1.
No pudiste contener la sonrisa cómplice que se deslizó en tu cara cuando viste al héroe número dos aplaudirte con premura, sus alas carmesí se mecían por el aire acondicionado y sus deslumbrantes ojos dorados te mantenían encantada, como una serpiente seducida por la música. Aunque, en este caso, tú eras quien entonaba la última estrofa de la canción.
Amabas esa descarga de adrenalina, los vítores emocionantes, la fascinación condensada en el ambiente y ser objeto de admiración, porque al fin tu particularidad funcionaba para algo que considerabas importante y hermoso; una obra de arte. Sin embargo, había un aura mágica que los rodeaba, tal vez por la atmósfera íntima que se creó —ese pequeño bar era frecuentado únicamente por los universitarios más bohemios y relajados— o porque ese hombre de cabellera perfecta parecía tan maravillado como tú, al menos eso querías pensar y no echarle la culpa a la quinta ronda de cervezas que llevaba junto a Endeavor. Realmente debía agradecerle el favor a su hermanastra, con invitarle una pizza gigante y una gaseosa bastaría.
—Eres afortunada, querida —murmuró juguetón el muchacho que tocaba la guitarra, relamiéndose los labios cuando observó las gratas vistas—, yo que tú me comería a ese bombón.
—No lo mires mucho, será mío y sabes que detesto compartir —respondiste, jalándole un mechón fucsia a su compañero.
—Vamos, (Nombre), tienes que aprender a controlar esos celitos. No hace falta ser heterosexual para que nosotros también sepamos apreciar esa belleza —le dijo Travis, el americano que te pisaba los talones.
—¡Eso es! Me siento orgulloso de como ya acabamos con la masculinidad frágil de este grupo —apuntó el que parecía idol, dando brincos cuando bajaron las escaleras tras bastidores y se dirigieron hacia el centro del local.
—Alejen sus manos o juro que les cortaré el pene.
Ambos temblaron, percibiendo el brillo malvado que centelleó en los orbes de su líder y asintieron efusivamente. Mientras que, Raven se quejaba de fondo por las estupideces que podían soltar esos dos, algún día los castrarían por ese tipo de comentarios.
Te mordiste el labio cuando lograste atisbar la sonrisa nerviosa de Takami, además del pausado sonido que emitían sus dedos al chocar contra le mesa y su pie moviéndose con insistencia. Tu padre era detective, uno de los mejores, por supuesto que reconocías ciertos detalles que te permitirían estar al tanto del estado de un ajeno y exclamaste una plegaria a los Dioses para que ese chico no fuese el típico fuckboy que te hace llorar... aunque, no te molestaría que lo hiciera como efecto de las oleadas de placer.
Tragaste saliva, prometiéndote a ti misma que dejarías de leer historias sexuales donde él y tú eran los protagonistas.
[ . . . ]
—¿Qué tal te pareció la presentación? Me esmeré bastante, seleccioné varias de mis canciones favoritas —fuiste honesta, recordando los ensayos donde tuviste que golpear a tus compañeros para que no siguieran burlándose por tu ansiedad.
Hawks nunca abandonó la sonrisa, a pesar de que avanzaron las horas y la euforia iba mermando, todavía era perceptible ciertos destellos de inquietud. Pero ahora más seguro con sus respuestas, luciendo confiado como en la televisión, no obstante, detrás de esa máscara, sus latidos eran como caballos desbocados y sentía que revivía por las radiantes expresiones que tú tenías. Porque, genuinamente, Takami Keigo era un total inexperto en la materia del amor y esa chica que irradiaba esa aplastante seguridad que le paraba los pelos... otra parte del cuerpo también.
—Fue espectacular, son muy talentosos e hicieron vibrar el lugar —contestó, con gráciles acciones aterrizaron en el patio de tu casa—. Mi preferida de la noche fue New Light, el cover de John Mayer.
—Ni te haces una idea de lo pegada que estuve con esa canción, podía escucharla todo el día sin parar. Me ayudó muchísimo el semestre pasado, los parciales casi me matan —contaste, sentándote en el suelo de madera que limitaba con el diminuto jardín que poseías.
—Espero que se les crucen buenas oportunidades para que puedan surgir y ascender en sus carreras.
—Sería una aventura, pero no es algo que deseo, me gusta más la calma que me ofrecen las cosas sencillas y sin prisa o complicaciones —revelaste, viéndolo atentamente cuando se despojó de su chaqueta para colocarla sobre tus hombros cuando se percató de que tenías frío—. Aunque si lo quiero para los muchachos, ellos son geniales. Yo, por mi parte, me veo escribiendo, con una taza de té helado y quizás variando, siendo columnista en el periódico.
» Soy más simple de lo que aparento, lo único engorroso en mí son las historias que doy forma en mi cabeza cuando estoy aburrida o al hallar un misterio que es visible en una persona. Pero bueno, quiero saber de ti, ya he parloteado demasiado.
Keigo rió, sintiéndose extrañamente en una naturalidad melosa y el viento provocó un ligero vaivén en los cabellos rojizos de la fémina que le daba su atención. Esa chica realmente le gustaba—. No te cohibas, en serio, encuentro atrayente tu voz y tu manera de pensar.
—Eres todo un galán, eh, Hawks. Con razón tienes locas a las mujeres.
—Llámame por mi nombre, no somos dos desconocidos hablándose —te pidió, su sonrisa de lado haciéndote derretir como mantequilla sobre la acera caliente.
—Está bien, pero con una condición —acotaste, devolviéndole ese gesto que causó la misma reacción en él.
—A ver, dime cual es.
Sujetaste su mano, siendo consciente de la abrumadora atracción que aumentaba y la química que chispeaba entre los dos. No podías creerlo, te costaba siquiera pensar con coherencia cuando ahí estaba ese hombre, a escasa distancia, de hechizante mirada, labios rosas, semblante esculpido por Adonis, el hijo más bello del Olimpo; apariencia de un Ícaro, el cual deseaba cuidar para que sus alas no fuesen arrebatadas. Anhelaba dedicarle sus líricas hasta que el corazón cediera y con suerte, él correspondiera ese sentimiento.
Porque, aún cuando juraste que no te ilusionarías con un chico, con el cual no discernirías si funcionaría, te atrapaste entregándole un amor inconmensurable a través de canciones, como la más vulnerable confesión. Te denominaste torpe cuando supiste que sus irises eran tan refulgente como estrellas que no paraban de llover.
—Que tendremos una segunda cita.
—Una segunda, una tercera, una cuarta y pare de contar. Me encanta la idea de poder verte, no solo oírte cantar, sino de conocerte, comprenderte y que fluya esto que hay.
Lo catalogaste como una buena velada, sin embargo, no eras de las jóvenes que dabas besos en la primera cita... Solo que, hiciste una minúscula excepción, porque los sinuosos toques de Takami en tu mejilla y los labios suaves rozando los tuyos se sintieron como acariciar el firmamento, quedándote rodeada de nubes.
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