Capítulo 14
No creí que me sentiría de esta manera al escucharlo. Supongo que estuve tan centrada en mi misma y en mi dolor, que no me detuve a pensar en cómo se sentiría mi hermano.
Caminaba por el pasillo con mi pijama de Stich y secándome los mechones con la toalla cuando lo escuché.
Fue algo difícil de explicar.
La puerta de su habitación estaba entreabierta. Estaba sentado en el borde de la cama con su rostro metido entre sus manos. Sus hombros se movían violentamente, mientras sollozaba con un dolor tan desgarrador que hizo que se me cristalizaran los ojos. Su cabello estaba revuelto, su camisa arrugada. Encima de su cama había algunas fotos esparcidas. Me acerqué despacio y entonces me percaté que en todas las fotos salíamos nosotros.
Mi corazón se comprimió.
No podía, realmente no podía verlo de esta manera, me rompía por dentro.
Yo quería alejarme. Quería alejarlo de mí, hacer que me odiara. Sin embargo, algo me impedía salir de allí y hacer como si no hubiese visto ni oído nada.
Di un paso más cerca y abrí la puerta. Eran las diez de la noche, Carol estaba en su habitación y mis hermanos dormían. Esa era la hora mágica para mí. El único momento en el que podía salir de mi habitación y rondar por la casa, pero hoy no tenía ganas de hacer aquello, algo más fuerte que yo me impulsó a entrar. Me adentro a su habitación dando pasos inseguros. Su cama es pequeña y tiene algunos posters de bandas musicales e imágenes alusivas al atletismo pegadas a la pared del fondo. Recuerdo que desde pequeño había dicho que quería correr tan rápido que deseaba que le llamaran flash. Una sonrisa triste se forma en mis labios, pero es remplazada por una mueca que representa un cúmulo de sentimientos agrios y doloroso por su llanto. Creo que no se ha percatado que estoy en su pequeño espacio invadiendo su privacidad.
Tal vez quiera estar solo.
Tal vez se moleste por mi presencia.
Tal vez esta harto de lidiar con mis horribles actitudes.
Titubeo ante esos pensamientos. Sin embargo, intentando calmarme un poco agarro todo el coraje que tengo y recorro su habitación, sí, hay que ser valiente para atreverse a irrumpir de esta manera una habitación y más si mi hermano se encuentra llorando a otro lado de donde estoy. No tengo idea de cómo va a reaccionar. Sus sollozos se detienen, pero no se voltea ni dice nada.
Le doy la espalda mirando lo que hay en la pared que divide nuestra habitación. Hay un cuadro con una foto de un edificio enorme. Luego una mesa con una computadora y algunos papeles perfectamente acomodados. Después de la mesa, hay un mini sofá gris con una sábana y almohada. Frunzo el ceño, pero no hago ningún comentario. En la esquina hay una mesa pequeña con un televisor.
Me detengo al otro lado de la cama y observo los hombros de mi hermano. Estos tiemblan y se mueven rápidamente. Su cuerpo esta inclinado y sus dos codos apoyados de sus rodillas.
Observo las fotos sobre su cama. Algunas son de cuando éramos más pequeños y otros de cuando teníamos entre cuatro y cinco años. Me siento en la cama y agarro una. Ambos estamos abrazados con chocolate por todo el rostro.
—Este día, descubrimos tu intolerancia a la lactosa. —Murmuro acariciando la imagen, como si de alguna forma con mi tacto pudiera sentir lo feliz que fui en aquella época. En efecto, sí lo fui, pero no recuerdo cómo se sentía. Es como si mis sentimientos estuvieran encerrados en alguna parte. Algo lo bloquea.
—Me cagué encima, —dice con la voz grave cargada de pesar.
Reprimo una risa porque no es el momento.
—Recuerdo que lloraste y me echaste la culpa. Creo que eso es lo único que recuerdo. — Ambos hacemos silencio.
—Al principio te reíste de mí, —dice en un susurro— pero, luego agarraste mi mano y me dijiste—lo interrumpo.
—Estoy aquí, siempre lo estaré Gabe.
Se mueve para observarme a través de esas espesas pestañas y esos globos oculares enormes y enrojecidos.
—Dejé de sentir miedo, incluso—respira profundo— llegué a pensar que estar cagado en la boda del tío Julio no era tan malo, me sentí feliz de que fueras mi hermana.
Nos observamos en silencio por algunos segundos.
—Yo también—me sincero. Agarro algunas fotos y me acomodo en la cama apoyando mi espalda en el parte posterior—. Mira, —señalo una foto— aquí fue cuando papá y mamá nos compraron un pastel de dos colores para nuestro cumpleaños.
Respira profundamente y le acerco la imagen, la observa con una mezcla de nostalgia y pesar. No puedo evitar sentirme fatal, debe estar pasándolo mal. Logro entender cómo se siente, así me siento todas las noche. Mi tristeza es incluso mas grande que la de él, porque yo fui la causante de todo esto. No paro de exigirme, de torturarme.
—Era verde y morado. —Se acomoda igual que yo.
Trago con dificultad y respondo.
—Era el mejor pastel.
Ambos hacemos silencio pensando el poco tiempo que estuvimos junto, porque aunque estuvimos desde mas pequeños solo recordamos algunas cosas de cuando teníamos cuatro y cinco y no son demasiadas.
—Estuvo mal, —digo soltando la imagen y reprimiendo las ganas de llorar.
—¿El qué?
—Que nos separaran así, sin considerarnos, sin detenerse a pensar en el daño que nos estaban haciendo. —Volteo a verlo, asiente en respuesta—. No lo entiendo.
—Tampoco lo entiendo, —agarra la foto que antes había tenido en mis manos—te extrañé durante todo ese tiempo, pero luego olvidé tu rostro, —dice disminuyendo el tono—. Estabas muy ausente en mi vida, no sabes las veces que llore frente a tu habitación rogándole a santa que te trajera para navidad. —Otra lágrima cae sin poder evitarlo. Mi mente comienza a imaginar a un niño con las mejillas y la nariz enrojecida escribiendo una carta mientras se sorbe los mocos. Puedo verlo limpiando sus lágrimas mientras deja la carta debajo del árbol de navidad, con la ilusión de que el hombre de barba larga y blanca la vea. Con el deseo de que su hermana regrese. ¡Dios! La sola idea me parte el alma.
De repente, se exalta— . ¿¡Cómo es malditamente posible que se me olvide el rostro de mi propia hermana es—tapo su boca.
—Cierra la maldita boca. —Gruño y señalo con la otra mano la puerta que aún sigue entreabierta. —La gente duerme a estas horas.
—Lo siento, —se tumba en la cama y observa el techo, mientras su respiración comienza a regularse—. Fue difícil acostumbrarme a tu ausencia y a la de papá.
—¿Lo extrañas mucho? —Pregunto en voz baja. Me observa parpadeando un par de veces y luego suelta un suspiro entrecortado. Lleva una mano hasta sus ojos y los frota.
—Mucho más de lo que creí que haría. —Responde mordiendo sus labios y cerrando los ojos tan fuertemente—. Duele mirar mi móvil y ver que su último mensaje fue que pronto iba a estar conmigo.
Te odio.
Mi corazón comienza a palpitar de manera desenfrenada dentro de mi caja torácica.
Esa palabra se reproduce en mi cabeza y me levanto de un salto.
Te odio.
Vuelvo a escuchar.
Yo soy la culpable.
Yo tengo la culpa de que papá haya muerto. Tengo la culpa de que mi hermano este sufriendo su partida. Cielos, debí pensarlo. Debí dejar de pensar en mi por un segundo, debí dejar que las cosas se hicieran como él las querías, o simplemente tal ves debí dejar esa conversación para cuando llegáramos a casa, pero no. Tuve que ser la inmadura que siempre soy y comenzar una discusión que terminó obviamente mal.
— Debo irme, —digo rápidamente y salgo de la habitación. Corro a hasta mi cama y me hecho a llorar como una idiota.
Si tan solo supiera.
Si supiera lo que le dije antes de morir no me lo perdonaría.
Esa noche consumí aquello que había comprado para olvidar el dolor punzante que sentía en mi pecho.
Y por un momento aquella pastilla bloqueó el dolor.
(...)
Mi humor no era el mejor y más con lo que había pasado ayer. Para empezar, anoche no dormí demasiado puesto que me puse a llorar y luego la conciencia se encargó de recordarme lo terrible ser humano que era. Creí que la pastilla que había tomado me haría olvidar, pero supongo que así no funcionan las cosas. El dolor desapareció fue como una especie de anestesia pero eso no impidió que recordara. No dejé de preguntarme si de verdad yo merecía estar con vida, es decir, yo era la causa de una muerte así que no era que mi pregunta no tuviera demasiado sentido. Cuando abrí los ojos a causa de la alarma sentí un fuerte dolor en mi cabeza. Sentía como si alguien estuviera exprimiendo mi cerebro. Me dio vértigo ponerme de pie, con mucha dificultad salí de mi habitación, pero tuve que regresar porque el baño estaba ocupado.
Me senté en la cama y apreté mi cabeza. Era demasiado, varias lágrimas salieron sin poder evitarlo. No podía dejar de pensar en lo que había pasado anoche.
Varios minutos después comenzó a escucharse el sonido de la lluvia. Me exalté al escuchar el sonido de un trueno. Me levanté de la cama y moví a un lado las cortinas. El cielo estaba gris y la lluvia caía con una fuerza descomunal. Me dieron ganas de quedarme en la cama. Sin embargo, alguien tocó la puerta. Me volteé y me acerco despacio.
Abro rogando que no se trate de Carol.
—¿Te vas conmigo? —pregunta mi hermano rascándose el mentón. Ambos volteamos a ver a otro lado, obviamente incómodos. Al menos yo sentía vergüenza, pero no sabía exactamente por qué razón él estaba tan incómodo.
—Supongo, —murmuro observando mis pies.
—Ok—voltea sobre sus pies y sale disparado por el pasillo hasta desaparecer de mi vista.
Volteo y busco algo de ropa. Me coloco una camisa con mangas largas, un jean oscuro y unas botas. Cuando salgo veo a uno de los gemelos salir de la habitación. Ambos nos quedamos paralizados, pero reacciono un poco más rápido y paso por su lado de prisa. Bajo las escaleras y veo la puerta abierta. Me detengo al percatarme que Carol comienza a caminar en mi dirección desde la cocina.
—Les hice desayuno, ¿te gusta el jugo de fruta? —Lleva un delantal de flores muy ridículo. Evito hacer alguna mueca.
—No quiero, —salgo y corro hasta el auto tapándome de la lluvia. Abro la puerta y me siento en la parte trasera del auto.
—Puedes sentarte aquí Gaby, lo digo en serio, —niego repetidas veces. Enciende el auto y me observa a través del retrovisor—. Esta bien, pero por favor háblame esta vez, no soporto esta sensación rara en el pecho—coloco la mochila en el suelo y cierro los ojos. —¿Por qué te fuiste así ayer? Creí que habíamos progresado.
—No te ilusiones, —respondo con la mandíbula tensa—. No fue nada. —Golpeo el cristal con el dedo índice repetidas veces y lo escucho suspirar con frustración
—¿No fue nada? —pregunta con incredulidad—. ¿En serio dices eso?
—Deja de insistir.
—El hecho de que hayas entrado a mi habitación anoche, me hace pensar que quizás estamos progresando en la relación poco sana que tenemos como hermanos.
—Por favor, —miro por el cristal—. No insistas, no lo estropees.
—¿Yo estropearlo? —cierro los ojos—Gabriela, tu fuiste a mi habitación, hablaste conmigo como si de verdad quisieras arreglar esto. ¿Por qué eres así? ¿Por qué me alejas cuando nos acercamos, aunque sea un poco? ¿Por qué eres tan cruel? —respira agitadamente—¿No ves que te necesito?
—Para—murmuro.
—¿No ves que necesito a mi hermana para superar la muerte de mi padre? —insiste.
—No me necesitas, tienes amigos.
—Siempre te necesite—dice como si lo que yo acabase de decir sea una brutalidad— a pesar de tener mis amigos me sentía solo. Me faltaba algo, alguien Gabriela. —Una lágrima rueda por mi mejilla, y la limpio—. ¿Sabes lo que se siente sentirse incompleto?
Así me he sentido durante estos meses.
—Lo sé.
—Entonces, —levanto la mirada y veo sus ojos por el retrovisor—. ¿Por qué? —Su voz se quiebra y se me forma un nudo en la garganta.
—Dame tiempo.
—Lo haré porque eres mi hermana y te quiero.
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