†18


Cuando el sol se estaba ocultando y los cielos se pintaban de un hermoso color naranja, los jóvenes alquimistas fueron invitados a por una merienda por parte de Tucker.

Tomaron asientos en el comedor, de frente a Tucker. Al lado de la mesa, en el piso se encontraba Nina acariciando a Alexander.

Hablaban de trivialidades, y Tucker preguntaba si habían encontrado algo útil. Lo casual. Pero Paris notó que Tucker tenía algo más en su mente. Se le veía distraído y sombrío.

– Tucker-san... – llamó la castaña, bajando su taza de té y apoyando sus codos en la mesa. El nombrado la miró – Lo noto un poco decaído... ¿está usted bien? – comentó, ahora teniendo la atención de todos.

Tucker sonrió ante lo perceptiva que era la joven y tuvo que desahogarse – Últimamente no he podido dejar de pensar... – empezó por juntar sus manos por encima de la mesa – Nuestra vida antes de que yo ganase la certificación de alquimista estatal era terrible. Vivíamos en pobreza extrema. Mi esposa no pudo soportar una vida así, y nos dejó. – explicaba mientras solo se atrevía mirar a la taza de té en frente de él. Frunció su ceño, luciendo realmente pensativo – no puedo fallar este asesoramiento. – afirmó – no podría soportar volver de nuevo a esos días de pobreza...

– ¡Está bien! ¡No importa! – interrumpió la niña, la cual ganó la atención de todos – Si te dicen que no, ¡Alexander y yo nos nos enfureceremos con esa gente por ti! – exclamó con valentía.

Alphonse rió suavemente, encantado con la actitud de la pequeña – Nina, de verdad que eres fuerte – comentó, haciéndola sonreír.

Tucker vió a su hija, y sonrió – Nina... ¿te gustaría jugar conmigo mañana? – preguntó.

La niña al escuchar esto, se emocionó a más no poder. – ¡¿en serio?! – sus ojos se iluminaron, parecían dos perlas preciosas. Eso era todo lo que la pequeña quería.

– Por su puesto – respondió su padre con una sonrisa cálida.

La niña grito de la emoción y se lanzó a los brazos de su padre, dándole un gran abrazo – ¿Oíste eso Alexander? ¡Papá jugará con nosotros! – exclamó, a lo cual el perro ladró y empezó a mover su cola, emocionado.

Ante esa escena, los jóvenes alquimistas solo podían sonreír. La felicidad de la pequeña se había colado por debajo de su piel. Se sentían aliviados de saber que ahora tendría un poco de tiempo con su padre.

•••

Al día siguiente, volvieron a casa de Tucker. Esta vez, aunque quisieran, no iban a poder jugar afuera, ya que el día estaba nublado y muy probablemente llovería por toda la tarde.

Los tres jóvenes se pararon al frente de la puerta principal. Tocaron la pequeña campana al lado de dicha puerta, pero nadie respondió. Seguido a esto Alphonse tocó la puerta, pero esta se abrió por sí sola.

– ¡Buenas tardes Tucker-san! – exclamó asomándose un poco por la puerta, esperando a qué tal vez alguien le respondiese, pero no obtuvo respuesta.

– ¿No estará en casa? – preguntó Paris en un tono bajo.

– No lo creo... nos hubiesen avisado lo contrario – respondió Edward, entrando sin esperar más a la casa.

Alphonse y Paris lo siguieron, mientras gritaban por los nombres de los residentes de la casa.

– ¡Tucker-san!

– ¡Nina!

La castaña chasqueaba su lengua – ¡Alexander!

Pero, aún, ninguno obtenía respuesta. Se siguieron adentrando por los pasillos de la casa, hasta llegar al laboratorio de Tucker. Los hermanos Elric se miraron mutuamente, y decidieron entrar sin tocar. Al abrir la puerta, vagamente podían ver la silueta de Tucker arrodillado, ya que la habitación no tenía iluminación del todo.

– Ah~ si estaban en casa, ¿por qué no respondían? – dijo Edward, adentrándose al laboratorio.

El reflejo de los lentes de Tucker era lo único realmente visible en aquella habitación, cuando volteó a ver a los recién llegados, se vió escalofriante, como dos puntos brillantes en el medio de la oscuridad. – Hey... – saludó, sin moverse ni un poco.

Una corriente eléctrica corrió por la espalda de Paris. Su instinto le decía que algo andaba mal.

– Lo logré... – habló Tucker con voz ronca – este es el resultado definitivo – dijo, revelando la quimera a su lado. Una criatura de cuatro patas, pelaje blanco, en su cabeza había pelaje más largo color castaño oscuro, sus ojos eran grandes pero completamente blancos, como si no tuviese alma. – Una quimera que entiende el lenguaje humano.

Se escuchó un fuerte trueno afuera. Había empezado a llover.

– Miren... – Tucker se levantó de su posición, y miró hacia donde la criatura estaba sentada. Bajó un poco su espalda para así llamar la atención de la quimera. – Este de aquí, es Edward – le dijo, señalando al rubio.

– Ed... ward... – repitió la quimera de manera espeluznante.

Paris empezó a sudar frío, por alguna razón, eso no se sentía bien. Estaba nerviosa y temblando. Pero luchaba con todas sus ganas para ignorarlo, porque no había necesidad de estar así... ¿o si...?

– ¡Si! ¡Exacto! – Exclamó Tucker, felicitando a la quimera.

El rubio se agachó al nivel de la quimera, con una sonrisa un poco confundida en su rostro – Es increíble... realmente habla.

– Si... ahora no tendré que perder mi certificado de alquimista estatal – comentó Tucker, notablemente feliz.

La quimera volteó su vista hacia la cara del rubio, quien lo miraba con fascinación.

– Ed... ward... – dijo – Ed... ward – repitió. – Onii-chan.

La mirada de Edward cambió por completo. De fascinación, a arrepentimiento. Su ceño se frunció, y empezó a temblar.

Paris sintió que el aire había sido robado de sus pulmones. Sus ojos se empezaron a humedecer. »No puede ser...« pensó. Quería negarlo con todas las fuerzas de su ser.

– Tucker-san... – llamó Edward, quien no se había movido de su lugar, seguía viendo fijamente a la quimera – ¿cuando fue que consiguió su título de alquimista estatal? – preguntó.

Tucker llevó su mano a su barbilla – Veamos... hace dos años – respondió.

– ¿Y cuando se fue su esposa...? – volvió a preguntar, de nuevo, sin moverse.

– ... Hace dos años.

Hubo un silencio de tensión en aquel laboratorio. Alphonse veía expectante a Tucker, Paris no quitaba sus ojos de la quimera a la par que lágrimas caían de sus ojos.

– ¿Puedo hacerle solo una pregunta más...? – siguió el rubio – ¡¿En donde están Nina y Alexander?! – volteó bruscamente para enfrentar a Tucker.

Alphonse parecía ahora haber caído en cuenta de lo que su hermano estaba pensando. Paris sentía que se iba a desmayar allí mismo. Llevó su mano hasta su boca para así evitar soltar ningún sollozo.

– Odio a los niños inteligentes como tú que se dan cuenta de todo – exclamó Tucker, pero antes de que se diese cuenta, Edward ya se había lanzado hacia el, lo empujó hasta la pared bruscamente y puso su codo en su cuello, ahorcándolo.

– ¡Nii-san! – exclamó Alphonse sorprendido por la repentina acción.

La castaña se acercó hasta la quimera, la cual seguía sentada allí... sin entender nada de lo que sucedía. Se agachó hasta su nivel aún con cascadas de lágrimas cayendo por sus ojos, llamando la atención de ésta.

– Paris... nee... san... – nombró, y esto fue el detonante de Paris. No pudo aguantar sus sollozos y se lanzó a abrazar a la quimera. Ocultó su cara en el pelaje de la criatura para así intentar silenciar su llanto.

– Nina... Nina... – repetía la castaña con su voz quebrada, aún incrédula.

– ¡De verdad lo hiciste maldito! – exclamó Edward apretando aún más fuerte a Tucker contra la pared. Estaba ciego por el enojo y solo sabía que debía pagar por lo que hizo – ¡Hace dos años fue tu esposa! ¡Y ahora transmutaste a tu propia hija y a un perro en una quimera! – exclamaba sin poder controlar su rabia. – ¡Después de todo, hay límites con los experimentos de animales, ¿no es así?! ¡Por su puesto es mucho más fácil utilizar un humano, ¿verdad?! – gritaba, volviendo a aplicar más fuerza sobre el cuello de Tucker.

– ¿P-porqué estás molesto..? – preguntó Tucker con voz ahogada y una sonrisa cínica en su rostro – ¡El progreso de la humanidad se debe a incontables experimentos con vidas humanas! ¡Como científico deberías saber eso! – exclamaba, totalmente fuera de cordura.

– ¡Vete al infierno! – vociferó Edward – ¿Crees que te saldrás con la tuya? ¡¿Quien te crees que eres para jugar así con las vidas de las personas?! – gritaba, a punto de perder sus estribos también.

Tucker sonreía con malicia – ¿La vida de las personas...? ¡Por su puesto! ¡Hasta tú sabes jugar con la vida de las personas! – exclamó, empezando a tomar una actitud hostil hacia Edward – ¡Porque tu hermano, tu pierna y tu brazo son el resultado de jugar con la vida de tu madre! – gritó, recibiendo un puño en su mejilla por parte de Edward. Esto hizo que los lentes de Tucker saliesen volando quebrados.

– ¡No es así! – gritó.

– ¡Tu y yo somos iguales!

– ¡No es verdad! – su voz se quebró.

– ¡Si lo es! ¡Viste la oportunidad al frente tuyo y la tomaste! ¡TRANSMUTASTE A TU MADRE SABIENDO QUE ERA UN TABOO!

Edward no aguantó más, y le propinó otro puño – ¡NO! – lo golpeó de nuevo – ¡Yo no...! – otro golpe – ¡Los alquimistas no...! – otro golpe – ¡... no hacen esto...! – otro golpe, con su voz ahora completamente rota – Yo no... – otro golpe – ¡YO NO SOY ASÍ! – gritó a todo pulmón alzando su puño para seguir con su golpiza.

– ¡Nii-san! – interrumpió Alphonse agarrando el brazo de su hermano. – ¡Si lo sigues golpeando... morirá! – explicó. La cara de Edward estaba salpicada de sangre de Tucker.

– S-si no lo haces tú... – dijo Paris, levantándose de su lugar previo con su cara completamente empapada. Ahora completamente enojada – Lo hago yo.

– Paris, no – respondió Alphonse Intentando detenerla, pero la chica ya estaba dando rápidas zancadas hacia donde Edward tenía retenido a Tucker. – ¡Paris-san!

La castaña se detuvo a tan solo unos pasos de Tucker, pero no fue por la llamada de Alphonse, si no, porque la quimera se había puesto en su camino, impidiéndole continuar. Todos se quedaron de piedra en ese momento.

– Papá... – dijo la quimera, viendo a su padre. Esto dejó un sentimiento de impotencia adentro de todos. Esa de verdad era Nina, que a pesar de haber sido transformada en una bestia por su padre... aún lo protege. – Papá... ¿te duele?... papá... ¿Estas... bien...? – seguía hablando, lo cual quebró el corazón de Edward. Soltó a Tucker, sintiéndose completamente inútil. No pudo evitar el destino de aquella pequeña niña.

Paris estaba en un estado similar. Aquello era demasiado cruel. Aún no podía creer cómo había gente en el mundo que serían capaces de eso... y también, como hay inocencia pura en el mundo; como la de Nina.

Paris se llevó sus manos a su cabello, y empezó a jalar de este con fuerza. Frustración, enojo, furia, inutilidad. Sentía todo al mismo tiempo.

Alphonse se acercó a la quimera, se arrodilló al frente de ésta y empezó a acariciarle la cabeza – Lo lamento... con nuestro poder actual, no podemos regresarte a la normalidad... – decía, arrepentido – Lo siento... lo siento tanto...

– Vamos a jugar... vamos... a jugar... – dijo la quimera, haciendo que los corazones de los jóvenes alquimistas se estrujaran aún más. Aquello era simplemente devastador.

Tucker, quien ahora estaba sentado en el piso con su cara embarrada de sangre, sacó de su bolsillo su reloj que lo identifica como alquimista estatal – Lo hice a tiempo... con esto podré seguir teniendo mi certificado... – celebraba, con una sonrisa de alivio.

Esto inmediatamente enfureció a Edward y a Paris. Edward pateo el reloj de la mano de Tucker, haciéndolo pedazos. En cambio, la castaña pateó la cara de Tucker tan fuerte, que cayó de nuevo completamente al piso.

Tucker empezó a arrastrarse como un gusano hacia donde el reloj había aterrizado. Esto disgustó demasiado a Paris. Su sangre hervía. Quería verlo sufrir, quería molerlo a golpes.

– Vamos a jugar... – dijo una vez más la quimera, pero esta vez Edward lo escuchó, y no pudo más.

– ¡MALDITA SEA!

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UN MINUTO DE SILENCIO, COÑO.

Una estrellita = un golpe que recibe la puta de Tucker.

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