39. El Sektu Loco (II-III)
El amplio salón se conservaba en buen estado a pesar de los ciclos que denotaba su antigüedad. Había estanterías con libros viejos, de tinta y papel. En las paredes, blasones de vivos colores aún colgaban, sin polvo que los opacase. Bancas dispuestas una tras otra, apuntaban al centro, en donde un desnivel elevaba de la vista al capa azul.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Nieve Nocturna, observando las altas paredes, que culminaban en un techo en forma de cúpula.
—Aquí se reunía la Ordinem Draco Magnis —habló Dante, extendiendo las manos para mostrar el gran salón—. Éramos los fieles seguidores de Dios, que atendíamos a la palabra del gran profeta Ahkzar. Te la pasas irrumpiendo torres, buscando secretos arqueanos, ¿e ignorabas uno tan simple?
Nieve Nocturna titubeó antes de su siguiente acción. Era verdad, nunca antes había escuchado sobre la Ordinem Draco Magnis. El pasado de su maestro, era algo que no entendía del todo.
—Te escuchas como un fanático, muchacho. El gran Ahkzar no era ningún profeta, sólo era un hombre de sabiduría y visión.
La risa del Sektu hizo eco en el recinto.
—¿Crees saber algo de Ahkzar? Él era no era más que un engaño, por eso fue desterrado. Lo que predicaba eran sólo mentiras.
Nieve Nocturna suspiró.
—¿Mentiras? Mi simple existencia habla de la verdad, una verdad que nadie más pudo ver.
Tras esas palabras, fue Dante el que titubeó. Observó a Nieve Nocturna de pies a cabeza.
—¿Tu existencia? ¿Acaso eres el Dios que tanto buscaba, eres fragmento de las leyendas de los Rahkan Vuhl? No eres nada, no eres nadie, y te lo probaré en este momento.
Dante levantó una mano, dejando caer la manga de su capa hasta el codo. Cuatro variadores quedaron a la vista. Los Sektu no tenían habilidad de combate, sin embargo, podían llegar a ser muy molestos con un variador.
—No tenemos que hacerlo. Dime lo que necesito, y te dejaré ir.
Dante rio.
—¿Como has dejado ir a todo aquel que te ha visto? Piel blanca.
Nieve Nocturna se cruzó de brazos.
—Tienes suerte de que esté de buenas. Lo único que me importa hoy, es conseguir lo que busco y largarme de aquí para nunca volver.
El Sektu arqueó una ceja.
—Siento desilusionarte, pero lo que buscas no existe. Es una mentira, una simple leyenda. Lo que sea que creas saber de Ahkzar es un error. He pasado toda mi vida estudiando lo que predicaba, pero siempre que parece haber una respuesta, no lleva a nada.
El hombre de negro frunció el ceño.
—Yo decidiré eso. ¿Te haces llamar un aprendiz del gran Ahkzar? Eres una vergüenza.
La última frase hizo que el joven encolerizara. Los cuatro variadores chisporrotearon. Nieve Nocturna se llevó una mano a la espada que portaba en la cintura.
—Si lo quieres, tendrás que sacarlo de mi frío cadáver. Estás atrapado bajo tierra. Un ejército de Laktu estará aquí en poco tiempo para capturarte, acompañado de los mejores Sahulur. Esta vez no podrás escapar.
—Luna, ¿lo confirmas? —habló Nieve, ignorando al Sektu un segundo antes de prestarle atención otra vez—. Así que la información que busco está en tu cabeza, muy bien, entonces será lo único que necesito de ti.
«Nieve, él tiene razón, los portales de Falghar están rebosantes de capas plateadas, no tardarán en llegar a la torre. Era una trampa, tienes que salir de ahí.»
—Entendido, Luna, lo haré rápido —respondió el hombre, y asió su espada con fiereza, dirigiéndole una mirada al Sektu—. Me pregunto qué vio el viejo en ti.
Y comenzó. Nieve Nocturna corrió hacia el Sektu loco, con la espada lista para ser blandida apenas se encontrarse a corta distancia. Sin embargo, Dante no se quedó esperando. El capa azul lanzó tres cristales al aire con la mano libre, y toco cada uno de ellos con los variadores que portaba en la otra. Los cristales se convirtieron en esferas acuosas de distintos colores, que se mezclaron entre sí para conformar una esfera de mayor tamaño. La arrojó contra su atacante.
Nieve Nocturna vio la esfera dirigiéndose a él. La cortó con un tajo de su arma antes de que si quiera se acercase. En ese momento, el líquido envolvió el metal de la espada, produciendo un sonido burbujeante. El hombre de negro la soltó al instante, observando cómo era corroída junto con la piedra del suelo.
—No tenemos armas en Arquedeus —habló el Sektu, y señaló su cabeza con la mano—, nuestra única arma es la inteligencia. No me dicen loco por nada.
—No serás el primero ni el último que ha intentado enfrentarse a mí con trucos cansinos.
El hombre de negro se arrodilló para tocar la piedra que daba soporte a la torre. Apretó los dientes y, con un movimiento suave, elevó su mano. De la tierra, brotó la figura de una nueva espada, tallada en piedra, pero igual de afilada y peligrosa que antes.
Asombrado, el Sektu se quedó boquiabierto, sin saber cómo reaccionar. Aprovechando el momento de duda, Nieve Nocturna arrojó la espada hacia él. Se clavó en su brazo derecho, derribándolo por la fuerza del impacto.
Dante profirió un alarido, llevándose la mano a la herida para sacar la espada a toda prisa. La tocó con sus variadores y esta comenzó a desintegrarse, conformando un nuevo cristal. En combinación con un segundo rul, una nueva creación surgió, la cual arrojó en contra del verdugo que le daba caza.
Una detonación tuvo lugar a los pies de Nieve Nocturna, obligándolo a retroceder un paso, pero incapaz de parar su avance.
El Sektu retrocedía, preparando más esferas con su mano izquierda, mientras se arrastraba, agitado, luchando contra el destino.
—Es inútil —decía Nieve Nocturna, mientras avanzaba sobre las detonaciones que Dante arrojaba para defenderse—. Esos trucos no van a funcionar contra mí.
Con un movimiento de mano hizo honor a su nombre, atrayendo la fría bruma que siempre lo acompañaba. Blanca y congelante, envolvió por completo a Dante.
—Qué... ¿Qué eres? —preguntó el Sektu, temeroso.
—No me llaman el Terror de Arquedeus por nada —respondió Nieve Nocturna.
El asesino llegó hasta su presa, arrodillándose para sostenerlo por el cuello. El joven hizo un gesto de dolor en cuanto sintió la fuerza de agarre. Su brazo sangraba, pero resistía con valor.
—No importa lo que seas, tú no... no entiendes lo que eso significa. Sólo eres un ignorante con el poder de Dios.
La última afirmación hizo que Nieve dudara. Dante no perdió tiempo. Llevó su mano al suelo y lo tocó con los variadores. En ese momento, la roca comenzó a fundirse hasta convertirse en magma.
—¡¿Cómo es que tú...?! —exclamó Nieve Nocturna al sentir que se hundía en el hirviente material. Soltó al Sektu y dio un salto atrás. Un pozo de lava lo rodeaba, protegiéndolo mientras tosía, recuperándose.
—Los poderes de Dios no son más que mentiras. ¿No lo ves? Nosotros hemos conseguido lo mismo con simple tecnología. Los variadores no son más que una forma de expresar la almigia divina. Lo único que se necesita, es interpretar.
—No sabes lo que dices, muchacho. ¡Así no pensaba Ahkzar! ¡Escúchate! ¿Comparar la tecnología con el poder de Dios?
Dante negó con la cabeza.
—No hay ningún Dios. Ahkzar era el que no sabía nada. Yo he terminado lo que él empezó, y la conclusión es que no existe. ¡Las leyendas son falsas!
—¿Y cómo explicas el poder que tengo? No uso tecnología alguna para hacerlo.
El Sektu desvió la mirada.
—Las respuestas llegan con el tiempo. Aquello que no podemos responder hoy, se responderá mañana. Lo que sea que puedes hacer, no tiene nada que ver con una entidad divina.
Nieve Nocturna enfureció, y volvió a lanzarse al ataque.
—¡Tú no conoces a Ahkzar! Él no sólo hablaba de un Dios, sino de un ser superior. Lo que tú crees que es místico, para él era tangible, real.
Dante se quedó de pie, impávido ante el nuevo ataque. Preparaba una nueva esfera en su mano.
—No, Nieve Nocturna, yo no creo en lo místico, y tampoco en un ser superior. Sólo creo en lo que mi experiencia y estudios me permiten creer.
Arrojó la esfera.
Nieve Nocturna la atrapó en pleno vuelo, pero el objeto estalló apenas hizo contacto con él. Un gas rojizo se extendió cual tolvanera. No tuvo tiempo de hacer nada. Al respirarlo, sintió que sus ojos lloraban sangre y que la garganta le quemaba. Cayó al suelo, apenas logrando evadir la poza de magma que protegía al Sektu.
—Qué... ¿Qué es esto? —murmuró Nieve Nocturna, apenas consiguiendo articular palabra. Su boca estaba llena de llagas.
—Se llama ignis enteris, invención propia. Quemará tu cuerpo por dentro y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Mañana, tu leyenda habrá muerto contigo.
—No, esto no...
Dante se acercó, ya sin temor, al caído hombre. Apenas podía moverse.
—Se acabó, Terror de Arquedeus, no hay nada más para ti.
Nieve Nocturna estaba furioso. Lo había tomado por sorpresa. No esperaba que un Sektu tuviese habilidades de ese tipo, apenas lo había dejado acercarse a él. Pero no iba a dejarse vencer tan fácil. No, no era la primera vez que alguien lo orillaba hasta ese punto, y siempre había conseguido salir victorioso. Los Laktu eran peores rivales que ese mago de segunda.
—Tienes... ¿Tienes algo más qué decir? —habló Nieve, sin ceder.
El Sektu arqueó una ceja, sin embargo, para cuando se dio cuenta ya era tarde. Un lazo de magma lo atrapó por el torso, causándole un grito de sorpresa. El material ardiente lo consumía, sin embargo, cuando ya no quedó nada de su capa azul, se enfrió rápidamente hasta quedar completamente solidificado.
—No eres el único que sabe trucos, muchacho —declaró el hombre de negro, poniéndose de pie con dificultad—. Dame la... localización de la Tumba de Dios.
El Sektu rio con dificultad.
—¿Así que eso es lo que quieres? ¿La localización de la Tumba? —Volvió a reír—. La busqué antes que tú. No existe tal cosa. Podrás matarme, pero ya estás condenado. Nunca encontrarás aquello que tanto has busca...
Un puño incrustándose en su cara, rompiéndole los dientes, interrumpió sus palabras.
—Sí, así se arreglaban las cosas antes —balbuceó el galeano.
Dante emitió un leve quejido. Su rostro estaba rojo y comenzaba a hincharse. Nieve Nocturna se acercó a él, apoyándose de la prisión de roca que lo retenía. Le retiró los variadores de la mano, para asegurarse y, aun jadeando, le habló cerca del oído.
—Yo también fui aprendiz de Ahkzar —reveló—, y si de verdad creyeras todo lo que dices, entonces no habrías mantenido este lugar tan limpio hasta el día de hoy. Bien pudiste dejarlo pudrirse, igual que tu lealtad al gran maestro, ¡pero no! Cada piedra, cada asiento, libro y telar está intacto.
Nieve Nocturna se tambaleó, viéndose obligado a apoyarse sobre el cuerpo del Sektu malherido para no caer. Al verlo de cerca, en ese rostro magullado, se podía distinguir una lágrima escurriendo al compás de los pobres quejidos que emitía.
El hombre de negro profirió una risa lastimera.
—Es tarde para llorar, imbécil.
Tras esas palabras, no resistió más. El efecto del ignis enteris lo llevaba al límite. Detrás de él, los Laktu enviados para apresarlo comenzaban a llegar por decenas. Corrían hacia la escena, mientras el fuego del magma comenzaba a esparcirse hacia los libros, bancas y otros objetos que servirían de combustible.
Todo parecía perdido, la misión había fallado, el Sektu loco había sido más peligroso de lo que nadie habría esperado. No era un loco, sino un genio atormentado.
Los pilares de la torre temblaron. Un estruendo se escuchó a lo lejos, seguido del rugido de una criatura poderosa. Los Laktu que se acercaban a la escena, se vieron envueltos por una bruma blanca, una neblina de nieve.
El frío helado llenó la sala por completo y un resplandor dorado, apenas visible, se movió veloz por el recinto. La tierra crujió, la roca se rompió, el techo comenzó a desgajarse. Los gritos de los Laktu inundaron la zona. Segundos después, la bruma se dispersó.
En el centro de la sala de la Ordinem Draco Magnis, no había nada. La Goan Tarua de Falghar comenzó a derrumbarse, mientras los guardianes plateados corrían, lejos, para ponerse a cubierto.
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