra, y lo peor es que me di cuenta que estoy tan acostumbrada que esté a mi alrededor que me volví una chica dependiente. ¿Sabes las ganas que tengo de auto-ahogarme en este lago por eso? —Hace un ademán al agua.

—Según mis cálculos, no tiene más de un metro y cuarto de profundidad. No funcionaría aunque...

—No arruines el dramatismo —interrumpe con un suspiro—. Estoy en segundo año de universidad. Debería ser capaz de ponerme un vestido que me gusta e ir sola a una fiesta, no por obligación, sino porque de verdad quiero salir de esas cuatro paredes y bailar hasta que me duelan los pies. Quiero expandir mi círculo social, tener citas y aventuras por mi cuenta. Estaba pensando en eso anoche cuando decidí que saldría. Le dejé una nota en la nevera y me fui. Encontré a Inko, el amigo de Jaden, en un bar, ¿y sabes qué hizo? Me tomó de la mano y me subió al escenario. Era noche de karaoke y canté tanto, y tan desafinado, que no podía parar de reír.

La sonrisa del recuerdo es preciosa en su rostro. Hay personas que cuando sonríen hacen del mundo un lugar más cálido, y Tyra es una de ellas.

—Bebimos y charlamos. Está para comérselo en un sándwich y es un buen chico, así que ni siquiera lo pensé mucho porque sabía que me iban a abordar las dudas. Le dije si quería ir a otro sitio, y citándolo, dijo: «Me encantaría, pero no quiero enredarme. Me gusta lo casual y si no eres compatible con eso podríamos tener un conflicto de intereses por quiénes son tus amigos y quiénes son los míos». Le dije que lo casual estaba bien. Aproveché que fue al baño para pagar los tragos y en la barra se me acercó un hombre en sus treinta y tantos.

Es mi turno de darle un apretón.

Lo devuelve al instante.

—Sabes que no recuerdo exactamente cómo era su rostro, pero sí que tenía ojos verdes. Ese tipo no los tenía y tampoco estaba borracho, pero estiró la mano y me tocó el hombro. Se me había caído un tirante y en su modo de coquetear lo intentó poner de vuelta en su lugar mientras preguntaba por mi nombre. —Su voz es más aguda y baja, como lo fue la noche que tuvo que contarle a la policía lo que sucedió—. Fue lo mismo que hizo el tipo de la feria mientras estaba esperando por ustedes junto a la rueda. La única diferencia es que yo no llevaba un vestido amarillo y en esta ocasión sabía cuál era su intención, porque luego juro que me sentí igual que a los diez años.

No indago por qué no me llamó para que saliera con ella. Me dirá que si no quiere depender de Ciro, tampoco de mí.

—Cuando Inko regresó, preguntó si todo estaba en orden. El hombre levantó las manos en señal de inocencia y se fue. No entendí su gesto de inmediato, hasta que me miré en el espejo tras el mostrador y vi lo pálida que estaba. Le dije a Inko que lo sentía, pero no estaba de ánimos para nada. De todas formas me subí con él a un taxi y me ofreció quedarme con él en su casa. Creí que lo hacía por cortesía, pero insistió.

Eso explica la ropa. Puedo imaginarla sacarse el vestido que traía a toda prisa, tratando de sacar de sí también los malos recuerdos.

—Me contó que su mamá fue una víctima hace unos años y no fue capaz de dejarla sola por varios meses, sobre todo porque ella hacía lo mismo que yo. Se forzaba a salir cuando en el fondo de consciente que no estaba lista. Dijo que le dio espacio cuando ella dejó de forzarse a querer retomar su vida como era. Se alejó solo al verla tomar control del ritmo de su vida, que aunque era lento, era ritmo. Al otro día me levanté y me fui, no queriendo despertarlo. Estoy aquí desde esta mañana, pensando cómo recuperar el ritmo de una canción que ya olvidé dado que Ciro la memorizó para que yo no tuviera que hacerlo.

—Si me hubieras dicho, podría haber venido a pensar contigo. Al menos para traerte algo de comer.

—No quería molestar. Sé que tienes tus asuntos con el trabajo y lo importante que es para ti.

—Nada es más importante que la familia y los amigos. Me vale dos centavos todo el éxito del mundo si tú me necesitas.

Enarca un ceja, dudosa.

—¿Sacrificarías que la gente deje de reconocerte solo por ser hija de Malcom Beasley para estar conmigo en un aburrido jardín botánico mirando un lago por horas?

—¿Tú que crees? —Llevo nuestras manos a mis labios y deposito un beso en la suya—. Cada vez que me precises solo debes preguntarte esto: «Si Billy Anne llamara porque me necesita con urgencia, ¿contestaría?» Si la respuesta es afirmativa, entonces aplica a la inversa. Si es negativa también lo hace. Siempre aplica, Ty.

Asiente pensativa y mira nuestras manos. Se pone a jugar con uno de mis anillos.

—Sigo creyendo que ser una rana sería más fácil —añade—. No puedo adaptar lo que siento a mi entorno, y cuando los recuerdos me quitan el aire no tengo un segundo mecanismo por cual respirar, así que me asfixio... No sé brillar en la oscuridad, solo ser consumida por ella. No tengo cuernos para defenderme, y aunque tenga más dientes que las ranas, no sirven de nada a excepción de masticar donas. ¿Cambiar de piel una vez a la semana? —Resopla—. Ya quisiera quitarme la sensación de sus manos, y también me gustaría sobrevivir donde cae nieve, pero no sé cómo seguir siendo yo cuando lo recuerdo y todo se vuelve tan... tan frío.

Nunca creí que hablar de ranas podría romperme el corazón, pero siempre hay una primera vez.

—Si te adaptaras estarías reprimiendo tus sentimientos, y no conozco ni quiero conocer a una Tyra Timberg que no se sienta libre de expresarse. Si te falta el aire debes aprender a respirar otra vez, lo sencillo sería tener otra vía de respiración, de escape, pero tú no eres del tipo de chica que evade los problemas. Los enfrentas, aunque sean difíciles.

—No soy alguien que brille y ambas sabemos que hay gente que sí lo hace. Ciro es un sol a donde sea que va.

—Hay personas que brillan en la oscuridad, pero otras que pueden ver a través de ella. Tú eres así. Sabes lo que es estar a oscuras y encuentras una salida sin necesidad de la luz. —Aparto la trenza de su hombro—. No tienes cuernos, lo cual no se explica porque según el abuelo tus padres y tú son demonios.

Se ríe con ganas y reprimo una sonrisa.

—Pero tienes gente que te defenderá cuando tus manos y voz no te basten.

—¿Qué hay del tema de la piel?

—Olvidé mencionar que cuando las ranas cambian de piel, se comen la muerta.

Saca la lengua y su rostro se tuerce con asco.

—Es natural —justifico—, y si lo piensas, nosotros hacemos lo mismo. Puedes pasar de página, pero aún así todas las demás que escribiste y leíste siguen siendo parte del libro de tu vida, y si no lo fueran, no serías tú. No puedes pretender borrar lo que te hizo justo como eres. En otras palabras, te comes la piel muerta.

—Me gusta más la metáfora del libro.

—Por último, no tienes que envidiar a las ranas por vivir en la nieve. Si tienes frío, te abrazas a ti misma para conservar el calor, y si no llega a ser suficiente, me tienes a mí. A Ciro. Al abuelo. A tus papás, los míos y los de Ciro. Tienes a los Jaguars y los Sharps. ¿Quieres que siga o más de cien personas no son suficientes para sobrevivir a cualquier nevada?

—No, creo que ya te escuché hablar suficiente por hoy. —El comentario esconde un agradecimiento—. No quiero pasar el resto de mi vida atada a Ciro ni a nadie, pero sobre todo no quiero que se aten a mí creyendo que si estoy sola me caeré. Si me caigo, quiero que me prometas que me dejarás levantarme sola, porque sé que estaré mucho tiempo con el trasero en el piso en cuanto comience a cantar y bailar intentando recuperar mi ritmo.

Me pongo de pie y tiro de su mano hasta que está en posición vertical. La suelto y levanto el meñique, el cual entrelaza con el suyo como hace diez años atrás.

—Solo si me dejas invitarte algo de comer. No puedo creer que hayas estado todo el día sin probar bocado. Te podrías desmayar en cualquier momento.

Me abraza por los hombros mientras caminamos a través de los sauces.

—Nunca me niego a la comida gratis.

Cuando estamos en el Jeep poniéndonos el cinturón, me mira con desconfianza.

—¿Qué hay de los dientes de las ranas?

Sabía que no lo iba a olvidar.

Aunque tenga más dientes que las ranas, no sirven de nada a excepción de masticar donas —repito, a lo que se lleva ambas manos a la boca al notar su error.

—No puedo creer que dije eso. Los dientes y las donas son lo mejor que tenemos.

—Lo sé. Podemos culpar a tu estómago vacío. Deliras cuando no tienes suficiente azúcar en sangre.

Cuando estaciono frente a un Burger King y pido comida extra para llevarle a Ciro y el abuelo, por algún motivo recuerdo a mamá. Ella, justo como yo, se pone del malhumor cuando no come. Tal vez me viene a la memoria al ver a la pelirroja devorando un par de papas como si fuera su última cena.

—Hey, ¿te gustaría recuperar el ritmo en el lugar donde lo perdiste? —Digo con la boca llena, sabiendo que mi padre me lanzaría una mirada de desaprobación si me viese—. Porque creo que podríamos volver a casa por un tiempo si lo necesitas.

—¿Vendrías conmigo? ¿No tienes nada que hacer estos días en Adrinike Cod? —Se lame la sal de los dedos y trata de sonar casual, pero la emoción en su voz la traiciona.

Pienso que Berta nos asignará la siguiente prueba mañana y es la primera vez que será justa, por lo que tengo que trabajar muchísimo. Debo ir a pagar impuestos y llevar al abuelo al médico el lunes. Todo eso sin contar el asunto de que Jaden durmió conmigo teniendo novia, luego ambos me mintieron en la cara, me enteré por Bernardo del engaño y ni siquiera lo he visto desde entonces. Para rematar, dejé el helado fuerza del freezer y aún no le he contado a mis amigos lo que acabo de enterarme este mismo día.

Plus, el asunto de Lennox sigue abierto y tendré que enfrentarlo si regreso a Betland.

—Nada que no pueda esperar por ti —aseguro.

Le escribo a mamá.

No tarda en responder.

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¿Reunión familiar en Betland?

¡Confirmamos! ¡Reunión familiar en Betland!

1. ¿Qué miembro de tu familia es el que más te hace reír? ¿Alguna anécdota?

2. ¿Sobre qué personajes de los libros anteriores te gustaría leer? ¿Con cuál te identificas más?

3. ¿Paciencia del 1 al 10 con los niños pequeños?

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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