50.4 El regreso de Dios
Se sentía pequeño, tan pequeño como una mosca sosteniéndose de un par de escamas. El viento helado rozaba su rostro. El iriduk arqueano hacía un gran trabajo, pero el combate había dejado sus prendas rasgadas de diversos puntos, volviéndola inútil. Por suerte eso no era problema para Kail, quien, a pesar de la tremenda velocidad con la que volaban, podía regular muy bien la temperatura corporal.
El lomo del dragón negro era tan vasto como una planicie. Junto al joven humano, Luna Dorada se sostenía de la misma forma, triangulando sus alas al frente para romper el viento. Se le notaba nerviosa, agitada.
—Tranquila, yo me siento igual —le habló Kail, a través del pensamiento. Siendo el único medio de comunicación entre las especies, comenzaba a acostumbrarse y sentirlo natural.
La dragona dorada le dirigió una mirada suspicaz.
—Gracias —respondió sin más, de la misma forma, concentrándose en ver al frente.
Tal negrura en la superficie escamosa del coloso, era igual que volar sobre la noche misma, entre las infinitas estrellas. Nunca, en toda su vida, el hijo de Jack Relem habría imaginado que estaría montando sobre un dragón todavía más grande que el rojo. Estaba nervioso, pero también emocionado del porvenir. Se dirigían a los confines de Niveus, surcando un cielo adornado por coloridas luces boreales.
De pronto, el viento dejó de golpear. El dragón negro paró. La acción fue seguida de un súbito descenso en picada que hizo que el estómago de Kail se encogiese. «Pom». El titán cayó con gran estrépito sobre el hielo, pero sin apenas resquebrajarlo.
Las luces nocturnas iluminaban el paisaje con majestuosidad. Ni siquiera la más bella de las noches en Siberia, o en Arquedeus, se podía comparar con esa vista.
A cuatro patas, el gigante negro contrajo las alas a sus costados. Para Kail y Luna, eran enormes, dos murallas más altas que edificios, protegiendo los costados de la explanada escamosa. Al frente, el cuello parecía un tornado negro, bajando desde el cielo y obstruyendo la visibilidad hacia el horizonte. Era imposible acostumbrarse a la magnitud de las proporciones.
Un nuevo estruendo, un balanceo y la llegada del viento, dieron a entender que se movían otra vez. «Pom... pom... pom». Parecían pasos lentos, sin embargo, era cuestión de percepción. El tamaño era lo engañoso, porque la velocidad con la que el viento golpeaba tras cada desplazamiento, dejaba claro que avanzaban grandes distancias en segundos.
—Sosteneos fuerte —ordenó el dragón negro.
Un repentino levantamiento, seguido de la fuerza brutal de una caída, mecieron a Kail obligándolo a aferrarse de una de las escamas. El cuerpo de Luna Dorada latigueó, obligándola a soltarse y extender alas para mantener su propio equilibrio. Amruk se había alzado en dos patas para luego dejarse caer con toda potencia sobre el hielo, provocando un estallido, cristales rompiéndose tras el trepidante impacto.
El viento pasó zumbando como una ventisca a costados de Kail, aspirado hacia el interior de la tierra, al pasaje subterráneo que abría tras la ruptura de la capa helada. Luna Dorada se vio absorbida por el vacío, pero una de las alas de Amruk la ayudó, parando el vendaval para que recuperase control de su vuelo. La dragona, agradecida, revoloteó hasta posarse sobre la cabeza del gigante negro.
Una entrada de proporciones descomunales daba acceso a un oscuro interior, un túnel profundo cuyo fondo no se divisaba. Entraron.
Las enormes paredes de roca aislaron el frío del exterior, sumiendo todo en la penumbra, al grado de no poder ver nada en absoluto. Estaban descendiendo a algún lugar desconocido.
Cuando el movimiento se volvió constante, Kail exhaló con ligereza, soltando las escamas y dejándose caer de espaldas, meciéndose con el suave avance, disfrutando de la paz que la oscuridad proporcionaba. Un poco más arriba, sobre la cabeza de Amruk, Luna Dorada hacía lo mismo, echándose con placidez.
—Usaste muy bien la almigia allá afuera, joven Rahkan Vuhl —aseveró Amruk—. ¿Quién te ha enseñado a usarla? Nadie debería conocerla en este ciclo.
—Mi padre —respondió Kail, sintiendo una punzada en el pecho al recordar a su mentor.
—Entrañable —dijo el negro—. ¿Tu padre era de Arquedeus? ¿Qué edad tenía?
Kail no pudo evitar reír.
—¿Él? No, era galeano, como yo. Creo que estaba cerca de los cuarenta y cinco.
El dragón emitió una exhalación de sorpresa.
—Inaudito, ¿cuántos gyros has vivido, joven humano?
—Tengo quince —respondió Kail, entendido de la homología a los años en el idioma arqueano.
Amruk detuvo su marcha un momento, sin decir nada. Luna Dorada levantó la cabeza, curiosa, sin entender la razón de la sorpresa. Ella también tenía esa edad.
El dragón negro retomó su paso casi al instante, emitiendo un bufido de sorpresa.
—Vuestro avance es sorprendente, habéis progresado tanto en tan poco tiempo. Los humanos sois criaturas maravillosas.
Luna Dorada lanzó un bufido de indignación. Amruk dejó ir una risa comprensiva.
—Mis disculpas, pequeña lertina, los reptiles también.
—¡Lertina! —exclamó la dragona, todavía más indignada—. ¡No soy una lertina!
El gigante negro agitó la cabeza por un instante. Luna Dorada se balanceó.
—¿No lo eres? Lo pareces, pero tu existencia es un verdadero misterio, pequeña hija, eres tan nueva para mí, como lo es el mundo para ti. Nos conoceremos mejor a partir de hoy.
La última aseveración dejó a Kail perplejo.
—¿Puedo preguntar por qué somos diferentes, Luna y yo, gran Amruk? ¿Por qué aceptarnos como hijos suyos?
—Sois el concepto de cambio y adaptación, aquello que nos dio origen a los dragones.
—Adaptación, cambios, hablas igual a mi padre. Si te parece así, ¿por qué entonces lo dragones queréis destruirnos? Tú eres un dragón, ¿por qué tú no?
—Esa respuesta es difícil de responder, joven Rahkan Vuhl. Hasta hace unos momentos estaba listo para limpiar mis errores. Estaba a punto de hacer algo que debí haber hecho hace tiempo: sesgar la vida de mis hijos, humanos y dragones por igual. Todo estaba bien hasta antes de mi linaje, Madre estaba bien sin criaturas capaces de tener constancia de su propia existencia.
»Pensaba hacerlo y volar lejos, a otros mundos, pero entonces algo pasó. Un despertar. Ahora recuerdo, recuerdo tantas cosas que había olvidado. Y lo único que quiero es que todo termine. Tú eres la clave, Kail, lo sé porque te conozco desde hace mucho.
Kail suspiró. Había una gran duda que se acumulaba en su interior, y no se sentía listo para externarla. A decir verdad, ni siquiera sabía cómo hacerlo. Al igual que había ocurrido con Vanila, prefería vivir con una inocente duda, que ser aplastado por una dolorosa verdad. Por eso, decidió llevar la conversación a otros rumbos.
—Guerra, os he oído hablar de guerra, a los dragones. ¿Es eso lo que ha de parar? ¿Por qué nadie sabe sobre un evento tan grande? ¿Cómo es que no hay historia que la relate?
El gran dragón gruñó de forma apenas perceptible. No de molestia, sino de comprensión. Al sentirse ajena a la conversación, Luna Dorada se enroscó para escuchar sin intervención.
—Es natural que nuestra existencia se convirtiese en leyenda. La borré, eliminé los vestigios del conflicto con la esperanza de que terminara. Cuando puse a dormir a mis hijos, hice lo mismo con los Rahkan Vuhl. No quedó nadie que supiese de nuestra presencia, o que hubiese visto a un dragón de forma directa. Pero erré. El letargo de mis hijos debía dar tiempo a la humanidad de enmendar sus errores, aprender de ellos para poder compartir el mundo. Sin embargo, Kronar despertó antes y el conflicto sigue.
—¿Debía dormir más?
—Debía dormir hasta que la era del hombre llegase a su cúspide, y al despertar él pudiese ver que se equivocaba. Pero no sucedió, aún os queda camino por recorrer. No estabais listos para conocernos, para saber sobre vuestros orígenes.
—¿La clave... de nuestros orígenes? —cuestionó Kail—. Los humanos somos complicados, no imagino en qué momento eso podría haber sucedido sin provocar guerras. Quizás Kronar tenga razón.
—No pienses así, joven Rahkan Vuhl —dijo Amruk—. Los humanos sois criaturas magníficas, pináculo evolutivo igual que los dragones. Tomaría su tiempo, pero estoy seguro de que lo habrían conseguido. El impulso que di a vuestro desarrollo debía guiarlos por el buen camino, por desgracia mi buena voluntad se vició por la infortunada intromisión de mi propio hijo. Son grandes los errores que se cometieron en el pasado, y muchas generaciones han pagado por ello.
—No estoy comprendiendo del todo.
—Yo tampoco lo entiendo, gran dragón negro —habló de pronto, la voz de Luna.
Amruk inhaló profundo, luego exhaló.
—Luna Dorada, es tu nombre, ¿pequeña? Única en tu tipo. Nunca había visto una hembra capaz de dominar la almigia. Al igual que este joven humano, tu existencia será vital en el futuro. Eres la prueba de que todo es posible.
La dragona ladeó su cabeza. Después de calmarse, ahora se sentía apacible. La ira, heredada del dragón rojo, era algo con lo que luchaba día a día. Sin Nieve Nocturna a su lado, habría sido una tarea difícil, sino es que imposible.
—Me gustaría saber qué tengo que ver con esa guerra, con los orígenes de los humanos, gran Amruk.
—Os contaré un poco, sólo lo esencial para que podáis entender. El resto ya lo aprenderéis por vosotros mismos.
Y el dragón comenzó a hablar mientras descendían, revelando los misterios del mundo, misterios que habrían fascinado a cualquier científico. La respuesta al origen de la humanidad, directamente de la experiencia de un ser que lo había presenciado. Kail jamás pensó que obtendría respuestas a todas esas preguntas, respuestas mucho más fantásticas de lo que cualquier libro de historia podría explicar.
—Si sois atentos, podréis ver que Madre cuenta historias en sus parajes de vida, en la corteza o en lo profundo del mar. Civilizaciones van y vienen, sin que seamos conscientes de todas ellas. En el inicio de nuestros tiempos fui, durante un largo periodo, el único ser pensante entre monstruosos gigantes. Vagué por ciclos enteros, tratando de encontrar la respuesta a mi existencia, y así conocí la belleza natural. Nuestra madre es dadora de vida, y nosotros hemos de corresponder ese amor, aprovechando el regalo que nos dio. Pero poco a poco, el equilibrio se perdió. Las criaturas vivas aumentaban en número, devastaban sin control.
»Necesitaba ayuda, así que usé a uno de los antiguos reptiles para crear una hembra, forzándola a recibir mi krina. No era un dragón verdadero, ni tampoco un reptil común, así que la llamé zneis. Kronar fue el primer hijo que tuve. Otros llegaron tras él. Creí que juntos podríamos mantener el orden, y así fue, por un tiempo. Entonces aparecisteis vosotros, los humanos.
»Estaba impresionado, era la primera forma de vida igual a la mía, racional. Quedé maravillado, tanto, que no pude resistirme y me acerqué a tus ancestros, joven Rahkan Vuhl, para hablarles. Me llevé una gran decepción al ver que no podían entenderme, así que decidí compartir el regalo divino. Les enseñé a hablar.
»Aprendieron rápido, eran muy optimistas. Me adoraban como un dios, mientras yo los presionaba a alcanzar la misma conexión con Madre que yo tenía. Esperaba que, juntos, humanos y dragones, pudiéramos cuidar de nuestro hermoso mundo. No hay hembras entre los nuestros, probablemente ya lo sepáis. Debido al tamaño, aumentar nuestros números es contraproducente para Madre, peligroso para el equilibrio. Los humanos, por otra parte, son pequeños, capaces de adaptarse al entorno sin alterarlo; las criaturas perfectas para expandirse y cuidar de Madre, en cada rincón invisible para un dragón.
»Grave error el que cometí. Cuando menos lo esperaba, cuando los Rahkan Vuhl levantaban una civilización, nuevos humanos aparecieron al otro lado del mundo, aislados de la sabiduría, forjados por su propio camino. Los humanos que no escucharon mi voz crecieron salvajes y destructivos. Eran comparables a una plaga, una alimaña. Acababan con otras especies, devastaban los parajes de Madre e incluso se mataban entre ellos. Una maldición.
»Al saber que las criaturas elegidas como nuestros iguales eran, a su vez, las que más herían a Madre, mis hijos, especialmente Kronar, enfurecieron. No hice nada. Esperaba que el regalo divino otorgado a mis hijos humanos fuera suficiente, una virtud que se propagara y erradicara la ignorancia. Pero otra vez erré.
»La guerra estalló durante uno de mis letargos. Kronar, mi primogénito, lideró a sus hermanos en una cruzada para acabar con todos los humanos mientras yo dormía, incluyendo a los portadores de mi krina, mis otros hijos, los Rahkan Vuhl. Lo que no esperaban, era que los grandes números de Rahkan Vuhl superarían la fuerza de pocos dragones. Fue una masacre, una pérdida sin precedentes. Aunque los humanos no habían alcanzado su máximo potencial, suplieron esa desventaja por cantidad.
»Cuando desperté, estaba furioso. Madre lloraba por la sangre derramada sobre lagos, montañas y valles. Cuatro de mis hijos y un Rahkan Vuhl quedaron en pie. Como castigo, los hice dormir a todos.
»En ese momento decidí que no volvería a interferir con la sabiduría de Madre. Ella, quien nos ha dado la vida a todos, es quien realmente decide quien es digno de existir y quién no. Se llama equilibrio. Criaturas como nosotros, dragones y Rahkan Vuhl, hemos de ser guías, observadores, procuradores, más no jueces del destino. Eso es algo que Kronar nunca logró entender y, por su necedad, el conflicto sigue.
Amruk detuvo su marcha. Kail se sentó sobre su lomo y aguardó. Escuchaba un sonido, algo proveniente del interior del dragón, una reverberación creciente que avanzaba desde su vientre, recorriendo su cuello hasta la cabeza.
Se escuchó un poderoso cañonazo, acompañado de una sacudida en el cuerpo del coloso. Asustada, la dragona dorada que reposaba en la coronilla del titán, levantó vuelo escandalizada, poniéndose a cubierto detrás de una estalagmita que se quebró debido a su peso, obligándola a revolotear asustada.
Después del estruendo todo quedó en calma otra vez, sin embargo, el eco aún resonaba perdiéndose en la amplia cámara que tenían delante. Acababa de iluminarse todo con un destello perpetuo.
Asombrado, Kail se recuperó del repentino terremoto. Luna se posaba al lado del joven, ya tranquila, pero igual de impresionada. Una inmensa bola de fuego brillaba en lo alto, igual que un sol. Cubriéndose los ojos con el antebrazo, el joven Rahkan Vuhl lograba apreciar una cámara subterránea de magnitudes desorbitantes. No le veía fin.
Un mundo subterráneo se expandía hacia el horizonte, hasta perderse entre las sombras. A diferencia del pasaje por el cual habían llegado, la roca del suelo desaparecía, un material terroso la sustituía. Tierra fértil.
Luego de tan tremendo espectáculo, una sutil risa draconiana se escuchó, gutural y tenebrosa. Amruk parecía complacido de haber causado tal impacto en sus invitados.
—Este es el lugar que me vio nacer —explicó el dragón—, un poco descuidado, pero hermoso, como siempre. Bienvenidos a Edén, mi hogar.
Un parpadeo de asombro acaparó la expresión de Kail, causado por diferentes factores.
—Edén —exclamó el joven, con una sonrisa—. Curioso nombre, leyenda humana. ¿Cómo es eso posible?
Amruk volvió a reír.
—Puede que tu mente escuche algo diferente a lo que en realidad es. La almigia, es la esencia de Madre, aquella que nos da vida. A través de ella, nuestros pensamientos pueden conectarse. En el mar del pensamiento, lo que escuchas ahora mismo, no son palabras, no es un idioma; es una idea, un deseo. Me escuchas en la forma a la cual estás acostumbrado a escuchar.
—Eso es... difícil. —Una risa apenada brotó de Kail. Se frotó la nuca, con pesadez—. La verdad es que no entendí nada.
El dragón negro dejó ir una risa, solo una. La dragona dorada bufó, consternada por la confesión de ignorancia del joven, aunque ella tampoco había comprendido la explicación no era tan tonta como para externarlo.
Amruk suspiró, dejando de lado el tema y observando el desolado paisaje que tenía delante. La cuenca seca de un lago acaparaba la vista, bordeada por pequeños islotes erosionados.
—Aunque no lo parezca, este lugar fue verde hace mucho tiempo. ¿Veis lo de arriba? Es una bola de fuego latente. Solis, la llamo. Tardará unas cuantas décadas en quemarse. Es igual a la estrella que calienta nuestra esfera azul, sobre la cual viajamos a través de la oscuridad. Es muy complejo de explica...
Puede que el joven Rahkan Vuhl no estuviese muy interesado en comprender cuestiones de lingüística mental, pero sí que le apasionaba la naturaleza de aquella esfera. No había parado de observarla desde que el dragón negro la creó.
—Solis —dijo Kail, trepando hasta la cabeza de Amruk para poder ver mejor, poniéndose de pie admirando la bola de fuego. La dragona dorada lo siguió, silenciosa, callada—. Crear una estrella... Debe ser... Un núcleo compacto de hidrógeno y helio con su propio centro gravitatorio. Es... es... ¡A mi padre le habría encantado! Una bola elemental, someterla a una gran presión para generar una fusión nuclear constante que libere su energía en forma de luz. ¡Un sol!
—Qué... ¿Qué es lo que has dicho? —preguntó Amruk, sin comprender las palabras de Kail.
Tal y como había explicado hace poco, comunicarse a través de la almigia no era un método infalible. Las palabras que se podían transmitir, eran sólo aquellas que el receptor era capaz de comprender. La ciencia es un método para entender la existencia, un método creado por humanos. Los dragones tenían su propia comprensión del todo, y esa, era la primera barrera en el lenguaje divino. Un dragón, siempre entendería todo en la voz de un dragón. Un humano, era incapaz de comprender la percepción de un dragón. Caminos distintos durante el aprendizaje, pueden crear conceptos diferentes de una misma realidad.
—Me gustaría intentarlo —dijo el joven, entusiasmado.
—No es algo que pueda hacerse de la noche a la mañana, joven Rahkan Vuhl —intervino el dragón, pero no pudo detener al humano que se posaba sobre su cabeza.
Junto a Kail, Luna Dorada observaba expectante. Era difícil decir qué es lo que pensaba en esos momentos. Ella aprendió a comprender a los humanos gracias a Finn, sin embargo, su naturaleza proveniente de Kronar, la obligaba a pensar como dragón.
El joven extendió una mano, cerró sus ojos e imaginó justo lo que acababa de deducir al ver la bola de fuego. En ese momento, una voluta de gases se acumuló sobre su palma y salió disparada con potencia hacia delante.
Con un pequeño estallido, una diminuta bola de fuego se encendió a unos cuantos metros de distancia. Brilló intensamente por unos segundos antes de apagarse. Kail liberó un suspiro de frustración.
—¡Agh! Es más difícil de lo que parece. Quizás tenga que considerar el oxígeno, o la presión atmosférica. ¿Será diferente en este lugar? Quizás una diferencia. No...
Y mientras el muchacho hacía cálculos mentales, Amruk estaba sin habla. No podía creer lo que veía. Un joven Rahkan Vuhl de tan sólo 15 gyros de vida había emulado una técnica de almigia que costaba miles de años dominar. ¿A qué limites había llegado la evolución para permitir algo así? Había previsto que el potencial humano era enorme, pero nunca supo cuán vasto era.
De pronto una fuerte risa draconiana comenzó a resonar por todo el lugar, provocando otro temblor. Kail se tambaleó en cuanto la cabeza del gigante negro se movió sin control. Luna Dorada se vio obligada a levantar vuelo.
—¡¿Q-Qué sucede?! —cuestionó el humano.
—Joven... Relem.
—Kail, por favor —replicó—, Relem era mi padre.
—Como desees, Kail. Estoy complacido, admirado. Sentíos orgullosos, ambos, porque este viaje nos traerá aprendizaje mutuo. Me intriga la forma en la que habéis aprendido la almigia en este ciclo. Ilustradme con vuestra experiencia, que yo os ilustraré con la mía.
—Estoy ansioso por comenzar, gran maestro Amruk —respondió Luna Dorada.
—Será un honor —habló Kail, con solemnidad.
El dragón asintió, complacido, y volvió a emprender la marcha. Tanto Kail, como Luna, bajaron hasta el lomo del coloso y se recostaron de nuevo. La mirada perdida de ambos apuntaba hacia una oscuridad inescrutable, pero estaba puesta verdaderamente en su propio futuro, un futuro en el que encontrarían una forma de acabar con la guerra que sus antepasados habían iniciado.
Ese día, montando a lomos de un mito, el último Rahkan Vuhl se marchaba para renacer como un completo hijo de Dios.
Y mientras caminaba, el gran gigante negro seguía analizando el entramado de verdades que se revelaban ante él. Nunca, en su extensa vida, había conocido tal incertidumbre como la que presenciaba en ese momento. Algo externo había parado su ataque antes, y no sabía qué. Una fuerza aterradora, pero a la vez apacible y tentadora se había apoderado de él, conduciéndolo a la calma que le caracterizaba.
Imposible saber la causa, imposible describir aquella fuerza que lo había poseído en aquel momento. Lo único que podía, era agradecer a la fugaz omnipotencia por haber impedido que cometiese un último error.
«El universo es infinito, al igual que el plano neuronal. Nada es magia, todo es ciencia. ¿Qué es el espacio, qué es el tiempo? ¿Qué es la vida, qué es la muerte? ¿Qué es todo y a la vez nada? La respuesta es interacción, una infinita interacción. ¿Quién soy? Yo soy interacción. ¿Quién soy? Soy alfa y omega, ouroboros, ying y yang, pasado, futuro, trascendencia, inmortalidad. ¿Quién soy? Yo soy tú, tú eres yo. Somos Amruk, el primer dragón».
¡Muchas gracias por leer! Aquí llega el momento de preguntar, ¿qué te ha parecido este libro? ¡Pero espera! Guarda un poco esos sentimientos, no lo escribas aquí, comparte conmigo tus impresiones en el "Muro del Lector" ^^. Cuando este capítulo vuelva a borrador, esa sección se quedará siempre disponible como testimonio de aquellos que disfrutaron de esta obra a través de Wattpad.
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