13
Me desperté asustado y sudando frío. Luego de encontrarme, el comandante me llevó hasta una cárcel de prisioneros. Allí, me obligó a presenciar la muerte de cada uno de los espías que habían sido capturados a lo largo de los días; algunos de ellos me eran terriblemente familiares.
Dedos, brazos, piernas y demás órganos abandonaban sus posiciones naturales. El capitán cortaba, rompía y arrancaba todo lo que estaba a su alcance; a veces se detenía solo para verificar que mi atención fuera toda suya y de sus atrocidades. También dejaba su tarea para besarme o tocarme a su gusto.
Los que gritaban perdían más rápido la lengua y, los que se mostraban amenazantes, eran los últimos en morir. Él estaba feliz en ese pequeño mundo en su cabeza, mientras que yo me lamentaba y me retorcía de dolor.
Ninguno de ellos pertenecía a los míos, pero eso no calmaba mi tormento. Muchos de ellos se rompían después de recibir un segundo golpe del comandante. Otros, rogaban desde el inicio y se sacudían con terror sobre la sangre que derramaban los cuerpos mutilados.
Cuando ya ninguno de los sujetos podía respirar, fui sacado a rastras del lugar con el rostro repleto de lágrimas y con los nervios de punta. Definitivamente, mis castigos iban desde lo físico a lo psicológico.
—¿Por qué lloras? —Escupió—. Ni sus padres llorarían por ellos... ¿Piensas que eran buenas personas? ¿Sabes a cuántas personas han matado? ¿Tienes idea de cómo llegaron hasta mi base?
—Basta... —Aún podía ver las manchas de sangre explotadas en el suelo y los mechones de cabello que aún tenían restos de piel.
—¿No me digas que los tuyos no hacían lo mismo? ¿Qué haces con el enemigo? —Limpió la navaja con un trozo de papel—. ¿Los tuyos no torturan? ¿Qué hacen? ¿Los curan? ¿Les prestan ayuda? ¿Los matan de una forma elegante?
—¡Cállate! —Muchas de esas personas tenían familia, hijos... El capitán se agachó y levantó mi rostro.
—Las personas que tú mataste también tenían familia pero, —se levantó— como tu vida estaba primero y la de muchos otros a los que tú aprecias, era mejor que se los comieran los gusanos. —Sonrió—. Así funciona esto, doctor. —Sacó unas esposas de la mesa de luz—. Los suyos y los tuyos, —las cerró en mis muñecas— ¿qué vale más?
Sacudí mi cabeza espantando los recuerdos. La terrible noche en ese bosque con dos asesinos, a los que yo maté. El cuello de esos hombres girando sobre sus hombros cuando el capitán los tomaba de las cabezas.
—No... —Apoyé mis manos sobre el suelo e incliné mi cabeza. —No volveré a escapar... —Ya no tenía lágrimas, todo en mi interior se volvía tan insensible.
—Entonces, ¿tenía que empezar por los prisioneros? —Chasqueó sus dedos—. ¿La próxima vez debería traerte a uno de los tuyos para desquitarme con él por las travesuras que has hecho?
—No...
—Para ser un doctor no sabes sufrir, pero aún hay tiempo y carácter suficiente como para desobedecerme y huir. —Con su bota sujetó las cadenas al suelo—. ¿Por qué me curaste, Sehun? Tuviste muchas oportunidades para acabar conmigo... ¿Ves a lo que ha llevado tu bondad? ¿Tus buenas acciones? ¿Tu lealtad a la vida? —Retiró su pie y me levantó—. ¿Acaso te has vuelto un masoquista?
—No...
—¿Has enloquecido? Deseas gritarme, ¿qué es lo que te detiene? —Mi cuello estaba ardiendo—. Estás cargado de rencor y sin ninguna lágrima. ¡Grítame! —Me sacudió y su sonrisa se hizo más grande cuando le di golpe en el rostro. Ese hombre estaba enfermo.
Bajé de la cama con mis nervios a flor de piel. Las esposas no me dejaban hacer mucho, él iba a despertar en cualquier comento, o eso creí.
—¿No aprendiste la lección? —Se frotó el rostro con la mano—. Ya no tengo prisioneros...
—Quiero ir al baño.
—Es verdad, no te has lavado. —Se puso de pie y tomó su camisa—.. Es un buen momento para tomar un baño.
Salimos, afuera era de noche y, como de costumbre, ningún alma estaba cerca de su cabaña. Él notó mi curiosidad pero no hizo nada. Me llevó a la misma habitación abandonada de siempre.
—Tu cabecita piensa demasiado. —Me dijo cuando estaba debajo del agua—. Serás más feliz cuando lo hagas, pero no te preocupes yo te ayudaré con eso.
Retiré un poco mi cuerpo, el agua estaba helada y su toque me era desagradable.
—Deberías escucharme, puede que un horas después sea demasiado tarde.
—No.
—No hay personas completamente buenas, en algún momento todos hacemos algo que sabemos que está mal, que es incorrecto... y lo hacemos igual. —Sus brazos rodearon mi cintura y una sensación extraña se instaló en mi estómago, como una herida cortante.
—Suéltame... —Apreté débilmente sus manos y apoyé mi cabeza sobre los azulejos—. Duele... —Una de sus manos levantó mi frente.
Algo caliente estaba saliendo de mi interior.
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