37

Despues de la cena, nada. Mi tío acompañó al invitado hasta la salida y yo regresé a mi habitación.

Unas horas antes de las desapariciones, había estado durmiendo. Desperté y, tras un tiron que me hizo volve a la cama, vi que mi mano izquierda estaba aferrada a la cuna de mi hijo. Estaba preocupado, mi bebé no había llorado en toda la noche; me acerqué a él y noté sus muecas, sus cejas se fruncieron y soltó un quejido agudo.

—Ya, bebé... — sonreí —Despertarás a tus abuelos. — Como a mi hijo solo le interesaban sus sentimientos, gritó apretando sus ojos y sonrojando sus mejillas. —Espero que sea tu único berrinche hoy.

Su sonrisa era inquietante, aún más tratándose de un niño. Me recordaba todo el tiempo a él; inevitable, era el padre. Por otro lado, mi tío dejó de ser amable y silencioso, para solo ser silencioso; mi tía intentó seguir con su sistema de creencias, pero eso ya no le importaba a nadie.

Preparé una mamadera y un par de cosas más, un paseo por las mañanas era parte de la rutina que había adoptado para calmarme. Odiaba el encierro.

En el parque, por el invierno, no había aves o cualquier sonido vibrante de vida. Muchos de los pobladores habían olvidado lo que era la felicidad, se odiaban unos a otros, algunos vivían culpandose a sí mismos por la muerte de sus hijos.

—Quiero comprarte ropa, pero la tienda estará cerrada, ¿qué hacemos mientras esperamos? — No me escuchó, se había dormido. ¿No te molesta la soledad? ¿Te sientes mejor solo? Eso es doloroso para mí. — No era verdad, después de tanto tiempo, solo había un ser al que podía soportar y extrañar hasta la desesperación. —Se siente como si el pueblo estuviera muriendo...

Llegando al parque percibí un olor familiar y putrefacto, un poco apagado por el frío del invierno. Tenía curiosidad, pero no llevaría a mi hijo a un lugar así. Necesario o no, dejé a mi bebé dentro del jardín de una casa que estaba a unos cien metros; la construcción no tenía color, pero se veía tranquila. Cerré el carrito y volví al parque.

Siempre fui curioso, un hijo no iba a cambiar eso en mí. Un hijo no te cambia tanto, a lo sumo, te vuelve mejor o peor de lo que eres; pero la esencia sigue siendo la misma.

El pasto estaba aplastado y marcaba un sendero hacia el interior del parque. Caminé con los ojos en el suelo y con una mano dentro de mi tapado. Quería que fuera un animal, y a la vez no, pero prefería cualquier cosa antes de ser humano.

Llegué al centro. Me quedé de pie sobre el límite de un colchón de hojas secas; en el otro extremo estaba mi tío, su cuerpo cubierto de barro y agotado.

—¿Tengo que cruzar? — Su cuerpo se sacudió y sus manos levantaron un arma, apuntó hacia sus pies y descargó todas las balas.

—No siento las piernas... — Levantó su rostro.

—Morirás.

—¿Cómo se supone que voy a enterrarte? — Miré alrededor y busqué un camino.

—No... lo hagas... — Me señaló las hojas. —Ese era mi lugar, pero me niego a compartirlo con ellos. Los detesto, siempre los odie.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Solo buscaba tranquilidad, pero me encontré con esos usurpadores. — Se recostó en el suelo y cerró los ojos. —Deberías...

—¿El pueblo... — me pregunté al ver un par de dedos que sobresalían entre las hojas. —Aquí está. ¿No quedó nadie? Otro lugar destruido.

Las paredes del bosque estaban manchadas con sangre y plomo; alguien lo había intentado, alguien quería vivir. Sin embargo, todo intento había sido aplastado con fuerza.

¿Quién quiso ser el héroe de este cementerio de vivos? Podía tener una idea, pero tenía otra preocupación en mente; como el machete que estaba hundido verticalmente en la cabeza de la visita de la noche anterior.

—¿Quisiste jugar al héroe? — Su rostro se veía atemorizado, pero con cierta seguridad, su arma. —Ellos no estaban armados... ¿El peligro llegó... — Me fijé en el camino y tragué saliva.—Llegó desde atrás... Lay tenía razón, nuestros comandantes y soldados eran un chiste.

Una sensación desagradable me hizo correr hasta la casa para recuperar a mi hijo.

—Mierda, mierda, mierda... — Si alguien lo movía lo escucharía llorar. —Bebé, ahora puedes llorar, no te diré nada. Lo juro.

Se sintió como cuando lo perdí por primera vez; esa sensación de vientre vació. El carrito estaba sobre la vereda, mirando hacia el parque, hecho pedazos.

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