6

Mi objetivo nunca fue reirme del rompe muñecas, pero me pareció divertido reconocer un poco de humanidad en su rostro. El sujeto iba a ser padre en unos seis meses, no le dije nada que no pudiera suponer, es decir, dormía con el chico. ¿No?

Aguanté la risa y la quemadura en mi espalda tiró con fuerza. Me aferré a la sábana y respiré durante unos segundos hasta que el dolor se calmó.

—¿Qué del maletín te sirve? —Kyunsoo caminó arrastrando su pierna hasta el maletín.

—Kyun...

—Kai, ayúdame. —El grandote tomó el maletín y atrajo a su pareja más cerca de mí—. ¿Que te duele? ¡Ah! ¡Demonios! No sé que hacer.

—Crema...

—¿Crema?

—Sí, para quemaduras. —Kyunsoo vació el bolso de cuero en el suelo y buscó entre los potes. 

—Aquí está. —Me lo acercó—. Levántate voy a ayudarte. ¡No! Mejor, quedate quieto. —Se colocó detrás de mi espalda y retiró las sábanas, el más mínimo contacto me dolía como el demonio—. Solo un poco más.

—Gracias... —Susurré cuando termino con la curación.

—¿No hay que vendarlo?

—No, con eso está bien.

—Kai, él...

—Tenemos que irnos. —Lo tomó de la mano, pero Kyunsoo no se movió—. Vámonos, desgraciadamente  no puedes hacer nada por él y, no te conviene tenerlo de enemigo.

—Voy a traerte comida.

—Kyunsoo...

—Escucha, estás embarazado. No puedes perder lo quienes ahora. ¿Recuerdas? —Lo miré directamente; cuando ambos vieron la herida el ambiente cambió. ¿Era alguna sentencia?

—Es muy...

—No tomes medicamentos. No te golpees y, no te enojes, mucho. Ahora tienes que pensar por dos—. Su pareja lo guió con cuidado y salieron de la habitación.

Unos minutos después intenté ponerme de pie para subir a la cama, pero me sentía muy agotado. La droga estaba dejando sus últimos efectos en mis músculos. Fue interesante descubrir que aún hay gente con sentimientos en el mundo. Kyunsoo intentó ayudarme, aunque no sabía cómo; fue muy tierno de su parte. Estaba por dormirme, o desmayarme, junto a mi amigo apestoso. Sin embargo, solté un quejido cuando una fuerza monstruosa se aferró a las sábanas y te depositó en la cama. Al parecer, mi verdugo recordó que sigo respirando. Tosí un poco y acomodé en la cama. Sus botas aplastaron uno de los frascos y el pobre contenedor de vidrio explotó. Tenía tanto frío y estaba tan mal que no pensé en las grandes posibilidades que había de que me golpeara hasta que le dijera cómo el maletín llegó ahí. Abrí los ojos; su enorme espalda se adelantaba hacia la oscuridad. Levanté mi cuello y encontré el hogar del maletín, un enorme armario incrustado en la pared. ¿O era pared? ¿Seguía alucinando?

Me  dolía mucho, pero ahora ya no sabía qué parte. Llevé mi mano hasta mi frente; estaba sudando y tenía fiebre. ¿La herida se había infectado? ¿Me había resfriado? ¿Mi cuerpo estaba extremadamente agotado? Tirité un poco y me cubrí como pude, una acción muy desafiante para la muerte.

—¡Ah! —Solté por el dolor—. Me duele. —Dije, tal vez si me habían roto la muñeca. Abrí mis ojos y pude identificar la fractura, el hueso se había desplazado.

—¿Quién te hizo eso? —Tenía más miedo que antes. No quería que me tocara, que se acercara. - ¡Responde! —La fusta cayó sobre mi ante brazo y solté un gritó de dolor. Estaba más que aterrado. Él tenía algo más para desestabilizarme.

—Me... me caí de la camilla. —Solté entre sollozos. Nunca me había atrevido a mirar su rostro, y esa no sería la primera vez. Hundió la fusta en su bota y con sus manos desgarró las sábanas que cubrían mi cuerpo.

—Vístete cuando termines—. Empujó una mesa con ruedas hasta la camilla, sobre ella estaba el maletín y otros instrumentos. Sequé mis lágrimas y, con la mano que tenía en buen estado, separé los instrumentos y me inyecté, no podría soportar el dolor. Suspiré cuando sentí que todo estaba bien y acomodé los huesos; no había desplazamiento, pero si tenía una fisura. Coloqué el yeso lo mejor que pude y esperé.

Mi cabeza daba vueltas. El yeso, colado con mucho esfuerzo, tardaría veinticuatro horas o más en secarse, pero tenía que vestirme. Lo bueno era que la anestesia había calmado el dolor en mi muñeca y podía colocarme la ropa sin morir en el intento.

—Bien, toma valor... Uno, dos, tres. —Alejé la muñeca, subí con toda la fuerza que tenía los boxers, para no desperdiciar el impulso, tomé el pantalón y repetí la acción—. ¿Por qué tenía que tener cierre y botón? —Lo dejé para el final y tomé la camiseta holgada que me había dado. Pase con cuidado mi muñeca por la manga y terminé con el otro brazo. Me recosté sobre la camilla; tenía que fabricar cabestrillo o cortar alguna tela para sostener mi muñeca.

—¿Ya terminaste? —Escuché sus botas y me senté, pero no levanté la cabeza. Un peso leve se sumó a la camilla—. Come—. Miré hacia el costado, un tazón con algún tipo de sopa y un baso con agua reposaban  en una bandeja.

Fue un trabajo aún más grande intentar comer eso con la mano izquierda, no quería perder ninguna gota, no sabía cuándo volvería a comer algo. Él por su parte volvió a ocupar su lugar en la silla; me observaba y sacudía la fusta contra el suelo. El olor nauseabundo del cadáver ya no estaba, seguramente se lo llevó antes de irse esa mañana.

—Gracias... —Articulé y dejé la cuchara en el tazón. Se sentía extraño agradecerle a alguien que podría matarme en cualquier momento. La silla se arrastró con agonía por el suelo, se estaba acercado a mí, pero... ¿por qué traía esa cosa? ¿Pensaba golpearme con ella? Cerré los ojos anticipando cualquier estallido, aunque no estaba preparado para nada. Su mano se posicionó en mi nuca, me bajó de la cama y terminé en la silla.

—Abre la boca. —Su mano presionó mi cabello y mi cabeza se inclinó hacia arriba; sus ojos eran oscuros y carecían toda vida posible, una cicatriz cruzaba su cuello pero no llegaba a su rostro. Respiré y aparté mis ojos. Un corcho rozó mi mejilla, su mano soltó mi nuca tomó con fuerza mi mentón para abrirlo, me forzó a tomar lo que había en esa botella. ¿Un licor? ¿Whisky? No sabía lo que era porque nunca fui un buen bebedor, pero el líquido estaba quemando mi garganta.

—¡Ah! —Miré la botella, había consumido más de la mitad. Conociendo mi sistema, en unos minutos no sabría ni quién era.

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