39
Su lengua humedeció las formas de la marca de mi espalda baja. Le gustaba, se sentía orgulloso de su monstruosidad.
—Relajate. — Su palma golpeó uno de mis muslos. —Ya no tienes que fingir. No tienes inocencia. Si pudieras me meterias una bala en las pelotas. — Se subió a mi cuerpo, mordió y sujetó la piel de mi cuello con sus dientes, sin soltarme murmuró: —Ya no eres apto para una sociedad, solo te quedo yo.
Mi cuerpo estaba repleto de grietas, todas las había provocado él. Eran su camino hacia mí.
Lo primero en penetrar fue su lengua envuelta en saliva y dotada de fuerza suficiente para violar la resistencia de cualquier orificio, no importaba que tan estrecho fuera, nada iba a detenerla. No usaba sus manos, dijo que ese no eran un trabajo para ellas.
—Las manos se usan para tomar, para apropiarnos de cosas y, en el mejor de los casos, para darles un buen uso. Tú ya estás en mis manos, eres mío y voy a usarte.
Entre gemidos le juré que sería obediente. Le supliqué que me llevara con mi bebé. Pero, él me ignoraba y a toda pregunta era respondida con la violencia de sus embestidas. Cuando, por sus expresiones, noté que solo intentaba terminar, mis dientes se apretaron y estrellé mi puño en su oreja izquierda. Su cerebro debió recibir un duro mensaje porque su cabeza se removió sobre su torso. Aproveché su aturdimiento para empujar su cuerpo con mi pierna; cayó sobre una silla, se tomó la cabeza y me maldijo.
—Maldito, hijo de perra. —Sus ojos me buscaron por a través de los cabellos de su flequillo. —Voy a matarte.
—No me digas. ¿No tienes una amenaza mejor? —Bajé de la cama y corrí hasta él, mi cuerpo aún temblaba por la ira. —Lo lamento, pero nunca seré un consuelo. No puedes con eso. Buscas subordinación en el hombre equivocado.
Tomó mi cintura y me dejó en su regazo. Los minutos pasaron distorsionando los muebles, la ropa en el suelo, los cuadros vacíos y rotos. Nosotros estábamos en silencio. No nos movíamos. Sonreímos.
Cuando todo terminó mis pulmones me exigieron aire. Con él había dejado de respirar para competir en una pelea silenciosa que finalizó con una insana tregua. Porque lo era; nuestros deseos chocaban entre sí. A veces queríamos matarnos y, a la vez, deseábamos sobrevivir solo para encontrarnos. Una guerra sin fin.
—Nuestro hijo... —repetí para que él no lo olvidara. Lo vi procesar esa frase con cierta dureza. Nuestra tregua era muy frágil, como todas.
Su cabeza se inclinó en mi pecho y con su boca tomó uno de mis pezones. Mi mano empujó su cabeza hacia abajo y me dejé resbalar de espaldas por sus piernas. Mi cadera subió cuando mi cabeza tocó el suelo. Abrí mi boca cuando la suya se cerró sobre mi pene. Mis piernas ya estaban sobre sus hombros cuando la sangre corrió hacia mi cuello y lo tiñó todo de rosa. Me estaba ahogando y muriendo de fiebre.
—Chanyeol... sobre la cama... —Le ordené. Si lo quería, debía cuidar de mi cuerpo.
Me mareé al subir sin cuidado en contra de la gravedad. No había límites para él; excepto yo. En ese instante de confusión llegué a verlo como un perro salvaje del cual solo obtendría favores si le daba de comer. Eso se veía tan retorcido. Sería como una presa que él devoraría a pedazos o, en mi caso, me tomaría hasta desgastarme como a un par de botas. No me parecía mal. Entregarle un premio para que me llevara con mi... nuestro hijo.
—Nunca estaré a la altura de tu crueldad. Sin embargo, necesitarás más que el miedo para mantenerme atado. —Detuvo sus movimiento y avanzó con roces pesados sobre mi cuerpo. Sus manos se habían fundido en la piel de mi cadera. El sudor de ambos goteaba hacia las sábanas.
—Es inútil discutir. —Tomó mi mano y pasó mis dedos por la cicatriz de su cuello. —Esa marca extra es tuya, —bajó sus dedos hacia mi espalda baja y dibujó el contorno de la quemadura,—y esta es la mía. Te has vengado, pero ahora es mi turno para lastimarte y aturdirte, otra vez. ¿Crees que dejaré que mi objeto favorito se escape? Ya no tengo un ejército, pero no necesito eso para que sepas que no voy a dejarte ir. ¡Nunca lo necesité! —Su puño rodeó mi cuello, pero no lo apretó. —Si no puedo enseñarte a respetarme, a temerme. Entonces, tendré que encadenarte a mi vida con un lazo que no puedes destruir.
—Jamás voy a quedarme.
—No, tú no lo harás. No necesito que me sigas. —Se retiró de mi cuerpo y recogió su uniforme. —Mi hijo estará mejor conmigo, soy el único que puede cuidarlo. La pulsera solo fue una pista, supongo que pudiste leerla, pero no quisiste aceptarla. Era una oferta de paz también. —Intenté levantarme, pero su amenaza me había aterrado hasta inmovilizarme.
—No quiero ser un esclavo.
—¿No? —Su rostro se suavizó como la mandíbula de un cocodrilo satisfecho.
—No quiero recibir ordenes.
—¿Qué quieres? —Me sentía como un títere repitiendo las palabras que él deseaba oir. —Dime, ¿qué es lo que quieres ahora? —El anzuelo colgaba de su boca y yo estaba nadando a toda prisa hacia él.
—¿Por qué te importa? —Lo escalofriante era su sonrisa y su caracter tranquilo; igual de rastrero, perjudicial y ponzoñoso que los colmillos de una serpiente.
—¿No te agrada? Es lo que preguntaría un hombre normal a su pareja.
—No soy tu pareja —respondí.
—Bien, no soy un hombre normal, y tú tampoco. —Caminó de un lado a otro con su erección y la ropa entre sus dedos. —No me gusta pensar demasiado, no tengo por qué hacerlo. Prefiero que eso sea algo tuyo. —Se sentó en la silla y se quedó observandome. La misma postura y caracter de la noche en que lo conocí. El mismo hambre de los minutos en la ducha, desnudo frente a él.
De alguna forma él calentaba mi cuerpo sin tocarme. Mi piel se volvió insoportable, seca y dura; quería humedad. Gritaba por algo fuerte que cayera y se filtrara entre las grietas.
—¿Qué es lo que quieres, doctor? —Cubrí mi boca y grité. Me odiaba por ser así y él lo sabía. Él me hizo así.
Me quedé paralizado y sin creer en lo que había hecho, caminé en línea recta hasta su hombría. Subí a su regazo y me dejé llevar. Su risa atravesó mi cuerpo y las paredes.
—Finalmente, Sehun.
No dormí. Después de los orgasmos recordé a mi hijo; la forma en la que vino al mundo lo trajo a mi mente. No sabía del tiempo. No sabía en dónde estaba mi hijo.
Chanyeol me levantó y nos vestimos. Detrás de la casa esperaba una camioneta con más pólvora que una base militar. No había comida. No estábamos lejos del campamento que esos tres destructores habían montado.
Mientras desde dentro ellos reducían a las poblaciones y arrasaban con su fuerza de ataque a los países y a sus gobiernos. Nosotros veíamos crecer a nuestros hijos con una cuchilla entre sus dientes:—Es mejor ser el cazador, crecer de esa manera y sobrevivir de esa manera. —Le oí decir a Minho a la vez que levantaba en brazos a su tercer hijo.
Así fue naciendo una pequeña y nueva nación que era un parásito que consumía al resto hasta las cenizas, que ocupaba sus tierras y que usaba a sus hijos como herramientas de reproducción.
Fue cruel. Fue desalmado.
Pero era necesario.
Tuve que entenderlo. Después de eso, ya no los veía como seres humanos. La transformación se dio en todos los sentidos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top