Capítulo 10.
Caleb.
Rhin insistía en seguir molestando a Elián pero yo decidí no involucrarme, así que respondí a todas sus preguntas y cuando sentí el ambiente aún más tenso me libré argumentando que tenía sed.
Regresé al pequeño comedor donde habíamos estado antes y encontré a Jackson, Dacio y Cheth.
—Estaremos en contacto y llevaremos dos vehículos, partiremos en la noche— dijo Dacio
—Apenas tengamos noticias le avisaremos, mi señor— agregó el otro haciendo una reverencia.
—Vayan con mucho cuidado— respondió Jackson antes de que los dos primeros abandonaran el lugar.
—¿A dónde van?— pregunté tras unos segundos, creo que Jackson no había notado que estaba allí ya que dio un pequeño respingo.
Jackson.
—¡Caleb!— exclamé, su presencia me sorprendió.
—No creo que sea conveniente que salgan de este escondite, podrían caer presos—; dijo, pero yo me aproximé dispuesto a reclamar el hecho de que estuviera espiándonos y lo observé a los ojos tratando de mostrarme molesto.
Los Ttalgianís teníamos la habilidad de ver más allá de una simple sonrisa o de una tierna mirada; podíamos encontrar el verdadero sentimiento en el corazón de alguien, en especial cuando estábamos destinados; por eso, lo que descubrí en su ojos perspicaces me dejó atónito.
Eran dos lagos oscuros pero llenos de paz y tranquilidad, su corazón y sus pensamientos eran solidarios, justos, sinceros e ingenuos; a pesar de ser un soldado, la malicia que poseía era prácticamente inexistente.
Todo ello me hizo pensar que probablemente confiar en él no era mala idea.
—¿Tú los acompañarás?— arqueó las cejas al preguntar eso; tragué saliva, podía ver su preocupación, podía ver a través de él.
—No— musité, —ellos van a una misión de búsqueda y tal vez de rescate.
—¿Eh?— abrió los ojos sorpendido; era bastante expresivo, —¿a quién?— continuó, —yo puedo ir si....
—No, no es tu batalla— lo interrumpí; frunció el ceño.
—Ven— le indiqué.
Lo guié por un pasillo hasta llegar a unas escaleras que daban a la azotea, allí, lejos de los demás, respondería sus preguntas.
—Agradezco tus intenciones, pero debes saber que esta guerra la debemos librar nosotros— le dije una vez que apoyé las manos en el barandal, dándole la espalda, para observar la concurrida calle.
—Sí, eso lo entiendo, pero dijiste que era una rescate, ¿hay alguien herido?
—No sabemos aún, nuestra comunicación se cortó; sólo espero que Dacio los encuentre sanos y salvos.
—Oh... —se quedó pensativo unos segundos mientras yo daba media vuelta para ver su rostro de nuevo, —¿y qué fue eso de... mi señor?— hizo una reverencia; —ya sospechaba que eras uno de los líderes de la rebelión pero no pensé que te trataran como de la realeza. De verdad debo poner más atención en los modales y las costumbres de este planeta— se llevó la diestra a la nuca, se veía algo gracioso.
—Escúchame, te diré algo, pero promete que no le dirás a nadie; ni siquiera a tu compañero— dije serio, debía aclararle algunas cosas, era preferible eso a que anduviera suponiendo algo que no era, o peor, que hablara de más, que bien había notado no era su intención pero debía poner las cosas en claro.
—Yo... lo prometo— miré sus ojos, decía la verdad, sus palabras no eran vagas.
—Bien— suspiré, —tienes razón en todo lo que dijiste. Soy uno de los líderes de la rebelión, y también soy... — ¿cómo diría aquello? Aunque habían pasado varios eclipses, me costaba decirlo, —soy el último de la familia real de Ttalgi, el príncipe... todos los demás fueron asesinados por las fuerzas de Subak.
En tan sólo unos instantes quedó pálido y dio un par de pasos hacia atrás, —pp... pero... ¿cómo?
—¿Por qué crees que tengo tanto conocimiento sobre tecnología? Fui instruido— expliqué.
—Y... y Dacio, Milo y Rhin. ¿Ellos también son de la realeza?
—No; Dacio era el jefe de la guardia real, Milo el segundo al mando, Rhin es mi mejor amigo e hijo del jardinero y la dama de compañía de mi madre, la reina.
—¿Los demás lo saben?
—Son muchas preguntas, ¿no crees?— le sonreí para tratar de que se relajara.
—Lo siento, es que... — exhaló y bajó la mirada, —te he tratado con demasiada familiaridad cuando en realidad eres un príncipe.
No pude evitar reír ante su comentario, en verdad era ingenuo y sencillo.
—Sólo los más cercanos lo saben, excepto Hemir, para él sólo somos los cabecillas del movimiento. Con eso respondo tu última pregunta, y ya no más por ahora, ¿de acuerdo?
Me miró fijamente y luego afirmo, —de acuerdo.
Elián.
Habían pasado varios segundos y aún me encontraba mirando su espalda, se había quedado inmóvil sosteniendo aquel cuaderno contra su pecho.
—Es extraño escuchar eso de ti— exclamó por fin, —yo pensaba que eras un soldado sin siquiera una pizca de modales—, dio media vuelta para encararme, allí estaba de nuevo fastidiándome como al principio.
—Pues te equivocas— refuté, —simplemente soy amable con quien se lo merece.
Rodó los ojos, —que infantil eres—, tras decir eso, caminó hacia su escritorio pasando junto a mí, no sin antes golpearme con su hombro.
—¡Ey!— me quejé, —¿buscas pelea? ¿por qué haces eso?
—Lo siento, pero es que estabas en mi camino— abrió un cajón y dejó el cuaderno, luego cerró con llave aquel compartimiento.
—Maldito enano... — musité.
—Ahora que Hemir se ha ido necesitaré a alguien que me ayude— anunció mientras se dirigía hacia un estante, —así que si quieres que la reparación no demore mucho deberás hacer lo que te digo— me arrojó unas pinzas.
Las recibí pero no le contesté, simplemente lo observé de la manera más fría que pude; ¿cómo se le ocurría aquello? Un soldado de las fuerzas especiales de Boksunga no podía estar bajó las órdenes de un mocoso.
—¿O qué?— me miró de manera retadora, —¿acaso no puedes con una simple tarea?—; estrujé aquella herramienta con mi diestra.
—¿Que no estabas a gusto con Caleb? ¿Por qué no le pides ayuda a él?— pregunté.
Suspiró, —si no puedes con ello está bien, pero entonces probablemente me llevará el doble de tiempo— levantó los hombros de manera despreocupada.
Recordé lo importante que era salir de allí cuanto antes, así que no me quedó más remedio que aceptar.
Caleb.
¡Cuántos secretos habían en ese lugar!
La noticia de un rescate y la búsqueda de una subunidad, además del hecho de que Jackson fuera un príncipe aún me tenían boquiabierto. Caminé hasta apoyarme en el barandal que daba a la calle; habían cientos de personas pero yo estaba inmerso en mis pensamientos así que nos les presté mucha atención.
—Es algo difícil de creer, ¿verdad?— se aceró a mí.
—Yo... vaya, esto es sorprendente— sonreí.
—¿Eh?— me miró confundido.
—Serás una leyenda; aquél príncipe que guía a su pueblo y es líder de la resistencia.
Entrecerró un poco los ojos y me observó, luego estalló a carcajadas; —creo que has leído muchos cuentos e historias— exclamó
—¿Qué es gracioso? Lo que digo es verdad; además, todos los cuentos sobre líderes y héroes tienen sus bases reales e históricas— argumenté.
—Me agrada que tomes esto de manera positiva y divertida, hasta podría decir que es relajante poder escuchar cosas como las que dices; pero la realidad es otra.
—Lo sé— bajé el rostro, —yo sólo te quería animar; sé lo que se siente estar en una batalla, aunque lo que has vivido, lo de tu familia, no se compara; te admiro por ser tan fuerte— confesé. Me miró por enésima vez a los ojos, parecía buscar algo pero desvié el rostro, me estaba poniendo un poco nervioso.
—No le digas a nadie— repitió.
—Dije que no lo haría, te lo prometí, ¿no es así? Y yo siempre cumplo mi palabra.
Buscó mi mirada nuevamente, —te creo— exclamó.
Rhin.
Era divertido hacerlo enojar además de que era una pequeña venganza por haberme molestado desde el principio, por eso le pedía que hiciera tareas que estaba seguro no querría hacer, ya que según él no eran dignas de un soldado de alto rango de Boksunga, y él siempre refunfuñaba.
—Saca los cables rojos de ese cajón— señalé un estante, —necesito hacer otras conexiones—; noté como torció la boca y luego caminó hacia donde le indiqué.
—No puedo abrirlo, está cerrado— se quejó tras jalonear uno de los cajones, —no sé por qué tanta cerradura, sólo es un tonto cuaderno.
—No está en ese cajón, busca en el que está justo arriba, y no es tonto— me aproximé a él.
—Por supuesto que lo es. Pareces un niño berrinchudo tratando de ocultar algo sin sentido.
—¡Claro que no!— clavé mi dedo índice en su pecho, —¡eres tú el que no respeta las cosas de los demás!
Sujetó mi mano con su diestra, —no me señales así, poseo un rango más alto que el tuyo.
—¡Uy, no me digas!— contesté burlón, sin embargo no esperaba que reaccionara de la manera que lo hizo; colocó su otra mano en mi hombro y me empujó hasta estamparme de espaldas contra la pared.
—¿Por qué siempre eres tan molesto?— preguntó.
—¡Suéltame, me lastimas!— mentí, ya que no fue para nada rudo, simplemente me había tomado por sorpresa, cosa que no me agradaba, se suponía que yo era quien debía fastidiarlo. Me miró molesto, entonces pude notar lo largas que eran sus pestañas y sus ojos grandes y oscuros enmarcados por aquellas espesas cejas.
—Nn-No te tengo miedo— lo empujé para liberarme, pasé de largo a su lado mientras me dirigía al estante donde estaban los cables rojos.—Si no puedes hacer ni siquiera esto bien, entonces no me sirves como ayudante; te puedes ir— le dije aún dándole la espalda.
—¿Qué? No; dijiste que si lo hacías sólo te llevarías el doble de tiempo.
—Pero contigo por aquí me llevaría el triple; más que ayudar, estorbas.
—Mira mocoso, esta es mi nave y no pienso dejarla sola, y mucho menos en tus manos, hay que tener cuidado con ella.
—¿Cuidado? No me hagas reír Boksunniano, si parece que apropósito la echaste a perder, tiene varias abolladuras en los costados, no me digas que no te habías percatado de ello— lo miré de manera retadora, pero antes de que pudiera contestarme continué, —el que esta nave quede lista nos conviene a los dos, ¿no crees?—; era obvio que él quería irse y yo ya no quería verlo.
—Bien— exhaló, —dime qué debo hacer.
—Conecta esto a la salida A del tablero de la nave— le ofrecí un extremo del dichoso cable rojo, —tu tecnología es algo obsoleta.
—Oye... — se quejó, pero lo dejé con la palabra en la boca al intervenir de nuevo.
—No lo digo para peleemos de nuevo, simplemente te estoy explicando la razón por la cual es necesario otro computador; algunos archivos, códigos y demás los descargaré aquí— jalé una manta para dejar al descubierto una computadora vieja y un poco más grande, —si te portas bien conmigo tal vez modifique y actualice algunos de tus comandos para mejorar tu nave.
—Si, como no.
—¿Qué? ¿No me crees capaz de poder realizar mejoras a esta chatarra? ¿O no crees poder ser amable?— volteé para encararlo, tal vez me mofaría de él nuevamente.
—Pues eso intento, pero tú no me dejas— arqueó las cejas, examiné su rostro, debía haber algún indicio de sarcasmo, sin embargo mi búsqueda se vio interrumpida.
—¿Ya está listo?— preguntó Jackson, detrás de él entró Caleb.
—Casi, sólo termino con esto— señalé el aparato que acababa de destapar, —pero ya puedes iniciar con lo tuyo, esto no tomará más de un minuto.
—Entonces, manos a la obra— dijo mi amigo, luego pareció buscar algo en la habitación, —¿Y Hemir?— preguntó.
—Tuvo que salir— expliqué sin dejar de mover mis dedos sobre el teclado, —dijo que Dacio le llamó.
—Oh, cierto— se quedó pensativo.
—Listo— anuncié, —ya quedó; puedes desconectar todos los cables y piezas que te estorben, tengo los archivos de los planos, manuales e instructivos, no habrá problema a la hora de volver a armar esta chatarra—, pude notar de soslayo la mueca de Elián cuando me dirigí de esa forma a su preciada nave; —me voy— continué ignorando su gesto.
—¿A dónde vas?— me preguntó Jack al momento que tomaba sus herramientas de uno de los anaqueles.
—A perderme por allí— saqué la llave de mi bolsillo y abrí el cajón donde estaba mi cuaderno.
—Ten mucho cuidado.
—Sí, Jackson; lo tendré, no es como si me fuera a perder de verdad.
—No lo digo por eso, lo sabes; es sólo que no quiero que abandones Bandal.
No contesté a lo último, sólo salí dejando a los tresen el taller.
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