33
Me vestí con la ropa que habíamos encontrado semanas antes en una oficina. Estaba tan aturdido que creía que seguía caminando sobre campos destructores y que el comandante me perseguía en silencio. Comencé a caminar cada vez más rápido; podía escuchar el trabajo desesperante de mis pulmones.
Estaba huyendo, nuevamente.
En mi mente, como antes, no había una idea clara. No sabía a dónde ir, solo quería irme.
Uno a veces no se da cuenta de las cosas que desea despierto.
Necesitaba, necesitaba saber qué sucedería conmigo.
Con mi respiración flotando como blanco vapor hacia el cielo, me di cuenta de que ya estaba afuera. El invierno me daba la bienvenida, burlándose de mi, de mi falta de razón y resistencia.
Podía morir, ¿eso sería una forma de escapar? ¿Escaparíamos los dos?
—¿Cómo se te ocurre estar así en este clima? —La voz se oía tan lejana y difusa.
—Quiero irme.
—¿Dónde? ¿No vez que está nevando? Es muy peligroso.
—¿Con quién estoy hablando?
—No lo sé... yo también estoy perdido.
—Estoy loco... —Cerré mi abrigo y avancé.
Me acerqué hasta la camioneta semienterrada en la nieve y miré dentro, allí estaba mi saco, un arma y los escudos que le había arrancado al uniforme de Kai esa noche. Era la camioneta en la que nos había traído Minho, ¿funcionaba? ¿podía funcionar?
En el volante, pero con los ojos en la puerta del edificio esperando a que el peor de los pronósticos se hiciera realidad, temblaba como en la noche que me atraparon. Tenía miedo, mucho miedo.
La cárcel de hierro que rodeaba el edificio estaba ahuecada en una esquina debido a una prueba que habían hecho con una javelin, la abertura no era muy grande, la camioneta no pasaría. Me quedé inmóvil, tenía que cargar fuerzas de alguna parte antes de tomar una decisión.
La luz no llegaba al otro lado del camino, podía ser un camino o un pozo de tierra con restos de metal y piedra. Todos mis miedos de la infancia se veían inofensivos frente a los sentimientos que me hacían alucinar.
—Por favor... deja de temblar...
Mis dedos fueron los primeros en cruzar, pero volvieron cuando algo punzante perforó la piel. Un olor metálico y oxidado se mezcló con la sangre; un calor ácido subió hasta mi garganta y solté todo el terror líquido frente a mis pies, eso desprendía vapor que se congelaba y caía. En segundos el vómito formó parte de la nieve.
Tomé el rifle de la camioneta y, con su longitud, tanteé el frente de mi camino. La reja cayó sin problemas hacia el otro lado, con la luz del cielo pude notar el gran número de vidrios que tenía incrustados en su cuerpo. Las uñas de mi mano derecha estaban bañadas por la sangre de un corte simple. Sentía frío en ellas y las guardé en mi saco, mientras que la otra mano sacudía el rifle para no endurecerse.
—Solo hay que cruzar este bosque. Todo estará bien.
Me dolía todo el cuerpo, estaba cansado, pero no tenía sueño. Quería avanzar, avanzar.
Una vez había escuchado de Tao que todas las bases, siempre, tenían un plan b, un salvavidas para los de alto rango. Si Lay no dejó escapar a nadie, ¿ese plan aún estaba sin usar? ¿Esperando a quien salvar? Seguramente mi cuerpo se derrumbaría ante la muerte si la última esperanza estaba perdida; sin embargo, no había otra opción más que el recuerdo de un sueño.
—No te despiertes ahora, sigue durmiendo. Solo hazme caso por esta vez. —Suspiré, pero no podía detenerme. —¿Te gusta el bosque? ¿El aire fresco? ¿No tan fresco? Si te portas bien... cuando seas grande te dejaré tener una mascota, pero tendrás que cuidarla y ser responsable.
El plan b podía ser desde una nave hasta un refugio especial, aunque no estaba seguro. En condiciones más estables habría atravesado el bosque un poco más rápido y sin tanto miedo a resbalarme o a golpearme con alguna rama el vientre; muy extraño pero, mi mano herida había dejado su escondite para posarse sobre mi abdomen, ¿instinto? ¿algo maternal?
—No quiero explotar como una sandía. —Lo acaricié. —No volveré a mencionarlo, tranquilo.
Me frustré. Estaba frustrado y odiado. Solo era una estúpida choza con un auto tan patético y viejo que daba lástima tomarlo. ¿Cómo podían? ¿Cómo se les ocurrió? ¿Acaso era una broma que terminó mal? ¿Se robaron las camionetas? ¿Los aviones? ¿Qué demonios sucedió? Quería llorar y dispararle a alguien.
—Ya me calmo... —Tomé asiento sobre un baúl y me quedé en silencio frente a ese tacho de basura. —Tal vez, ¿la base salvavidas estaba en la planta baja del edificio? ¿Teníamos un estúpido plan b? O, ¿eramos conejos en una olla a presión? ¿Me equivoqué de lugar?
Solté un par de lágrimas y me consolé como todo perdedor que sigue con vida. Por suerte no tenía hambre, eso habría sido mucho peor.
Después de calmarme y revisar un poco el lugar, decidí dormir en los asientos traseros; a veces era mejor tener hambre y estar despierto, que estar desesperado y con sueño. Los dolores aumentan más cuando se pierde la razón, ¿por eso el amor es tan duro?
—El amor... Bebé, creo que inevitablemente eres hijo de un destructor e inevitablemente nacerás en medio de una guerra, pero no crecerás creyendo que es lo único en este mundo. No quiero que seas como yo, no quiero que vivas engañado, pero tampoco infeliz.
Antes del amanecer, forcé a ese auto a salir de su cascarón de madera podrida y telas viejas. El sonido del motor era infernal, pero a mitad del camino se apaciguó un poco.
No tenía idea de nada, solo seguía la carretera y algunas señales que estaban tan perforadas que parecían coladores. Cuanta gente inocente, o no, había terminado de forma similar. No tengo que lamentarlo, si no hubiera sido por el bebé yo habría estado en peores condiciones.
—Ahora me gusta llamarte bebé, ¿es porque puedes escucharme o porque me golpeas en el interior cuando quieres algo? —Me detuve y saqué un viejo mapa de la guantera. —Un poco lejos, pero... ¿quieres conocer a tus abuelos, bebé?
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