En un páramo frío donde no podría vivir ni una mosca, está el hogar de Santa Claus y los duendes ,muy conocidos por su alegría y su rapidez para crear cualquier objeto imaginado y por imaginar.

En la esquina del tercer iceberg, está la Fábrica de Juguetes Polar, creada por el matrimonio Claus. Todos en ella tienen una función necesaria y un fin conjunto... todos menos Galleus.

Galleus no es un duende, ni un elfo, ni siquiera un trasgo, es un gnomo, este viejo hombrecillo siempre soñó con ser un ayudante de Santa Claus.

Los demás duendes nunca tomaron en serio lo que decía y Santa Claus, que le trataba como un verdadero amigo dado que ambos eran igual de viejos, quedó escarmentado cuando cedió a sus súplicas y lo puso a hacer juguetes, el problema de los gnomos es que tienen demasiada magia y todos los juguetes cobraron vida creando el caos.

Desde entonces aceptó a regañadientes el puesto del conserje y solo hacía magia para hacer levitar el plumero y quitar el polvo de las estanterías más altas.

Un día, acercandose la agitada temporada navideña, se encontraba nuestro anciano amigo limpiando el despacho del gran jefe cuando vio el Libro de Niños, donde se apuntan a los niños buenos y malos.

Se alegró al ver que las páginas doradas eran más que las negras, pero un nombre en especial le llamó la atención. En la primera página negra, escrito con un trazo más grueso que el resto, estaba escrito Margaret Buttelcup.

—¿Hechando un vistazo a los niños de este año? —la voz de su jefe a sus espaldas le hizo dar un brinco, a pesar de ser tan gordo eran tan silencioso que siempre asustaba acercandose por detrás.

—No crea, solo quitaba el polvo de las hojas—contestó con su característico tono de desdén.

—Mirabas mucho ese nombre en concreto—tomó asiento en su amplio escritorio y sonrió—, esa niña lleva en esas páginas desde que era muy pequeña.

—Menudo elemento debe ser—siguió con su limpieza simulando que no le interesaba.

—Tras la pérdida de su madre, comenzó a portarse de forma cruel y aprendió muchas palabrotas. No quiero que siga encabezando esa lista negra asi que hace unos años mandé a dos duendes para darle una lección, pero parece que disfrazarse de fantasmas ya está muy visto.

—Oí que un tal Charles Dickens ya patentó esa idea.

—En efecto, pero ese error me hizo pensar, quizás lo que esa niña necesita sea más... magia.

El viejo Galleus miró de soslayo a Santa Claus.

—Galleus, mi querido amigo, siempre quisiste trabajar para mí en algo importante ¿Te ves capaz de hacerme un favor?

—¡No me gusta! ¡odio la sopa! ¡te odio a ti!

De un manotazo tiró el cuenco al suelo y salpicó el vestido de la sirvienta.

Su padre, con rostro apenado, vio a su hija irse hecha un basilisco. El resto de la familia tan solo guardaban modesto silencio ante la ya tan cotidiana escena.

Desde hace seis años, las navidades en casa de los Buttelcup eran siempre así. El señor lo había intentado todo para animar a su hija comprandole juguetes, vestidos, viajando y un largo etcéra, pero su hija en vez de mejorar, se volvía más irritable y egoísta. Sus primos intentaban jugar con ella pero les insultaba y se alejaba.

—¿Te parece bonito tratar así a tu familia, pequeña babosa?

Una chirriante voz hizo que el cuerpo de Margaret se tensara y comenzara a mirar toda su habitación.

—¿Quién anda ahí?

Un pequeño gnomo salió de detrás de la lamparita.

—Me llamo Galleus y vengo para que cierres esa bocaza y madures.

A Margaret no le gustó un pelo que le hablaran con tan poco respeto y no tardó en insultar a la criatura, a lo que el gnomo simplemente se miraba las uñas con gesto aburrido.

—¿Has terminado ya? Pues empecemos—chasqueó los dedos, las luces de las calles se apagaron y la decoración navideña de la habitación desapareció.

—¿Qué has hecho? ¡Se lo diré ahora mismo a mi padre para que la sirvienta te heche a escobazos de aquí!

Bajó rapidamente pero grande fue su sorpresa cuando vio la mansión sin ninguna decoración y totalmente desierta. Buscó por todos lados pero no había nadie. Lo peor es que pasaron los días y seguía sin aparecer nadie. Margaret lloraba cada noche mientras Galleus tan solo observaba.

—¿Por qué lloras? ¿No odiabas a tu familia? ¿No odiabas la navidad? ¡alegrate! Te he quitado a tu familia para que no estorbe y en esta cuidad nunca más será navidad.

—Solo dije que los odiaba porque desde que murió mi mamá tengo miedo a que les pase algo a ellos y yo sufra de nuevo, por eso finjo que los detesto. También odiaba que me trataran con tanta lástima cuando mamá murió. Pero quiero que vuelvan, quiero ver a mi papá, quiero jugar con mis primos, quiero poner el árbol de navidad.

Mientras se enjuagaba las lágrimas, Galleus hizo aparecer un hermoso árbol de navidad con tres bolas rojas y brillantes, cuando Margaret se acercó vio que dentro de cada una estaban su familia, en otra un muérdago y en la última su madre.

—Solo puedes abrir dos, tendrás que prescindir de una.

Margaret se lo pensó largo rato y con todo el dolor de su corazón, dejó cerrada la de su madre. La mansión comenzó a brillar de nuevo con el resplandor de la navidad y bajó rapidamente para abrazar a su padre y jugar todo el día con sus primos. La niña no había abierto la bola de su madre pues sabía que ella ya no podría volver asi que aprendió a vivir aceptando lo inevitable.

Cuando Galleus volvió al Polo Norte, Santa Claus y los demás duendes le recibieron con aplausos y una espumosa taza de chocolate caliente. Él mismo borró el nombre y lo volvió a escribir, esta vez, en una página dorada.

El matrimonio Claus quedó tan feliz por esto, que nombraron a Galleus como encargado de los niños malos, dándole total permiso de usar su magia para darles lecciones. Y al fin, un gnomo, trabajó para Santa Claus.

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