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Kyunsoo dejó la habitación sin escuchar una sola palabra mía. No quería hablar con él, no quería ver a nadie. En un momento podía ver su rostro bañado en sangre y destruido a balazos como los jóvenes que apenas había llegado a mi antiguo campamento; recordarlo me hacía desear que toda esa asquerosa base volara en pedazos.

Me quedé en el mismo lugar contemplando durante horas la puerta de entrada, porque solo eso era, jamás sería una salida segura para mi. Y porque también era la entrada de ese tipo. Si lo pensaba bien, tarde o temprano mi vida terminaría de peor forma posible; ya era la puta de un comandante, ¿qué vendría después? ¿Me entregaría a los demás soldados una vez que se aburriera? ¿Mañana? ¿Esta noche?

- Pareces un enfermo mental. - Aunque mis ojos estaban puesto en él, no lo vi llegar, no le presté la atención necesaria. Tenía sus manos en los bolsillos, por alguna razón no llevaba el saco reglamentario puesto ni su sombrero. Cerró la puerta con llave. Miró la bandeja sin tocar que estaba sobre la silla y apretó los dientes. Cuando levantó su mira su expresión se volvió más sombría. - No voy a desperdiciar comida en algo como tú. - Ignoré su enojo y miré hacia la puerta, ya sabía lo que me haría de todos modos.

Inevitablemente, mis oídos escucharon sus pasos, cambié de foco y lo vi acercarse con un vaso de agua en la mano. Su rostro sin expresión me puso nervioso, pero el enojo y la rabia por todo lo que me había hecho era mayor. Me levantó de la cama y después me sujetó de la nuca para que bebiera el contenido, llegando al final cerré la boca porque me estaba ahogando, el líquido cayó por mi mentón y cuello.

Algo pareció molestarle porque me arrojó sobre la cama y levantó la camiseta. Mi rostro hacia el colchón, pero mis ojos se concentraron en algo tan lejos y tan posible. A veces en el ejército era mejor intentar y desear que no suceda nada.

Intenté levantarme y mi espalda resbaló por su cuerpo hasta tocar el suelo, con mi nuca en el suelo aprecié su fría mirada y, entonces, me arrastré debajo de la cama como una maldita cucaracha. Él subió un pie a la cama pero no hizo nada más; desde el otro extremo mi pecho seguía agitado y mi mano sana sujetaba el yeso de la otra. Como comandante tenía la ventaja de el territorio era suyo, pero yo tenía a la desesperación empujando la sangre a través de cada vena. Estaba dispuesto a todo, incluso si eso significaba pisar una mina.

Si tuviera un arma no estarías tan tranquilo, esperando a que me arrodille y te ruegue por lo que me queda de vida.

Un minuto fue el tiempo que me di para caminar hasta la bandeja que dejó Kyungsoo. Tomé la soba con en menor cuidado posible manchando completamente la camisa y el piso; un gruñido llegó desde él, su pie ya estaba en el suelo. Retrocedí camino hacia la puerta su apariencia de toro se infló desde su sombra y supe que estaba desafiando al verdadero monstruo.

Su cuerpo podía ser grueso y fuerte, pero las mejores estrategias se hacen usando la cabeza. Con su bronca rompió la cama cuando intenté huir, se resbaló con el líquido derramado en el suelo, sentí algo indescriptible cuando atravesé su mano con uno de los palillos que había en la bandeja, él solo siseó e intentó quitárselo.

Si tan solo la conciencia le hubiera durado lo suficiente.

Sentado junto al inconciente comandante, repasé mi plan para huir. La pata de la cama que usé para golpearlo seguía entre mis manos por si debía anestesiar nuevamente al gigante. Las alertas de bombas siempre son a las cuatro, momento que aprovecharía para escapar. Prefería que un lobo hambriento se comiera mi carne descompuesta antes que morir como esclavo de ese hombre.

Cuando todos corrían a sus puestos yo cruzaba por los delgados pasillos de barro buscando alguna oficina abierta; la muerte estaba de mi lado, no podía perseguirme porque yo iba por ella. Las camionetas eran demasiado ruidosas y no podía salir a campo abierto, solo me quedaba atravesar la laguna o dormir en ella para siempre.

El uniforme que robe era pesado y absorbía el agua, el color negro absorbía el calor del sol de invierno haciendo más tolerable la temperatura del agua o eso quería hacerle creer a mi cuerpo.

Tiritando y con el yeso en lo alto llegué hasta el bosque. Las estrellas brillaban y cambiaban el negro por un color más pálido. Caminé para crear calor y secar el uniforme que me salvaría o por el cual me dispararían.

—Es tan patético y limitado el beneficio que nos ofrecen. —Suspiré—,. Un parche en el pecho te vuelve diferente al del resto, pero sigue siendo la misma inútil y asquerosa tela manchada de sangre. ¿A cuantos viste morir? —Me detuve en medio del camino—. Pude haberlo matado, ¿por qué no lo maté?

Porque simplemente no puedes hacerlo. Acéptalo, no puedes matar.

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