⚠️ | : sᴀɴɢ : | ⚠️
🛑╧ el siguiente capítulo puede tocar temas poco agradables para el lector (menciones de sangre, sexo, infidelidad, golpes y autolesiones), se recomienda discreción ╤🛑
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Respiraba agitado, sintiendo la viscosidad en su cuerpo y el dolor en sus muñecas. Vestía de blanco haciendo aún más notorio su asqueroso baño combinado entre el sudor y la sangre, temía a que la puerta pesada creada con metal se abriese en cualquier segundo.
Deseaba llorar, más no podía. Los Alfas no lloraban, eran los fuertes en la manada: Por eso no comprendía cómo era que su hija, tan frágil y de rostro tan dulce podría ser parte de esa casta, ellos eran peligrosos, agresivos y brutos. Elle no pertenecía ahí, no debía. Pero lo era.
La chica más de una vez le había demostrado lo fuerte que era, su nivel de peligro, y el hombre había hecho como si no fuese consciente de nada de eso.
Así, hasta que esto pasó.
La vergonzosa situación en la que ahora se encontraba, amordazado y encadenado, sufriendo del asco que le propiciaba su mismo olor. No sabía dónde era que su mujer se encontraba, sólo sabía que había sido golpeado en la cabeza fuertemente cuando su nieto, de ahora 19 años, regresaba a casa de un viaje: No recordaba para qué había viajado, pero sí sabía que aquello había sido obra suya.
Y el chico lo odiaba por ello...
El golpe pesado de una bandeja se escuchó afuera, haciéndolo temblar cual servatillo temeroso del fin de su vida ante los ojos de aquel gran lobo. Patético. Él era un alfa, y se encontraba ahí, temblando por la llegada de su propia descendencia.
La puerta fue abierta y la sombra de tres figuras ocultaron su vista de la luz de afuera.
No tardó mucho cuando el primer golpe fue dado, escociendo en su mejilla ya lastimada, y sin otorgarle tiempo de reposo cuando un sinnúmero de golpes fueron dados nuevamente por el chico más joven, buscando moler su cuerpo por completo.
Gruñó, aguantando el soltar algún gemido o sollozo que delatara su dolor. Se sintió ligeramente alegre cuando pudo ser liberado, dejándole escupir la sangre que se había obstruido en su garganta, ahogándolo.
Escuchó el mudo murmullo de voces y risas, y aún con el dolor, levantó el rostro para encararlos. Deseó hacerlo con enojo y fuerza, pero todo aquello se había disipado desde hace un par de días de haber estado conviviendo con la suciedad y el ansia ahí encerrado.
—¿Dónde está ella?
Saliva fue recibida por respuesta dentro de su boca, haciéndolo tener una sensación nauseabunda que le provocó volver a agacharse y escupir, aguantando las arcadas y espasmos que habían comenzado a bañar su cuerpo.
—Ahí es tu puesto —comenzó a hablar el joven, imponiendo respeto y altanería: cosa que sin duda lo molestó, pero decidió callar y agachar la mirada. El dije de letras plateadas, "EN", colgaba de su cuello, así como muy seguramente lo harían los dijes con la "J" y la "K" en el cuello de sus progenitores—. Y no vuelvas a hablarme como si tuvieras el derecho de dirigirme la palabra tras tantos años de ser un malnacido, ni tampoco te creas con la libertad de preocuparte falsamente, abuelo.
Ya ni siquiera su alfa se sentía lo suficientemente fuerte para gruñir o enojarse a respuesta de su descontento, su fuerza se había disipado. No es que fuese el mejor hombre del mundo, pero su esposa era quien le preocupaba.
De algún modo u otro, saliendo de las cursilerías y necesidades de su lado animal, se decía que no podía estar sin quien le hiciese la comida, planchara su ropa y se quedase a esperarlo en casa cumpliendo perfectamente su lugar de esposa. Emelite era la mejor mujer que había tenido de tantas, no por el sexo, sino por su sumisión , y difícilmente encontraría lo mismo en las muchachitas con las que se acostaba cada fin de semana que era libre de salir a cualquier cantina ahora que su hija no se hallaba en casa para arrastrarlo de vuelta.
Sus ojos desorientados buscaron a su hija. La alfa se hallaba a unos pocos pasos de su hijo, tomando uno de los hombros del muchacho, mirándolo desde arriba con una seriedad penetrante, como si quisiese decirle desde ahí que no lo ayudaría a tener las respuestas que quería.
Miró entonces a su yerno, aquel omega que no le causaba más que irritación, no lo encontraba atractivo ni proporcionado cual omega hermosa que debería de haber sido, demasiado bajo, de piel lechosa y de cabellos café realmente oscuro, ojos verdosos y brillantes que lo incitaban a siempre tener pensamientos insanos como el de abrir sus piernas y follarlo hasta que llorase entre lamentos, lamerlo entero hasta hacerlo sentir asqueroso y utilizado por ser quién era, por lo qué era, por, aún teniendo una visión horrenda al ser un "omega" masculino, coquetearle tan descaradamente, llenando su mente de ideas por las que, muy probablemente, de saberlas, su hija sería capaz de matarlo.
El gruñido de parte de su nieto fue suficiente para hacerlo ver que no había sido muy sutil mirando con odio y descaro al repugnante ser frente a sus ojos, aquel que había dado vida al alfa que ahora le había golpeado en la mandíbula, mareándolo. Sentía que ésta se había desencajado de su puesto, y el dolor fue suficiente para hacerlo chillar de manera vergonzosa, sintiéndose pequeño ante la voz de su descendencia cuando le gritó—: ¿¡Qué te crees mirando de ese modo a mi padre, enfermo!? —gruñó el más joven, provocando un silencio incómodo y molesto, y antes de que algo más ocurriese, la puerta fue abierta.
La aguja del tacón golpeteó con cuidado y delicadeza el suelo dentro de esa asquerosa estancia, y el enojo lo bañó por completo al reconocer aquel caminar que siempre le sacaba de quicio cuando lo escuchaba resonar en el suelo por la preocupación al momento de esperar por su hija siendo atendida por el doctor, o tras alguna información de parte del director de la escuela.
—Emelite... —susurró con molestia, sintiendo como su alfa parecía despertar con la presencia de la que fue su omega: lo había rechazado meses después de lo ocurrido con su hija aquel cumpleaños, pero había permanecido porque, así cómo él, no veía modo de estar lejos al ser su complemento.
Su enfermiza necesidad de no estar solos los había impulsado a una relación de maltratos, gritos, engaños y distancia de una forma completamente insana y consumante.
—Darién —fue lo único dicho por la mujer que, al alzar con rapidez la mirada, notó de rostro cansado y marcado por la vejez, con ojeras muy notorias, y con cabellos cortos, de voluminosidad delgada y maltratada, la piel blanquecina y delgada, adornada con un traje amarillo y brillante que fue capaz de dañarle la vista, descubierto hasta los hombros y con un escote que ella jamás usaría.
O que, más bien él, nunca la habría dejado usar.
—Puta —gruñó, usando a su favor la contradicción de la emoción de su alfa y la necesidad del mismo por querer abrazar a su omega, para poder obtener un poco más de fuerza. El instinto animal siempre lograba aquello—. ¡No eres más que una asquerosa, así como la pareja repulsiva de nuestra hija! Yo preocupándome por ti, y tú siendo una maldita hija de-...
El puñetazo directo en su rostro fue suficiente para alejar el ligero despertar de su lobo y derrumbarlo con fuerza al suelo, su estómago retumbó con debilidad. Tenía hambre...
—Será mejor que terminemos con esto —mencionó su hija, quien, al analizar la distancia que los separaba y sus garras sobresalientes en la punta de sus dedos, había sido quien lo había golpeado.
Nicholas asintió, tomando con cuidado por los hombros a Emelite, quien hasta entonces pareció soltar el aire retenido en sus pulmones, y con cierta amargura llevó sus manos libres a la marca de unión con su pareja, desenfundando sus garras. Lo miraba a los ojos con arrepentimiento, pero también con cierta emoción que en él no llegó, tan sólo invadiéndolo desesperación y enojo al ver lo que ocurriría pronto.
Su hija se acercó a él mientras éste quedó analizando y temblando, fue sujetado del brazo por su nieto, y entonces un pinchazo llegó a su hombro izquierdo, siendo inyectado un líquido de un verde brillante. Jadeó y gruñó cuando finalmente el dolor de la marca de unión siendo rasgada y borrada por su esposa se hizo presente y, sin mucho cuidado, fue tirado al suelo.
Las cuatro figuras se fueron lentamente, sin mirarlo a los ojos en ningún momento, y eso fue suficiente para hacerlo entender que ya no volverían. Y de pronto sintió hambre, mucha más que la que ya había tenido tiempo atrás.
Observó sus manos, sus piernas, ya casi sin carne, pero se le ocurrió antojable, y sin pensarlo mucho, su lobo había desaparecido en cuanto dio el primer mordisco a su mano izquierda. Siendo tan sólo un hombre enloquecido por su propio martirio...
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El sudor bañó su rostro al momento de despertar, observando sus manos y piernas con terror, impulsándolo a mirar a su esposa que descansaba demasiado tranquila a su lado. Aquel sueño, en el que terminó consumiéndose a sí mismo lo había perturbado, más esto tan sólo por un pequeño instante, haciéndolo enojarse al notar que "era una estupidez". ¡Él era un Alfa!, un hombre adulto de setenta y siete años. No un pequeño niño asustado de un simple sueño que, como muchos otros, sólo eran producto de su imaginación.
Él no era de la gente que creía en los avisos del subconsciente.
Así, hasta la fiesta de revelación de genero de su nieto, a la que fue obligado por su esposa y no muy bien bienvenido por su hija.
Las iniciales del ser que resultó ser varón eran decoradas por un brillante rojo:
JK
⠑⠁꧁🄳🄰🄼🄼🄴🅁꧂⠁⠔
Sang: sangre
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