39. El Sektu Loco (I-III)
La nueva caverna de Nieve Nocturna estaba casi lista. Las bolsas de dormir ya estaban en su sitio y el nido de Luna bien dispuesto en un rincón. Ese día su larga gabardina negra yacía colgada junto a las espadas y hachas de la pared. Llevaba su cabello largo atado en una coleta y se había rociado con el perfume de una liurina, flor rara de montaña con un aroma único y atrayente.
La dragona dorada había creado aberturas estratégicas, túneles de ventilación, derritiendo la roca según instrucciones de Gianna, para que hubiese luz y escapes de humo. La iluminación entraba como si de rayos divinos se tratase, reflejándose en espejos que la mujer había fabricado con un variador. No se quejaba de la soledad, le gustaba, adoraba estar con Luna, pero Gianna... La presencia de otra mujer humana, una amiga de su juventud, le recordara los pequeños detalles que hacían de la vida algo bueno.
Todo estaba en orden para su regreso. Luna la ayudaría a subir la montaña y quería que todo estuviese perfecto para cuando eso ocurriera.
Las cosas mejoraban, inclusive los Laktu que rondaban en los bosques del sur se habían ido. Nieve Nocturna era consciente de que el cambio de actitud sugería que los arqueanos podrían estar tramando algo. Llevaban bastantes años dándole caza y no iba a ser ahora cuando se rindieran.
El hombre afinaba detalles que no podrían ser más perfectos, cuando varias voces comenzaron a resonar por la caverna. Al escucharlas, se apresuró a adquirir una posición impactante para recibir a la invitada.
—¡Mira esto! ¡Te pusiste corbatín! ¡Eres un encanto! ¡¿De dónde lo sacaste?!
Gianna fue la primera en hablarle a su boquiabierto anfitrión. Sin embargo, él sólo tuvo ojos para...
—¿Una niña? —cuestionó, en cuanto se hacían presentes las portadoras de dichas voces—. ¿Era eso lo que ibas a mostrarme? Yo creí que... No tan pronto.
Gianna arqueó una ceja al escuchar las palabras desatinadas de Nieve Nocturna.
—No era un eso, era un alguien, Finn. Te presento a Sibi —respondió la mujer, sonriendo, poniendo ambas manos sobre los hombros de una niña de cabellos dorados.
La niña, que vestía la ropa característica de un alumno de la academia, inclinó la cabeza con respeto, sin mirarlo a los ojos o pronunciar palabra alguna. El hombre correspondió el gesto de la misma manera.
Gianna dio unos pasos al frente.
—Qué... ¡¿Qué es eso?! —exclamó Nieve, al escuchar el gruñido de una criatura rechoncha—. ¡Es un zneis rarísimo! ¿Dónde lo habéis conseguido?
Gianna y Sibi miraron a Rex, que se sostenía con fuerza de las escamas de Luna Dorada para evitar caer de su cuello. La niña rio, y corrió a ayudarlo. Para sorpresa de Nieve Nocturna, Sibi no parecía temerle a la dragona, sino todo lo contrario, le gustaba.
—Se llama Rex. Es un híbrido siberiano. Sibi lo encontró y se volvieron inseparables. Es el primer híbrido que conozco que no odia a los humanos. Bueno... eso era antes de conocer a Luna Dorada, por supuesto.
Nieve Nocturna levantó una ceja, sin dejar de observar a la criatura.
—Que interesante. ¿Qué me dices, Luna? —preguntó el hombre.
Obtuvo un gruñido como respuesta.
—Te agrada, ¿eh? Vale, si no te molesta, tampoco a mí.
Gianna se hizo un gesto incómodo.
—Siempre me pareció lindo que hablaras con tu iguana, ¿sabes?
Luna Dorada le dirigió un sonido gutural, ofendida, a la mujer. Nieve Nocturna rio.
—Dice que ya no es una iguana, y que no es como si hablara solo, ¿sabes? Ella me responde. Es complicado, no lo entenderías.
—Ya..., no te preocupes, no necesitas explicarlo.
—Entonces, ¿tienes algo?
—Directo al grano, nada mal. Sí, tengo un par de cosas que te gustaría saber. Son importantes, así que más vale que te sientes. ¡Oh! Lo que está sobre mi bolsa de dormir, ¿acaso son petal...?
—¡Ah! Sí, sí, los derramé por accidente —replicó el hombre, corriendo a toda prisa a ocultarlos—. Entonces, nos iremos mañana.
Gianna rio al ver tal acción. Nunca nadie había preparado pétalos de rosa para ella, ni siquiera era una costumbre de Galus, sino de la antigua Europa. Le parecía encantador.
—Hace poco, el Sahulur de Kater fue ejecutado por traición. La colonia que te mencioné, Tanah Baru, se encuentra en dicho avrion. Parece que era obra suya que hubiese Laktu en esta área.
Nieve respiró profundo.
—Así que fue eso... Si lo que dices es verdad, entonces significa que ese Sahulur ya nos tenía ubicados. Lo más sencillo de suponer es que ahora esa información sea conocida por el resto del Consejo Supremo. Debemos irnos de aquí.
—Ya lo creo, sólo hay un pequeño problema con ello. Sin el viejo Sahulur de Kater, más pronto que tarde solicitarán mi presencia como líder de la colonia para hablar sobre su futuro. No puedo abandonar a esa gente, Finn, tengo que volver.
La mirada de Nieve Nocturna ensombreció. Abrió la boca para responder, pero no pudo articular ninguna palabra. Desvió la mirada, como quien sabe que no puede hacer nada para evitar un destino cruel.
Gianna se dio cuenta de ello, acción que conmovía su corazón.
—Oh, Finn. Te juro que no quiero, pero, esas personas, no puedo dejarlas a su...
—No, está bien —interrumpió el hombre—. Lo entiendo, tienes que hacerlo. Ya han sufrido suficiente bajo el yugo de Arquedeus. No merecen ser abandonados a su suerte.
La respuesta sorprendió a la mujer, aunque para bien.
—¿Estás... seguro?
—Muy seguro. Lo he estado pensando y... voy a ir contigo.
Hubo un silencio repentino. Las risas de Sibi se dejaron de escuchar, cuando Luna Dorada realizó un movimiento brusco, levantando el cuello y golpeando el techo de la caverna.
—Ya lo he decidido, Luna —habló Nieve, con poca delicadeza—. Tranquila, he pensado en todo. Primero lo primero, no me olvido.
Recibió un gruñido molesto como respuesta.
—Ya te he dicho que no, estaremos bien, tú también lo estarás. Ya verás que...
Un abrazo interrumpió sus palabras. Al sentir el contacto físico, un escalofrío recorrió por completo al hombre.
—Gracias, Finn, de verdad gracias.
Era Gianna quien lo abrazaba, demostrando una gratitud verdadera.
—Gianna, yo...
—No importa. No te preocupes, no tienes que decir nada. Lo que has dicho es más que suficiente para mí. Saber que estás dispuesto a todo para venir conmigo, me hace muy feliz. Entiendo si no es ahora, saber que estás vivo, en cualquier parte del mundo, ya es un gran alivio para mí. Las puertas de Tanah Baru estarán abiertas para ti siempre que sea necesario. Ya arreglaremos las cuestiones legales después.
Una risa en forma de aire escapó de Nieve Nocturna. Al ver la escena, el mal humor de Luna Dorada desapareció. El hombre correspondió al abrazo de la mujer.
—Así será, Gianna. Estaré ahí, cuando llegue el momento. Tienes mi palabra. Sólo quiero terminar primero lo que inicié con Luna, ella es parte de mi vida, ambos somos una vida. Necesitamos hacer esto.
Gianna se liberó del abrazo con un suave tacto. Miró a su viejo amigo a los ojos.
—Lo entiendo, lo entiendo y tienes mi apoyo.
Él sonrió.
—Gracias.
Ambos se abrazaron en silencio, durante unos momentos, hasta que la tos incómoda de Sibi los hizo reaccionar.
—Oh, esto... —balbuceó Gianna—, es verdad, tengo otro regalo para ti.
—¿Qué podría ser, además de tu presencia?
Gianna se sonrojó, pero no le importó.
—Lo conseguí Finn, tengo algo, quizás más de lo que has encontrado, pero sólo tú sabrás eso.
—¡Vamos mujer, habla ya! —exclamó el hombre, sin faltar al respeto, sólo elevando el volumen de voz por la emoción.
—No tienes que buscar en los aposentos de los Sahulur porque a los Sahulur no les interesa la Tumba de Dios. No tienes que buscar rul intellis con el saber, porque no lo guardan ahí. Lo que tienes que buscar, Finn, no es un algo, sino un alguien, y yo sé a quién. Se trata de un Sektu, el único que se dedica a estudiar las viejas leyendas. Lo llaman el Sektu loco, y habita en la Goan Tarua de Falghar.
De pronto, la sonrisa de Nieve Nocturna se borró.
—F-Falghar, ¿has dicho?
Gianna arqueó las cejas.
—Curioso, ¿no? El único lugar que Jack había visitado antes de todo.
El hombre negó con la cabeza.
—No es eso, Gianna. —Se dio un golpecillo en la frente—. Por supuesto... Luna, ¿por qué nunca buscamos en los pisos inferiores de la torre?
—Espera, ¿ya habías atacado la torre de Falghar? —cuestionó Gianna.
Nieve Nocturna se rascó la nuca, avergonzado.
—Fue el primer lugar que ataqué, era obvio para mí, pero fui un tonto al ignorar a los Sektu. Jamás se me pasó por la cabeza que podrían ser de utilidad. —Comenzó a andar de un lado al otro, balbuceando y acariciando su barbilla—. Por supuesto, el Sektu loco debe ser el imbécil de su aprendiz. ¿También lo crees, Luna? Podríamos hacerlo hoy mismo...
—¡Espera! ¡¿Hoy mismo?! —interrumpió Gianna el monólogo—. Finn, no quiero problemas, si atacas ahora mismo, sospecharán de mí.
Él, todavía distraído, le respondió sin apenas mirarla. Luna se había puesto seria otra vez.
—¿Qué? ¿Sospechar? No, no sospecharán. Entraremos sin que nos vean, seré cuidadoso.
—Finn, me estás asustando.
El hombre la miró de forma siniestra. La sostuvo por ambos hombros
—Voy a hacerlo. Tú espera aquí, cuando vuelva todo estará arreglado. Si todo sale bien, pronto podré acompañarte a esa colonia.
Ella arrugó la frente, y preguntó de forma curiosa.
—Sí, está bien, pero, ¿qué hay en Falghar?
—Falghar era el hogar de mi viejo maestro, Ahkzar, el anterior Vuhl Sahulur.
***
Era de noche. El calor lo abrumaba. Estaba sudando, pero no podía ocultarse en la bruma para evitar llamar la atención. Tenía que entrar y salir sin que nadie lo viese. Volaba alto, veía la punta de la torre en forma de garras, con un gran cristal zero en lo más alto.
Falghar era un avrion selvático muy pequeño, con apenas unos cuantos habitantes. Hace pocos años, había servido como una prueba de convivencia con el viejo mundo. Servía como nexo, permitiendo el acceso a turistas por orden de Ahkzar, el anterior Vuhl Sahulur. Era un anciano benevolente, que le gustaba hacerse pasar por un tonto para aprender sobre las costumbres de todo el mundo. Muy pocos aprobaban sus actos, pero su palabra como máximo representante de la nación, no podía ser refutada.
Después de su sustitución, y de la aparición del dragón rojo, Falghar cerró sus murallas y fue reforzada al igual que el resto del territorio arqueano. Se restituyó el gran cristal zero para la Goan Tarua, y todo acceso fue negado a los extranjeros. Todos aquellos que estaban dentro, en aquel entonces, fueron los primeros en ser remitidos a la zona Elix, ahora habitantes de Tanah Baru.
En la actualidad, el control de la zona pertenecía al Sahulur Nortun, un anciano cobarde que brillaba por su ausencia. La torre que, se presumía, era una de las primeras erigidas en todo el continente, se encontraba tranquila, sin su guardián principal.
—Un golpe de suerte, Luna, ¿o una trampa? —preguntó Nieve Nocturna.
«Todo tiene una razón, averigüémosla», con una voz joven, madura y decidida, las palabras de Luna Dorada resonaban directo en la mente de Nieve Nocturna. Sólo él podía escucharla, desde que recibió el regalo divino.
La dragona descendió en picada, frenando a centímetros de la punta de la torre, junto al gran zero que relucía en la oscuridad. Silenciosa, se posó con cuidado y delicadeza sobre la superficie. El jinete que montaba al reptil alado, bajó de un salto.
«¿Espero abajo, como siempre?»
—Por favor, Luna.
El hombre se escabulló en la profundidad de la torre. La Goan Tarua de Falghar era una de las más antiguas en todo Arquedeus, se notaba en su construcción de draconita, un material oscuro y raro que, se creía, provenía del reino de Dios.
Los aposentos del Sahulur ocupaban la parte más alta de la torre, pero Nieve los evadió. Hace años ya había buscado ahí, sin encontrar nada. El hogar de Ahkzar fue su principal objetivo, pero no halló registro o dato alguno sobre la Tumba de Dios en su pesquisa.
Bajó unos cuantos niveles más hasta llegar a la biblioteca. Echó un vistazo, pero no encontró a nadie. A esa hora, los Sektu dormían.
Descendió otro nivel. Entró en un salón muy grande iluminado por antorchas de fuego azul. Lo primero que notó, fueron las capas colgadas en los almacenes de ropa y una serie de kuffla, dispuestas siguiendo la circunferencia de la torre. Los inquilinos yacían dentro, descansando.
Con un movimiento de mano, Nieve Nocturna hizo que una corriente de aire helado se extendiese por la habitación, extinguiendo el fuego y sumiendo todo en una espesa oscuridad. Su gruesa vestimenta lo protegía del frío, su negrura le abría paso sigiloso entre las sombras, fundiéndolo con el entorno.
Con pasos ligeros, buscó en cada una de las kuffla. Eran muy pocos los Sektu que vivían en Falghar, no sería difícil dar con el que buscaba. Reptando como un lagarto, el hombre acercaba el rostro a la cubierta de cada confinamiento de reposo, juzgando a los ocupantes. Una tras otra, las fue revisando, hasta que dio con la que buscaba. Estaba vacía.
«Algo me decía que no sería fácil», pensó Nieve Nocturna.
Igual de silencioso que como llegó, se marchó de los dormitorios. Se detuvo en la escalera circular que llevaba a los diferentes pisos de la torre, preguntándose en dónde podría estar.
Hizo memoria. Su maestro nunca le habló sobre Falghar, decía que su vieja vida estaba enterrada ahí, y no quería recordarla.
«Enterrada. ¡Eso debe ser!»
—¿Luna, estás ahí? —habló en voz muy baja, apenas audible.
«Afuera, esperando tu señal», respondió la voz de Luna Dorada, directo en el mar del pensamiento.
—Necesito que traces una ruta para mí, al subterráneo de la torre. ¿Podrías?
Por fuera, la dragona dorada se movía silenciosa. Sin dilación, atendió el llamado de su compañero. Voló hasta la torre e incrustó sus afiladas garras en la piedra negra, igualando el sonido de un cincel. Se sostenía en vertical sobre los muros, concentrándose para volverse uno con la construcción humana. En un parpadeo, sus sentidos se extendieron. La Torre de Falghar ahora formaba parte de su vista, tacto y oído.
«Está abajo. Percibe, Nieve Nocturna», habló Luna.
El hombre que esperaba en los pasillos, recibió las palabras acompañadas de una visión momentánea. La dragona le mostraba la torre, de arriba abajo.
—Gracias, Luna. Ya lo tengo, tenía razón, hay una sección oculta en este lugar.
«Ten cuidado, me recuerda a él.»
Las palabras causaron un estremecimiento en el hombre de negro.
—Es natural, él también lo conoció. No temas, no tardaré.
Con presteza, Nieve Nocturna se lanzó a correr escaleras abajo. Se movía rápido, tanto, que sus piernas pisaban el muro en lugar del piso. Descendía en forma circular, a la parte más baja de la torre.
El vestíbulo estaba vacío, y cuando no parecía haber posibilidad de descender más, el hombre avanzó con seguridad hacia uno de las decenas de orbes azules que iluminaban la planta baja. Elevó el brazo para atraer el indicado, hasta asirlo en su mano.
Lo oprimió con fuerza para quebrarlo. El contenido acuoso del interior emanó, brillante, hasta caer al suelo, llenando una canaleta que lo guio hacia un destino incierto. El líquido se perdió de vista en una hendidura, a través de un muro. Se escuchó caer profundo, devolviendo el eco de un mecanismo arcaico activándose.
—Qué antiguo es esto, de verdad los Mulvoris habitaban estas torres. ¿Por qué nunca lo mencionó el maestro? El camino hubiese sido más fácil de haber empezado aquí.
El piso de la torre se abrió, acompañado de un ligero sonido de arrastre de piedra. Una escalinata quedó visible, llevaba a las profundidades.
Nieve Nocturna se aventuró en la mazmorra, iluminada por antorchas. Estaban encendidas, y el pasaje estaba limpio. Se notaba que alguien lo usaba a menudo.
El pasaje secreto no llevaba a un misterioso laboratorio, ni tampoco a una cámara oculta con los secretos de Arquedeus. El hombre lo sabía gracias a la imagen mental proporcionada por Luna. Lo que encontraría, era únicamente un amplio salón de reuniones.
—Nieve Nocturna, sabía que este día llegaría.
Lo recibió una voz retadora.
El hombre de negro no se molestó en ocultar su presencia. La tarea que estaba por cumplir, requería mostrarse frente a su víctima.
—Dante, el Sektu loco —declaró Nieve.
En el centro del salón, había un joven de pie. Vestía capa azul. Se dio la vuelta para recibir al recién llegado.
—Loco me llaman, igual que a él. Poca razón hay en esas palabras, pero no hay nada que hacer.
—Es la primera vez que te veo, y siento que sé más de ti de lo que debería. Intuyo que sabes a lo que he venido, así que, ¿comenzamos ya?
Bajo la capucha, apenas se alcanzaban a divisar los labios del Sektu. Una sonrisa se dibujó en ellos.
—Estudié mucho para esto. No dejaré que te lleves el fruto de ese esfuerzo.
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