1. Batiendo un comienzo
—¡Billy Anne Beasley Shepard! —grita el anciano, observándome horrorizado mientras saca algo que sobresale de un bolso en el baúl del Jeep.
Mataré a Tyra, es oficial.
—No es lo que parece, abuelo —aseguro reacomodando la caja de mudanza entre mis manos, con cada neurona del cebrero tejiendo una mentira—. Es... es la nueva batidora eléctrica PFG 500, con pilas recargables al sol para llevar de camping.
¿Qué mierda acabo de inventar?
Shepard arquea una ceja sorprendido.
Supongo que juega a mi favor ser honesta la mayor parte del tiempo dado que ahora me cree sin dudar.
—A mí me parece un consola... —se entromete Ciro con ambas manos en sus caderas, pero se queda sin aire en cuanto lo interrumpo estampándole la caja que cargo contra el pecho. La toma maldiciendo por lo bajo y alzo la cabeza para dispararle una advertencia con los ojos—. Un consuelo para sus dedos de cocinero, coach. Ya no necesitará batir la salsa a mano —corrige sin aire.
—No se necesita una batidora para hacer salsa, estúpido Hyland —replica Bill escudriñando el artefacto y sacudiéndolo de un lado al otro. Por suerte sus anteojos están en el auto y no es capaz de diferenciar un bebé de un saco de patatas, mucho menos un juguete sexual de un electrodoméstico—. Se nota que no heredaste el cerebro de tu madre.
—No, de ella heredé la belleza y el encanto —informa el rubio con una sonrisa engreída antes de girarse y adentrarse en el edificio.
El entrenador, como sigue insistiendo en que lo llamen a pesar de estar retirado, no es muy fan de los que se apellidan Hyland.
Me apresuro a llegar al abuelo y quitarle la tecnología de autoplacer de las manos y guardarla en otra caja en su lugar, lejos de los ojos curiosos de los que pasan por la vereda y se preguntan por qué un hombre de setenta y dos años años está usando un consolador a modo de maraca mexicana.
—Aún no puedo creer que mamá y papá hayan aceptado esta clase de humillación a la única descendencia directa que dejaran en el planeta. —Suspiro doblándome por la cintura y tomando esa última caja mientras él quiere adueñarse del bolso en donde estaba la batidora. ¿Por qué rayos se me ocurrió eso entre todas las cosas que podía inventar?—. No es normal compartir piso con una compañera de veinte y tu abuelo de casi un siglo de vida. Es más bien perturbador.
—Solo serán tres meses, deja de quejarte antes de que te ponga a correr para que conozcas el vecindario —advierte antes de que le arrebate el bolso y me las arregle para colgarlo de mi hombro mientras hago equilibrio con la caja—. Sabes que no soy tan anciano, ¿verdad? Si pude cargar más de dos equipos y cuatro generaciones de zopencos en mis días como entrenador, puedo con un bolso y la PFG 500 eléctrica y recargable al sol, la cual quiero quedarme, por cierto. Haré pasteles.
Tyra tendrá más de un funeral por eso y me aseguraré de que haya la suficiente cantidad de donas como para que quiera estar viva.
—Tu columbra vertebral con más de siete décadas de existencia no dice lo mismo —recuerdo saltando para alcanzar la puerta del maletero del jeep.
Me lleva unos dos intentos alcanzarla y cerrarla mientras sostengo las cosas apretadas contra mi pecho con el brazo derecho. Heredé muchas cosas de mis padres, como por ejemplo mi cabello. Mi madre es castaña y mi padre rubio, y como si hubieran puesto sus dos cabezas dentro de una licuadora terminé teniendo un pelo multicolor con mechones de más de cinco tonalidades diferentes. También tengo los rasgos faciales de Kansas Shepard y varias habilidades y facilidades de Malcom Beasley.
Pero no tengo la altura de ninguno.
Mi ADN debió estar, y seguir estando, de mal humor mientras crecía. Soy una especie de liliputiense de dieciocho años con mi metro cincuenta y tres de estatura.
—Acompañé a ambas de mis hijas, tanto a Kansas como a Zoe, en sus primeros años de universidad, así que no te librarás de mí tan fácilmente, niña. —Se burla inclinándose para depositar un beso en mi cabello antes de añadir:—Por cierto, átate los cordones antes de que caigas sobre tu ya sabes qué.
—Pero yo ya me gradué de la universidad, voy a empezar a trabajar como un adulto real —objeto—. ¿Lo recuerdas o tu memoria ya comenzó con los cortocircuitos?
—Cortocircuito mi trasero —espeta bufando mientras comenzamos a encaminarnos a la entrada del edificio—. Mi memoria funciona tan bien como las articulaciones de mi pie en caso de que me vea obligado a metérselo a alguien en su retaguardia.
—¡Abuelo! —reprocho frunciéndole el ceño—. ¿Qué hablamos sobre espantar a los posibles amigos y compañeros de mi recién empezada vida adulta usando tu extremidad como bate de béisbol y sus patios traseros como pelotas?
—Yo no firmé ninguna contrato —se excusa levantando las manos con inocencia.
Niego con la cabeza estando mentalmente exhausta. Puedes alejar los traseros del pie de Bill Shepard pero no al pie de Bill Shepard de los traseros.
No estoy totalmente segura o conforme con la idea de él mudándose conmigo. Primero porque otra persona, en este caso Ibeth Ridsley, tendrá que sufrir las consecuencias, y en segundo lugar porque todo lo que quería era independizarme.
Supongo que estas son las desafortunadas secuelas de tener un cerebro que va a toda velocidad. No es que me esté regodeando, pero tuve la suerte de que mis neuronas cooperaran antes de tiempo respecto a todo. Salté del kinder al preescolar y luego de unos pocos años empecé la preparatoria, la cual terminé tan rápido como arranqué para adentrarme a la universidad con quince años y hacer la carrera de periodismo en tiempo récord.
Mis padres estuvieron orgullosos, pero también malditamente aterrados.
Creyeron que me costaría empezar con el ritmo de una vida adulta y conseguir un trabajo, y teniendo en cuenta que tenía planeado mudarme a otra ciudad pensaron que necesitaría a alguien que me acompañase hasta que las cosas se asentaran un poco. Tengo a mis amigos, Tyra y Ciro, quienes asisten a la Kordell Central University, pero eso no fue suficiente.
El abuelo, desde que se retiró, tuvo esta idea de comenzar a recorrer el mundo con Anneley. Sin embargo, con su lado sobreprotector y entrometido, estuvo más que de acuerdo con mis padres y fue el primero en ofrecerse a ser mi chaperón temporal.
Su esposa estaría visitando estos tres meses de primavera a sus nietos en California, los tres hijos de Sierra Montgomery y Logan Mercury, mientras él me seguía como Scooby-Doo y Shaggy a Vilma y la caja de scooby-galletas hasta aquí.
Para el comienzo del verano habría una fiesta de despedida antes de que la pareja de ancianos se fuera directo a otro continente. Mientras tanto debía sobrevevir a la sobrealimentación con pasta y a su problema de gases que parecían ser el cuádruple de poderosos que los de una persona de su e...
Ahogo un grito en cuanto me piso los cordones y tropiezo hacia adelante. Hago el desesperado intento de no perder el equilibrio y me hubiera ido de frente contra la vereda con caja y todo si un sujeto no hubiera sido lo suficientemente rápido.
Llegó a quitarme la caja de las manos.
Y me fui de cara al piso sin ella.
Gracias por nada, desconocido.
Alcanzo a poner las manos para que el impacto no termine por desfigurar mi rostro, pero de todas formas mi nariz hace contacto con la losa y mis codos al desnudo se raspan, haciendo que un ardor se extiende por mis brazos. Si tuviera abdominales tal vez la colisión contra mi estómago no hubiera dolido, pero como soy partidaria de las hamburguesas eso no pasó.
Mis rodillas, a pesar de estar envueltas en jeans, también se llevan una buena parte del golpe y estoy segura de que si tuvieran mente y cuerpo propio irían a denunciarme ante un juzgado por maltratarlas desde que nací.
El dedo pequeño de mi pie izquierdo también las hubiera acompañado a pesar de no estar involucrado con este incidente en particular.
—¡Te dije que te ataras los cordones, Billy Anne! —grita el abuelo desde atrás.
Billy Anne. Si lo dice otra vez será mi pie el que se incruste en su prehistórico trasero.
Detesto que me llame así, pero si no pude evitar que lo haga en doscientos diecinueve meses de vida no lo lograré ahora.
Fui víctima de los problemas incluso antes de nacer. El obstetra de mi madre, quien ya estaba cerca de su jubilación, le dijo a mis padres que era un niño. Claramente ese médico no veía ni un león de Katanga dentro de un vaso de agua.
Todo el mundo creyó que vendría con un pequeño pene al mundo, pero no fue así.
Incluso cuando nací y mi tía Zoella junto al abuelo fueron a verme pensaron que había un varón envuelto en una manta. Le dijeron a ella que querían que escogiese mi nombre y de su boca salió Billy en honor al viejo Shepard.
Es un nombre unisex y mis padres no se opusieron, pero en cuanto Zoe fue a cambiarme mi primer pañal ─no sé por qué consideran que eso es un honor si involucra heces en miniatura─, y notó que no había dos canicas colgando al sur de mi cuerpo, quiso retractarse y dijo que no podría llamarme Billy siendo una niña.
Así que votó por Anne.
Al entrenador no le gustó ni un poco el cambio, así que llegaron a un consenso y desde entonces tengo un nombre compuesto: la jodida Billy Anne.
Y sí, digo jodida porque ahora estoy sobre mis manos y rodillas —posición denigrante para cualquiera con respeto por sí mismo— levantando la cabeza y mirando directo al desconocido que decidió salvar la caja antes que a otro ser de su misma especie.
Esto es humillante a nivel espacial. Con agujeros negros, planetas y todo el elenco de La guerra de las galaxias incluido.
—Estoy acostumbrado a que me veneren, pero ninunga chica había sido tan literal antes —dice el extraño con una media sonrisa tan traviesa como astuta curvándole los labios.
Lo miro desde el piso, en cuatro patas si hablamos en términos caninos, estática por un segundo antes de recomponerme tan rápido como es posible. Parpadeo y obligo a mis neuronas a hacer sinapsis de nuevo mientras ya en posición vertical vuelvo a engancharme el bolso al hombro y sacudo mis manos para quitar los restos de tierra.
—Haré de cuenta como que no acabo de oír el comentario más arrogante del año y que no acabas de decidir salvar a un cubo de cartón en lugar de a mí —señalo antes de quitarle la caja de las manos.
Excepto que no puedo.
Intento tirar de ella pero este moreno de genética indudablemente buena y ego en potenciación no la deja ir, sino que la retiene y ambos nos vemos enfrentados sosteniéndola.
Debo estirar el cuello para verlo en su totalidad sobre la caja. Es altísimo, incluso tanto como mi padre o un poco más. Su cabello es desordenado, brillante y aparentemente sedoso, lo que me obliga a morderme la lengua para no preguntarle qué champú usa. Sus cejas son naturalmente más bonitas que las mías y acentúan ese par de ojos cafés que destellan con picardía.
Entonces noto que su mirada se desvía de la mía y cae en la caja.
Mis ojos se amplían y siento el rubor queriendo prender fuego mis mejillas por ese consolador. Deseos de violencia se arremolinan en mi cabeza al pensar en Tyra.
Me aseguraré de que sea la última Timberg mujer que haya pisado la Tierra.
La sonrisa del extraño crece en proporciones épicas.
—Es bueno saber que algunas chicas saben entretenerse a sí mismas —reflexiona con diversión deslizándose en esa sensual voz que tiene.
Sí, admito que tiene la voz ideal para usar en un comercial de condones.
—Mi nieta no disfruta de la PFG 500 —se entremete el abuelo a mis espaldas, y las cejas del extraño se disparan hacia arriba con incredulidad en cuanto Bill llega a nosotros y mete la mano en la caja, sacando el artefacto—. Yo le daré mucho más uso. A mí me encantan este tipo de cosas —asegura al chico señalándolo con el consolador—. No estoy tan viejo, sé usar esto en contra de tu creencia sobre que no manejo la tecnología actual. —Pasa a apuntarme a mí con el regalo de Tyra.
¿Por qué se me ocurrió decirle que era una batidora eléctrica?
Mis ojos se deslizan lentamente del rostro de mi abuelo al del moreno, quien está literalmente sin palabras. Aprovecho que todavía está procesando lo que acaba de decir Shepard y le arrebato la caja, dejando que sus manos queden levitando en el aire y sosteniendo la nada misma.
—¿Saben qué? —pregunto aclarándome la voz—. Creo que fue suficiente socialización para un día. Vamos, abuelo —animo girando sobre mis pies y, espalda con espalda, obligándolo a avanzar dado que mis brazos están algo ocupados—. Las cosas no se desempacarán solas y todavía tenemos que conocer a la desgraciada que tendrá que vivir con nosotros, ¡nos vamos! —apresuro avergonzada mientras él vuelve a sacudir el objeto como si fuese una bandera en el Día de la Independencia a modo de saludo.
Logro hacerlo atravesar el umbral de las puertas dobles del edificio al mismo tiempo que Ciro baja del elevador.
—¡Billy Anne! —Trago con fuerza antes de girarme hacia la vereda, donde el extraño sigue ahí de pie, llamándome la atención.
Su estupefacción inicial ha sido reemplazada por su anterior expresión de soy-divino-y-lo-sé.
—¿Qué quieres? —Suspiro, sabiendo que el comentario que va a salir de su boca me podría hacer querer golpearlo en la cara.
Los del tipo juguetón como este aparenta ser siempre me dan ganas de practicar boxeo.
—Espero que tu abuelo se divierta con la PFG 500 —dice metiendo sus manos en los bolsillos de sus jeans y dejando que sus labios se curven con altanería.
Parece entretenido con la inocencia de un hombre de setenta y dos años en lo que respecta el mundo sexual y a mi humillación casi tangible.
Ruedo los ojos y tomo una profunda inhalación ante su descaro incalculable antes de permitir que las puertas se cierren.
—Me encontré con ese tipo en el ascensor —comenta Ciro quitándome gentilmente la caja de las manos para que no deba llevarla por más tiempo—. Creo que vive en el mismo piso que tú, ¿acaso te molestó, Annie? —indaga arqueando una ceja mientras observamos al extraño alejarse a través del cristal.
Poniendo mis manos en mis caderas dejo salir el aliento retenido y cierro los ojos, cansada y estresada física y mentalmente por la mudanza, mi encuentro de cara con la vereda y la maldita batidora eléctrica que me inventé. A veces me siento una joven adulta encerrada en el cuerpo de una mujer de sesenta y seis años.
Quiero estar en pijama en la cama, segura en un castillo de almohadas tomando té y leyendo un libro.
—No, pero por una extraña razón siento que en algún momento sí lo hará —reflexiono.
Si vivimos en el mismo edificio nos cruzaremos eventualmente.
—En ese caso dime —pide el muchacho de ojos azules—. Podría darle una advertencia verbal y Tyra se encargaría de lo físico. Sabemos que es bastante agresiva.
—Me sorprende que a veces uses el cerebro como algo más que un objeto decorativo ahí adentro, Hyland —reconoce Bill—. En fin, si ese sujeto te molesta me lo dices de inmediato, Billy —ordena el abuelo antes de levantar el consolador—. Le meteré mi nueva batidora por el trasero.
¿En verdad acaba de decir eso?
Inevitblemente Ciro lanza una ruidosa carcajada al aire y se gana un golpe con el artefacto en el brazo por eso. Yo, por otro lado, reprimo una sonrisa mientras entro al elevador.
Es hora de conocer a esta tal Ibeth Ridsley.
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¡Oficialmente arrancamos con Game Over! Y ustedes saben que yo quiero ver el mundo arder.
¿Primera impresión de Billy?
¿Primera impresión del muchacho con voz para comercial de condones?
¿PFG 500 eléctrica con pilas recargables al sol para llevar de camping?
Nos vemos en el próximo capítulo narrado por Ridsley. 💞🤓
Con amor cibernético y demás, S.
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