36. El blanco (III-III)



Tama llegó corriendo a cubrirse detrás de Skull. Íru y Jíru estaban igual de aterrorizados que el resto. Marala seguía inconsciente y Namid temblaba de miedo. La respiración de Sibi estaba agitada. Estaban paralizados. La cueva pertenecía a un gigantesco colgri, un tigre con dientes de sable, muy, muy grande.

—Calma —dijo Skull, en voz muy baja—. No hagáis movimientos bruscos.

El Colgri observaba a los niños con precaución. No estaban muy lejos del avrion, por lo que era normal pensar que la criatura ya hubiese tenido antes contacto con otros humanos, Noktu o Laktu, y eso parecía hacer que la bestia fuese precavida.

«¿Qué hacemos?», silbó Sibi, pero apenas produjo un sonido, los dos ojos del colgri se clavaron en ella, al tiempo que sus garras chasquearon contra la roca. Sibi guardó silencio casi por acto reflejo. Skull no respondió.

La situación era muy complicada. Sibi estaba nerviosa, esperaba que Skull encontrase una manera de sacar a todos de ese lugar. Sólo él podía hacer algo así, era el único de entre todos los que estaban presentes que podría hacerlo. Ella sabía que Íru y Jíru, aunque fuesen muy buenos en combate, no tenían la madurez suficiente para usar la cabeza como deberían.

Skull bajó su mano muy despacio. Sibi se fijó en ella y pudo notar un ligero resplandor: su variador, estaba haciendo algo con él. Ella también tenía uno, en su dedo índice, pero todavía no conseguía usarlo bien. Comprendía que tenía que pensar en la química del metal para manipularlo, pero si no visualizaba correctamente el proceso, era imposible usarlo. Suspiró. Se sentía inútil.

De pronto, un fuerte chillido, acompañado de movimientos abruptos en la espalda de Sibi, hicieron que el ambiente se pusiera todavía más tenso. «¡Oh no!», pensó la niña, justo cuando su mochila se abría y algo saltaba hacia el exterior.

—¡Vayn! —exclamó Íru—. ¡Sibila calla esa cosa!

Pero era muy tarde. Rex trepaba por la cabeza de Sibi, aterrado, descontrolado. Sus chillidos eran fuertes, se retorcía, escapando de las manos de la niña, dando vueltas por todo su cuerpo sin dejarse caer.

—¡Atrápalo Sibi! —gritó Skull.

—¡Rex no! —gritó Tama, intentando ayudar a Sibi.

—¡Que alguien calle a esa cosa! —gritó Namid.

Y entonces un disparo de plasma, llegado desde atrás, impactó en la chica y su reptil. El impulso del disparo hizo que Rex volara por los aires, junto con Sibi. Ambos cayeron al suelo, ella de espaldas, el pequeño híbrido rebotando, inmóvil.

—¡¿Quién hizo eso?! —espetó Skull.

—T-Tenía que callarlo —murmuró Jíru, sorprendido por lo que había hecho, bajando las manos temblorosas.

Sibi escuchó a Skull abalanzarse contra Jíru, pero todo era muy confuso. La cabeza le daba vueltas. El plasma era una materialización de un pulso energético, adaptado a los variadores; lo más parecido fuera de Arquedeus sería un rayo siendo disparado por una pistola. Sibi nunca imaginó que el impacto pudiese doler tanto, aturdía, el aire no llegaba a sus pulmones, apenas podía respirar. Pensaba en Rex, pero había otra cosa que le preocupaba más: el colgri. Entre toda la confusión, parece que nadie había notado algo, ¿por qué no atacó cuando Rex salió?

Con esfuerzo, la niña trató de levantar la cabeza para ver, con horror, lo que ocurría. Se esforzó para enfocar bien su visión, y luchó para que su cuello diera soporte a su cabeza. Aterrorizada, comprendió la razón: el colgri estaba zarandeando a Jíru por el brazo. Íru y Skull trataban de impedirlp, disparando plasma, pero los impactos eran tan débiles, que apenas molestaban a la bestia.

Los niños gritaban, mientras Sibi se arrastraba con dificultad para llegar a Rex. Escuchaba los horribles alaridos de Jíru, acallados por los zarandeos que la criatura le daba, azotándolo contra el suelo y rasgando su carne más y más a cada segundo. La escena la hacía sentirse en casa, en Siberia. Estaba aterrada, pero el miedo era algo a lo que ya se había acostumbrado, y su amigo incondicional, ese que la había acompañado por tanto tiempo, ahora necesitaba su ayuda.

El pequeño híbrido yacía en el suelo, inmóvil, a poca distancia de la niña. Cuando llegó hasta él, lo sostuvo en sus manos. La criatura tenía los ojos abiertos, con una mancha negruzca en la zona de daño, sobre sus escamas. No respiraba.

—R-Rex, Rex despierta —murmuró Sibi, pero su suave voz se perdió entre los gritos de desesperación de Íru, Jíru y Skull, sumados a los rugidos del colgri.

Ver así a Rex la traumatizaba, no podía creer que su amigo estuviese muerto. No podía morir con algo así, era un híbrido tan fuerte como los que habían enfrentado en Rusia, era él quien la había mantenido viva tanto tiempo antes de que encontrara a Gianna.

Inútil, se sentía inútil. Al ver sus manos extendidas sobre el cuerpo de Rex, notó el variador en su dedo índice. Ni siquiera sabía usarlo, pero no podía dudar.

Apuntó con su dedo a su pequeño amigo, cerró sus ojos con fuerza, y pensó. Pensó, y deseó, con todo su corazón, en curarlo. Sabía que no funcionaría con sólo querer, así que también imaginó el proceso tan bien como pudo, recordando sus clases de la academia, exprimiendo hasta lo último de lo que había aprendido desde que llegó a Arquedeus.

Curar a un aliado, para los Noktu, era algo primordial. Recordó desde cómo tratar una herida, hasta sus clases sobre regeneración celular en la torre de ciencias. Y entonces, mientras seguía esforzándose, una luz de color verde comenzó a emanar del variador. El destello envolvió a Rex por completo por un breve instante, y luego desapareció. El reptil obeso se movió con un ligero espasmo.

Sorprendida, Sibi sonrió de alegría, cortando sus lágrimas al verlo vivo.

—¡Radika cuidado! —gritó alguien.

No alcanzó a distinguir quién fue, porque sintió que algo muy fuerte la golpeaba en un costado y la levantaba del piso. Algo se clavó en su brazo derecho, y el dolor la cegó por un instante. Se sintió mareada. Una melena blanca agitándose en el aire fue lo único que alcanzó a ver, el colgri la había atrapado.

Sibi sentía su cuerpo agitarse como si fuese de trapo. Escuchaba —dentro de sí— crujir sus extremidades a punto de romperse, desprenderse, desgarrarse. Los gritos desesperados de Skull llegaban a sus oídos, pero todo lo demás se ponía borroso.

De pronto, todo quedó a oscuras, y se vio a sí misma, llorando, rodeada de fuego. No le quedaba nada. Su madre había muerto, su abuela. Había perdido todo, una voz la llamaba. Ahora alguien le tendía la mano. La niña levantaba la vista y la veía, a Gianna, esa bondadosa mujer que le había devuelto el amor de una madre. Después vio a Rex, acompañándola con alegría, jugueteando en la nieve; a Kail, ese muchacho con quien se llevaba tan bien; y a Jack, un protector y sabio guía. Finalmente, estaba Skull, alguien que había llegado para cambiar su vida una vez más. Lo escuchaba, muy cerca, porque estaba ahí en ese momento... real.

¡Despertó! El dolor que sentía era real, porque seguía viva, y mientras siguiese viva, siempre había esperanza. Eso es lo que había aprendido por tantos años al viajar en un mundo lleno de peligros. Se había visto cara a cara con criaturas más mortíferas que un gato super desarrollado, y había vivido para contarlo. La fuerza del colgri era descomunal, y sus colmillos podían ser igual de afilados, pero, ese animal no arrojaba fuego, ni tampoco salvajes mordidas venenosas.

En ese momento Sibi lo comprendió. No sólo Skull podía hacer algo en esa situación. Un felino no iba a detenerla, no iba a destruir la vida que, por fin, después de tanto tiempo, comenzaba a gustarle. Así que tomó aire, llenándose de una gran fuerza, inundándose del deseo de vivir.

Con la mano que tenía libre, Sibi sostuvo las fauces del colgri y tiró con fuerza para liberar su brazo. Al momento, sintió su carne se desgarrarse, pero no le importó, logró liberarse. Cayo al suelo helado, manchando de sangre el sitio que la recibió. Se alejó a toda prisa de su atacante, empujándose con las piernas, sosteniéndose el brazo herido con el contrario.

El dolor era insoportable y sabía que sólo tendría una oportunidad, así que, cambió su variador a la mano del brazo sano y apuntó al felino gigante. Inhaló profundo y pensó en Jack, en lo que siempre hacía. ¿Cómo lo llamaba? Electronegatividad del aire.

«Krits, krits, krits», pensaba la niña, repitiendo en su mente lo que había aprendido en sus clases de reacciones elementales.

Sibi cerró sus ojos, apretó los dientes y rogó que funcionase. En cuanto imaginó los krits de cada molécula de aire, separándose, excitándose, energizándose, hubo un estruendo. Un haz eléctrico brotó desde la punta de su dedo y alcanzó al colgri un segundo antes de que la atrapase con otra feroz mordida.

El rayo impactó en el objetivo y se ramificó en el aire circundante en decenas de peligrosas descargas eléctricas que escaparon a tierra, en todas direcciones, obligando a los presentes a esquivarlas con agitados saltos.

Los músculos del animal se tensaron al recibir el potente ataque y cayó al suelo, inmóvil, a centímetros de Sibila.

Después de que el sonido del trueno dejara de resonar por la caverna, todo quedó en silencio. No se escuchó nada, además de las temerosas respiraciones de los presentes, y la débil exhalación de la niña de cabello dorado.

Estaba muy cansada. Escuchó a los demás correr hacia ella, pero pronto dejó de hacerlo. Todo se volvió oscuro, dejó caer su espalda al suelo y no quiso saber nada más.

***

Despertó escuchando voces a su alrededor. Abrió los ojos, despacio, su vista se fue aclarando. Estaba en una sala oval, de color blanco, llena de kufflina en su mayoría vacías. El sanatorio de la academia.

—¡Ha despertado! —gritó alguien. Sibi reconoció la voz de Mara.

Al escuchar el llamado, un montón de pasos a tropel invadieron el espacio sonoro. Estaba recostada en una kufflina, cápsulas hiperbáricas, incrustadas de forma diagonal en los muros, que servían para ayudar en procesos de sanación. Junto a ella, aparecían Tama, Marala y Skull.

—¿E-Estás bien, Sibi? —preguntó Skull, llegando a su lado y sosteniendo su mano izquierda. Sibi sonrió.

«Estoy bien», respondió con un silbido algo débil.

Skull sonrió.

—Oh vamos, no empecéis con eso —dijo Tama—. ¿Qué te ha dicho?

—Dice que está bien —respondió Skull.

—Qué alivio —dijo Mara.

—¿Q-Qué ha pasado? —se esforzó Sibi para hablar—. Dónde... ¿Dónde está Rex?

—Él está bien —dijo Tama, señalando a su lado—. Está junto a ti, ¿lo ves?

Sibi giró un poco la cabeza y lo vio. Estaba en un kuffi, junto a ella, a nivel de su rostro. El pequeño reptil parecía estar dormido, pues su respiración se notaba muy vivaz, como siempre.

En ese momento un par de pasos más se escucharon, justo antes de que un rostro, no muy grato para la niña, apareciera.

—Sibila yo... —Era Íru, quien llegaba a su lado, evadiendo su mirada—. De verdad te agradezco lo que hiciste. Gracias a ti, mi hermano... Yo...

—Gracias a ella nosotros estamos vivos —completó Skull la frase—. Eso quieres decir, ¿no?

Íru asintió con la cabeza, con un rostro de sinceridad. Sibi jamás había visto esa expresión en él, por lo que no pudo evitar sentir cierto regocijo con la situación.

—¿Y los otros? —preguntó Sibi, aún débil.

Íru señaló con la cabeza a la kufflina contigua, al lado contrario de donde Rex estaba. Había una persona recostada, durmiendo. No alcanzaba a ver bien, porque la capsula estaba cerrada, pero lucía muy mal aspecto, con mantas ensangrentadas y hierbas arqueanas cubriendo su cuerpo. Debía ser Jíru, porque Namid yacía a su lado, de pie, haciéndole compañía.

—Dicen que va a estar bien —explicó Íru—. Normalmente un colgri es algo difícil hasta para una huina de Noktu, pero tú, Sibila. No sé cómo lo hiciste, pero gracias.

—¡Sí! ¡Fue sorprendente! —exclamó Tama—. Todos estábamos gritando, Íru estaba llorando por Jíru y entonces tú... ¡Tú disparaste ese rayo y nos salvaste!

—Ejem, yo no... ¡Yo no estaba llorando! —exclamó Íru, ofendido, después de lo que Tama dijo.

Con una media sonrisa, Sibi intentó hablar otra vez.

—Yo... —dijo, llevándose una mano a la cabeza, la izquierda, porque la derecha, mordida por el animal, estaba completamente inmovilizada con varias ligas negras—. Yo sólo usé el variador.

Sibi no tenía idea de cómo lo había conseguido, pero no le importaba, dudaba poder repetirlo otra vez. La intensidad de la situación la había orillado a sacar lo mejor de sí.

—Muy curioso —murmuró Skull.

—¿Es eso posible, Ku...? Eh, Skull —preguntó Írú, corrigiéndose a toda prisa.

Skull se llevó una mano a la barbilla.

—Es la primera vez que me llamas así, voy a comenzar a extrañar el otro apodo —dijo en tono burlón.

Íru se sonrojó.

—¡Eh! Que si gustas puedo seguir llamándote así, ¡¿vale?!

Skull, Tama, Mara e incluso Sibi rieron ante el comentario. Pronto Íru también se unió a ellos. Y sin darse cuenta, la pequeña de cabellos dorados estaba disfrutando de su nueva vida. No tenía idea de cómo, pero había logrado salir de los problemas una vez más, esta vez ayudando a quienes apreciaba, e incluso a quienes no tanto. Se sentía satisfecha por no haberse permitido perder, igual que antes, igual que a su madre o a su abuela.

En el libro del destino, lo que ocurrió en la cueva se escribía tan sólo como otra de las tantas aventuras que había vivido, otra de tantas experiencias de vida o muerte a las que se había enfrentado en su corta vida. Después de ese día, el ánimo de volver a salir a la caza se acrecentó en Sibila. La experiencia la había ayudado a comprender que jamás podría ser cómo los chicos que ahora reían con ella, sin embargo, eran esas diferencias las que la hacían especial. Su pasado, su antigua vida, no era algo de lo que avergonzarse, sino algo para atesorar.



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