33. Viejos amigos
«Está viva», pensaba. Habían pasado poco más de dos semanas desde el encuentro y todavía le costaba trabajo asimilarlo. La vida con Luna había sido dura, solitaria, pero el ver a una amiga del pasado, escucharla, sentirla, le devolvía sus más puros y olvidados sueños. Finnister Gupper, ese nombre había quedado atrás, arrastrado por la blanca helada que cae en la noche, Nieve Nocturna es quien era ahora.
La observaba. La mujer dormía entre pobres trapos que servían de cobijo. Le avergonzaba no poder darle algo mejor, pero él nunca había necesitado nada además de eso. Sabía que la Gianna que tenía delante no era la misma de antes. Ya no era la misma joven engreída y sabelotodo de antes; había cambiado, ambos habían cambiado, con excepción de una cosa. Para él, ella seguía siendo tan hermosa como siempre.
Pronto amanecería, y el momento habría llegado. La luz de día ya alcanzaba a iluminar el bosque, apoyada por el fuego de Luna que ardía, apacible, igual que siempre. No hacía frío, tampoco calor. Sería una mañana perfecta, de no ser por una presencia que alteraba al galeano de negros ropajes: Rehn, el plateado.
—¿Cuánto más piensas tenerme aquí? —preguntó el susodicho, hablando arqueano. Vestía ropas arqueanas, otorgadas por el mismo Nieve Nocturna. Sus heridas habían sanado, y la única mano que le quedaba, estaba atada directamente a su espalda.
El hombre de gótico atuendo, apuntó la vista hacia Rehn, con tedio.
—Deberías estar agradecido de seguir con vida. De no ser por ella, ya nos hubiésemos deshecho de ti —masculló, sin dejar de observar a su invitada de honor.
La rectitud de Gianna también era algo nuevo para él. No comprendía por qué la vida de otros le resultaba valiosa, cuando antes ella solía tratar mal a quien no soportaba. Quería conocerla otra vez, pasar más tiempo con la mujer del presente, actualizar sus recuerdos.
—Te atormenta, ¿cierto? No poder tenerla, saber que vivió con alguien más —dijo el arqueano.
Las palabras calaron en el hombre de negro. Tenía razón, pero no lo diría. Sabía que Gianna había pasado los últimos quince años al lado de Jack Relem, y eso sólo podía significar una cosa. No quería pensarlo, pero era imposible no creer que ellos dos, seguro ya...
Tragó saliva, respiró hondo, y respondió como si nada pasara.
—Lo siento, ¿dijiste algo? —habló Nieve, con tranquilidad—. No prestaba atención porque estaba pensando en si arrojarte por el filo de una montaña y decir a Gianna que intentaste huir y moriste, o si matarte yo mismo y hacerlo parecer defensa propia.
Rehn rio por lo bajo, observando a su captor.
—No seré bueno en el arte reproductivo, pero puedo reconocer cuando alguien ha encontrado a su pareja de cortejo. Cuando la miras, es como si te perdieses en sus ojos. Quizás yo pueda ayudarte. Juntos podríamos deshacernos del Rahkan Vuhl, y entonces ella sería tuya.
Al escuchar esas palabras, algo ardió dentro de Nieve Nocturna. «Deshacerse del Rahkan Vuhl», sí, le parecía una idea interesante. Si Gianna no tenía a nadie más, entonces se quedaría para siempre. Sin embargo, ¿de verdad podría atentar contra Jack Relem, aquel que algún día fue su mentor?
Nieve Nocturna frunció el ceño, dedicó a Rehn una mirada severa, y respondió.
—No lo creo.
Para el hombre de negro, hacer tratos con un arqueano era impensable.
Rehn apretó los dientes, desinteresado. Hacía días que no esperaba nada. No lo trataban mal, lo alimentaban, y conversaban con él de vez en cuando, pero no dejaba de ser un prisionero.
—No lo entiendo —dijo el Laktu, al cabo de unos minutos—. Si queréis reproduciros, simplemente hacedlo. Se nota que ambos sois compatibles, pero... si me permites decirlo, manteniéndome aquí no vas a lograr que ella acepte.
Esta vez Nieve Nocturna no pudo hacer otra cosa más que reír con ese comentario. Era de las pocas veces que decía algo que no le molestaba.
—Puede que tengas razón, pero me sigo quedando con la opción de arrojarte por el filo de la montaña.
Rehn volvió a reír, pero no habló más.
—¿Sabes por qué hay Laktu resguardando el bosque? —preguntó Nieve, aventurándose a intentar creer que el arqueano podría servir para algo más que alimento de dragón.
El interpelado frunció el ceño antes de responder.
—Me gustaría decírtelo, pero me habéis tenido aquí por más de un sot.
El hombre de negro suspiró.
—Tener que movernos era algo que no necesitaba desde hace años.
—Pensar que era tan difícil pillarte, y ahora estoy aquí, inútil, viéndote cortejar a una galeana día y noche. ¿Qué pensáis hacer conmigo? ¿Vais a matarme? Si es así, hacedlo ya, por favor.
Nieve Nocturna dudó por un momento. Hace poco la respuesta hubiese sido un rotundo «sí», pero ahora...
—No lo sé, arqueano —dijo—, pero no tientes a tu suerte. Más tarde se decidirá tu destino.
El hecho de tener a un hombre secuestrado en lo que Nieve Nocturna llamaba «hogar», generaba una situación de tensión constante. A decir verdad, lo único que él deseaba, era deshacerse de esa alimaña lo antes posible.
Estaban hablando tan alto, que provocaron el despertar prematuro de Gianna. Se encontraban en un campamento improvisado, en el bosque, todavía más al sur de la montaña. Al verla allí, tendida en el suelo, un recuerdo fugaz llegaba a su mente, un recuerdo que lo llevaba a un viejo prado, cerca del monte Brauquiana.
—¿Por qué tanto ruido? —preguntó la mujer, estirándose y mirando a los alrededores—. ¿Dónde está Luna?
Un aghi subía a una roca cercana, buscando calentarse. Sus minúsculas escamas eran hermosas.
—E-Está cazando en el lago del este. Gianna... ¡¿E-exactamente qué escuchaste?! —cuestionó Nieve, alarmado. Rehn rio con fuerza.
—Nada, aunque tuve un sueño extraño. Mejor no hablar de ello. ¿Está todo bien entre vosotros dos?
El hombre de negro respiró con tranquilidad, mientras el otro se apresuró a agregar.
—No sé a dónde pensáis ir, pero creo que podéis arreglároslas solos. ¿Qué más necesitáis de mí? Ya os he dicho todo lo que sé. Prometo que no haré nada en vuestra contra.
—No has dicho nada útil, no sabes nada sobre los Sahulur. Más has aprendido tú aquí, sobre ellos, que yo hablando contigo.
Rehn bajó la mirada, derrotado.
—Deberíamos dejarlo ir —habló Gianna—, sólo ralentiza nuestro paso y puede que los Laktu en el bosque se deban a su presencia. Quizás lo están buscando.
—A él ya lo dan por muerto. Si lo liberamos, sólo delataría nuestra posición.
—Hoy es el día, Finn, las cosas van a cambiar para ambos. Si te quedas solo con él, no resistirás las ganas de matarlo.
Nieve Nocturna meditó las palabras un momento. Se cruzó de brazos, inhaló profundo y dejó ir el aire muy despacio.
—Tienes razón, lo mataría —dijo, y miró a Rehn—. Sólo espero que no te equivoques.
La gabardina negra del hombre ondeó cuando se movió a paso rápido hasta llegar al arqueano, lo levantó de un tirón por las cuerdas, alto, y las cortó con un desenvaine veloz del cuchillo que portaba en el cinturón. El arqueano cayó al suelo, frotándose la muñeca contra el pecho.
—Muchas gracias —dijo, mirando exclusivamente a Gianna.
La mujer sonrió de forma apacible, mientras Nieve Nocturna gruñía.
—Ven aquí —dijo el hombre rubio, jalando a Rehn por las piernas y cortando las últimas cuerdas que lo mantenían cautivo—. Ahora largo, y no mires atrás.
Rehn no se lo pensó dos veces. Se levantó, asintió con la cabeza y corrió en dirección al bosque, sin mirar atrás tal y como se lo habían indicado. Detrás de él, Nieve Nocturna y Gianna observaban su partida; el primero preocupado por su acción, la segunda agradecida por el gesto de compasión.
—No pensé que lo harías en este momento. ¿Seguro que no irás tras él? —preguntó Gianna.
El hombre suspiró, acercándose junto a la mujer.
—Tenía que hacerlo, antes de arrepentirme, pero si Luna se lo come en el camino no haré nada para evitarlo.
Gianna se echó a reír.
—Y eso sin mencionar que tienes este bosque plagado de zneis.
Su compañero la miró arqueando una ceja.
—Aah, ¿ahora no te importa si muere?
Gianna se encogió de hombros.
—Me importaba que tú no fueses el asesino. Ya tenemos suficiente con dragones matando humanos, para que nos matemos también entre nosotros.
—¿Entonces si una bestia lo mata estarás bien con ello?
—Será ley natural, por mí bien.
Nieve Nocturna rio al tiempo que negaba con la cabeza.
—Eres peligrosa Gianna. ¡Me agradas!
—Espera un momento... ¡Lo dices como si creyeras que soy débil! —replicó ella, ofendida.
—Bueno, la última vez que acampaste casi te come un skofy —dijo él, entre risas.
Gianna resopló, haciendo volar un mechón de cabello. Tenía tiempo que no lo cortaba, pronto volvería a resultar estorboso.
—Viví más de dos años, sola, rodeada de híbridos sanguinarios en un paraje igual de frío y nevado que este... —Observó el lugar—... No, diría que incluso peor. Tenía que asearme todos los días con agua helada y comer carne de esas criaturas. ¿Crees que no estoy lista?
—No es que no lo crea, es sólo que...
Gianna detuvo las palabras del hombre, levantando, con un rápido movimiento de pie, una rama del piso para usarla cual bastón, dejándola a centímetros de su barbilla.
Sin inmutarse, Nieve Nocturna sonrió y retiró la rama con una mano.
—Ver para creer, ¿eh? ¿Es esto un reto?
Gianna lo miró de forma divertida, antes de agitar su rama con alevosía en un ademán guerrero.
—No era eso lo que intentaba decir, pero ahora que lo mencionas... ¡Muy bien! Muéstrame qué es lo que puedes hacer, quiero ver lo que has aprendido, señor Nieve Nocturna.
El hombre de gabardina negra se echó a reír. Negó un par de veces con la cabeza, se cruzó de brazos y suspiró.
—Y dices que no eres la misma de antes. ¡Que así sea, mujer! ¡Acepto el reto!
Gianna sonrió. Sabía que no era tan buena, pero sólo quería divertirse. Jack podía ser cariñoso y respetuoso, pero no sabía cómo pasarla bien. Estar con su viejo amigo la hacía recordar aquellos tiempos, en los que hacer estupideces era algo normal.
—Hace mucho que no tengo una buena práctica —declaró la chica, guiándole un ojo—. Más te vale seguirme el ritmo.
Una media sonrisa se dibujó en el rostro de Nieve.
—Vale —dijo—, si es lo que quieres, lo tendrás.
Estiró sus brazos y se quitó la gabardina. Debajo de esta, llevaba puesto el traje negro que había robado a un Noktu, durante sus viajes. No es que estuviera contento vistiéndolo, pero admitía que la ropa de Arquedeus era muy útil.
Y ahí estaban, uno frente al otro. Habían cambiado, pero el aprecio que se tenían no desapareció con el tiempo. Dos adultos que arrastraban un pasado difícil, que los había forjado de distintas maneras, pero con un mismo propósito: sobrevivir. Él era alto, ella baja; él de cabello rubio, ella negro; ojos azules para uno, café oscuro para la otra; aunque el hombre era más robusto que la mujer, los dos eran de complexión atlética, con musculatura delgada, pero bien definida. Se notaba que correr, huir, era la base que había esculpido sus cuerpos.
—Estoy lis...
Apenas abrió la boca para hablar, Nieve Nocturna tuvo que esquivar el golpe ascendente de bastón que, de otro modo, hubiese sido tan certero como para noquearlo.
—Vaya, vas con todo.
El hombre hablaba mientras esquivaba ataques tan veloces como precisos.
—Ponte... serio... Finn —decía Gianna, asestando un nuevo golpe entre cada palabra.
La mujer blandía su rama con gran control. Carecía de una técnica pulida, pero lanzaba movimientos azarosos iguales, o más peligrosos, que si la tuviese. Para el ojo entrenado de Nieve Nocturna, esto sólo podía significar una cosa: lo había aprendido sola, sin maestros, a costa de vida o muerte. Gianna usaba las dos manos para manipular el arma improvisada, acompañando sus ataques con giros de cuerpo y patadas muy bien medidas. En su despliegue con falta de patrones definidos, no se sentían intenciones asesinas, sino ganas de divertirse.
El hombre estaba impresionado por la velocidad y la agilidad que la mujer poseía, apenas podía seguir su ritmo, sin embargo... De un momento a otro y después de medir las capacidades de Gianna, Nieve Nocturna recibió el impacto de la rama en uno de sus costados. Con un gesto dolorido, pero satisfecho, la atrapó con un brazo, oprimiéndola con gran fuerza.
—¿Eso es todo? —preguntó él, con voz de esfuerzo.
Gianna sonrió ante la provocación, como si ya la esperase. A pesar de que su arma estaba inmovilizada, no se sintió intimidada; los híbridos pescaban el bastón con sus fauces todo el tiempo. Así, aprovechando la fuerza del hombre, usó el objeto como soporte para impulsarse y lanzarse contra su cuello.
La rama cayó al suelo. La cabeza de Nieve quedó atrapada entre las piernas de Gianna. Mientras ella lo oprimía, él forcejeaba.
—¿Te rindes? —preguntó Gianna, luchando para mantener el agarre.
Las piernas del hombre fueron vencidas por la presión ejercida. Cayó al suelo, soltó los muslos de su captora y dejó de moverse.
—No me digas que eso era todo lo que tenías... —se burló Gianna, en cuanto Nieve quedó de rodillas, capturado.
Una risa ahogada se escuchó debido a la estrangulación que el hombre sufría.
—¿Bro... Bromeas? —alcanzó a decir, con el poco aire que le quedaba—. Ahora es mi turno.
Lo siguiente aconteció más rápido de lo que Gianna hubiera esperado. Con un movimiento ágil, Nieve Nocturna le aprisionó las piernas y se tiró de espalda al suelo. La mujer golpeó primero sobre la nieve, sintiéndose desorientada. Enseguida, y como un escurridizo reptil, el hombre escapó de la captura encogiendo sus piernas y luego estirándolas para enganchar la cintura de su oponente.
Gianna abrió los ojos muy grandes por la sorpresa, pero no alcanzó a hacer nada. Durante un breve instante, ella lo tuvo agarrado por el cuello, mientras él la atrapaba con las piernas enroscadas en su abdomen, apretando. Ninguno cedía, hasta que, de la nada, los dos se soltaron.
Gianna dio una pirueta para ponerse de pie y se dispuso a correr por la rama bastón; sin embargo, Nieve la alcanzó antes y, sosteniéndola con cuidado por la cintura, usó la velocidad que llevaba para girarla y lanzarla en dirección contraria.
Propulsada como si hubiese salido disparada de un carrusel, Gianna voló hasta caer en la nieve y dar unos cuantos tumbos. Se levantó a toda prisa a causa de la adrenalina y clavó su vista, primero en el hombre, luego en la rama. Ambos corrieron hacia el objeto, lanzándose en el último segundo para alcanzarlo, deslizándose sobre la fría y escarchada superficie hasta que sus cabezas chocaron una contra la otra, dándose tremendo golpe que terminó rebotándolos, parando su avance.
—¡Ay!
—¡Ou!
Gritaron al unísono, mientras se llevaban una mano a la frente para calmar el dolor. Acto seguido, volvieron a mirarse y... comenzaron a reír con gran fuerza, hasta que el dolor de cabeza los hizo parar.
—Eso ha sido... —dijo el hombre, todavía con un gesto de disfrute plasmado en el rostro.
Gianna dejó de reír para responder, se puso de pie.
—Muy divertido —completó su frase.
—Ya lo creo. Eres muy buena, ¿dónde has aprendido a moverte así? —habló Nieve, recibiendo la mano que ella le ofrecía para levantarse.
—Por aquí y por allá. El mundo es muy peligroso, ya deberías saberlo. ¿Qué me dices tú?
Nieve Nocturna se sacudió la nieve del traje.
—Se llama combate arqueano, aunque mi maestro ya era muy viejo para enseñarme bien, aprendí lo que pude.
Gianna le extendió una mano para chocar puños.
—Pues lo haces muy bien.
El hombre aceptó la proposición, correspondiendo el gesto.
—Tal vez podamos hacer esto de nuevo, ha sido muy gratificante —dijo.
—Ya lo creo —respondió Gianna—. La próxima vez lo haremos con Kail y con Jack. Ellos lo hacen mejor que yo.
Nieve Nocturna frunció el ceño.
—Conque Jack, ¿eh?
—¿Hay algún problema? —cuestionó Gianna, al darse cuenta de la manera en la que lo había dicho.
El hombre de negro negó con la cabeza mientras se vestía de nuevo con su gabardina, sin embargo, la verdad era otra. Tenía la duda, quería preguntar, pero no sabía cómo hacerlo. No podía evitar creer que era algo estúpido, a pesar de que en su historia ella lo había negado, le parecía increíble que no hubiese nada entre los dos.
—No, no lo hay —reafirmó el hombre, con más dureza de la que debería—. Ya estamos cerca del avrion más apartado del sur, es hora de despedirnos.
Gianna se acercó a él y puso una mano en su hombro.
—No te preocupes, juro que volveré, mientras no cambies del sitio pactado. Sabes que me gustaría quedarme un poco más, pero mis heridas ya sanaron y es necesario que vuelva por Sibila. Sólo demoraré un par de días, averiguaré lo necesario, te traeré provisiones decentes y continuaremos buscando esa Tumba de Dios.
—No es eso lo que me preocupa, es sólo que...
—¿Qué pasa, Finn? —preguntó Gianna.
El hombre de negro suspiró. Cerró los ojos por un momento y se animó a decirlo.
—Me aterra pensar que mañana despierte y me dé cuenta de que todo esto ha sido un sueño.
El silencio invadió el momento. La hierba se movía con el viento, acariciando la nieve y agitando las copas de los grandes árboles. El sol ya salía por el horizonte y sus rayos atravesaban el follaje, calentando la helada mañana. Con esas palabras, algo se removió en el interior de Gianna, un recuerdo del pasado, y del presente también. Esa sensación era compartida, y sólo entonces pudo darse cuenta, de que Nieve Nocturna, a pesar de su aparente fortaleza, se sentía igual de aterrado que ella.
Un cálido abrazo envolvió al hombre desde su espalda. Sin mirar atrás, sintió el rostro de Gianna recargarse cerca de su nuca.
—No es un sueño. Y no tienes nada de qué preocuparte. No sabes lo feliz que estoy de que sigas vivo, de que sigas siendo tú, y de que tengamos la oportunidad de compartir estos momentos. Tal y como es nuestra historia, no sabemos si estaremos aquí el día de mañana, así que, fantasía o no, he aprendido a disfrutar cada segundo que pasa. Deberías hacer lo mismo.
Al sentir la sinceridad de esas palabras, cargadas de paz y dureza, Nieve Nocturna aceptó el abrazo con una única lágrima que nadie vio brotar, cayendo congelada apenas nacer.
—Gracias, Gianna. Vuelve pronto, por favor, estaré esperando.
—Lo haré —respondió la mujer, desprendiéndose del hombre con pesar. Le resultaba curioso que, con él, sentía cosas que jamás había sentido con Jack—. Ahora ve con Luna, que de verdad podría devorar a Rehn si se lo encuentra.
Nieve Nocturna rio.
—Quizás me tarde un poco más, estaré recogiendo el campamento. Ya sabes dónde encontrarme.
La mujer asintió.
—Hablaré con los Sektu de Supra, ¿estás segura de que no te importa si traigo visita?
Nieve Nocturna sonrió.
—No me importa, si son de los nuestros. Sólo asegúrate de que nadie te siga, o tendré que romper la promesa y asesinar testigos, ¿de acuerdo?
—A veces eres espeluznante —declaró Gianna, con un escalofrío.
Después de aquello, ambos se despidieron con un abrazo. Y mientras el hombre de negro levantaba el campamento, ella se alejó hacia las profundidades del bosque. Los días en los que Sibi volvía de la academia habían llegado, y tenía que encontrarse con ella. Esa niña era tan importante para Gianna como su vida misma, y ahora, quería hablarle de la nueva maravilla que había descubierto en Arquedeus, dos leyendas llamadas Nieve Nocturna y Luna Dorada. No podía dejarla sola, así que, la llevaría a conocerlos.
***
Corría frenéticamente por el bosque. Lo hacía sin cuidado, sin preocuparse por ravahl o peligros nimios. ¿Por qué nimios? Porque desde hace poco, para Rehn, cualquier otra cosa que no fuese un dragón dorado le parecía poco. Huía sin cuidado, porque sabía que ocultarse era inútil. Si Luna Dorada así lo quisiese, ya estaría muerto.
«Si así lo quisiese», pensaba Rehn, bajando la velocidad de su huida. Se daba cuenta de algo que le causaba controversia. Seguía vivo porque sus captores así lo quisieron, no por mérito propio. Para los Sahulur, estaba muerto, y poco había importado, sin embargo, esa, persona Gianna Clemmens y Nieve Nocturna, a pesar del desprecio que sentía por él, le demostraron una cara poco conocida entre las altas clases de Arquedeus: compasión.
Juicios duros y decisiones crudas eran las que los Sahulur tomaban para impartir paz y justicia. Los Laktu, generalmente eran las vías para cumplir esas decisiones. Eran fuerza, eran ley, eran temor de unos y admiración de otros. ¿Clemencia? Era algo que no conocían. Si la orden de un Sahulur era exterminar, exterminaban; si era ayudar, lo hacían. Nadie cuestionaba la inmensa sabiduría de los grandes sabios, pues generalmente sus juicios eran correctos y benéficos para el progreso de la sociedad arqueana.
Pero no todo era fácil, no todo era bello. Algunos a veces se preguntaban si lo que hacían era correcto. Otros llegaban a tener extraños sentimientos de culpa al cumplir con algunas órdenes. La mayoría lo guardaban para sí mismos, pues aquellos que se atrevían a externarlo, eran enviados a la zona Elix para recibir el correctivo acorde a su falta. Y si en algo estaban de acuerdo todos los arqueanos, era en que nadie, de verdad nadie, quería pasar por la zona Elix. Era bien sabido que aquellos que tenía la desgracia de ello, nunca volvían como antes; lo hacían tristes, como si algo les hubiese arrancado la felicidad de su vida.
Rehn caminó con más tranquilidad después de darse cuenta de la realidad. Ahora no estaba seguro de querer volver. Ya estaba muerto de cualquier forma, nadie lo esperaba. Además, todo lo que habían dicho los galeanos le causaba intriga. No había logrado entender su lenguaje, pero verlos convivir así, tan alegres, de alguna manera le hacía envidiar esas vidas. Ya no recordaba la última vez que se había sentido así. Le gustaban las cacerías, cumplir misiones con su huina, pero nunca había sentido una satisfacción tan grande, como la que pudo notar en esos dos cuando se miraban.
El sol iluminaba un pacífico paisaje frente a él. Se detuvo a observarlo un momento. Árboles nevados, sonidos de mamíferos despertando, el viento acariciándolo. Respiró profundo el helado aire, preguntándose, como tan sólo un tiempo con galeanos, le había hecho dudar sobre toda una vida.
«¿Qué estás pensando, Rehn? —se preguntó a sí mismo—. Eres un orgulloso Laktu, no puedes abandonar ese honor». Un gran conflicto emocional inundaba la cabeza del hombre. No sabía qué hacer. ¿Su libertad era realmente libertad? No lo sabía, y quería averiguarlo. Sin embargo, traicionar lo que era, ignorar el orgullo arqueano, era algo que tampoco estaba dispuesto a hacer.
—¡Vayn! —maldijo en voz baja, para sí mismo—. ¿Por qué es tan difícil?
Se tiró de espaldas contra el tronco de un gigantesco pino, y se quedó escuchando los sonidos del bosque. Reposaba la única mano que le quedaba sobre su rodilla, pensando en qué hacer. Hasta que escucho algo, voces.
—No te muevas —dijo alguien, hablando arqueano.
Rehn dirigió la mirada al origen del llamado, y rio un poco. Parece que no iba a tener tiempo para tomar decisiones. Había olvidado que, en el bosque, no estaban únicamente la galeana, Nieve Nocturna y Luna Dorada, también estaban ellos, los suyos, los Laktu.
—Está bien, soy yo, Rehn, Laktu de la guardia de Adralech —habló en el mismo idioma.
Hubo un breve silencio, seguido de murmullos entre las sombras. Segundos después, varias figuras de capa plateada, encapuchadas, aparecieron para rodearlo.
—¿De verdad eres Rehn? —preguntó uno de ellos.
—Lo soy, podéis tomar mi huella de vida para comprobarlo.
Rehn extendió su mano y uno de los plateados se acercó para sostenerla por un momento. El Laktu sacó una pequeña pantalla electrónica de su riñonera y colocó una de las palmas de Rehn sobre ella. Una luz verde parpadeó, pronunciando palabra de confirmación con su identidad.
—De verdad es él —aseguró el Laktu.
—¿Cómo es posible? —preguntó otro.
Rehn inhaló profundo. Sabía que seguro ahora le esperaría un cansado proceso de rehabilitación.
—Vamos, te llevaremos al avrion. El Vuhl Sahulur estará encantado de verte.
—Gracias —dijo Rehn, aceptando la ayuda que le ofrecían para ponerse en pie.
Al final estaba conforme con lo que había ocurrido. Para él, quizás eso había sido lo mejor, su mente seguía hecha un lío y no tenía ganas de pensar en ese preciso momento.
Agradecimientos especiales a:
Adoro sus comentarios conjuntos, son un par de amores (y lo siguen siendo en 2020).
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