| : ᴍᴏɴ ᴀᴍᴏᴜʀ : |
Miraba el reloj pequeño situado encima de la chimenea, sentía la emoción recorrer su cuerpo y una sonrisa plantarse dolorosamente en su rostro: Papá llegaría en tan sólo unos minutos, y traería para ella su regalo por ser una muy buena niña, y por ser su cumpleaños número seis, por supuesto.
Escuchó la perilla de la puerta y se levantó rápidamente buscando llegar antes que su madre a la división de la cocina y la sala.
Aquello lo consiguió, pero nada fue como esperaba. Papá entraba a la casa tambaleándose y hablando palabras a medias, su cara enrojecida y sus ojos perdidos en el suelo de madera, tembló ligeramente cuando estos la encararon.
El alfa sonrió, levantando en sus manos una bolsa color dorado con un moño escarlata—. Eli, mi dulce niña —balbuceó el hombre casi entendiblemente, sacudiendo el regalo entre sus manos—. Ven aquí, saluda a papi y él te dará tu regalo.
Llamó su atención, pero no lo suficiente para poder acercarse. Algo había temblado con miedo dentro suyo—. ¿Pa-...?
—Elle, aléjate de él —Su madre había gruñido al bajar por la escalera, provocando que la niña, por instinto, reaccionara a ella, alejándose del hombre—. ¿Qué te crees dando esta imagen a tu hija?
El alfa rodó los ojos, viéndose fastidiado y molesto—. Vas de nuevo... No le estoy dando ninguna mala imagen. Es una omega, debe saber que esto es lo que vivirá en un futuro.
—¿Ah, sí? ¿Intentas decirle que también será engañada? —la mujer se acercó a ella, tomándola del hombro, y contrario al tono agresivo que ocupaba su voz al dirigirse a su esposo, con ella fue suave y dulce—. Ve a tu cuarto, cariño.
Hizo caso de inmediato por instinto, obedeciendo a la protección de su madre dando un paso hacia atrás, y ese simple acto pareció enfurecer el estado delicado del hombre, quien repentinamente se abalanzó sobre la niña, gruñendo.
—¡No!
No fue consciente de mucho, sólo del dolor repentino que le inundó el rostro, el líquido caliente bañando el mismo, y las voces se hicieron nítidas y molestas, los gritos, la pelea... su madre llorando y siendo golpeada por su padre.
Ardió aquello en su interior que se enojaba al ser llamada omega, al sentirse inferior ante su padre, al escuchar los maltratos hacia su madre. Ardió todo, y su mente se oscureció.
Sin saberlo, aquel día tan normal para ella, marcó un antes y un después en lo que sería su vida.
—¿Elle? —La voz de su madre captó su atención, haciéndola voltear a verla. Se hallaba a unos pasos detrás, ¿cómo había pasado? Estaban bastante alejadas antes de aquello—. Cariño... —la mujer actuó rápidamente al escuchar el gruñido del hombre, tomándola de los hombros y hablándole con voz pausada—: ve a tu cuarto y no abras hasta que yo te lo indique.
Esa idea no le gustaba.
—Mami...
—Elle —la autoridad en su voz la hizo asentir arrepentida al casi contradecirla—, sé una buena niña y ve a tu cuarto.
Y de forma tan rápida como la mayor le había indicado, corrió a su habitación y se encerró entre esas cuatro paredes color crema, abrazándose a uno de los peluches decorando su cuarto, justamente el que más olía a su madre, su oso de peluche blanco.
Ahí esperó lo que fue casi toda la tarde, y se obligó a sí misma a no salir corriendo del cuarto cuando escuchaba la discusión de abajo.
Llegó un punto en el que sus ojos se cerraron, sintiéndose cansada por el llanto y los recuerdos borrosos de aquel día en su cabeza, y para cuando volvió a abrirlos su madre entró por la puerta con un pedazo de pastel rosado sobre una bandeja de plata—. ¿Cómo está mi cumpleañera? —se sentó a su lado, acariciando los cabellos tan iguales a los propios y sonrió algo cansada—. Lamento haberte hecho esperar, pequeña.
Su madre se veía cansada, y aquello quiso hacerla preguntar, hasta que al abrir un poco sus labios el rostro le ardió, por lo que no lo volvió a intentar, y ese pequeño gesto pareció hacer que su progenitora se echara a llorar abrazándola con fuerza.
—Se equivocó, siempre lo supe. Yo-... Elle, eres mi pequeña niña, y siempre me llenarás de orgullo, no importa lo que otros digan.
Ese día la abrazó con fuerza. Ese día fue el primer cumpleaños que pasaron solas. Y ese día descubrió, a sus seis, que nunca había sido una omega, sino, una alfa.
Comprendió lo extraña que se había sentido siempre entre su madre y su padre, quienes siguieron juntos, pero por ese mismo día en que ambos alfas se enfrentaron, el mayor ya no hizo ningún movimiento que lograra molestar a su hija.
También comprendió lo mucho que le gustaba sentir a su alfa a pesar de su corta edad, y es que, éste no era más que un lobo macho, y por ello su conflicto interno desde tan joven, haciendo que su lobo se mostrase prematuramente. Y aquello en lugar de generar dudas en su joven mente, la hizo hablarlo con su madre, quien a partir de ahí y con mucho cariño, comenzó a tratarla tanto como un chico, como una chica. Y eso la hizo feliz.
Su madre siempre la hizo feliz.
Por eso salió de casa al cumplir 14. Por eso comenzó a trabajar y aumentó su preocupación por su madre, así como fue quien comenzó a ir por su padre cada que éste iba y se perdía en alguna cantina de quinta. Comenzó a hacerse responsable de algo que no quería aún, y comenzó a conocer el temperamento de otro ser cuando apenas entendía su propia mente.
Su madre la ayudó a controlar aquello: estudiaron desde casa, y corrieron por un campo cercano a su hogar diariamente, siendo así su "encierro" voluntario hasta sus 17 años, cuando por fin se sintió lista y tranquila para salir de casa.
Había aprendido lo suficiente de su alfa como para comprender que era de irritabilidad fácil, así como que podría molestarle cualquier cosa y la gente externa. Por ello, salir de su casa, donde tenía a su madre y a su padre de única cercanía, para toparse ahora con un mundo repleto de aromas y temperamentos distintos la hizo marearse, y detestar a los otros.
Le frustraba lo rápido que iba el mundo.
Le frustró cuando encontró aquel olor del que tanto gustó y la hechizó, únicamente a ella, pues su lobo, a pesar de reconocer señales, durmió más por la molestia de aquel sentimiento, que batallar en la idea de cómo ponerse a actuar, confiando en ella plenamente. Y eso la había divertido porque su instinto siempre se encontraba alerta. Siempre, hasta él.
Olor a biscochos y un aspecto que te gritaba desorden. Lo amo en el primer instante, su lobo batalló un poco, más por querer llevarse la contraria a sí mismo que nada. Pero sin dudas dejando entrar a aquel cachorro a su corazón tan pronto como lo vio.
Y fue la paciencia que le otorgaba para conocerla lo que hizo que ambos lados, el animal y el humano, se aferraran con fuerza al chico.
Chico al que ahora miraba con cautela por cada paso tranquilo y adormilado que era dado en la sala, sus ropas grandes y holgadas colgando de manera relajada, sin importarle mucho su aspecto. El cual, sin ningún problema, tanto ella como su lobo lograban ver exquisitamente tentador, pues no importaba cómo se viese, hacía vibrar cada parte en su cuerpo deseando poseerlo.
Su celular timbró, haciéndola bajar la mirada hacia el aparato, donde la esperaban mensajes de su jefe indicándole lo que haría una vez regresando al trabajo.
Lo dejó a un lado con la idea de leer la información después al haber escuchado como Nicholas suspiraba. Claro indicador de que se había decidido ya para contarle las cosas.
—Bien, esto será algo raro de decir..., pero-, pero... Laila y Marcus tendrán un bebé. —Alzó la mirada tomada desprevenida, ¿qué tenían que ver ellos y su catastrófica relación ahí?—. Y Vivian me comentó que ella y Kyle han hablado sobre la idea de tener hijos... y yo, bueno, mi lobo y yo —se detuvó abruptamente, respirando hondo, y Elle sintió que, antes de que esas palabras fuesen soltadas, ella y su lobo ya se habían encontrado listos para correr a apresar a su omega en un abrazo—. Quiero cachorros, hijos tuyos y míos.
Las mejillas de Nick apenas se teñían de rojo cuando lo abrazó, cargándolo y comenzando a dar vueltas con el omega de lo más contenta. Había sido una reacción que no había podido ni buscó retener frente a su pareja, y aún cuando bien sabía lo que le esperaría frente a su padre: una desherencia que poco le importaba, estuvo lista para contárselo a su madre esperando su misma alegría.
Nunca le habían importado cómo vendrían los hijos con su omega, fuesen de sangre o adoptados, vinieran de su parte o de la de su chico. Sabía que para cualquier caso habría que estarse apoyando mutuamente, y eso era lo que más deseaba. Amar a Nick tanto como él la amaba, y tener a pequeñas criaturas a las que contagiar de ese amor.
Así que sí, esa noche conversaron hasta tarde e hicieron el amor más veces de las que quizá imaginaron a unos dos días de acabar la "pausa", y Elle recibió justo las reacciones que esperaba de sus padres cuando los llamó.
Quizá se habría molestado o tenido un fuerte dolor de cabeza por los gritos de su progenitor, y lo hizo, más no del todo, el medicamento, y el estado alegre y soñador en el que su alfa se encontraba la ayudó a sólo sentirse bien durante todo lo que quedó de noche hasta dormir.
Nada más importaba que aquel nuevo mundo abriéndose ante sus ojos, en sus sueños, junto a su omega y a las personas que más amaba y quería.
Y se lo dijo desde ese día, amaría a sus hijos sin importar nada, y jamás buscaría darles ideas equivocadas.
Por esa noche, esperó a su cumpleaños sin sentirlo tan vacío, pues faltaban ya pocos días... y la cicatriz en su rostro, producto del ataque de su padre hace años, no ardió ni molestó al sumirse entre ese dulce sueño futuro lleno de visiones y expectativas.
⠑⠁꧁🄳🄰🄼🄼🄴🅁꧂⠁⠔
Mon Amour: mi amor
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