7. Un oasis pétreo
Frío, mucho frío y nada más. Sentía que flotaba como si no tuviese cuerpo, suspendida en una nube helada. No, no estaba muerta. Poco a poco comenzaba a recuperar la conciencia gracias a una reconfortante onda de calidez que la recorría por dentro. Una voz la llamaba, era gentil, suave, preocupada.
—Gi, despierta Gi, lo logramos. ¡No nos dejes ahora!
Un joven de cabello largo, ondulado, movía el cuerpo de una mujer inconsciente, a la orilla del mar. Junto a él estaba una niña, arrodillada en el hielo, llorando, abrazando a un reptil rojo y redondo. Él de quince y ella de doce, ambos niños vestían abrigos remendados con el mismo tipo de pieles. Estaban secos gracias al muchacho, que irradiaba calor desde la palma de sus manos.
—¿En... en dónde estamos? —habló de pronto la mujer, con debilidad—. ¿Lo... lo logramos?
Gianna abrió los ojos muy despacio, encontrándose con la luz del amanecer tiñendo el cielo de un agradable tono dorado.
Kail y Sibi dieron un brinco al escuchar la voz de Gianna. Ambos se miraron con una gran sonrisa y corrieron a abrazarla. La mujer se quejó por la repentina muestra de afecto, mientras sentía su cabello revolverse con la viperina lengua de Rex. La mujer trató de sonreír también, pero sólo consiguió una extraña mueca por tener la cara entumida.
Después de haberse encontrado en las islas Fratis, los tres habían trabajado juntos para alcanzar las costas arqueanas. Con ayuda e instrucción de Gianna, Kail había logrado hacer uso de la tensión superficial para crear un camino en el agua, siguiendo una ruta exacta. Habían conseguido cruzar el último tramo faltante moviéndose entre aguas llenas de corrientes y vientos tempestuosos que arrancaban el calor del alma.
Gianna había protegido a sus hijos durante todo el trayecto, sin importar poner en riesgo su propia vida. Durante el último tramo, el inexperto Rahkan Vuhl ya flaqueaba, y se vieron envueltos en una agitada llegada a la tierra.
—Tranquila, no te esfuerces. Ya me encargo de que recuperes tu calor —dijo Kail, sin poder ocultar su alegría.
Gianna asintió con la cabeza y, haciendo caso a la recomendación, se quedó recostada disfrutando de la agradable onda de calor que recorría su cuerpo.
Poco a poco recuperaba la funcionalidad del mismo, su corazón latía con más fuerza, sus sentidos se recuperaban. No había nada que hacer con la nariz constipada, pero por lo menos ya sentía de nuevo los dedos de pies y manos. Aunque las habilidades de Kail no estaban tan desarrolladas como las de Jack, su control era más que suficiente para sacarlos de cualquier aprieto que no incluyese a un gigantesco dragón rojo.
—¿Te sientes mejor? —preguntó el joven, tendiendo una mano a Gianna—. He tratado de aliviar un poco el daño que causó el frío en tu cuerpo.
—Muchas gracias, Kail. De verdad que me has salvado —dijo Gianna, sonriendo.
La mujer se sentó. Estaba adolorida, pero podía moverse. Con una mano acarició el cabello de Sibi, quien todavía sollozaba en su hombro, y con la otra acariciaba las lustrosas escamas de Rex, que parecían más limpias de lo normal después del chapuzón que se había dado.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Kail— ¿De verdad esto es... Arquedeus?
El joven escrutaba los desolados alrededores con la mirada. La mujer hizo lo mismo. El hielo marino colindaba con una vasta tierra que se extendía hacia el horizonte opuesto. Había lejanas montañas, cuyos picos eran cubiertos por las nubes, con bosques nevados en sus laderas y amplios espacios donde sólo reinaban glaciares. En definitiva, y si los cálculos de Gianna habían sido correctos, tenían que encontrarse en Arquedeus.
—Debemos movernos, Kail. Has usado tu poder y, hasta dónde sabemos, el dragón podría encontrarnos si es que Jack...
Kail negó con la cabeza antes de que Gianna terminara su aseveración.
—Él está bien, Gi —dijo él—, el dragón ya nos habría encontrado de no ser así. Mi padre debió vencer al gigante rojo. Tenemos que encontrarlo y ayudarlo, podría estar herido.
Gianna suspiró, concluyendo el gesto con una media sonrisa. No había tenido el valor para decirlo todavía, pero pensaba que, si Jack todavía no los encontraba, entonces...
—Kail... —murmuró la chica, pero se contuvo al ver la esperanza en los dorados ojos del niño. ¿Quién era ella para arrebatársela?—... No importa, busquemos algún rastro de Jack, o de los habitantes del lugar. Si realmente llegamos a Arquedeus, no olvidéis el principal objetivo: arqueanos. Ellos podrían ayudarnos
Las palabras brotaban de su boca, pero la preocupación se acrecentaba en su interior al ver la desolación de las «tierras prometidas». Gianna no esperaba encontrar arqueanos a mitad de una playa helada, por supuesto, pero, el cómo buscarlos... era algo que no había tenido tiempo de pensar. ¿Cuánto tiempo podrían sobrevivir en un desolado paraje sin provisiones? Los híbridos eran su principal sustento en el viejo mundo, ¿también lo sería en aquellas tierras?
Kail apoyó un brazo de Gianna sobre su hombro para ayudarla a ponerse de pie. Sibi, aunque era pequeña, también lo hizo, sin importarle que su gordo reptil rojo trepara hasta su cabeza para viajar como un perezoso.
Caminaban juntos a un destino incierto. El sol ascendía en el firmamento con cada paso que daban. Cerca del mar casi no había vegetación, sino que era un ecosistema bastante hostil. Las montañas que veían a lo lejos parecían estar a días de distancia, si había alguna civilización, seguro estaría en otra parte.
Al poco rato Gianna al fin logró andar sin ayuda, gracias a ello lograron extender mejor el área de búsqueda. Como Kail moría de hambre, se vieron obligados a sacar algunos peces del mar y asarlos para recuperar energía. Para el medio día, los ánimos de encontrar cualquier cosa comenzaban desmoronarse, hasta que alguien anunció el primer y más importante hallazgo. Fue Sibi quien, contenta, señaló una lejana edificación de aspecto ruinoso.
Con la emoción latente por el descubrimiento, los viajeros se encaminaron hacia aquel lugar. Tardaron casi una hora en alcanzar su objetivo, el cual ahora se apreciaba claramente sin la necesidad de estar a su lado. Se trataba de una torre de arquitectura como ninguna otra, con un aspecto moderno a la vez que antiguo. Los muros se notaban medio desmoronados. El material pétreo que la conformaba era de color negro, característico de Arquedeus. En la parte más alta, quedaban los vestigios de lo que habían sido grandes columnas en forma de colmillos. Junto a la primera yacían los cimientos de otra construcción con forma circular: una estructura gemela.
—Mira eso, Gi, son... son... —balbuceó Kail, sin poder contener la emoción.
—Arqueanos —murmuró Gianna en voz muy baja.
Al pie de la torre, personas de capa y capucha color plateado se movían de un lado a otro. Kail mostró la intención de avanzar, igual que Sibi, pero Gianna extendió una mano para bloquearles el paso a ambos.
—¿Qué... qué pasa, Gi? —preguntó Kail.
—Esperad un momento —dijo la mujer, pensando en la decisión correcta.
Gianna no comprendía con exactitud. No tenía ninguna razón para dudar de los arqueanos, y sin embargo, al verlos ahí, le causaban una inquietud inexplicable.
Se mordió los labios, estrujó su cerebro para tomar una decisión sabia, pero no sabía si seguir su instinto o la razón. Se suponía que Arquedeus era una civilización de gente pacífica, pero el mundo había cambiado hace quince años.
—Hacedlo con cautela —advirtió Gianna, luego de unos momentos—. No bajéis vuestra guardia, aunque parezcan amigos. No olvidéis que no sabemos nada sobre ellos.
Dicho esto, Gianna despegó a Rex de la cabeza de Sibi, lo sostuvo entre sus brazos y le amarró el hocico con un paño de tela.
—Lo siento, Rex, no sabemos cómo van a reaccionar si te ven. ¿Me ayudas, Sibi?
Con la ayuda de la niña, Gianna envolvió al reptil en un abrigo, sin que el aludido opusiera ninguna resistencia, y se lo echó a la espalda como si fuese un bulto. Era una mascota bien educada, nunca hacía nada que pusiera en peligro a su querida Sibi, pero no podían arriesgarse en ese momento.
Estaban a punto de avanzar, cuando de pronto algo ocurrió.
— ¡Shh! —dijo Gianna, al escuchar algo moverse detrás de ellos.
La mujer se dio la vuelta, pero ya era tarde. Algo la sostuvo de las manos, sometiéndola y arrojándola al suelo en menos de un parpadeo. El cuerpo de la mujer se hundió en la nieve, ahogando su grito de sorpresa.
—¡Basta! ¡Parad! —exclamó Kail, quien también había sido capturado a unos pasos detrás de Gianna.
A un costado, otra figura encapuchada apresaba a Sibi, mientras una cuarta atrapaba a Rex con un haz luminoso, una red de energía color turquesa. Al darse cuenta, Gianna odió su propia intuición.
—¡Liberadnos!, o yo... —gritó Kail, furioso.
Alguien habló en un extraño idioma. El hombre de capa plateada que sostenía a Gianna, se comunicaba con la mujer que retenía a Sibi.
—¡Kail, no! —se apresuró a decir Gianna, desviando la atención de los arqueanos hacia ella. Sabía lo que el joven estaba pensando, y atacar a quienes podrían ser sus salvadores no era una buena idea—. Detente, respira con calma, esa no es la manera. Venimos a buscar ayuda, no a causar destrucción.
Kail dejó ir un aire de frustración tras las palabras de Gianna, acatando la indicación y permitiendo la captura.
Ninguno forcejó, se mostraron cooperativos a las indicaciones de los captores.
Fueron llevados al pie de la torre, la que no estaba calcinada. Ahí, se reunieron con más arqueanos. Había tantos que era difícil contarlos; entraban y salían de la torre, recogían muestras de suelo e inspeccionaban los alrededores. En la experiencia de Gianna, parecía que investigaban la escena de un crimen.
«Escena... de un crimen», pensó la mujer, y miró con mayor detenimiento el lugar.
Las piedras fundidas eran la clara muestra de la presencia del dragón. La zona sin hielo, prueba de una lluvia de fuego, los muros desmoronados, obra de su ataque. Lo reconocía, lo había visto decenas de veces, el gigante rojo había estado en ese lugar.
Gianna miró a Kail antes de continuar con su deducción. El muchacho le devolvió una preocupada expresión casi al instante. También lo había notado y la desesperación por salir corriendo a buscar a su padre ya se notaba en su rostro, sin embargo, la mujer negó con la cabeza en silencio, incitándolo a parar, a calmarse, señalando un sitio específico con la cabeza.
Ahí, cerca de la torre, cargaban con un par de objetos curiosos. Entre dos personas resguardaban una escama de color carmesí, grande como una mesa y de aspecto tan resistente como el acero. Por otra parte, a la vista, se encontraba la prueba de que no sólo el dragón, sino también Jack, había estado ahí mismo. Entre las manos de uno de los arqueanos había un objeto metálico: un cetro con punta en forma de espiral partido por la mitad. Junto a ellos, una joven sin capucha parecía discutir con aquellos que portaban dicho instrumento.
«Podría estar con ellos, al lugar a donde nos lleven», gesticuló Gianna con sus labios, para que Kail pudiera leerlos. Él tragó saliva, y asintió con decisión.
Después de la discusión, que pareció perder, la joven se alejó de los otros con aparente molestia. Pasó muy cerca de los prisioneros y, al notarlos, se detuvo por un breve instante. Sus ojos verdes se clavaron en los de Gianna, dando a notar incomodidad, preocupación y culpa, pero también... empatía. Tras salir de su momentánea estupefacción, la arqueana siguió su camino para integrarse a otro destacamento.
Se preparaban para moverse, para partir. Tenían a Gianna, Sibi, Kail y Rex bien custodiados. No parecía que fuesen a hacerles daño, sin embargo, ninguno podía intuir el futuro cercano. La esperanza de encontrarse con Jack los motivaba a dejarse llevar, esperando que el destino que les esperaba, les sonriera para volverlos a reunir. Y si no, por lo menos para que supiesen qué había pasado con él.
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