43. Hijo de Dios

Pista de audio recomendada: Master of Tides - Lindsey Stirling

Apareció a la mitad de la nada, con un destello color rojo y turquesa que se quedó chisporroteando por unos segundos en la punta de su cetro. Un golpe frío lo recibió. No había ventiscas, tan sólo frío intenso que estuvo al borde de arrebatarle el aire de sus pulmones, de no ser porque subió el cuello del traje térmico arqueano por encima de la nariz. «Niveus», pensó, «Gianna. ¿Qué estás haciendo aquí?».

Observó a su alrededor. Sus ojos grises buscaban cualquier indicio de la presencia de la mujer, de su esfera, o de la trampa que le tuviese preparada el emisor de la señal. Buscaba, pero no había nada, nada además de un desierto helado, mucho más frío y solitario que las costas siberianas.

Avanzó con cuidado, cauto de sus alrededores, aguzando el oído y extendiendo sus sentidos. Con cada paso que daba, pedía al hielo compartir sus secretos, combinar la energía que albergaban sus átomos acuosos para llevar su sentir eléctrico más allá del rango de alcance físico.

Sentía la roca debajo de la capa helada, las pocas bacterias que se aferraban a la vida en un inhóspito ambiente, y... sí, una gigantesca cámara subterránea que escapaba del alcance debido a la profundidad.

«Ahí estás», se dijo a sí mismo. La había encontrado, Gianna debería estar en ese misterioso abismo a kilómetros bajo la superficie. ¿Cómo había llegado ahí? No lo entendía.

Abrir un agujero para llegar a ella sería la opción ideal, pero sería un gasto energético enorme. La opción más eficiente era dar con un acceso.

Jack colocó una rodilla en el suelo y tocó el hielo con su mano. Cerró sus ojos y dejó que sus células conectasen con las moléculas de la roca madre. Al establecer el contacto aguzó sus sentidos sobrehumanos. Podía ver su estructura, sentir su forma, su existencia. Ruinas, era una construcción humana, y la entrada estaba... ¡por allá!

Giró su cabeza hasta encontrar el punto que buscaba. Lejos de ahí, hacia el norte, se divisaba una muesca sobre el hielo, como si las rocas brotasen desde un cañón subterráneo.

Se levantó y comenzó caminar en esa dirección, sin embargo, una fuerte ráfaga de viento lo azotó con la potencia de un huracán.

Fue repentina, acompañada de un estruendo comparable al de un avión supersónico. El hielo se rompió con el peso de la gigantesca presencia que descendió cual meteoro rojo caído del cielo. Un polvo de finos cristales se disparó en todas direcciones, acompañado de una poderosa onda expansiva que propulsó a Jack lejos, obligándolo a protegerse del impacto remanente con la capa que vestía.

Cayó de pie, resbalando sobre el hielo hasta conseguir frenar. Bajó su protección hasta que el polvo níveo se fue disipando. Se dio la vuelta y, sólo entonces, visualizó el origen del caos.

Había imaginado muchos panoramas —incluyendo una tercera parte de ese—, sin embargo, la realidad lo superaba. No era la llegada del dragón rojo, sino la llegada de tres monstruos la que lo sorprendía.

Tres dragones, dos gigantes y uno pequeño, acaparaban el horizonte. Al rojo, Kronar, ya lo conocía. Había otro, blanco, igual de grande, con unos ojos azules resplandecientes y una cresta entre sus dos cuernos. El tercero era de la mitad del tamaño de los otros dos, luciendo orgulloso un patrón de escamas negras y carmesí.

«Nos vemos de nuevo, Jack Relem», dijo el dragón, directamente a la mente de Jack.

«No me sorprende», respondió el implicado. «Veo que has estado... ocupado».

Jack seguía mirando a los dragones que estaban al frente. Y ellos lo observaban a él.

«Rolgur y Zorak me hacen compañía, no debes preocuparte por ellos».

Aunque el dragón hablase con la verdad, eso era algo que no reconfortaba a Jack.

El hombre dirigió una mirada fugaz a las dos criaturas que lo observaban con fijeza. Supuso que el gigante blanco debía ser Rolgur, puesto que el más pequeño había aleteado con orgullo al escuchar el nombre de Zorak.

«Debería agradecer eso», respondió Jack, tratando de no parecer intimidado. «Vienes a terminar tu trabajo?».

Kronar bajó su enorme cabeza desde los cielos para mirar de cerca al Rahkan Vuhl. Alcanzó casi el nivel del suelo, rozando el hielo con sus barbas y dejando sus colmillos, tan grandes como el humano entero, a centímetros del hombre.

Pero Jack no dio un solo paso atrás, a pesar de que sentía el aliento ígneo del dragón en su rostro. Era grande, muy grande, peor que tener la máquina de un tráiler justo delante.

El gigante rojo acomodó bien su cabeza para observar al humano con su ojo derecho.

«¿Trabajo?», preguntó.

«¿Qué está diciendo, padre?», se unió la voz del dragón rojinegro a la conversación mental.

Jack frunció el ceño. Padre, escuchó claramente.

«Silencio, Zorak», habló Kronar.

El dragón blanco extendió una pata para ponerla sobre el dragón joven. Este último dejó de aletear y descendió hasta tocar suelo.

«Calma, mozuelo», habló el blanco, con una voz apacible. «Este es un asunto que ha concernido a tu padre por ciclos».

Zorak, el rojinegro, asintió con su cabeza serpentoide sin decir más.

El hombre que observaba a las bestias, levantando la mirada hacia el cielo, no pudo evitar reír.

«Un hijo y otro más como tú. No entiendo cómo un ser tan majestuoso... —Señaló a Kronar por completo—... puede ser tan despiadado».

Esta vez fue el dragón rojo quien profirió una risa draconiana.

«Despiadado, ¿dices? Soy un ser misericordioso que vela por el mundo. El poder que se te confirió como un Rahkan Vuhl fue error, y estoy aquí para corregirlo. Cierto es que no tienes la culpa de nada, humano, pero tu especie lleva la carga de la destrucción en su krina».

Jack torció la boca.

«Dices lo mismo, una y otra vez. Los humanos deben morir, yo debo morir, pero, ¿por qué? ¿Por qué quieres matarme a toda costa? ¿Qué me hace tan importante para ti? ¿Por qué no sólo vivir en paz, compartir el mundo?».

«Compartir el mundo es algo que ya se intentó... y fracasó», dijo el dragón. «El momento de la solución fue aplazado. No temas, no sentirás nada, todo estará bien. El mundo recuperará su antiguo esplendor».

«Si mi destino es morir aquí, dragón», respondió Jack. «Cumple mi último deseo y permíteme saber la razón de mi deceso».

El dragón rojo guardó silencio por un momento, sopesando la petición que el hombre había hecho. Dirigió una mirada a Rolgur. El Blanco asintió con la cabeza, Kronar hizo lo mismo. Retornó la mirada hacia Jack, y volvió a hablar en su mente, en ese idioma que no eran palabras, sino pensamientos conectados a través de una red atómica incomprensible.

«Hace tiempo te dije que respetaba tu existencia», matizó el dragón. «Voy a honrar esas palabras respondiendo tu pregunta».

Jack hizo un movimiento de cabeza a manera de respuesta. No podía decir que estaba complacido, pero esa información era algo que ansiaba, y no había encontrado ninguna otra manera de hallarla.

El dragón sonrió.

«Ahora presta atención, porque estás a punto de escuchar la historia de tus ancestros, los Rahkan Vuhl».

El humano no dijo nada, mantuvo la seriedad que debía. Si su muerte estaba cerca, quería saber la razón para, con suerte, encontrar una forma de transmitirla a alguien antes de partir.

Y así el dragón comenzó a explicar sobre el pasado. Una historia que se remontaba hasta hace más de diez mil años, en el continente arqueano. Guerra Draconis, la llamó, un evento que duró cientos de gyros. Fue un enfrentamiento entre humanos y dragones, en el que los Rahkan Vuhl jugaron un papel muy importante. ¿El disparador? La primera muerte de un dragón.

«Los humanos sois volátiles, peligrosos», decía el rojo. «Sois criaturas que nacieron para destruir, mientras que los dragones existimos para crear. Darle a un ser destructor el poder de la creación es el peor error que se pudo cometer, y por eso yo, decidí limpiar al mundo de esa enfermedad, de esa plaga llamada humanidad. Ese era mi destino, mi decisión, hasta que Amruk, padre de todos, detuvo la guerra cuando estábamos a punto de ganarla, y nos obligó a dormir. Ahora, a más de dos ciclos de la suspensión de esa guerra, llegó la hora de terminar con lo empezado».

Jack inhaló profundo después de escuchar la respuesta del dragón. Ahora entendía mejor la situación. Y estaba molesto. Le molestaba, porque Kronar tenía razón. La humanidad era volátil y peligrosa. Lo comprendía ahora, mejor que nunca, después de ver la apatía arqueana. Sin embargo, la razón básica de todo ser es sobrevivir. Morir, desaparecer, aceptar la muerte, simplemente iba en contra de la naturaleza.

El hombre replicó sin la necesidad de producir sonido alguno.

«Acabar con los humanos que tienen el poder de la creación... No puedes continuar una guerra que terminó hace tanto tiempo. ¿Cómo puedes reiniciar un conflicto contra los Rahkan Vuhl, si ya no queda nadie además de mí?».

«Entendiste mal, Jack Relem», siguió Kronar. «No quiero continuar una guerra, sino terminarla, y eso ocurrirá con tu muerte. Eres el humano que representa un mayor peligro para este mundo, el último de los tuyos, el único capaz de interponerse en ese destino. Cuando ya no estés, limpiar lo que queda será más sencillo. Prioridad, Relem, no exclusividad. El mundo ya es mío desde hace mucho».

«Comprendo», respondió Jack, con calma. «A pesar de que estamos luchando por la misma causa, no vas a razonar con un Rahkan Vuhl. ¿Quién es el ser carente de razón aquí?».

La respuesta llegó a oídos del dragón, molestándolo. Su única respuesta, fue un gruñido. Jack aprovechó la oportunidad y volvió a tomar poder sobre la conversación.

«Por desgracia esa respuesta cambia lo que planeaba. Según lo que has dicho, dragón, mi muerte significaría la destrucción de los míos, más no su salvación. Estaba dispuesto a morir por ellos, para que al fin te olvidases de nosotros, pero, al entender tus intenciones, he cambiado de opinión. No voy a morir hoy». El hombre enfatizó la última frase.

«Explícate», exigió Kronar.

«Tú quieres paz, y yo también», respondió el Rahkan Vuhl. «Ambos comprendemos que es necesario matar al otro para conseguir ese objetivo. Este mundo ya fue destruido, no sólo por el error humano, sino por una guerra que inició hace más de diez mil años».

El dragón rojo alzó la cabeza, molesto.

«Te equivocas», replicó. «No me compares con los de tu especie, porque los humanos sois escoria».

«Dices lo mismo una y otra vez, pero...».

Jack silenció sus pensamientos de forma súbita al darse cuenta de algo. Las palabras del dragón, la forma tranquila en la que había dicho lo último, lo hacía sonar como una afirmación y no un simple insulto.

El hombre conectó su vista con el gigante, el dragón sonrió con un poco de malicia.

«Fue un gesto muy generoso de tus nuevos amigos, los arqueanos, el sacarte de sus murallas y regalarme tu ubicación».

Como si le hubiese leído el pensamiento, las palabras de Kronar confirmaban lo que se temía. Humanos, despreciables humanos. ¡Escoria! Los humanos más despreciables que aún quedaban con vida eran los Sahulur, y finalmente habían hecho su jugada.

No la esperaba, podía intuir estrategias, pero jamás creyó que usarían al dragón en alguna de ellas. Y si Gianna estaba realmente en las ruinas de abajo, entonces la habían hecho bien, muy bien. Ahora no podría irse, no podría huir sin asegurarse de que ella iba a estar bien. Lo habían enviado a la muerte, a sabiendas de que no podría huir mientras hubiese un miembro de su familia que proteger.

Jack dio un gran suspiro. Por lo menos sabía que Kail estaba bien —o eso esperaba—, lejos, muy lejos de este lugar. Por desgracia, el plan de los Sahulur era demente. No sabía qué es lo que esperaban, pero en cuanto Kronar acabase con él, Arquedeus sería el siguiente blanco.

Suspiró con frustración. De nada le servía preocuparse, tenía peores problemas en ese momento. Podía enfrentarse a Kronar, resistir una escaramuza, pero...—Desvió ligeramente su vista hacia los otros dos—... pensar en vencer a los tres era una locura. Si tan sólo pudiese confirmar que Gianna no estaba abajo, podría largarse de ese lugar de forma inmediata.

«Entonces fueron esos viejos, ¿eh? —Jack hacía tiempo para pensar—. Vaya mundo, puede que al final tengas razón, los humanos somos de lo peor».

El dragón no respondió. Por un breve instante, fue como si ambas fuerzas de la naturaleza se entendieran.

«Es una lástima que te des cuenta ahora, Relem, ya es tarde para dar marcha atrás. Pero si en tus palabras hay algo de verdad, entonces quédate tranquilo. Yo me encargaré de limpiar este mundo, y Arquedeus tampoco será excluido de esa meta».

Jack inhaló profundo.

«Ya sabes que no puedo permitirlo. Es el único hogar que le queda a mi familia. Quizás el resto no me importe, pero ellos... —Suspiró—... Estás consciente de que no me entregaré sin más, ¿verdad?».

El dragón rojo dibujó una sonrisa en su rostro.

«Me decepcionarías si lo hicieras».

Jack soltó un bufido a manera de risa, que se perdió en forma de vapor al atravesar la tela que protegía su rostro.

«Tus ansias de conquista te ciegan. Acabo de proponerte una tregua y la has ignorado sin más. ¿No te gustaría estar del mismo lado? Acabar con el resto de humanos con tal de que dejes vivir a los míos».

Las palabras de Jack dejaron al dragón estático, tanto que buscó la mirada del blanco otra vez. El segundo dragón lo miró con dureza, negando con la cabeza. Kronar dejó ir un gran bufido de frustración.

«Una gran oferta, Rahkan Vuhl, que tal vez hubiese aceptado durante la guerra. Pero no ahora, los humanos sois demasiado impredecibles. Deberías saberlo mejor que nadie, ahora que has experimentado su traición en carne propia».

Jack cerró sus ojos por un momento. No esperaba otra respuesta, pero tenía que intentarlo.

«Que así sea, entonces. Espero que no te arrepientas de esa decisión».

El dragón movió su cabeza de regreso a su posición inicial, alto, en el cielo. Jack preparó su cetro, golpeando el hielo para provocar un fino chisporroteo eléctrico en su punta. El filo en forma de espiral se abrió, dejando a la vista la pequeña esfera de cristal llena de sangre, ahora con un zero adaptado en conjunto. Se preparaba para enfrentarse al coloso de fuego.

«Este es el juicio final, Rahkan Vuhl. Deja tu vida en batalla, y rinde cuentas a tu dios».

Jack miró con fijeza al gigante que tenía delante. Adquirió una posición defensiva.

«Habla para ti, dragón, porque este simple humano no caerá ante otro mortal que cree respirar divinidad».

Y dejando los pensamientos flotando en la inmensidad, el dragón y el último Rahkan Vuhl, dios y creación, colisionaron ante la juiciosa mirada del gigante blanco y el rojinegro mediano, como dos poderosas e imparables potencias.

***

—¿Es aquí? —preguntó la voz de un joven, apenas audible entre los estruendos de una batalla lejana.

—¿No te lo dice el viento? Algo está sucediendo en este lugar. ¡De prisa! —respondió una mujer.

Dos siluetas se movían en el hielo, camuflándose con sus capas plateadas. Se acercaban al sitio en donde la batalla había dado inicio. Una batalla que decidiría el destino no sólo de un hombre, sino de toda la humanidad.

¡Uff! Las cosas comienzan a calentarse >_<, bajo advertencia no había engaño.


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