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Después de correr por varios kilómetros, Finnick encontró una pequeña cueva donde podría esconderse hasta que se sintiera mejor, había perdido tanta sangre que ya comenzaba a estar débil, esperaba no morir por desangrarse (claro, si los demás tributos no lo encontraban primero) por lo que había visto en las proyecciones nocturnas, ahora sólo quedaban cinco tributos. Ambos tributos del Distrito dos, la chica del Distrito uno, un chico del Distrito siete y él.

Sabía que pronto serían cuatro los que quedarían, no podría aguantar mucho con una herida de ese tamaño a punto de infectarse, en estos momentos adoraría que Bea le enviará un tazón de sopa para comer algo, pero sabía que no era así, tal vez al ver lo moribundo que estaba decidió dejarlo a su suerte.

Para tratar de amenizar el dolor que sentía, se hizo un ovillo en una esquina de la cueva y cerró sus ojos para conciliar el sueño aunque sea un par de horas, pero en ese momento otro sonido familiar lo despertó, era el pitido que anunciaba un regalo.

Algo desconcertado, salió con pasos lentos de la cueva para encontrarse con dos frascos pequeños en dos paracaídas, Finnick se aseguró que no hubiera nadie cerca y tomó ambos frascos para regresar al interior de la cueva.

Abrió el primer frasco y tenía una especie de más gelatinosa, olía a mentol, pero para verificar que fuera abrió la nota.

—Sobrevive chico, una rajadura no puede contigo. —leyó en voz alta y soltó una pequeña risa

Tomó una cantidad decente de medicina y con cuidado la aplico en su herida.

—¡Mierda!—gritó al sentir el ardor de la medicina hacer efecto sobre él, cuando el dolor comenzaba a pasar, siguió aplicando hasta que creyó que era suficiente

Guardo el frasco de medicina en su mochila y abrió el segundo que su contenido era sola caliente.

—Oh por Dios, Bea, te amo—dijo en voz alta antes de atiborrarse la sopa

Mientras, en la sala de control de los Juegos, estaba Bea mirando con alivio a Finnick, vio como comía tan desesperado que sabía que tenía que enviarle más comida, pero con esa medicina le aseguraba otra oportunidad de vida.

—Te importa demasiado ese chico—dijo el encargado de los Juegos, Seneca Crane

—No, mi madre lo patrocina, así que tengo que estar al pendiente del chico que se roba nuestro dinero. —volvió a mentir, Seneca no tenía compasión por los tributos, y si se enteraba que tenía un vínculo con Finnick, podría poner trampas o algo en la arena para terminar con el más rápido—. Bueno, te dejo que termines con ellos, tengo cosas más importantes que hacer

Aunque en la parte alta del palco, se encontraba el presidente Snow, viendo todo lo que había pasado desde que Bea llegó a darle los regalos a Finnick, y no se creía ese cuento de que sólo lo hacía por "patrocinar" los patrocinadores no actúan tan rápido como ella lo hizo.

—¡Seneca!—llamó al encargado para comentarle su plan

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