27
—El laboratorio es...
—¿Inexistente? —dije.
—No, debe estar bajo vigilancia.
—Seguramente el guardia anterior era Minho... que trabajo tan desagradable. —Suspiré—. El ratón cuidando el queso envenenado.
—Lay debe tener más soldados allí. —Bajó los brazos.
—Nosotros tenemos dos...
—Minho no está muy bien, tú lo dijiste.
—Podemos hacerle creer a Lay que sí; —me acerqué a su oído y le susurré— solo tú puedes hacer que esa máquina entre en razón. —Me separé—. Kai puede dejarte pasar por un momento a la sala...
—Crees...
—¡Claro! El hombre de antes, y después, te sigue amando. Las drogas no pudieron cambiar eso.
Taemin estaba asustado. Él, a diferencia de mi, tenía mucho que perder. Sus pies sonaban el doble y sus hombros pesaban el triple; no podía imaginarme el dolor por el que estaba pasando.
El pequeño Lee, un prodigio nacido en un orfanato. Se crió entre la oscuridad de los pasillos y la mugre de los hornos de barro. La casa hogar era una pocilga apenas observada por el estado; los niños corrían y jugaban entre los escombros de las casas destruidas por misiles, sin saber que un viejo explosivo podía activarse y acabar con todo el lugar. No era novedad que algunos enfermaran y murieran; todos los días había alguien nuevo para ocupar su lugar.
Por las noches las cosas se ponían tensas. Todos se encerraban y callaban porque, a esas horas, el ser más afortunado era el que menos ruido hacía. Durante años el joven pudo sobrevivir con ayuda del silencio.
Sin embargo, el demonio no necesita trucos para ver. Lo único que hace, es atacar sin punto fijo... y así fue como dio en la casilla del director del orfanato haciéndola explotar en mil pedazos; como una antorcha, alumbró todo lo que había a su alrededor. Las rocas de metal siguieron la luz y uno a uno, todos fueron cayendo.
Solo sobrevivió un joven que, expulsado por la explosión, voló por una ventana y quedó inconsciente entre los arbustos.
Al amanecer, una camioneta de patrullaje se detuvo para identificar el origen del humo. Ventaja o no, el comandante Choi siempre viajaba solo, para él nadie estaba lo suficientemente preparado como para seguirlo. No se hacía responsable de la idiotez ajena. Bajó de la camioneta con en rifle en sus manos, sus botas levantaron un poco de polvo y sus ojos rastrearon los restos. Descansó su arma cuando no encontró señales de vida.
—Estaban practicando... —sentenció. No había nadie como él para notar esas cosas. Caminó hasta el fondo, rodeando cada estructura, investigando—. Basura... ¿No piensas lo mismo? —dijo, sus ojos enfocados en un arbusto que se sacudía. La tos movió unas hojas y; el comandante, solo se quedó esperando.
Arrastrando las raíces, un par de maños abandonaron el escondite y, detrás de ellas, lentamente, salió el resto. Su cuerpo temblaba, pero podía sostenerse sin caer al suelo; su espalda dolía mucho y le ardía la garganta.
—Una noche dura... —El joven levantó la cabeza para ver, pero solo pudo notar unas manchas y las lágrimas que amenazaban con salir—. ¿Fue mucho peor? —Se agachó y rió al ver al joven.
—Ayu... da... - suspiró.
El comandante solo se levantó y giró sobre sus pies para volver a la camioneta, pero el joven repitió esa palabra un par de veces antes de desmayarse nuevamente.
—Los niños bonitos no están hechos para la guerra. —Afirmó cerrando la puerta de la camioneta y cubriendo el cuerpo del muchacho con una sábana, que rescató entre los escombros.
—¿Me dejarás aquí? —preguntó lleno de miedo.
—A unos metros está la base de los que son como tú, no desperdicies mi tiempo y ve. —Sus ojos color miel se clavaron en Choi.
—Gracias...
—No digas nada, vete. —Ordenó y volvió a la camioneta.
La vida de Lee volvió a una repentina paz, creció y se educó; trabajaba durante el día en el hospital y por la noche atendía la farmacia.
—Estoy cansado... —dijo Lay, y se recostó por la mesa de la farmacia.
—Todo el personal está agotado —respondió con la voz apagada—. ¿Por qué no vas a casa?
—Se siente solitario allí. —Taemin pensó un poco y...
—¿Quieres comer? Podemos ir por un poco de comida.
De camino a la cafetería, Lay se quedó estático, su boca temblando sin poder hablar y sus ojos picaban. Aún podías ver el cadáver de Suho tendido en el suelo y bañado en acero.
—Lay... —Lo despertó Taemin—. ¿Sucede algo?
—Extraño a mi esposo. —Asintió con la cabeza—. Sí, lo extraño.
Retomaron el camino a la cafetería; al llegar, pidieron algo simple y lo terminaron en el mismo lugar.
—Teníamos la solución a todo... —Esa frase siempre salía de la boca de Lay, como si intentara revivir algún recuerdo.
Su amigo estaba atrapado en un duelo sin fin y no parecía interesado en olvidar. Algunas enfermeras le habían dicho que Suho estaba enfermo de forma terminal y que había perdido la razón, volviéndose un peligro para todos a su alrededor.
—¡Es mentira! ¡Esa bruja está mintiendo! ¡Lo mataron! ¡A Suho lo mataron! —Vio con dolor como su amigo se deshacía en el suelo—. Taemin... necesito tu ayuda...
Aún no terminaba de arrepentirse. Recordaba las notas de Suho, los componentes y las cantidades para generar la droga. De un prodigio a otro; Suho lo había hecho todo por Lay. Su esposo estaba presente en todos los cálculos y todas las anotaciones; estaba irremediablemente enamorado. El científico había utilizado a la ciencia para conquistar el amor, pero un hombre no puede capturar un sentimiento y hacerlo vivir y morir a su gusto.
—Me encerré el esos sentimientos que no eran míos y busqué a la única persona que hizo algo para ayudarme... una noche salí y busqué a Minho. Él estaba afuera, observando y no se sorprendió al verme. —Me miró—. Sehun, yo también perdí la razón. Cuando Lay nos descubrió hirió por la espalda a Minho y me amenazó. Me dijo que yo lo había traicionado, que no había dolor en mi corazón porque Minho seguía vivo. —Respiró y dijo—. Me dejó vivir con él, pero me lo quitó al mismo tiempo.
—Ese bastardo le hará compañía a su esposo muy pronto. Si no lo mato yo, otros lo harán.
—No... —Se escuchó una voz gruesa y débil—. Si alguien se quedará con su cabeza... seré yo.
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