Caída Libre

La brisa sopla fuertemente al ocaso, en una muestra impecable de su esencia natural. El sol, soberano del Éter, que de un ámbar majestuoso irradia finos haces de luminosidad, se ve reflejado en lo cristalino del mar.

Oculto está por seres fugaces, que al mirarlos se creen esponjosos, y al tocarlos, se desvanecen. Nubes, que de un insípido color parecen, y al mirarlas con detalle, solo quitan el vivo color de nuestros ojos. ¿Qué tan puro puede ser el mar? Si a la distancia, entre tonos verdosos e índigos, se enfrentan chocando contra las puntiagudas rocas, llenando mis oídos de un rugido ancestral.

Me encuentro en la cima del barranco, mas no en el trono del mundo. Sujeto desesperadamente el rosal de mi lado, tan sutilmente decorado con flores vivaces de un carmín o marchito rostro. Y sin embargo, el dolor es intolerable, sus espinas se van clavando en todo mi ser. Contradicción; es mi unica salvacion de la caída. El olor a primavera, cosquilleante a rebozar, es cual perfume mentolado, tanto como el silbido arrullador de los juncos al tambalearse, atrapando mi vista con su tímido color jade.

Es demasiado, pierdo el control. Caigo al vacío, deteniendo el tiempo a mi alrededor. Las ásperas y rugosas paredes del barranco me lastiman al paso, hasta que dejo de intentar agarrarme de ellas. El aire me murmura cosas que ya no entiendo; las cosquillas en mi interior ya no queman, ahora son extasiantes a más no poder.

Un agridulce final, ya veo cerca el suelo deforme. Después, un negro absoluto.

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