19. Listado personal
—¿Son de verdad o es obra de un cirujano plástico? —pregunto alisando sus pectorales como si fuesen una prenda arrugada.
—De verdad. —Se ríe contra mi boca y abre mi camisa. Arqueo la espalda y me ayuda a deshacerme de ella lanzándola a un lado—. ¿Envidiosa?
Dejo de tocarlo y lo miro ofendida antes de bajar la mirada para encontrarme con que le está dando un suave apretón a mi seno izquierdo, evidenciando su pequeñez.
—Estoy muy orgullosa de estos —señalo antes de empujarlo por los hombros. Rodamos y quedo sobre él—. Y el tamaño no importa. Sino no estaría contigo, amor —enfatizo el apodo con fingida dulzura.
El se lleva una mano al corazón, dolido, como si le acabara de disparar. Deja caer la cabeza contra la almohada.
—Ouch —dice mientras me recojo el cabello en una cola de caballo, reprimiendo una sonrisa—. ¿Es que acaso no tienes piedad, mujer? —Se incorpora para sentarse, haciendo que me deslice hasta que mi retaguardia se presiona contra él—. Debes ser un poco más suave conmigo, soy un alma sensible. —Su mano serpentea en forma ascendente por mi columna, hasta que se topa con el broche del sostén.
—Y hábil, por lo visto —señalo en cuanto lo desprende con solo el índice y el pulgar.
Lo deslizo por mis brazos y dejo a un lado para sostener su rostro y atraer su boca a la mía, ansiosa mientras se deja caer de espaldas otra vez, arrastrándome con él.
El roce de su piel contra la mía me hace pensar en el hielo. No es un pensamiento muy romántico, pero sí científico. Si se toma un cubo de hielo con la mano, al cabo de poco tiempo, se siente como si quemara; las células que nos componen están adecuadas para vivir en ciertas condiciones ambientales, y al someterlas a una temperatura extremadamente baja se mueren, produciendo heridas que percibimos parecidas a las de una quemadura. Lo que hacemos se parece un poco al proceso: escalofríos ante las caricias, un placentero calor ante la presión del otro y un dolor que va en aumento y lo lleva a comenzar a quitarme los pantalones con impaciencia.
—Esto será más rápido si cada uno se quita el suyo —digo respirando agitada, depositando un último fugaz beso en sus labios antes de salir de encima de él y ponerme de pie, tirando de la prenda por mis muslos—. ¿Dónde tienes los condones? De paso los buscaré —ofrezco viendo que se sienta al borde de la cama y alcanza el botón de sus pantalones mientras me deshago de los míos con una patada, echándolos a un lado—. Y por favor, dime que no los dejaste a plena vista, como al lado de la caja de cereal en la alacena o junto a la botella de acondicionar en el baño. Al abuelo no le hará gracia escuchar a Bernando contándole sus falsas aventuras de índole sexual para cubrirte, en se... —Me callo en cuanto noto que está dudando.
Sus manos aún están en el botón de sus jeans, inmóviles. Sus ojos caen sobre la tela, pero sé que está pensando en lo que hay debajo, la falta de carne y hueso siendo reemplazada por el metal de la pierna ortopédica.
La empatía me abraza el pecho.
—Hey —llamo suave pero con ánimo, tomando asiento a su lado—. Dile a lo que sea que esté amenazando tu autoestima que le daré una patada en el trasero si no se marcha por donde llegó.
Eso lo hace sonreír cuando levanta la vista para mirarme. En sus ojos encuentro duda y vergüenza. Quiero espantar sus inoportunas inseguridades, y lo haría de ser capaz, pero al final del día el único que puede cerrarle la puerta en el rostro a esas malditas es uno mismo.
—¿Me creerías si te dijera que eres la primera persona con la que estoy en un año? —pregunta.
Busco falsedad en la oración, pero su forma de mirarme me confirma que no existe más que franqueza. Oculto mi sorpresa por la confesión tan bien como puedo. Estoy segura de que si no ha estado con nadie en tanto tiempo es debido a algo suyo, no porque no tuviera oportunidades. Eso me lleva a cuestionarme si la última chica con quien lo intentó lo rechazó o hizo sentir mal respecto a que, anatómicamente hablando, faltan piezas de él, por así decirlo. Eso sería una estupidez astral de la mano de un corazón insensible.
—¿Doce meses de abstinencia sexual? —Aligero mi tono mientras apoyo mi barbilla en su hombro—. Ya entiendo por qué creías que íbamos a romper una cama, ¿pero sabes qué cosa está fuera de mi entendimiento aún?
Odio que una inseguridad sea capaz de opacar todo lo demás que brilla en una persona. Exhalo despacio y le doy un apretón a su antebrazo. Es evidente que la vacilación lo golpeó y trata de que no se note tanto.
—Ilumíname —murmura.
—No entiendo, y aunque no lo digas sé que lo estás pensando, cómo crees que algo de ti va a disgustarme o voy a juzgarte por eso. Si lo hiciera sería una persona superficial, y a pesar de que tengo más defectos de los que puedo contar, estoy segura de que eso no está en mi lista.
Al principio su expresión no cambia. Veo los demonios de la indecisión revoloteando en la forma en que frunce levemente el entrecejo y su nuez de Adán sube y baja con fuerza. Entonces, le doy un leve mordisco a su hombro, tratando de demostrar que en verdad ya estoy arriba de este barco y no me importa lo que digan los pasajeros, solo el capitán... Eso no tiene mucho sentido, pero para tener tanto alcohol en sangre creo que estoy bastante cuerda. Mi tolerancia me sorprende.
El gesto juguetón sirve dado que las comisuras de sus labios se arquean hacia arriba, y otra vez tengo a un Jaden alegre ante mí.
Sin embargo, no dejo que sus manos desprendan el botón. Niego con la cabeza en cuanto lo intenta antes de pasar a arrodillarme en el piso, frente a él. Aparto sus manos como me las apartaría la señora Hyland al intentar robar algunas galletas recién salidas del horno.
—Yo me encargo —digo desprendiendo para luego bajar el cierre. Lo oigo inhalar con fuerza y reprimo una sonrisa—. Levanta un poco tu jardín trasero, por favor. —Hace lo que digo y tiro de los pantalones hasta que están en sus muslos. Vuelve a sentarse y los bajo, revelando una rodilla y un muñón—. Se agradece la cooperación, señor Ridsley. —Termino de quitarle la prenda para lanzarla a un lado e inspeccionar la pierna ortopédica por primera vez—. A mi abuelo le gustaría tener una de estas, ¿sabes? Patearle el trasero a alguien con un pie metálico entra en su lista de deseos antes de morir.
—Billy Anne Beasley Shepard —dice riendo mientras me incorporo y detengo de pie entre sus piernas, sintiendo sus grandes y suaves —debe ser por la cantidad de crema hidratante que usa—, manos fijarse a cada lado de mis caderas—. Estás matando el momento —informa, pero teniendo en cuenta que tengo sus bóxers a dos centímetros de mis rodillas sé que es mentira—, pero... pero gracias.
Aparto un mechón de cabello castaño que le cae sobre la frente. El agradecimiento, profundo a pesar de la ligereza y rapidez con el que es dicho, me hace sentir bien. No hay nada mejor que lograr levantarle el ánimo a una persona, y si de paso se levantan otras cosas... Bueno, bienvenido sea, ¿no?
—¿Este es el momento donde volvemos a la acción? —Arqueo una ceja.
—Este es el momento donde volvemos a la acción —confirma.
Siempre que leo una escena de romance erótico en los libros todo parece perfecto en cada nivel. No hay equivocaciones ni torpeza.
Sin embargo, no fue hasta que lo experimenté por primera vez hace dos años, que me percaté de las muchísimas cosas que nadie te dice. Entiendo que no es muy romántico que alguien te cuente que, cuando tu cuerpo y el del otro están tan juntos y sudados, al despegarse se oye el ruido de una docena de tentáculos; que vas a terminar con vellos púbicos en tu boca o pegados en otras partes, que puede que su nariz termine en tu axila, la tuya en la de él o le des un rodillazo en la entrepierna sin querer. Hay cosas que no huelen tan lindo, ruidos muy graciosos, fluidos corporales que van y vienen, la posibilidad de que se te salga un gas, muecas de frustración cuando el otro no te toca de la forma en que necesitas y pasas a convertirte en un inspector de tránsito diciéndole para dónde ir. El sexo, a mi parecer, no es lindo. Está lejos de serlo, pero es placentero y tiene su encanto en otras cosas, como en las miradas al final, o saber que eres la razón por la que alguien tiembla y apenas tiene fuerzas.
Es la unión de los contrarios lo que hacen la verdadera experiencia.
Jaden es, sin duda, de los mejores experimentos de índole sexual en los que pude participar. Pasamos todas las pruebas, algunas dignas de una calificación extraordinaria y otras no tanto, pero estas últimas al menos nos hacen reír a los dos.
Dejar la vergüenza de lado y simplemente ser tú, así, sin filtro, es de las mejores cosas que trae consigo la intimidad, y saber que la otra persona también se siente igual crea un universo distinto y listo para explorar.
Me pongo la prótesis en silencio antes de buscar unos pantalones deportivos cortos. Estiro los brazos sobre mi cabeza, haciendo sonar un par de huesos, y una sonrisa tira de mis labios al verla durmiendo boca abajo. La sábana llega a envolver la mitad de su espalda, el resto de la piel es iluminada por el débil resplandor de la lámpara. Su cabello, a pesar de que lo ató en una coleta para que no nos molestase, si antes tenía una crisis de identidadahora tiene una de existencia. Duerme con la boca ligeramente abierta, babeando un poco.
Sé que he hecho un buen trabajo dado que la he dejado exhausta.
Estoy encaminándome al baño cuando oigo susurros desde la sala. Dejo la descarga de vejiga para después y encuentro a Bernardo e Inko haciendo de soporte a Bill Shepard, quien cuelga entre ellos como si un huracán de categoría cinco le hubiera pasado por encima.
—¡Hey, ahí está el pescador! —dice el anciano, sonriendo de un extraño buen humor—. ¿Qué tal la pesca? ¿Qué te comiste? ¿Un tiburón o un camaleón?
—Estoy seguro que los camaleones no son animales acuáticos, coach —dice Ciro desde la cocina, codo a codo con la pelirroja mientras revuelven el bolso de Billy Anne, buscando las llaves que saben que les quitó.
—Tú equivales a un perezoso de tres dedos en el reino animal —le dice Tyra—, y la vez que te empujé a la piscina para que te ahogaras a los once, desgraciadamente, flotaste. Concluyo que es posible que un animal terrestre pueda sobrevivir en el agua.
—Niña Timberg siempre ha pateado el trasero de niño Hyland con palabras. —Bill sonríe con nostalgia—. Yo le enseñé a hacerlo. Ahora, ustedes dos, llévenme al baño —ordena a mis amigos, quienes comparten una mirada vacilante—. ¿Piensan que dejaré que me ayuden a bajarme los pantalones y les mostraré mi retaguardia? Sigan soñando, solo déjenme en la puerta, zoquetes. No estoy tan viejo como para necesitar de sus habilidades de limpieza corporal, de las cuales debo decir que desconfío bastante. De seguro le apestan los pies a ambos.
—Dime zoquete otra vez y meteré tu cabeza dentro del excusado, cielo —dice Bernardo con dulzura.
—Tú eres mi amigo, no me refería a ti, sino a este otro —replica señalando con su mentón a Inko—. Aunque Ridsley y Hyland también entran en la categoría de zoquetes, zopencos, patosos...
Ellos desaparecen por el pasillo y me sumo con los demás en la cocina, prendiendo la cafetera. Ya está amaneciendo y soy del tipo de persona que, una vez que se despierta, le cuesta volver a conciliar el sueño, sobre todo si es de día.
—Solo para que sepas, nos prohibieron el ingreso a ese bar —dice Tyra con naturalidad, encontrando las llaves y haciéndolas girar en su dedo índice—. Fue divertido mientras duró, en fin, me estás empezando a caer un poco mejor —confiesa antes de ir directo a la puerta, esperando que Ciro la siga—. Gracias por acompañar a Billy a casa.
—Soy un caballero de brillante armadura, ¿qué más se puede esperar? —Le sonrío mientras tomo una taza del secaplatos y ella rueda los ojos, dejando en claro que he presionado un poco nuestro débil lazo.
—Llama el elevador, ya te alcanzo. —El rubio espera a que Tyra desaparezca para cruzarse de brazos y mirarme de la misma forma en que me mira mi abuela cuando sabe que estoy ocultando algo—. Te acostaste con ella, ¿verdad?
—Así es.
No hay necesidad de mentir.
—¿Fuiste bueno?
—Muy bueno.
Él me lanza una mirada de «Sabes que no es a lo que me refiero, idiota».
—Como metas la pata o no sepas respetar lo que quiere te haré flotar en una piscina, pero no vivirás para contarlo —advierte.
—Nada mejor que empezar una mañana post resaca con amenazas de muerte. —Me sirvo el café y levanto la taza en su dirección—. No te preocupes. Respeto tu posición de amigo y entiendo que reafirmes tu autoridad como tal intimidándome, o haciendo el intento al menos.
Él me da una palmada por demás de fuerte en la espalda, sonriente. Casi escupo el café.
—Es lindo saber que nos llevamos tan bien, ¿no crees? —Con eso se marcha, pero en cuanto la puerta se cierra no me encuentro solo.
Bernardo, probablemente espiando muy pacientemente desde el corredor, llega corriendo para saltar sobre una de las banquetas. Apoya las palmas en la mesada de mármol y se inclina hasta que estamos lo suficientemente cerca para que vea la exasperación en sus ojos.
Cada músculo de mi cuerpo se tensa. Mi agarre en la taza se hace más fuerte.
—¿Acaso has perdido la maldita cabeza, Jaden? —sisea por lo bajo, para que el entrenador no nos oiga. Hay enfado en su voz, algo muy impropio de él—. Tú tienes novia, corazón. ¿O es que el nombre de Agnes se borró mágicamente de tu cabeza gracias al alcohol? —Hace un ademán nervioso con las manos—. ¿Por qué no estás tan histérico como yo? Acabas de ser infiel y convertir a tu compañera de departamento en la otra mujer. ¡¿Entiendes la gravedad de...?!
—Tranquilízate. —Inko lo toma por la cintura y obliga a bajarse de la banqueta—. No es asunto nuestro, no armes una escena y vámonos. —Trata de ser el mediador, sintiéndose incómodo por estar envuelto en esta situación.
—¿No es asunto nuestro? —Bernardo lo empuja con rabia, incrédulo—. Es nuestro amigo, se supone que tenemos que cuidarlo y decirle cuando la ha cagado hasta el fondo, como ahora. —Sus ojos azules vuelven a mí con rechazo—. ¿Por qué rayos ni siquiera me contestas? —escupe.
Espera una respuesta de mi parte, al menos un mínimo gesto, pero no consigue nada. Suelta un bufido.
—Realmente eres increíble —dice decepcionado.
Se marcha e Inko queda de pie frente a mí.
—Supongo que no dormirás en el sillón hoy —digo. Cada vez que salimos de noche, el noventa por ciento de las veces, él se queda aquí conmigo.
En este caso niega con la cabeza.
—Parece que no te hace compañía esta vez, hermano. —Las palabras son ligeras, pero pesan un montón.
En cuanto se marcha me termino el café de un solo trago y paso las manos por mi cabello, tirando de las hebras con más fuerza de la necesaria. Fabulosa forma de empezar el día.
—¡No hay más papel! —grita el abuelo desde el baño—. ¡¿Cómo se supone que voy a limpiarme el trasero?! ¡Vayan a comprar antes de que use la cortina de la ducha!
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¡Buen domingo, mis niñas y niños!
Les dejo este capítulo para que cierren de la mejor manera (o peor, depende de cómo lo miren) la semana. 😂
Repetimos tres cosas importantes para que no queden dudas:
1) Jaden y Billy Anne se acostaron
2) Jaden tiene novia
3) BILL SHEPARD SE QUEDÓ SIN PAPEL
💥 ¡Sección para mostrar a quién apoyan y desahogarse contra los personajes aquí! 💥
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
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