𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚

(☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 )
𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝚞𝚗 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚕𝚘𝚋𝚘.

—¡Este lugar está encantado! —Exclamó Ron del susto.

—No lo está —Le dijo Lupin, que seguía mirando a la puerta, intrigado—. La Casa de los Gritos nunca ha estado embrujada. Los gritos y aullidos que oían los del pueblo los producía yo.

—Usted pasaba las lunas llenas aquí. —Dedujo Alaska.

Lupin asintió y miró a Harry.

—Te dije hace meses que el sauce boxeador lo plantaron el año que llegué a Hogwarts. La verdad es que lo plantaron porque vine a Hogwarts. Esta casa, el túnel que conduce a ella... se construyeron para que los usara yo; una vez al mes me sacaban del castillo furtivamente y me traían a este lugar para que me transformará. Durante esa época tenía tres estupendos amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James Potter. Yo inventaba historias de todo tipo pata explicar mis desapariciones, me aterrorizaba que pudieran abandonarme cuando descubrieran lo que yo era. Pero pronto averiguaron la verdad, y no me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis metamorfosis no sólo en soportables, sino en los mejores momentos de mi vida. Se hicieron animagos.

—¿Mi padre también? —Preguntó Harry atónito.

—Sí, claro —Respondió Lupin—. En quinto curso lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de convertirse a voluntad en un animal diferente.

—Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —Preguntó Hermione con perplejidad.

—No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la hacían como animales. —Explicó Lupin.

—Date prisa, Remus —Gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con una horrible expresión de avidez.

—Ya llego, Sirius, ya llego... Al transformarnos se nos abrían posibilidades emocionantes. Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche por los terrenos del colegio y por el pueblo. Sirius y James se transformaban en animales tan grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo.

—¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un licántropo! ¿Qué habría ocurrido si les hubiera dado esquinazo a los otros y mordido a alguien? —Espetó Hermione, alarmada.

—Ése es un pensamiento que aún me reconcome —Respondió Lupin en tono de lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos reíamos. Éramos jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras ocurrencias pero a menudo me sentía culpable por haber traicionado la confianza de Dumbledore. Y no he cambiado... —Las facciones de Lupin se habían tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo mismo—. Todo este curso he estado pensando si debería decirle a Dumbledore que Sirius es un animago. Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque soy demasiado cobarde. Entonces supe que Sirius entraba en el colegio utilizando Artes Oscuras aprendidas de Voldemort y de que su condición de animago no tenía nada que ver... Así que, de alguna manera, Snape tenía razón en lo que decía de mí.

—¿Snape? —Dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por primera vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta Snape?

—Está aquí, Sirius —Dijo Lupin con disgusto—. También da clases en Hogwarts.

Miró a Alaska, a Harry, a Ron y a Hermione.

—El profesor Snape era compañero nuestro —Se volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos los medios impedir que me dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Le ha estado diciendo a Dumbledore durante todo el curso que no soy de fiar. Tiene motivos... Sirius le gastó una broma que casi lo mató, una broma en la que me vi envuelto.

—Le estuvo bien empleado —Black se rio con una mueca—. Siempre husmeando, siempre queriendo saber lo que tramábamos... para ver si nos expulsaban.

—Severus estaba muy interesado por averiguar dónde iba yo cada mes —Explicó Lupin a los cuatro jóvenes—. Estábamos en el mismo curso, ¿saben? Y no nos caíamos bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era envidia por lo bien que se le daba el quidditch...

—Eso no tiene sentido —Protestó Alaska—. Al profesor Snape no le interesa el Quidditch.

—De todas formas —Siguió Remus—. Snape me había visto atravesar los terrenos del colegio con la señora Pomfrey cierta tarde que me llevaba hacia el sauce boxeador para mi transformación. Sirius pensó que sería divertido contarle a Snape que para entrar detrás de mí bastaba con apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape, como es lógico, lo hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un licántropo completamente transformado. Pero tu padre, que había oído a Sirius, fue tras Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me entrevió al final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero desde aquel momento supo lo que yo era...

—Entonces, por eso lo odia Snape —Dijo Harry—. ¿Pensó que estaba usted metido en la broma?

—Exactamente. —Admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared, a espaldas de Lupin.

Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la varita. Black se puso en pie de un salto.

—He encontrado esto al pie del sauce boxeador —Dijo Snape, arrojando la capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita—. Muchas gracias, Potter, me ha sido muy útil.

Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo.

—Tal vez se pregunten cómo he sabido que estaban aquí —Dijo con los ojos relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En tu mesa había cierto mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que necesitaba. Te vi correr por el pasadizo.

—Severus... —Comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó.

—Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me ocurrió que tuvieras el valor de utilizar este lugar como escondrijo.

—Te equivocas, Severus —Dijo Lupin, hablando aprisa—. No lo has oído todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry.

—Dos más para Azkaban esta noche —Dijo Snape, con los ojos llenos de odio—. Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras inofensivo, ¿sabes, Lupin? Un licántropo domesticado...

—Idiota —Dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales?

Fue repentino. Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas, semejantes a serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Lupin. Éste perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse. A Alaska le pareció que era una medida innecesaria. Con un rugido de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape apuntó directamente a sus ojos con la varita.

—Dame un motivo —Susurró —. Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo haré.

Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Hermione dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento:

—Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir, ¿no cree?

—Señorita Granger, me temo que vas a ser expulsada del colegio —Dijo Snape—. Se encuentran en un lugar prohibido, en compañía de un asesino escapado y de un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca.

—Pero si... si fuera toda una confusión...

—¡CALLATE, IMBÉCIL! —Gritó de repente Snape, descompuesto—. ¡NO HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES!

Alaska nunca había visto al profesor de esa forma, a quien siempre había admirado. Pero en ese momento sentía lástima por él. Del final de su varita, que seguía apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó silencio, mientras Snape proseguía

—La venganza es muy dulce —Le dijo a Black en voz baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara!

—Profesor Snape... —Dijo Alaska con cuidado—. Antes de hacer cualquier cosa, tal vez debería escuchar la historia completa, no tiene nada que perder y si no le convence, puede seguir con sus planes.

—Alaska —Le dijo Snape, controlándose para no gritarle—. Tú no lo entiendes.

—Tal vez no lo haga, pero es mejor que actuar nublado por el odio.

—Eres tú quien no comprende, Severus —Gruñó Black—. Mientras Ron meta su rata en el castillo, entraré en él sigilosamente.

—¿En el castillo? —Preguntó Snape con voz melosa—. No creo que tengamos que ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores en cuanto salgamos del sauce. Estarán encantados de verte, Black... Tanto que te darán un besito, me atrevería a decir...

El rostro de Black perdió el escaso color que tenía.

—Tienes que escucharme —Volvió a decir—. La rata, mira la rata...

Pero había un destello de locura en la expresión de Snape que no habían visto nunca. Parecía fuera de sí.

—Vamos todos —Ordenó.

Chascó los dedos y las puntas de las cuerdas con que había atado a Lupin volvieron a sus manos.

—Arrastraré al licántropo. Puede que los dementores lo besen también a él.

Sin saber lo que hacía, Harry cruzó la habitación con tres zancadas y bloqueó la puerta.

—Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas —Gruñó Snape—. Si no hubiera venido para salvarte...

—El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme este curso —Explicó Harry—. He estado solo con él un montón de veces, recibiendo clases de defensa contra los dementores. Si es un cómplice de Black, ¿por qué no acabó conmigo?

—No me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —Susurró Snape—. Quítate de en medio, Potter.

—¡DA USTED PENA! —Gritó Harry—. ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL COLEGIO!

—¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! —Chilló Snape, más furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te hubiera matado! Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para desconfiar de Black. Ahora quítate de en medio o te quitaré yo. ¡APÁRTATE, POTTER!

Harry se decidió en una fracción de segundo. Antes de que Snape pudiera dar un paso hacia él había alzado la varita.

—¡Expelliarmus! —Gritó.

Pero la suya no fue la única voz que gritó, Hermione y Ron también habían lanzado otros hechizos. Una ráfaga de aire movió la puerta sobre sus bisagras. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared. Luego resbaló hasta el suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento, y no fue el único.

El hechizo de Ron no fue estable por lo débil que se encontraba, este rebotó en las viejas paredes y le dio de lleno a Alaska en el pecho, quien fue empujada unos metros hasta golpear la pared, y quedó inconsciente.

No supo cuánto tiempo había pasado, pero se despertó confundida, sin saber dónde estaba o que estaba ocurriendo. Alaska soltó un sonoro quejido al intentar acomodarse y sentir un fuerte dolor en la nuca.

Black protestó—. Déjenme acabar con ella de una vez.

—¿Por qué quiere matar a Alaska? —Le cuestionó Harry, mientras Hermione la ayudaba a ponerse de pie—. Ella no ha hecho nada.

—Venganza, Harry, venganza —Le respondió Black—. Voldemort mató a James y a Lily, lo más cercano que tenía a una familia, mis amigos. Y yo mataré a su heredera. Una venganza por la cual no me molestaría volver a Azkaban.

—Azkaban si que le arruinó el cerebro —Le dijo Alaska—. Tal vez sea su heredera, pero no valgo nada para él ni para nadie más. No valdrá la pena.

—Es suficiente —Dijo Lupin, con una nota de acero en la voz—. Hay un medio infalible de demostrar lo que verdaderamente sucedió. Ron, entrégame la rata.

—¿Qué va a hacer con ella si se la doy? —Preguntó Ron con nerviosismo.

—Obligarla a transformarse —Respondió Lupin—. Si de verdad es sólo una rata, no sufrirá ningún daño.

Ron dudó. Finalmente puso a Scabbers en las manos de Lupin. Scabbers se puso a chillar sin parar, retorciéndose y agitándose. Sus ojos diminutos y negros parecían salirse de las órbitas.

—¿Preparado, Sirius? —Preguntó Lupin.

Black ya había recuperado la varita de Snape, que había caído en la cama. Se aproximó a Lupin y a la rata. Sus ojos húmedos parecían arder.

—¿A la vez? —Preguntó en voz baja. —Vamos —Respondió Lupin, sujetando a Scabbers con una mano y la varita con la otra—. A la de tres. ¡Una, dos y... tres!

Un destello de luz azul y blanca salió de las dos varitas. Durante un momento Scabbers se quedó petrificada en el aire, torcida, en posición extraña. Ron gritó. La rata golpeó el suelo al caer. Hubo otro destello cegador y entonces...

Fue como ver la película acelerada del crecimiento de un árbol. Una cabeza brotó del suelo. Surgieron las piernas y los brazos. Al cabo de un instante, en el lugar de Scabbers se hallaba un hombre, encogido y retorciéndose las manos.

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