42. Abismo Helado


Hielo, más hielos perpetuos. Parecía mentira que después de tener tantos problemas para llegar a Arquedeus, ahora el destino pidiese ir al sur. El continente blanco, Niveus, un cúmulo de tierra fría en el polo sur del planeta, inhabitable, carente de vida.

—¿Falta mucho? —preguntó Nieve Nocturna al guía.

—Es por aquí —respondió Dante—. Mantened los ojos abiertos, el lugar podría estar cubierto por el hielo.

El Sektu loco los había llevado a la supuesta localización de la Tumba de Dios con ayuda de un rul tarok. Según los estudios de toda su vida, sobre la evasiva leyenda, cerca de dónde se encontraban yacía el ansiado lugar que hombre y dragona llevaban buscando por años.

Gianna y Sibi caminaban juntas, abrazadas, lamentando no tener aquellos gruesos abrigos de pieles que las acompañaron por tanto tiempo. Y es que, aún con la ropa térmica, se alcanzaba a sentir el viento congelante en la cara.

Luna Dorada avanzaba detrás de todos, despacio, con Rex sobre su cabeza, ambos vigilantes. La dragona no sufría por el clima, al igual que Nieve Nocturna, pero el reptil pequeño y redondo lucía aletargado, con la mucosidad de sus fosas nasales endurecida.

—¿Tú le enseñaste? —preguntó Gianna a Nieve, observando a la dragona caminar por el hielo como si nada.

El hombre miró a la dragona y sonrió.

—Ella me enseñó a mí. Siempre nos hemos visto obligados a vivir en lugares fríos. Ya sabes, para huir de los híbridos. Es normal que los reptiles se adormezcan, pero aquí no está tan mal, ¿no lo crees, Luna?

La dragona bufó como respuesta y soltó una pequeña llamarada con orgullo.

—Oye, oye Luna —habló Sibi, corriendo hasta ella—, aquí, aquí.

La niña extendió sus dos manos para mostrárselas a Luna Dorada. Ella comprendió al instante y comenzó a emitir una llamarada muy ligera, sin dejar de avanzar, para calentarla. Gianna no perdió tiempo y aprovechó la situación, recibiendo gustosa el calor del fuego.

—No gastes energías, Luna —reprimió el hombre que vestía de negro, sin dejar de mirar al frente—, recuerda que tienes que llevarnos volando de vuelta.

Luna asintió y redujo un poco el volumen de la flama que escupía cual soplete. A pesar de que habían llegado por gracia de un rul, el regreso sería más complicado. Sibi caminaba de espaldas, disfrutando del calor del fuego, hasta que tropezó con algo y cayó.

—Ten más cuidado, Sibi —dijo Gianna, con gentileza, acercándose para ayudarla.

La niña no respondió, tampoco recibió la ayuda. Se levantó sola y le dirigió su mejor cara a Gianna, quería demostrarle que ahora era diferente, que ya no necesitaba que la cuidaran. Había aprendido muchas cosas en la academia, incluso tenía amigos. Las prendas de combate arqueano que vestía eran la prueba.

La mujer sonrió, haciendo un gesto afirmativo mientras Sibi se sacudía la fina capa nívea que había quedado sobre su ropa.

—Hmm —balbuceó Dante, revisando el sitio en el que había caído la niña.

Hizo a un lado a Sibi, sin cuidado. Ella lo miró furiosa, pero él la ignoró. Se agachó y analizó el pequeño bordo en el hielo, el causante del tropiezo.

—Es sólo hielo —dijo Gianna.

—Así parece —afirmó Dante—. No es la primera vez que visito este lugar, pero nunca he encontrado nada. Según los registros arcáicos, aquí debería haber ruinas.

—¿Estás seguro de lo que dices, azul? —preguntó Nieve Nocturna—. Yo no veo nada cerca. Si tus investigaciones estaban erradas, al final no tenemos nada, como siempre.

Después de darse cuenta de que, en efecto, el obstáculo sólo era hielo, el joven azul se levantó y suspiró.

—¿No lo entiendes? —preguntó el arqueano—. Yo te lo advertí. No hay nada. Ahkzar estaba loco.

El hombre de negro observó al arqueano, receloso. Luego lo apartó para revisar el mismo sitio.

—No te hubieses molestado en traerme aquí si realmente creyeras eso —refunfuñó.

Gianna se fue acercando a Nieve Nocturna para hablarle en voz baja.

—Finn, ¿y si de verdad no hay nada? —preguntó—. Deberías estar preparado.

Nieve Nocturna se quedó callado un momento, soltó el hielo que intentaba arrancar del suelo. Observó a Luna Dorada, ella le devolvió la mirada. Ambos asintieron.

—Dice Luna que es aquí, ese deseo que ha sentido por tantos años viene de este lugar. No hay duda, tiene que haber algo. —Acercó la mirada al objeto de su análisis—. Luna, ¿me das fuego?

La dragona llegó con un salto hasta donde se le requería, afinó puntería y lanzó una ligera llamarada constante. No era fuego común, sino uno espeso, magmático. Derretía el hielo.

—Está bien, baja un poco la intensidad. Sigue así, busca profundidad.

Luna Dorada obedeció, escupiendo un magma todavía más pesado. El hielo se derritió por completo. El material viscoso comenzó a endurecerse, envolviendo la figura de una punta.

Nieve Nocturna arrugó la frente. Apuntó con la mano hacia la costra de lava creada por Luna. El viento a su alrededor fue succionado por su palma, generando un pequeño vórtice que originó una bola de agua. El hombre tocó el magma endurecido con la esfera acuosa y esperó. La costra comenzó a fracturarse, se rompió, dejando visible lo que había debajo del todo.

—¿Es esto de origen arqueano, azul? —preguntó Nieve Nocturna, dejando a la vista la roca.

Dante corrió a observarla, sorprendido.

—No... No puede ser, eso es imposible.

Nieve Nocturna sonrió.

—Tomaré eso como un sí. —Se levantó animado y gritó una nueva orden—. ¡Haceos a un lado! ¡Luna, arriba! Vamos a desenterrar lo que haya aquí.

Nieve Nocturna corrió a montar a su dragona, quien lo recibió con gusto extendiendo sus alas. Produjo una ráfaga de viento al elevarse, obligando al resto a cubrirse el rostro.

—¡Vamos Sibi, por aquí! —gritó Gianna, protegiendo a Sibi del viento y alejándola del punto crítico.

Luna Dorada y Nieve Nocturna se elevaron en el aire de forma elegante, posicionándose, sobrevolando el sitio en el que estaban las rocas salientes.

—Un mar completo, que no sea un hervidero, ¿comprendes? —explicó Nieve—. Usa mi energía, la necesitarás.

Luna realizó un gesto afirmativo y abrió sus fauces, apuntando al suelo. Nieve Nocturna la abrazó por el cuello, cerró sus ojos. La dragona dejó emanar una gran cascada de magma, todavía mayor que la anterior.

Gianna y Sibi veían sorprendidas la escena. Rex temblaba de miedo, ocultándose entre el cabello dorado de la niña. Dante se cubría detrás de un montículo helado, sin poder dar crédito a lo que presenciaba. Era impactante. La capa de minerales hirvientes derretía el hielo, pero no la roca que comenzaba a descubrir. La sustancia incandescente avanzaba, haciendo crujir los glaciares en los que estaban parados.

La dragona se detuvo un instante a tomar aire, para luego continuar con su hazaña. Mientras lo hacía, el fulgor del fuego se reflejaba en los ojos del Sektu loco, quien observaba materializándose el secreto que temía tanto encontrar.

Poco a poco, unas gigantescas ruinas se fueron descongelando en el lugar. El hielo que las cubría se derretía, cediendo ante el calor de la cascada de magma, creando un descenso hacia el fondo de un gran abismo.

Luna paró cuando un mar de lava se había formado. El peso de la sustancia la hacía bajar más y más. Con la tarea terminada, el jinete y su dragona bajaron a un suelo que se hundía, liberando altas columnas de vapor hacia el cielo.

Gianna y Sibi corrieron al encuentro de los forajidos.

—¡Eso fue sorprendente! —exclamó Gianna, dando una palmada a Nieve Nocturna en la espalda.

—Bueno, Luna es la que hace el trabajo, yo sólo le brindo apoyo.

Gianna sonrió, mientras Sibi y Rex corrían junto a la dorada.

—No te subestimes —replicó la mujer—. Ya quisiera yo poder montar un dragón como tú.

Nieve Nocturna se echó a reír.

—Vamos, Gianna, averigüemos que es esto. Por cierto, ¿dónde está el arqueano? No me digas que Luna lo ha...

Gianna negó con la cabeza y señaló a un sitio un poco más alejado. Ahí, con la boca abierta, estaba Dante, observando la construcción que se perdía de vista en las profundidades del hielo.

Al verlo, Nieve Nocturna hizo una señal con la cabeza para que lo siguieran. Gianna, Sibi y los dos reptiles fueron detrás de él. Cuando llegaron junto a Dante, le tendió la mano.

—¿Por qué te ves tan sorprendido, muchacho? ¿Acaso no es lo que querías? Tu maestro decía la verdad.

Un mar de emociones se revolvió en la cabeza de Dante al escuchar las palabras de Nieve Nocturna. ¿Era eso realmente lo que quería? No lo sabía. Había pasado toda su vida intentando probar que su viejo maestro estaba loco, que se equivocaba, porque, de lo contrario, significaría que la sabiduría arqueana que decían ostentar los grandes Sahulur, no sería otra cosa más que un engaño.

Dante estaba inmóvil, sin saber qué hacer o qué decir. Ni siquiera aceptaba la mano que le ofrecían. Y no se movió hasta que alguien lo levantó por un brazo.

—Arriba, todavía tienes que guiarnos, anda —dijo Gianna, dándole unos cuantos empujones a su espalda.

Dante aceptó por inercia y comenzó a andar hacia las ruinas, anonadado, aún incrédulo. No entendía nada, no podía hacerlo, pero quería. Observaba a Nieve Nocturna y le producía odio, pero también curiosidad.

Después de la acción de Luna Dorada, las puntas de una alta edificación que llegaba a lo más profundo de un abismo, habían quedado expuestas. El resto de las ruinas se perdían de vista hacia abajo.

—Por aquí —dijo Nieve Nocturna, dando el primer paso. Montó en Luna Dorada y ambos bajaron lento, creando camino en espiral para los demás

Las llamas de Luna Dorada lograron fabricar un descenso muy simple, a manera de tobogán en el hielo. Sibi y Rex se arrojaron entre risas, Gianna arrojó a Dante primero, y luego se lanzó ella, detrás de él.

La llegada a la base fue un poco estrepitosa, con Gianna cayendo sobre Dante y Nieve Nocturna resbalando al intentar ayudarla. Sibi, Luna y Rex rieron, disfrutando la desgracia ajena. La amistad entre la pequeña y los reptiles era casi tangible, alegre y real.

Superado el momento, aún con las risas de una juguetona jovencita escuchándose, resonando por todo el abismo, Gianna y Nieve Nocturna analizaron el lugar al que habían llegado. Eran ruinas arqueanas, una construcción, una puerta de proporciones gigantescas. No había simbología, letras, ni nada por el estilo. Sólo eso, una gigantesca entrada a algún sitio desconocido.

—La Tumba de Dios —murmuró Nieve Nocturna—. Al fin la encontramos Luna, el maestro estaría orgulloso.

—¿Cómo entraremos? —dijo Gianna.

Él le dirigió una mirada de duda.

—No, no entraremos ahora. Sólo estamos inspeccionando el terreno —dijo Nieve Nocturna—. Llevo años planeando esto, no sé qué peligros pueda haber dentro.

De pronto alguien comenzó a reír.

—Aunque... Aunque quisierais no podríais entrar —habló el Sektu loco, todavía tirado en el suelo, dando atisbos de su demencia—. Puede... Puede que de verdad sea la Tumba de Dios, pero, si lo es, la leyenda dice que permanecerá sellada por la eternidad. Sólo los hijos de Dios podrán entrar para hablar con él.

—¿Hablar con él? ¡¿Con Dios?! —preguntó Gianna—. ¿Qué se supone exactamente que hay aquí?

Nieve Nocturna observó a Dante con seriedad, luego a Gianna.

—Dios —respondió de forma directa.

Gianna se quedó boquiabierta mientras el hombre de negros ropajes comenzaba a caminar hacia las puertas. Cuando estuvo frente a ellas, puso la mano sobre la roca y analizó la estructura. Estaba fría, todavía congelada. No parecía haber manera de abrirla, a menos de que fuese con una fuerza sobrenatural.

—Si es una tumba —dijo Sibi, acercándose—. ¿No deberían ser, entonces, los restos de Dios?

—¡Niña tonta! —exclamó Dante—. Dios no puede morir. La palabra tumba ha sido traducida del arqueano a vuestro tonto idioma, pero el significado no es el mismo. En Arquedeus, la muerte significa convertirse en un todo, volverse uno con el universo que da vida. Dios es inmutable, omnipotente, él ya es todo y nada a la vez. Es...

—Silencio, Sektu. ¿Primero lo rechazabas y ahora, de pronto, crees en todo eso? —dijo Nieve Nocturna con voz de mando, luego murmuró para sí mismo—: No parece que vaya a abrirse. ¡Maldición! —Golpeó la roca con un puño—. Creí que habría otra manera.

Dante tragó saliva, asustado por la reacción de Nieve Nocturna. Sibi dio un paso atrás. La atención de los reptiles del grupo también se centró en el hombre que maldecía. Gianna, sin embargo, llegó al lado de su viejo amigo para acariciar su hombro con cariño.

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó ella.

—Lo que dice el arqueano, puede que sea verdad —dijo Nieve Nocturna—. Quizás sólo un hijo de Dios pueda abrirla. Aunque Luna me confirió su divinidad, realmente yo no soy un descendiente. No tengo linaje arqueano.

Gianna se cruzó de brazos.

—Necesitamos a Jack, o a Kail. Tenemos que contactarlos de alguna forma.

Nieve Nocturna asintió, pero no respondió con palabras. Ambos adultos se quedaron pensando, hablando entre ellos sobre posibles opciones y soluciones. Mientras tanto, Sibi aprovechaba para jugar con Rex, levantándolo en sus hombros y pidiendo a la dragona dorada que la dejase subir a su lomo. La poco mística criatura lo dudó por un instante, pero luego accedió, bajando un ala para que la niña pudiera subir. Así lo hizo, trepando con cuidado para no lastimar sus bellas escamas. Una vez con niña e híbrido rechoncho a bordo, Luna Dorada levantó vuelo para llevarlos a dar un paseo.

—No os alejéis —dijo Nieve Nocturna, prestando tan sólo la mínima atención pertinente.

La dragona asintió con un gruñido y comenzó a dar volteretas con Sibi y Rex en las inmediaciones

Gianna y Nieve ahora cuestionaban a Dante, sobre la veracidad de aquellas leyendas.

—Un Rahkan Vuhl —decía la mujer—. Debemos encontrar la forma de contactar con Jack...

Nieve Nocturna negaba con la cabeza.

—No creo que se refiera a los Rahkan Vuhl —explicaba—. Al ver esto... —Señaló la gigantesca entrada—. Pienso que podría referirse a los dragones. ¿Para qué el descomunal tamaño si no?

—Si me permitís opinar —habló el Sektu—, y aunque me repugna decirlo, estoy de acuerdo con Nieve Nocturna.

Un crudo silencio se formó en el lugar, aminorado solamente por las risas de Sibi y Luna Dorada, quienes daban tumbos por doquier.

—De cualquier forma, Finn —replicó Gianna, empecinada—, deberíamos informar a Jack. Vamos, si se ha enfrentado a dragones, él debería poder abrir unas puertas como estas.

Nieve Nocturna se llevó una mano a la barbilla. No quería aceptar que necesitaba ayuda de alguien más.

—Puede que tengas razón —dijo, con un suspiro—. Está bien, volvamos. No perdemos nada con... —Una ráfaga de viento provocada por Luna Dorada lo dejó sin aliento por un instante. La criatura pasó volando justo sobre él, llevando a sus pasajeros encima, muy contentos—. ¡Luna! ¡Ten más cuidado!

Luna Dorada le dirigió a Nieve Nocturna una mirada de reproche —se estaba divirtiendo—, sin embargo, al hacerlo, perdió el control y terminó estrellándose contra la roca que conformaba la gran puerta a la tumba.

El hombre gritó, molesto, pero su voz fue opacada por un gran estruendo.

La tierra comenzó a temblar.

Nieve Nocturna, Gianna y Dante buscaron, agitados, la fuente del terremoto, pero al ver que la tenían justo al frente se quedaron boquiabiertos.

Las gigantescas puertas de roca crujían, abriéndose, rompiendo el hielo que aún las mantenía unidas. Fueron unos momentos impactantes, en los que llovieron fragmentos de hielo por todas partes. Y cuando todo cesó, la calma volvió a reinar.

—¡Qué ha pasado?! —dijo Gianna, asustada.

—No tengo la menor idea —respondió Nieve Nocturna, igual que ella.

—Se han... Se han... Se han... —murmuraba el Sektu, lleno de incredulidad, señalando la entrada.

Justo en la base de la puerta, Luna Dorada ayudaba a levantar a Sibi, quien se acariciaba la frente por el golpe que se había dado al estrellarse. A su lado, yacía Rex, panza arriba, agitando sus patitas, luchando por enderezarse.

—¡Luna! —gritó Nieve Nocturna—. Luna, por supuesto, ¡tú eres un dragón!

Gianna y Nieve Nocturna corrieron, cada uno a abrazar a alguien diferente. Nieve Nocturna se colgó del cuello de su dragona y Gianna levantó a Sibi del brazo.

—¡Sibi! ¿Estás bien? No me asustes así, pequeñaja —dijo Gianna, pellizcando la nariz de la niña.

Ella frunció el ceño y se alejó, pero luego le regaló una sonrisa a la mujer.

—Lo siento, Gi. —Se disculpó—. Luna es muy divertida, en la academia hablan de montar animales y siempre quise intentarlo.

—¡Eh! Cuidado con lo que dices, mocosa —gruñó Nieve Nocturna—, Luna no es un animal.

Gianna miró a Nieve Nocturna, furiosa.

—¡No le digas mocosa!

—Lo siento —habló Sibi—, yo sólo decía que...

Luna Dorada extendió un ala y le dio un golpecillo a Nieve Nocturna en la cabeza.

—¿Qué? ¿Tú también? ¿Encima de que te defiendo? ¡Bah! ¡Mujeres! Que os entienda alguien más.

Gianna, Sibi y Luna Dorada rieron con diversión.

—Entonces, Nieve Nocturna —dijo Gianna—. ¿Iremos a por Jack?

—Yo no me iría si fuese cualquiera de vosotros —interrumpió Dante—. Tenéis al frente la Tumba de Dios, que se ha abierto por una especie de milagro. No sabéis siquiera si ha sido esa criatura la que ha abierto la entrada. ¿Qué tal si se cierra y no se vuelve a abrir nunca más? Yo no sé vosotros, pero yo pienso entrar ahora mismo.

Nieve Nocturna lo pensó un momento. Observó con recelo al Sektu. Hablaba en serio. El joven capa azul lucía decidido a entrar.

—Gianna, tú, la niña y la bola roja de escamas, esperad aquí. Entraré con Luna y me llevaré al Sektu. No sabemos qué peligros pueda haber ahí dentro.

Gianna lo miró furiosa, dando dos pasos hacia delante, empujándolo con su presencia y agarrándolo por la mano para que no escapara.

—Ni hablar —dijo—. Voy contigo. ¿Quién te crees que soy? ¿La misma niña que abandonaste en Nivek?

Nieve Nocturna se echó para atrás. Tragó saliva.

—Vaya, creo que... sí que lo sigues siendo, después de todo.

Gianna soltó la mano de Nieve Nocturna, un poco avergonzada por su acto impulsivo.

—Bi... Bien. Ahora vamos, si de verdad Dios está ahí adentro, hay un par de cosas que quiero decirle.

Gianna se dirigió al Sektu loco, lo agarró por el brazo y lo impulsó a andar hacia delante, ignorando sus quejas. Nieve Nocturna observó a Sibi, pidiendo algún tipo de apoyo, sin embargo, ella sólo se encogió de hombros y echó a andar detrás de la mujer.

—Increíble. Yo peleo con ese loco hasta casi morir, y ella lo doma en un instante. ¿Pero en qué se ha convertido esa mujer? —murmuró en voz baja, mirando como Gianna, Sibi y el Sektu se adentraban en la infinidad de la tumba.

Luna Dorada dio un tirón a la capucha de Nieve Nocturna. Él reaccionó, sin saber muy bien lo que ocurría, y también siguió al resto. No comprendía en qué momento había sucedido. ¿Cuándo se había reencontrado con esa vieja amiga, que, a pesar de los años, parecía seguir siendo más valiente y temeraria que él?

Con una sonrisa que nadie vio, se internó también en la Tumba de Dios. Pronto, la meta que había guiado su vida hasta ese momento llegaría a su culminación. Después de eso, una nueva oportunidad lo esperaba. ¿Qué es lo que haría con ella? No lo sabía, y la incertidumbre lo emocionaba.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top