38
Deambulé por todo el pueblo arrastrando el carrito para no sentirme completamente vacío. Mi respiración se agitaba con cada casa que encontraba abandonada; sin señales de mi hijo.
Grité de dolor cuando llegué a la casa de mis tíos y no encontré ninguna de las cosas de mi bebé. Sus ropas, sus mantas, sus fotos; no había nada. Como si nunca hubiera existido. Me cabeza dolía por tanto llorar.
Necesitaba ver a mi hijo. Lo sentía mio. ¡No tenía ningún derecho a quitármelo!
—¡Te odio! ¡Te odio!
Crucé todo el pueblo maldiciendo y llorando con la garganta seca y a punto de explotar.
—Estás muerto. ¡Voy a matarte! — Me detuve en medio de la calle. Un árbol, su tronco, todo en él me parecía una enorme burla. Detrás de él había un sendero que llevaba al viejo hospital.
La nieve estaba cubriendo poco a poco las huellas de una bota militar. Los pasos eran largos y pesados, los había marcado para mi.
Mataron a todo el pueblo, ¿cuánto tiempo estuvo escondido observandome? Era un castigo; mi espalda baja ardió en respuesta. Iba a lastimarme, pero esta vez lo haría con mi hijo.
—Tengo miedo, —solté sin pensar. El rostro de esa criatura venía a mi mente. Me pondría de rodillas, le rogaría, lloraría y me sometería a él para que no le hiciera nada a mi hijo. —Si te pasa algo... Todo es mi culpa...
Las puertas estaban abiertas. Con cada paso aumentaba la velocidad. La desesperación me guío hasta la sala de usos múltiples. Uno de sus brazos cargaba a mi bebé y con el otro agitaba un machete. El filo de esa cosa había rozado la pequeña cabeza, como intentara peinarlo.
—Ser padre es dificil. No le caí muy bien al inicio. Ahora está mas adaptado a mi. — Suspiró. —Si tan solo tu papi fuera más amable...
Levantó su mirada y clavó el machete sobre una mesa. Mi hijo comenzó a llorar y alargó sus manos hacia mi.
—Supongo que ambos necesitan adiestramiento. — Lo dejó en el suelo y tomó el machete. —¿Por dónde empezar?
—Por favor... está llorando.
—¡CIERRA LA BOCA! — Levantó a mi bebé y lo amenazó.
—Por favor... —, intenté acercarme. Su cuerpo se enderezó y caminó hacia mi. —Puedo ser amable, Sehun. Lo sabes.
—Quiero cargar a mi bebé...
—¿Solo eso? Lo haz hecho por mucho tiempo, ¿recuerdas? Tú huiste con mi hijo. — Me dejó sostenerlo, pero colocó el machete debajo de mi cuello.—Tiene tu lunar, es una hermosa mezcla de nosotros. ¿Por qué querías alejarlo de mí?
Cuando retiró el arma besé la cabeza de mi hijo y lo abracé con fuerza. Los ojos de Chanyeol estaban vacíos, no sentía compasión. Estaba molesto.
—¿Qué quieres...
Caminó a mi alrededor, era como una marcha, un análisis de la presa.
—Me voy a llevar a mi hijo. Tú decides si me quieres seguir. No voy a obligarte, pero no te quedará de otra tampoco. — En defensa me aferré a mi hijo, pero una de sus manos me sofocó hasta el desmayo.
Desperté, tenía sudor en el cuello y la frente. Mis manos, manchadas por el polvo del lugar, recorrieron mi piel embarrándolo todo. Grité hasta que mi garganta picó y la voz se cortó en débiles gemidos.
—Bebé...
La frustración me pesaba en la espalda, en los ojos y en el corazón. Mis piernas me llevaron hasta la salida, caí ante el árbol que llevaba mi nombre y deseé con todas mis fuerzas que sus raíces se rompieran y aplastara mi miseria.
—No lo soporto... ya no más... Maldito Dios, me lo diste para que... Él se lo llevó.
Siempre fue un monstruo. Él estaba del otro lado de la reja, solo su oscuridad llegaba hasta mi. Todo lo que me hizo, todo lo que vi, no fue más que el mapa del camino a la jaula, su jaula. Tenía que ser como él. Debía liberarlo o cubrir mis ojos y cerrar con lave desde dentro. Todo ese dolor era el camino a la locura.
—Misericordia, jamás me has escuchado, jamás te he importado... Ahora estoy perdido.
Volví a mi vieja y atormentada casa. Tomé un baño, me abrigué, encendí la chimenea y quemé todas las cosas que le pertenecían a estúpido Oh Sehun. Esa vida me había atraído a la desgracia. Tenía que borrarlo todo. No había lugar para un ser como ese fuera del pueblo. Veinte años de fotografías flotaron como humo hacia el cielo.
—Adios, querido Sehun. Tú te mueres con este pueblo.
—Veo que has estado de mal humor. — La burla en su sonrisa me hizo llorar. —Veo que ahora lo entiendes. — Asentí, caminé hasta él y busqué sus ojos.
—Por favor... — Sacudí con mis manos su tapado y temblé cuando me abrazó.
—Está en un lugar seguro, pero muy lejano. — Apoyó su frente sobre la mía. —¿Creíste que te lo daría tan fácil? No confió en ti, Sehun. ¿Qué esperabas?
—Es mi hijo...
—No puedo ser injusto contigo. — Me dio un beso. —¿Que te parece si me lo llevo por cuatro meses o más? No llores, podría irme sin avisarte. Eso fue lo que tú hiciste, ¿no?
—Yo...
—No vine a discutir contigo sobre nuestro hijo. — Su mano izquierda cubrió mi boca y empezó a empujarme hacia las escaleras. —Quiero un poco de tu dulce atención, mis recuerdos están algo oxidados.
El olor del humo se había dispersado y las cenizas se depositaron entre las paredes de la chimenea. Chanyeol me llevó a una habitación. Me desnudé y obedecí cada una de sus palabras.
—Eres tan hermoso y traicionero, ¿por qué te dejo vivir?
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