Trece

Chuuya y su maldita nueva costumbre de huir de situaciones que rebasaban de su zona de comodidad. Dazai ya se estaba hartando de ella.

Hizo un esfuerzo para tratar de seguirle el paso, a pesar de su mala condición física, pero Chuuya estaba muy por delante y cada vez era más lejana la probabilidad de alcanzarlo antes de que dejara a su impulsividad actuar y cometiera una estupidez.

Cuando llegó al último lugar donde habían visto al nuevo portador, sus ojos buscaron desesperadamente a Chuuya, encontrándolo a varios metros de distancia aparentemente en una confrontación. Chasqueó la lengua con irritación y puso lo último de su energía en llegar hasta él, rogando internamente que Chuuya no haya tenido que llegar hasta ese punto en particular.

Muy tarde.

Sabía de antemano que Chuuya era impulsivo, aún más cuando las cosas no salían como él quería y debía recurrir a una última carta, por más contraproducente que podría resultar. Había resultado en la enfermería muchas veces por culpa de eso y Dazai jamás admitiría a alguien las noches que pasó durante horas a los pies de una camilla, velando en silencio los sueños del pelirrojo.

—¡Chuuya, detente, no seas idiota!

Pero, las marcas ramificadas brillando en un escarlata intenso le hicieron ver que ya había perdido a Chuuya.

Fue un pelea reñida, en la que Dazai no creyó conveniente inmiscuirse por el momento, pues Nakahara ya había comenzado a usar las construcciones de su entorno como herramientas de combate... pero tampoco podía abandonarlo por completo. Intentó encontrar una brecha o algún momento exacto en el cual podría saltar hacia Chuuya para detenerlo, sin embargo, algo siempre terminaba obstruyéndolo, y si él resultaba herido no habría nadie cerca que pudiera detenerlo.

—¡Chuuya, basta! —gritó en vano, pues este estaba totalmente absorto en su pelea que en algún punto empezó a ser unilateral.

El oponente se había perdido en alguno de los arboles y trozos de suelo que Chuuya le había arrojado sin compasión, sin embargo, este no parecía querer detenerse, arrasando con todo lo que le fuera posible para satisfacer una diversión inconsciente. Dazai tendría que hallar una forma u otra de acercarse para anular corrupción o Chuuya terminaría haciendose daño.

Se abrió paso entre escombros, oleadas de polvo que le nublaron la visión y esquirlas de rocas que le golpeaban la cara. Las alteraciones en el suelo lo hicieron tropezar un par de veces. Estuvo seguro que alguna de esas caídas provocó estragos en su tobillo, pero el dolor era irrelevante en ese momento.

Cuando finalmente estuvo a escasos metros de Chuuya, pudo permitirse suspirar, pero aun no del todo aliviado. El pelirrojo continuaba encerrado en su trance, carcajeandose sin razón y destruyendo con su poder todo su alrededor. Dazai hizo un verdadero esfuerzo por esquivarlos.

Al estar lo suficientemente cerca, no lo pensó dos veces para extender un brazo y envolverlo en el cuello de Chuuya, por detrás. Éste se paralizó de inmediato ante el toque repentino.

—¡YA CÁLLATE! —Dazai gritó y las marcas de la piel de Chuuya desaparecieron en un parpadeo.

Cayó como peso muerto sobre el suelo, sintiendo la oleada de dolor invadirlo por el impacto. Aún no estaba completamente incosciente y pudo ver, con sus ojos entrecerrados, como las piernas de Dazai cedían al cansacio y caía arrodillado frente a él. Chuuya intentó decirle algo. Quería preguntarle desesperadamente si se encontraba bien. Quería levantarse para ayudarlo, pero ni siquiera eso podía, mucho menos ayudar a otra persona.

Dazai, sin decir nada, tomó a Chuuya de la cintura, atrayendolo a su cuerpo lenta y delicadamente hasta lograr tenerlo apoyado sobre su pecho, con las extremidades colgandole flacidas a los costados.

--Qué estúpido eres, Chuuya --susurró extendiendo una mano hacia el cabello pelirrojo y quitando las capas de polvo con caricias.

Chuuya no lo escuchó ni por lejos, estaba demasiado enfocado en cuanto lo deleitaba los latidos del corazón de Osamu, aun yendo a un ritmo frenético, pero poco a poco menguando su ímpetu. Y en medio de eso, se dejó arrastrar por la inconsciencia.

—Me gustas, enano —declaró en un susurro cuando estuvo seguro que Nakahara ya no estaba despierto—. Y sé que me vas a odiar aún más por eso, si es posible siquiera.
Guardó silencio unos segundos, apretando a Chuuya contra su cuerpo con una mano y sin abandonar su cabello con la otra.

—Así es mejor... 

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