†12
– ¿Estas seguro que no estás haciendo trampa?
– No hermanito, esto es pura habilidad y suerte.
– Está haciendo trampa.
Los dos hermanos miraron a la chica expectantes.
– Alphonse, mírale las mangas a Edward – comentó, tambaleando su pierna sobre la otra.
El nombrado acató y efectivamente, Edward estaba haciendo trampa. Un montón de cartas cayeron de sus mangas, rápidamente las agarró todas y las ocultó debajo de sus piernas.
– ¿De qué cartas hablan? – preguntó haciéndose el idiota.
– ¡Nii-san! – reprochó el menor.
Paris sonrió, ya que aquella ciertamente era una escena entre hermanos.
Luego de cruzar el desierto, los tres jóvenes se encontraban en el tren de regreso a los cuarteles militares para reportar todo lo que vieron e hicieron en Liore. Los hermanos llevaban la mayoría del viaje jugando cartas, mientras que la chica solo estaba sentada al lado de Alphonse, de piernas y brazos cruzados. Llevaba todo el tiempo analizando como el rubio escondía ágilmente las cartas en sus mangas. No dijo nada por todo el tiempo que estuvieron jugando, pero al ver la desesperación del menor, no pudo contenerse.
El rubio se recostó en el espaldar de su asiento – Ya estoy aburrido – bufó, dejando las cartas en la mesa que tenía al frente, y luego sacando las que había ocultado debajo sus piernas.
– Claro, como te descubrimos, ahora si dejarás de jugar – decía Alphonse mientras recogía las cartas desordenadas en la mesa – Eres un muy mal perdedor, nii-san – dijo Alphonse, y Paris se lo imaginó con un puchero en su boca. Pero por su puesto, solo lo pudo imaginar, ya que esa tonta armadura no le dejaba ver su cara.
– No soy un mal perdedor – habló el rubio viendo hacia la ventana, claramente tenía su mente en otro lugar, se veía pensativo.
La castaña volteó a su lado y se encontró con la mirada de Alphonse, como una pregunta silenciosa. La armadura solo se encogió de hombros, dejando preocupada a la castaña. La chica estaba apunto de abrir su boca para así preguntar si había algo mal, pero Edward se le adelantó.
– Fahrenheit – llamó y la nombrada le prestó atención.
– ¿S-si? – respondió un tanto nerviosa. Por alguna razón, el simple hecho de que Edward la llamase por su título de alquimista le ponía los pelos de punta.
– ¿Como ganaste ese título? – preguntó aún teniendo su mirada perdida en la ventana del tren, se rehusaba a darle frente a la chica.
Esa pregunta había tomado por desprevenida a Paris, pero titubeante, empezó a relatar.
– Tengo dos guantes – buscó en sus bolsillos y sacó un guante blanco, y otro negro. Ambos tenían círculos de transmutación especiales en la parte de atrás. – Uno – tomó el guante blanco – condensa la humedad del ambiente y luego adhiere las moléculas de agua para que sean solidas. En otras palabras; crea hielo. – explicaba mientras en sus manos tenía el guante blanco que era adornado con un círculo de transmutación color azul. Pasó a guardar dicho guante en el bolsillo de su chaqueta, para luego tomar el otro – este otro es un poco más peligroso. Manipula las moléculas de oxígeno. Incrementa la energía que guardan las moléculas y la convierte en energía cinética o de temperatura.– explicó aún con el guante en mano. Este estaba adornado con un círculo de transmutación rojo.
– Espera... eso es física. ¿Como aplicas eso a la alquimia? – preguntó Alphonse, siendo tan curioso como siempre. Edward ahora también veía a la chica, ya que al parecer los había logrado interesar a ambos.
– Oxígeno sigue siendo un elemento en la tabla periódica. Lo que significa, que está totalmente relacionado con la química – explicó la chica, aclarando las dudas – en otras palabras... puede drenar el oxígeno del ambiente o hacer que el aire se vuelva tan caliente, que solo inspirarlo haga que tus pulmones se derritan de dentro hacia fuera. – concluyó, guardando el guante en su chaqueta de nuevo. – De allí el título Fahrenheit. Supongo que me volví ágil controlando la temperatura – comentó desviando la mirada, al darse cuenta de que ambos se veían notablemente sorprendidos.
– Ese guante negro... ¿no es peligroso? – preguntó Edward, y Paris lo miró fijamente. Tomó bastante aire en sus pulmones para luego liberar la presión en su pecho lentamente.
– Lo es – afirmó la castaña – Pero nunca lo uso a menos que sea estrictamente necesario, o una emergencia.
El silencio reinó en donde los jóvenes estaban sentados. Luego de comprender lo que podía pasar por simplemente jugar con una molécula como lo era el oxígeno, entendieron que eran más vulnerables de lo que pensaban.
– ¿Y tú? – preguntó de repente la chica, llamando la atención del rubio. – ¿Cual es tu título de alquimista estatal? – preguntó mientras su pierna se movía de abajo a arriba, como un tic nervioso.
El rubio frunció su ceño levemente y se quitó el guante de su mano derecha, revelando un brazo completamente hecho de metal. La chica abrió sus ojos de par en par sin poder ocultar su sorpresa.
– ¿Automail? – preguntó para si misma, ya que era bastante evidente que si lo era.
– Fullmetal – suspiró Edward y luego se volvió a poner su guante bajo la atenta mirada de la chica – ese es mi título.
Paris tragó en seco y se recostó completamente en el espaldar de su asiento. Sentía que de alguna manera, su mundo se vino abajo. Aunque no había razón para aquello. Edward estaba allí, sano y fuerte. ¿Como había pasado eso? No había demostrado ninguna señal de debilidad desde que lo conoció, y por el hecho de que ella ahora supiera que tiene un brazo de metal, no significaba que lo iba a tratar diferente. Sin darse cuenta se había quedado viendo fijamente al brazo derecho del chico.
– Oye, ya puedes dejar de mirar – recordó el rubio, haciendo que la chica saliese de su trance y voltease la cabeza rápidamente, evitando su mirada.
– Nunca había escuchado sobre ti en mi vida – dijo Paris en su defensa, desviando la atención del rubio, el cual no le gustó su comentario.
– ¿Como vas a decir eso? ¡Si somos súper conocidos! – exclamó, notablemente ofendido.
Paris lo volvió a mirar, pero esta vez con una sonrisa en su cara – Pues lo siento, nunca he escuchado de ti. – respondió simplemente, para luego voltearse a Alphonse – ¿Tú también eres un alquimista estatal? – preguntó a lo que la armadura negó.
– Solo acompaño a mi hermano en su viaje... digamos que tenemos asuntos que resolver, juntos. – explicó Alphonse, sin dar tampoco mucha información. Esto hizo que Edward se calmase casi instantáneamente y se volviese a recostar en el espaldar de su asiento.
– Ya veo... – dijo Paris, poniéndole fin a aquella conversación.
Pasaron unos minutos más en donde los hermanos hablaban de trivialidades y Paris solo estaba perdida en su cabeza. »No debo encariñarme con ellos. No son las mismas personas que yo tengo en mis recuerdos. Ahora que me aseguré como están y quienes son, debo alejarme de ellos en cuanto pueda... no creo que sea buena idea acompañarlos« pensaba la chica. Es decir, tenía miedo a encariñarse más de la cuenta con Edward y Alphonse de Amestris. Ellos no eran sus amigos. Ellos no eran de su mundo. No confiaba en si misma y en su corazón estúpido que tiende a amar y encariñarse tan rápido. Al principio ir con ellos sonaba como una buena idea, pero mientras más tiempo pasaba, más se daba cuenta de que... ella podría acostumbrarse. Podría acostumbrarse a los hermanos Elric de Amestris, y eso no debía suceder. Estaría traicionando a la gente que ama, y a ella misma.
– Hey, Paris – Alphonse la sacó de su trance al tocarle el hombro.
Ella lo vió un poco aturdida – ¿S-si?
– Ya llegamos.
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Ya llegamos a la destinación... tu corazón AINSSSSSS
Ngl, Paris está medio whipped por ambos lol hahsjahsjahs i mean, alphonse de por si ya era muy buen amigo de ella, pero en Amestris Paris lo encuentra súper tierno y adorable uwu (quien no)
Anyways chingus, denle a la sepsi estrellita que no muerde ❤️
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