Relato#1: Sobremesa Italiana

Un gran estruendo logra despertarme del profundo sueño en el que me hallaba. Sin ningún ánimo, procedo a seguir la misma rutina de todos los días; alistarme e ir al instituto casi a la carrera. Bajo a la cocina para tomar una simple hogaza de pan, antes de salir apresurado de la casa. No siento ganas de comer algo más, pues por todo el lugar se oyen los gritos de mi padre en un italiano simplemente desastroso. Mi madre ha botado a la basura todos sus ridículas poleras italo-peruanas. Y viendo tal panorama, ¿quien no perdería las ganas de desayunar en familia?

Las calles están prácticamente inundadas por las terribles lluvias, lo cual irónicamente refleja por completo mi  mal humor. Todos llevan demasiada prisa por llegar a sus destinos, centrados únicamente en el bullicio de sus vidas. Y sin más ganas de empeorar mi mañana, me concentro exclusivamente en que no me cierren la puerta en las narices, al llegar tarde al instituto.

Cualquiera creería que solo me basta encontrarme con mi "mancha", para levantarme el ánimo. Pero no es así. ¿Por qué? Simple, el absurdo nombre que llevó.

"Huaman Rossini Gonzáles"

¿En que mundo un apellido italiano mezclado con un nombre bien perucho, como dice mi madre, caen bien? Tengo la ligera sospecha de que mis padres aprovecharon mi nacimiento para hacer una especie de competencia donde ambos representaban sus respectivas naciones, y yo, a un inocente experimento para demostrar que cultura era mejor.

Por tales motivos, lejos de pasarla bien en el instituto, de alejarme de aquel manicomio que es mi casa, soy el centro de burlas. Y la verdad no los culpo, digo, si yo viera a alguien con un nombre tan huachafo, seguramente sería el primero en tomarle el pelo. Desde luego, no me queda otra que resignarme a esperar 7 interminables horas, durante las cuales solo encuentro motivos para estar más y más irritado.

Llegar a casa de la abuela Kim es lo único que introduce en mí un sentimiento de euforia. Helen, que lleva trabajando con ella desde que éramos niños, me abre la puerta mostrando cierta satisfacción oculta en su sonrisa. Instantáneamente entró al comedor, sabiendo que acá seré bien recibido. Me ubico en mi sitio de costumbre, al lado de ella y frente a mi abuela. Y solo entonces, el suplicio sufrido a lo largo de día parece valer la pena. Solo cuando aquella seductora muchacha viene a traerme el plato preferido de la casa. Una extraordinaria mezcla entre la comida peruana y la italiana. La fineza de una buena pasta, acompañada de una salsa echa a base de albahaca, pecanas y queso artesanal, sumado a un singular toque de ajo.

Es ahora cuando en verdad puedo ver que el choque entre dos culturas puede crear algo maravilloso. Pues no hay como deleitar tal platillo en la mesa, después de llevar impaciente todo el día, un sabor agridulce en la boca. No obstante, puede ser que tal vez lo más delicioso de aquella singular comida no sea visible por encima del mantel.

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