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Les voy a ser sincera, no sabía qué escribir hoy; sólo me puse sentimental.
Durante una tarde cualquiera, en la que no estaba acompañada más que por su conejo, el cual estaba acomodado en su regazo, y el inminente silencio que inundaba su habitación; no había nada especial qué hacer ese día. Ya había terminado su jornada laboral, no tenía clases, los preparativos para navidad estaban prácticamente listos, sus amigas estaban ocupadas con sus cosas, Baji y Chifuyu, al igual que el resto de sus amigos, al parecer se decidieron por reunirse sin ella; sin ninguna intención de excluirla, sino por la mera suposición de que estaría tan ocupada como siempre. Incluso Kisaki le dijo que tenía algunos asuntos pendientes que resolver; estaba tan aburrida que inició una conversación con el animal frente a ella, tomándose un tiempo para reflexionar sobre los asuntos que normalmente evitaba u olvidaba por el ajetreo de su cotidianidad.
Quiso indagar un poco en los recuerdos retenidos de su infancia, pero obviamente no pudo averiguar mucho; sumado al hecho de que no se sentía muy cómoda recordando esa etapa de su vida. De alguna manera, lo sentía como una necesidad, porque a pesar de lo mucho que sufrió a fin de cuentas era su infancia; no podía reemplazarla aunque quisiera, sin embargo, tampoco podía recordarla por más esfuerzo que hiciera.
Quería, de cierta forma, poder ver las imágenes su pasado con la misma claridad que las del futuro.
Oh, lo que daría ella por compartir la dicha de revivir los recuerdos de su niñez con el mismo regocijo que la mayor parte de sus conocidos, los cuales — y era bastante consciente de ello — sus vidas tampoco eran perfectas. Deseaba poder sentir, al menos, un poquito de alegría cuando pensaba en su madre; muy en lo profundo de su corazón anhelaba amarla como la mujer que le dio la vida, pero en cambio terminó siendo la que la hizo querer quitársela, y ver a otras familias felices no le ayudaba.
No sabía si el sentimiento que habitaba en su interior al estar frente a una familia feliz podía ser llamado envidia. ¿Así se le llamaba a querer tener una vida como esa, en la que no se tiene ninguna preocupación? ¿Dónde hay cenas familiares en las que sus padres le preguntan cómo le fue en su día, a diferencia de ella, que en contraparte, cada mañana despertaba temiendo y preguntándose si su madre le tendría al menos un poco de compasión? ¿Dónde se preguntaba si estaría allí al día siguiente o si, al contrario, se habría cansado de lidiar con su molesta hija y decidido dejarla a su suerte, sólo con su hermano mayor como compañía en un mundo donde no conocía mucho más que el dolor? ¿Dónde se preguntaba si su infierno terminaría algún día, o si acaso ella había hecho algo para merecerlo? Debía ser, porque de otra manera, ¿por qué tendría que ser castigada con tal sufrimiento?
Puede que sea esa la razón por la cual se llevó tan bien con Hinata en cuanto la conoció; ella, de cierta manera, tenía todo lo que Matchi hubiera querido en su vida, y a sus ojos, poseía la vida perfecta que ella sólo conocía por la ficción y sus propias fantasías.
No quería que fuera envidia, realmente no quería ser una envidiosa, pero no tenía a nadie para compartir su pesar con total libertad, porque a pesar de tener amigos que la apreciaban, siempre que hablaba con ellos sentía decir las cosas al revés; pensar una y después decir otra distinta.
Recordó, entonces, aquella ocasión en la que Kisaki le sugirió ir con un psicólogo. No lo veía como una opción, simplemente porque no le gustaba la idea; era probable que si lo hiciera terminaría más perdida que antes por no tener idea de cómo darle su confianza a un extraño, o en dado caso, una extraña. En cierto sentido, estar con Kisaki era como su propia terapia, en la que ella se sentía cómoda contándole sus inquietudes a su novio mientras él le escuchaba como si cada palabra salida de su boca fuera lo más importante del mundo.
Y, a pesar de que él no era un profesional de la salud mental, por lo menos podía quitarse un peso de encima al decirle a alguien sobre la mayor parte de sus problemas; excepto aquellos que ocultaba incluso de él.
No ganaba nada lamentándose con respecto al tema, pero no negaría que le hubiera encantado escuchar, aunque fuera una sola vez, a su madre decirle que estaba orgullosa, que podría lograr lo que sea si se lo propusiera, sentir un abrazo, un beso en la frente o una pequeña caricia en su cabello, oír un “bien hecho” o, en su defecto, por lo menos un “te quiero”. Sin embargo, eso en su vida siempre le pareció un deseo inalcanzable, ya que su progenitora siempre se mostró fría ante su existencia, y severa, según el más mínimo error cometido por su parte; casi como si todo el día hubiera estado esperando que no hiciera algo a la perfección para poder tener una razón para regañarla.
Le debía la mayor parte — sino es que todas — de sus inseguridades a ella, pero ¿qué podía hacer?
Sacudió su cabeza tratando de deshacerse de la gran cantidad de pensamientos dolorosos que llegaban a montones; no tenía ninguna razón para seguir sintiéndose miserable. Debería sentirse, más bien, dichosa de que su vida haya cambiado para mejor, de haber encontrado amigos y un novio que se preocupen genuinamente por ella, y por sobre todo, de gozar de salud y una vida cómoda; no tenía derecho a quejarse, según ella, porque existía gente en el mundo que la ha pasado igual o mucho peor que ella.
Le parecía que su mundo cambió para mejor, puesto a que antes ni siquiera contemplaba la posibilidad de sentirse atraída hacia alguien, y ahora se iba a dormir pensando en aquella persona tan especial que le hacía sentir segura cuando su mundo se derrumbaba; incluso, gracias a él, había logrado dejar de tener sus tan molestas pesadillas que no habían dejado de atormentarla hasta ahora. El amor que le tenía a Kisaki era enorme; tanto que si pudiera hablarle a su yo de hace tres años y contarle sus sentimientos por él, probablemente no se lo creería, pero era la pura verdad; ella estaba profundamente enamorada de ese chico, a tal punto de haberle llorado y haber tratado de sacrificarse para salvarlo, aún con todo el daño que le causó.
Ridículo, altamente ridículo.
Así era como veía a veces el afecto que cada día crecía más en lo profundo de su ser hacia esa persona que tanto amaba; un amor tan infantil y estúpido que cualquiera lo vería como algo pasajero, pero para ella, era un sentimiento eterno que con el tiempo no hacía más que cobrar fuerza; era de esa manera que ella se sentía, a fin de cuentas.
🔮 Hoy salí tarde de la escuela por el convivio que tuvimos, disculpen la hora, pero aquí el capítulo.
Ahora celebremos el tercer aniversario de cuando dejé mi país natal y llegué aquí, a México; siento que el tiempo pasa volando.
Besitos en las manos, cuídense y tomen mucha agua.
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