Las yemas de mis dedos apenas logran rozar la correa de la cartera antes de que su boca se presione contra la mía.
Gimo ante la sorpresa. Sabía que era provocativo, pero una cosa es ser coqueto en el habla y otra muy distinta es atreverse a llevarlo a otro nivel. Una de sus manos envuelve mi nuca, acercándome incluso más mientras la otra alcanza mi cintura y tira de ella hasta que estamos presionados en todos los lugares que no deberían estar tocándose en la vía pública.
Se supone que el alcohol afecta seriamente la producción de testosterona, la inhibe en realidad, pero a Jaden no parece costarle conseguir una erección. Esas cervezas deberían disminuir su excitación, y los tequilas la mía, pero eso no parece estar funcionando. La ciencia me falla y, por primera vez, me hace feliz que lo haga. Me olvido por unos minutos de todo lo que no está en estrecha relación con la forma en que sus labios de mueven sobre los míos; pausada, apasionada y exquisitamente.
Me pongo de puntillas y se lo devuelvo con ánimo, tomando sus hombros para no perder el equilibrio. Otras estarían seguras de que no las dejaría caer, pero si el primer día que nos conocimos no hizo nada cuando me fui de cara al piso, tengo que ser precavida incluso estando algo ebria. Además, sentir sus músculos contrayéndose bajo las capas de tela es fantástico.
La lluvia sigue siendo liviana, pero a pesar de que tengo los ojos cerrados, me molesta, así que tiro de su camiseta para subirnos a la vereda. No hay nada de romántico en ahogarte mientras estás besando a alguien, y por supuesto que no tengo la intención de que me atropelle un coche.
Sorprendentemente, sin tropezar mientras camino en reversa, pero casi haciéndolo, logro llevarnos bajo el toldo de un café. Dando medio giro hago que su espalda quede presionada contra la vidriera y rompo el beso, necesitando oxígeno pero sin dejarlo ir. Nos sostenemos la mirada mientras respiramos algo agitados. En sus ojos mieles hay fogosidad, y sé que en los míos debe reflejarse mi fascinación. Miro mis puños, bajo los cuales se arruga la prenda, y lo suelto despacio antes de alisar la tela algo húmeda.
No me gustan las arrugas en la ropa.
—Eso estuvo... —comienzo, buscando la palabra correcta.
Una lenta sonrisa tira de sus labios, creciendo con cada segundo que no puedo darle punto final a mi oración.
—Como un chocolate —termina por mí.
Dejo caer mis brazos laxos a mis lados, confundida.
—¿Cómo un chocolate? —repito—. ¿Qué clase de chocolate? Porque me ofenderé si dices uno de de almendras. Ese no me gus...
Sus labios encuentran el camino a los míos otra vez. Sus manos enmarcan mi rostro y siento que me evaporo con la lluvia cuando su lengua hace movimientos de break dance, vals, capoeira y chachachá dentro de mi boca. Con medio giro soy yo la que termina sintiendo el frío del vidrio en la espalda.
—El chocolate se come a temperatura ambiente, a veces con unos minutos en la heladera —dice deteniendo las clases de baile para mirarme—. Cuando llega a tu boca se deshace lentamente, tienes una especie de orgasmo bucal a consecuencia de lo culinario, y luego, cuando ya se ha ido, todavía puedes percibir el sabor. Queda grabado y quieres más —explica, riéndose cuando lo miro horrorizada por mezclar términos que ni ebria sería capaz de entreverar—. Nuestro beso es como un chocolate suizo importado de alta calidad, amor.
Eso me estrella contra la realidad, haciendo que suspire.
—Un chocolate caro —advierto, haciendo que sus manos vacilen en mi piel. Aprovecho para tomar la correa de mi bolso y deslizarla fuera de su brazo—. Riquísimo, pero costoso. Agradezco el subidón de temperatura, ya que me estaba congelando por la llovizna, pero será mejor que nos vayamos a casa. Tratemos de seguir con la operación Amigos-Sin-Derechos. —Comienzo a caminar nuevamente, tratando de apaciguar mi respiración.
—El sin le quita la diversión —se queja, siguiéndome. Reprimo una sonrisa al oírlo—. En fin, tú te lo pierdes.
Una vez que llegamos al Jeep que nadie va a conducir por obvias razones, tomo el bolso de Tyra. Al no tener un conductor designado doy por sentado que todos se tomarán un taxi y tendremos que venir por los coches mañana. Ellos se encargarán de llevar al abuelo a casa, y solo ahí les daré las llaves de su departamento. Es un intercambio justo: si no traen a Bill Shepard de vuelta, más o menos en una pieza, duermen en la calle.
Soy una nieta terrible, pero estratégica. Aunque quisiera llevarme al dinosaurio conmigo sé que no lo convencería. Nunca lo vi divertirse tanto. Además, confío en mis amigos para mantenerlo con vida. ¿Sobrio? No, pero vivo sí.
Jaden consigue que un taxista se detenga al segundo intento. Una vez en el asiento trasero, como cada vez que me toca viajar de noche, me relajo al instante. No se trata solo del cansancio físico, mental o por el vodka. Algo tienen los viajes en coche que te invitan a mirar a través de la ventanilla las luces distorsionándose y luego cerrar tus ojos. Esto último no lo haría de no estar con alguien más. Si estuviera sola probablemente tendría el número de emergencias ya marcado en el celular, lista para pulsar el botón verde. Las calles no son seguras.
Siento su rodilla rozar la mía suavemente. Giro la cabeza y veo que me está sonriendo.
—Lo siento, fue sin querer. —Levanta ambas manos en señal de rendición antes de callarse otra vez.
Me deja en paz y su mirada se traslada a las calles de la ciudad. Estudio su perfil y tengo el impulso de hacer muchas cosas a la vez, como tirármele encima, pero creo que pondría incómodo al señor taxista.
El fantasma del beso merodea a mi alrededor, no queriendo ser olvidado. En verdad disfruté eso, pero que se sienta bien y sea lo correcto a veces no es lo mismo.
—Lennox salió muy lastimado de nuestra relación —confieso, en un impulso por hacerle entender cuál es el mayor problema aquí—. Él dio más de lo que recibía, y creo que estaba demasiado enamorado como para verlo. Traté de ayudarlo.
Él se gira y ladea la cabeza, estudiando mi rostro.
—No soy él, yo jamás aceptaría menos de lo que estoy dispuesto a dar —asegura en voz baja.
—No puedes prometerlo.
—No puedes saberlo si no lo intentamos —replica.
Sonrío porque es ágil con las palabras. Es una habilidad que muchos políticos dominan y, como es sabido, es una arma de doble filo.
El resto del viaje se hace extenso. En verdad me siento una contradicción bípeda. Me digo que el apetito sexual va a desaparecer por la mañana, ¿pero qué si no lo hace? Vivimos juntos, hay una posibilidad de que solo se intensifique, como también una de que desaparezca. Sin embargo, cuando hay cincuenta y cincuenta de probabilidades apostar no es tan fácil. En verdad quiero creer que puede mantener los sentimientos aparte, ¿pero no hay como un millón de películas y libros que muestras la pésima idea y consecuencias de ello?
Por otro lado, esta parte de mí que sí lo quiere, es la que grita por un respiro. A veces siento que me falta algo, que una parte mía está siendo consumida y necesito llenarla con algo más. Me gusta trabajar, estoy aquí para ganar el puesto de Adrinike Cod y demostrarle a mis padres que puedo enfrentarme a la vida adulta, pero por mucho que esté dispuesta a enfocarme en este, por más que sea mi prioridad, sigue faltando una pieza del rompecabezas. Sé que no es un chico, lo tengo claro, ¿pero entonces?
Cuando estoy con Jaden me olvido de que falta algo, no porque él sea aquello que busco, sino porque, por más feo que suene, rellena ese espacio de forma temporal. Es un sustituto, una bocanada de aire fresco, las rueditas de apoyo de mi bicicleta hasta que halle la clave para encontrar el equilibrio.
Se lo digo, no tengo necesidad de ocultarlo. A Lennox se lo dije tarde porque al principio no lo sabía. Sigo reflexionando tras que pagamos a medias el taxi y saco la llave para entrar al edificio. Está silencioso mientras subimos al elevador.
—Aún hay tiempo —avisa, viendo mi ceño fruncido y adivinando que sigo dando vueltas al asunto—. Y cuando estás entre un sí y un no, debes, según mi hermana, ir por el sí. —Presiona el botón de nuestro piso y esconde las manos en los bolsillos traseros de sus jeans.
—Tu hermana no me inspira confianza, sin ofender —acoto—. Es irresponsable e impulsiva.
—Pero debemos reconocer que sabe disfrutar la vida. —Bufo en respuesta y él echa la cabeza hacia atrás para reírse. El sonido es delicioso y su imagen borracha y llena de júbilo se multiplica en los espejos que nos rodean—. Dios, mujer, entiéndelo de una vez: soy responsable de mis propias decisiones, y por más que tus intenciones de cuidarme sean buenas, tarde o temprano, si tengo que cagarla, y no estoy diciendo que al final así será, lo haré ya sea contigo o haciendo otra cosa. En la vida hay consecuencias por todo, por hacer y no hacer, pero las primeras al menos acarrean la palabra vivir en ellas —canturrea—. ¿Es que acaso siempre elijes las segundas?
Me condiciono para elegirlas, pero a veces no quiero.
El elevador se detiene y nos da la bienvenida a nuestro piso. La puerta del apartamento está al frente, con la cálida alfombrada de bienvenida elegida por el abuelo esperando por nosotros. Mi mirada oscila entre la puerta y Jaden. Quiero esto, con o sin alcohol en mis sistema, lo sé.
Él se encoge de hombros y saca su llave para abrir. No insiste mientra trabaja en la cerradura.
Sin embargo, es mi turno de hacerlo. Alcanzo su brazo y tiro de él.
Eres responsable de tus decisiones, no me olvido de eso mientras convierto el beso fantasma en uno de verdad.
No estaba preparado para esto, por eso me tambaleo hacia atrás con sorpresa.
El problema es que ya había abierto la puerta y no tengo dónde apoyarme.
Caemos con un ruido brusco al piso, haciendo que tiemble. Los vecinos del piso de abajo no van a estar contentos con esto, y ciertamente mi trasero tampoco lo está mientras aprieto los dientes y cierro los ojos, adolorido. Ella gime en voz baja y rueda fuera de mí. Mis pulmones se expanden ante la pérdida de la presión, queriendo oxígeno tanto como Bernardo quería ese tercer ron con cola hace media hora atrás.
—Linda pero dolorosa forma de aceptar —digo quejumbroso—. Si vas a seguir con este ritmo tan... rudo toda la noche, temo no poder estar a la altura. —Hago el esfuerzo y me incorporo sobre los codos para mirarla—. Lo siento, pero prefiero despertar sin una fractura de pene y con todas las costillas ilesas mañana.
Ella me mira con ojos incrédulos y bien abiertos, pero poco a poco la diversión se filtra en ellos. Se ve hermosa tumbada en el piso sin barrer —me tocaba a mí, pero me olvidé—, con el cabello abierto como un abanico alrededor, limpiando lo que no limpié. Me está haciendo un favor sin saberlo, así que tendrá doble recompensa por ello y yo no tendré que tocar la escoba a cambio.
Todos felices.
—Eres un imbécil —dice negando con la cabeza—, ¿seguro que estás bien? Me disculpo por sorprenderte con el beso, pero tu poder de convicción tardó en hacer efecto —señala, evidenciando que parte de lo que obtuve fue mi culpa.
Estiro la pierna y alcanzo la puerta. La cierro de una pequeña patada al tiempo que ruedo para quedar sobre ella. Se deshace de la cartera arrojándola a un lado para luego rodear mi cuello. Sus dedos están fríos y me ponen la piel de la nuca de gallina, pero una vez que se hunden en mi cabello se me pasa.
—Supongo que estamos a mano por esa primera vez que te dejé ir de cara al piso —recuerdo.
—Yo decidiré cuando estemos a mano, Ridsley.
Esta vez, es ella quien toma la iniciativa.
Para tener una boca tan pequeña de la que salen cosas tan cerebrales sabe hace cosas grandes y apasionadas, dejando de lado lo racional. Al mismo tiempo, como un dueto de bailarines que se saben la coreografía a la perfección, nuestras caderas encajan con necesidad. Sus pezones se endurecen contra mi pecho y la beso con más fuerza en respuesta, antes de sentarme y arrastrarla conmigo hasta que queda sobre mi regazo y con sus rodillas a cada uno de mis lados. Mis manos llegan a su estómago y se estremece, rompiendo el beso mientras desabotono los últimos botones de la camisa. Mis dedos se cuelan bajo la tela mojada, rozando la cintura de sus jeans. Le sonrío antes de hundir mi rostro en el hueco entre su cuello y clavícula, dejando un rastro de besos sobre la piel. Simultáneamente mis dedos descienden, alcanzando el cierre de sus pantalones y jugando con él. Sube y baja, baja y sube, parezco un niño en este instante.
—No creo que sea buena idea dejar un camino de ropa hasta la habitación —dice, alejándose para que la mire. Sus manos cubren las mías, impidiendo que le desprenda el botón de los jeans—. Primero, porque nos delataría.
—¿Y segundo? —pregunto.
Ella le da un ligero apretón a mis manos inquietas.
—Porque no barriste el piso y está sucio.
—Diablos... —susurro, inclinándome para robarle un beso, pero ella arquea una ceja en la espera de una respuesta—. Creí que no lo notarías teniendo en cuenta que deberías estar concentrada en mí, no en los ácaros que duermen la siesta en el suelo.
—Podría hacerte sacar la escoba en este instante por ese comentario. —Rodea mi cuello con un brazo y me señala con su dedo índice a modo de reproche.
—Me encantaría sacar mi escoba —aseguro, mordiéndole el dedo.
Chilla en respuesta y aleja su mano de mi boca, riendo con fuerza. Sus mejillas se encienden como el rojo de los semáforos al entender el doble sentido. Adoro la forma en que sus ojos se achinan, enjaponesen o como se diga. Se ve adorable mientras me da un golpe en el hombro y me pongo de pie, cargándola. Sus piernas se envuelven alrededor de mi cadera, dándome a propósito una patada en la retaguardia con el talón, y me abraza mientras atravieso la cocina y sala.
—Tu perversión es tan patética que termina siendo divertida —informa mientras me detengo en el corredor y ella extiende la mano para encender la luz—. ¿Tu habitación o la mía?
—¿Crees que tu cama resista? —La miro con seriedad.
—El que no resistirá eres tú —se burla.
—Entonces la mía. Así no tendré que arrastrarme hasta mi cuarto después de que me des una paliza sexual.
Su rostro, en el cual se reprime una sonrisa, desaparece en cuanto vuelve a apagar la luz y trazo el camino a la recámara. Vuelvo a distinguir sus facciones con claridad cuando la dejo en la cama y alcanzo la lámpara de la mesa de luz, pero esta vez hay algo diferente en esa curva, una suavidad que me hace encoger el corazón dentro del pecho.
Nos miramos un momento. Si alguien quiere dar marcha atrás es ahora.
—Eres responsable de tus decisiones, ¿recuerdas? —dice, estirando las manos y tomando el dobladillo de mi camiseta, lista para sacarla sobre mi cabeza dependiendo de lo que responda.
—Y muy feliz de tomarlas, amor —aseguro, ya queriendo hundirme dentro suyo.
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Yo sé que creen que a veces me olvido de ustedes (y puede ser), ¿pero piensan que voy a olvidarme de que Jaden tiene que barrer con su escoba a Billy Anne? ¡Nunca! 😂
¿Cómo los trata la vida? ¿El trabajo/los estudios los están aniquilado? ¿Algún tip de supervivencia para estas pobres almas?
1. Random: ¿Alguna vez le enviaste un texto inapropiado a tu mamá o papá por accidente? ¿Qué decía?
2. ¿Hacemos que narren Jaden&Billy en el próximo capítulo o Billy&Bill?
3. Una canción sensualonga, por favor 😏
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
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