31. La Luna y la Nieve (IV-IV)
Una gran inhalación hizo que se estremeciera. El humo que producía la fogata era succionado por el misterioso ser. Algo pesado se movía. El sonido de metal chocando contra la roca provocaba un eco sobrecogedor. En la oscuridad, se divisaba la silueta de un dragón. Luna Dorada. Gianna no había tenido la oportunidad de verla bien, pero sentir sus colmillos, escuchar su rugido, le transmitían una idea bastante clara de lo que en realidad era.
—Luna, ¿podrías dormir al arqueano? —comenzó a hablar Nieve Nocturna, sin dejar de mirar el fuego.
La criatura que yacía en las sombras bufó de forma cansina. El segundo hombre, prisionero, giró la cabeza al presentir el peligro. Fue tan sólo por medio segundo, se retorció de dolor antes de caer al suelo, inmóvil.
Gianna observó la escena, impactada.
—¡¿Q-Qué le has hecho?! —preguntó, viendo con horror al hombre tendido en el suelo—. ¿Lo ha matado?
Finn la miró como si fuese una reacción extraña.
—¿Por qué te preocupa? —preguntó—. Ni siquiera le importa a los suyos. Lo enviaron a buscarme, o a buscarte, a mis dominios, a sabiendas de que podría costarle la vida.
—¿P-Puedes salvarlo? —suplicó Gianna—. Ayúdalo como hiciste conmigo, por favor.
El hombre siniestro arrugó la frente.
—¿Por qué debería importarme? Tiene las costillas rotas, perdió un brazo. No le queda mucho tiempo de vida y Luna quiere devorarlo antes de eso. No aceptará sanarlo como hizo contigo.
—Pero, pero... —La mujer juntó valor para continuar—. ¡No ha hecho nada malo, Finn! Sólo es una víctima, igual que el resto de arqueanos. No los juzgues como ellos juzgan al mundo.
La mirada de Nieve Nocturna se intensificó. Se notaba que quería decir más, pero se contuvo.
—Ya... hablaremos de eso después. —Suspiró—. Como sea, sigue vivo, sólo está inconsciente. Él no puede, bajo ninguna circunstancia, escuchar lo que te voy a contar.
Gianna tragó saliva, apretó sus puños y tensó los labios. Observó a Rehn una vez más, luego a Nieve Nocturna, y asintió con la cabeza.
El hombre de negro comenzó a hablar, devolviendo la mirada al fuego.
—Entonces, es obvio que ninguno de nosotros murió aquel día.
Una sonrisa melancólica apareció en su rostro.
—Creo que ahora es un poco obvio —respondió la mujer, copiando la expresión del hombre.
—Supongo que te preguntas cómo sucedió —cuestionó Nieve Nocturna. Gianna asintió , y él continuó—. Aún lo recuerdo bien, el fuego, el calor, el miedo. —El resplandor de la hoguera se reflejaba en sus ojos mientras hablaba—. Hace ya tantos años que ocurrió, casi parece otra vida. Luna, en ese entonces Bertha —añadió con nostalgia—, me salvó. ¿Recuerdas la nube de fuego? Cuando escapó después de que la casa se derrumbara... ella sólo quería alejarme del peligro. Ella podía sentirlo, era una existencia superior que no podía explicar. La llamaba, la quería a su lado, pero ella se negó, jamás acudió a cumplir con su destino. Por eso decidió escapar, llevándome lejos del dragón, lejos de las personas, lejos del mundo.
Hubo un breve silencio. El chasquido del carbón quemándose y la suave respiración de Luna tranquilizaban el tenso ambiente.
—Pasamos años escondiéndonos del llamado, lejos de la vista humana. Fue difícil, ella tenía miedo, pero yo no iba a dejarla sola. No me quedaba nada, ni familia, ni una vida por la cual regresar. Luna era mi única familia.
»Muchas veces fuimos cazados por los zneis...
—Zneis —lo interrumpió Gianna—, ya lo habías mencionado antes. ¿Qué significa?
Nieve Nocturna arrugó la frente.
—Son los engendros del dragón —respondió—. Esclavos, siervos, criaturas sanguinarias que heredaron el odio a los humanos de su creador. Si sobreviviste a la extinción, entonces debes haberlos visto. —Gianna asintió al confirmar que se refería a los híbridos. Él continuó—. Al principio no sabíamos lo que eran, pero sabíamos cómo pensaban. Luna solía tener los mismos deseos. Aún... Aún retiene un poco de ellos; no le gustan los humanos, pero los tolera. Yo soy la excepción, claro, y tú, porque te recuerda. Aquellos fueron años difíciles para los dos. Luna luchaba contra el deseo de matarme cada noche. Era su voluntad contra la del dragón. Se rebeló contra su creador, y eso, eso la hizo cambiar.
»Aún no sabemos cómo, pero en cierto momento, mi entonces querida iguana llamada Bertha, dejó de escuchar a su creador. Fue como si se hubiese ganado el derecho a la libertad, a tener su propia voluntad. Trascendió. Desde ese momento comenzó nuestro verdadero viaje.
Gianna se acomodó mejor en su asiento, inclinándose un poco hacia delante para escuchar mejor.
—Entonces, ¿Bertha no está bajo el control del dragón rojo?
Nieve Nocturna negó con la cabeza.
—No, y no sólo eso. Ahora es capaz de escuchar nuevos llamados, nuevas sensaciones llenas de paz. Adquirió un nuevo sentido en su vida. Es muy curiosa, y quiere descubrir más y más. Eso es lo que nos llevó a buscar otros caminos.
Gianna sonrió.
—¿Qué pasó después? ¿Cómo sobrevivisteis al invierno nuclear?
Nieve Nocturna bajó la mirada, con tristeza.
—Apenas nacieron las alas de Luna, luchó por aprender a volar. Cruzamos juntos el océano atlántico para llegar a Arquedeus. Desde eso hacen ya seis años. Cuando los ataques nucleares ocurrieron nosotros, ya estábamos lejos, sólo escuchamos la noticia de la guerra en bocas arqueanas, una gran mentira.
—Sí, cuando lo supe tampoco entendí tal crueldad. Me sorprendió saber que la radiación ni siquiera llegó a aquí. Estaban tan bien protegidos, preparados para cualquier cosa.
Nieve Nocturna mostró cierta curiosidad ante la declaración de Gianna.
—Me sorprende que lo sepas. Aún no entiendo cómo es que estás aquí. Sé que los arqueanos enviaron a todo superviviente a las zonas Elix, los condenaron de por vida. No querían a nadie del viejo mundo. Son unos malnacidos, indignos de la sociedad que han creado.
—Al igual que tú, no llegué a Arquedeus por medios convencionales —explicó la chica—. Llevo tan sólo unos meses aquí, ¿sabes?
Nieve Nocturna rio.
—Pobre de ti —dijo—, debieron lavarte el cerebro. He escuchado lo que hacen en esos sitios. Es imposible que hayas sobrevivido tanto tiempo en los dominios del dragón rojo. Quizás creas que recién has llegado, pero lo más lógico es que, de alguna manera, hayas estado confinada en la zona Elix, sin memorias, por años. Los Sahulur debieron haber descubierto tu relación conmigo y ahora te estén usando para llegar a mí. —Apretó el puño—. No lo permitiré. Ahora que estás conmigo te protegeré a toda costa, pase lo que pase.
La mujer se ruborizó, pero carraspeó la garganta para no dejarse dominar por las emociones.
—Te... Te lo agradezco —dijo ella, alzando la mirada con porte elegante—, pero no estás entendiendo. —Suspiró—. No importa, no tiene sentido que te lo diga ahora. Prometiste escuchar mi historia, así que continúa con la tuya, que estoy aguardando. Es tu turno, continúa, por favor, el mío viene después.
El hombre la miró con cierto recelo, pero aceptó. Recargó los codos sobre sus rodillas, entrelazó ambas manos debajo de su barbilla y continuó hablando de su pasado.
—Desde que Luna y yo llegamos a Arquedeus, hemos escuchado muchas cosas sobre el pasado de los dragones y la llamada almigia. Las respuestas que Luna quería, esa hambre de saber que tenía, la llevaba directo a una historia oscura y antigua, proveniente de orígenes no fechados. Sabíamos que Arquedeus era el lugar indicado para encontrar toda respuesta, pero las cosas se complicaron muy pronto. Esta gente está loca, sus leyendas, sus creencias, algunas parecen un culto enfermizo, un culto que habla de Dios.
»Fue muy complicado movernos en estas tierras. Esos Laktu son realmente molestos. —Miró al hombre inconsciente, con desprecio—. No lo habríamos conseguido de no ser porque encontramos a un arqueano muy especial... nuestro maestro. Un anciano, de esos que llaman Sahulur, un forajido, un exiliado.
—¡Espera! ¿Teníais a un Sahulur de maestro? —preguntó Gianna, sin dar crédito a lo que escuchaba.
Nieve Nocturna bajó la cabeza de forma solemne, y un sonido draconiano lo acompañó con respeto.
—Entiendo tus dudas, pero no era igual a los otros. Lo encontramos mientras viajábamos por los bosques tropicales, hacia el sur. Luna intentó matarlo, pero él logró dominarla. No con fuerza, sino con virtud y experiencia. Yo estaba muy sorprendido, porque se convirtió en el segundo humano que ganó su respeto. Era un hombre sabio, nos enseñó todo lo que sabemos sobre Arquedeus, e incluso nos dio muchas de las respuestas que llevábamos buscando por tanto tiempo. Nos habló sobre lo que Luna sentía, despejó nuestras dudas. Esa paz, esas nuevas sensaciones, eran el llamado de Dios.
Gianna arqueó ambas cejas. La historia comenzaba a sonarle un poco enfermiza. Con todo lo que sabía en ese momento, hablar de Dios era absurdo para ella.
—¿Dios? —preguntó—. ¿Estás seguro de que era un hombre de fiar? He escuchado muchas leyendas raras por aquí. Tú mismo lo has dicho, son como un culto.
Nieve Nocturna negó con la cabeza, en silencio. Miró a Gianna con seriedad, levantó una mano, y entonces, de la nada, encendió una pequeña flama en su palma.
Gianna se quedó estupefacta. No podía creer lo que estaba viendo. Sólo conocía a otras dos personas capaces de hacer algo así, Jack y Kail, ambos Rahkan Vuhl.
—¡¿C-Cómo es que tú? —exclamó, sorprendida, pegando un brinco para atrás por la sorpresa, y sufriendo una fuerte punzada de dolor en el abdomen.
Nieve nocturna apagó la flama y volvió a dirigir su mirada a la fogata.
—Fue él, mi maestro. ¿Cómo podía mentir sobre Dios, si sabía cosas como esta?
—No... No lo entiendo —dijo Gianna. Todavía intentaba dar sentido a lo que acababa de ver. No podía entender cómo es que Finn era capaz de hacer algo así.
—Esto se llama almigia. Es algo así como... magia —explicó Nieve—. A través de las majestuosas escamas doradas de mi compañera alada, el maestro comprobó que la divinidad realmente existía. Con sus conocimientos, mi juventud, y el poder de Luna, descubrimos muchas cosas, desenterramos viejas tumbas, encontramos antiguos cadáveres, restos de antiguos dragones y Rahkan Vuhl. Logramos seguir viejas pistas que nos llevaban al sur, siempre al sur.
»Puede que te suene a disparate, pero desde que el maestro vio a Luna, empezó a formular nuevas teorías. —Rio—. Me recordó un poco al Dr. Relem, cuando tú llevaste a mi iguana a su despacho. ¿Recuerdas? —Gianna dejó ir una risa incómoda, recordando los viejos tiempos. Nieve Nocturna ignoró el detalle culposo y prosiguió—. El maestro no la rechazó, sino que la estudió. Pasó días aprendiendo de su comportamiento, de su capacidad para comunicarse, y lo sumó a los conocimientos que sólo un gran sabio arqueano como él poseía.
—S-Siempre ha sido un digno caso de estudio, ¿no? —balbuceó Gianna, un poco apenada.
El hombre asintió con la cabeza, con una sonrisa.
—El maestro concluyó que, gracias a que Luna había escapado del control de su creador, la divinidad que portaba en su sangre se volvió suya por completo. Por eso había conseguido ser tan diferente, tan especial. A raíz de eso, él supuso también que, como era una dragona libre, por tanto, también debería ser capaz de usar la almigia divina, así que le enseñó a hacerlo. Y tenía razón. Luna terminó de convertirse en un verdadero dragón, el maestro la ayudó a convertirse en un ser divino, capaz de dominar el poder de Dios.
Gianna sonrió.
—Qué curioso. Vuestro maestro, sin tener la capacidad de usar la almigia, le enseñó.
La historia que el hombre contaba estaba apasionándola a niveles diferentes. Quería interrumpir, quería gritar que parase para aportar sus propias ideas, sin embargo, por respeto, le permitió terminar.
—Es curioso, te creo —afirmó Nieve Nocturna—. Creo que los Sahulur saben mucho sobre la almigia, aunque no puedan usarla, la llaman "el poder de Dios".
El rostro de Gianna ensombreció. Tenía sentido que los Sahulur supiesen sobre ello. De esa forma debían haber desarrollado toda la tecnología arqueana. Era un alivio que no pudiesen usarla, no podía imaginar qué serían capaces de hacer si cualquiera de ellos tuviese las mismas capacidades de Jack.
—Sigue, por favor —solicitó Gianna, con hambre de saber más.
El hombre asintió.
—Después de aprender lo que era la almigia, Luna comenzó a descubrir más sobre sus propias capacidades. Se volvió sabia, tanto, que pronto fuimos nosotros los que empezamos a aprender de ella. Estábamos maravillados, y no teníamos idea de lo que estaba por ocurrirnos. No sabemos exactamente cómo lo hizo, sólo pasó. Éramos tan cercanos el uno al otro, que ella me lo otorgó, compartió su poder conmigo. Yo... Yo soy su creación.
Gianna ladeó un poco la cabeza.
—¿Su creación? Que extraña forma de describirte.
Nieve Nocturna formó una pequeña burbuja de agua en el aire, y la arrojó contra la cara de Gianna. Ella parpadeó, atontada por el repentino ataque. El hombre dejó ir una risa divertida, sin apenas despegar los labios.
—Me refiero a esto, tontuela. Tal vez suene increíble para ti, pero conseguí este poder de Luna. No sólo eso, también se formó un vínculo que nos unió aún más. Antes podía entenderla, pero luego escaló a algo más. Pude leer la mente de Luna, y ella la mía. El maestro explicó que debía ser el poder de Dios, aceptándome como un Rahkan Vuhl. Fue muy feliz por nosotros, y nos guio, nos preparó igual que a los antiguos Vuhlukan. Dominar los cuatro elementos de la antigüedad, viento, agua, tierra, fuego, fue nuestra tarea. ¡Nos esforzamos por años! —Una sonrisa triste se dibujó en su rostro—. Fueron los años más felices de nuestras vidas, pero todo llega a su final.
»El que se suponía que sería un entrenamiento de toda la vida... No alcanzamos a concluirlo. El maestro murió, y todo cambió otra vez. Nuestro avance se detuvo, no supimos qué hacer. Estábamos tan acostumbrados a vivir con él, que fue duro volver a poner los pies en la tierra.
Hubo un breve silencio solemne. Luna Dorada salió de entre las sombras, acercándose con la cabeza baja hacia la fogata, sin atreverse a mirar a Gianna a los ojos. Claramente se sentía culpable.
La mujer, al ver por fin al gigantesco reptil, ahogó un grito de impresión. Era mucho más grande que cualquier híbrido, incluso un poco más que un carnato, pero era minúscula en comparación con el dragón rojo. Apenas alcanzaría el tamaño de media pata del endemoniado titán.
Al notar la reacción de Gianna, Nieve Nocturna trató de apaciguarla.
—Tranquila, no te hará daño otra vez. Sólo quería protegerme. Ella tampoco estaba segura de quién eras. Está arrepentida, y quiere disculparse.
Gianna miró a la dragona dorada. La criatura devolvió la mirada, para luego evadirla a toda prisa. Realizó un movimiento afirmativo y emitió un suave ronroneo, acto seguido, comenzó a mordisquear el bulto sangriento que Nieve Nocturna había llevado desde un principio. Parecía un gran skofy muerto.
—La entiendo. No la culpo —dijo la mujer—. Ella siempre te ha querido mucho, Finn. La verdad es que me alegra saber que estáis juntos después de todo este tiempo. Lamento lo de vuestro maestro, ¿qué es lo que pensáis hacer ahora?
Nieve Nocturna se levantó, caminó hasta donde estaba Luna, y arrancó un poco de la carne roja de la cual se alimentaba. Arrojó un gran trozo directo al fuego, y miró a Gianna, preguntándole si quería. Ella asintió sin pensarlo dos veces. Acostumbrada a comer carne de híbrido, igual de carbonizada que esa, le parecía un apetitoso festín. No había comido nada desde el asalto a su campamento.
El hombre desprendió otro pedazo, alegre, y lo arrojó a las llamas. Mientras la carne se cocinaba, regresó a sentarse a la roca.
—El maestro nos mostró el camino, y no vamos a parar hasta llegar al final. Encontraremos a Dios. Luna quiere, y yo también. Admito que, sin la sabiduría del venerable, es difícil continuar. Hacemos lo que podemos, pero no es sencillo. Sé que los Sahulur esconden algo, saben más sobre Dios, más que nadie, y no descansaremos hasta alcanzar nuestro objetivo.
Gianna se quedó en silencio, observando las llamas acariciar la carne, vaporizando la sangre fresca. No podía creerlo. La historia de su viejo amigo era increíble, pero también tenía algunas cosas que, con su experiencia, no le cuadraban. No era que no creyese en lo que el hombre decía —pues parecía hablar con la verdad—, sino por todo lo que sabía sobre los Rahkan Vuhl, aprendido directamente de la mano de uno de ellos. Para Gianna, como para Jack o Kail, el concepto de magia, Dios y esas leyendas, estaba obsoleto. Ella misma había intentado realizar magia, bajo la instrucción de Jack, de forma infructuosa. No era algo que pudiese transmitirse, pero tampoco algo místico o incomprensible como contaba Nieve Nocturna. Era ciencia, al fin y al cabo, con el debido estudio, siempre se podría aprender algo nuevo.
—Finn... —dijo Gianna—, creo que te vas a sorprender un poco más que yo, cuando escuches la historia que tengo para ti.
—Espera, no te... ¿No te sorprende lo que te he contado? ¿No vas a decir que estoy loco? ¿Me vas a creer y ya? Por lo menos entiendes la razón de que no puedas irte, ¿no es así? Primero tenemos que descubrir qué han hecho contigo esos viejos.
Gianna sonrió.
—No creo que estés loco, tu historia es muy interesante. Puedo decir que complementa un poco la que yo he vivido. ¡Ahora calla y escucha! ¡Vas a alucinar cuando lo entiendas tú también!
Nieve abrió la boca para decir algo, pero permaneció callado. Ahora se mostraba curioso por el porvenir, algo que no tenía contemplado. Incluso Luna, que había permanecido ajena a la conversación, levantó la cabeza, haciendo que sus escamas doradas relucieran a la luz del fuego.
Ahora Gianna entendía. La vida de Finn había sido dura. Solo durante quince años, acompañado de un híbrido, odiando a la humanidad. De toda la historia, la parte que más le atraía, era en la que Bertha trascendía a ser un verdadero dragón. Podría ser pequeña, pero con ella de su lado, las cosas podrían cambiar para bien.
Así entonces, Gianna contó su historia con lujo de detalle. Comieron skofy ahumado y bebieron dulce elixir de gela, una fruta que crecía en la base de la fría montaña, cuyo interior líquido se mantenía congelado. Fue una conversación amena, en la que se mencionó a Jack, sus habilidades, y la cruzada de quince años huyendo del dragón rojo. Tuvo especial cuidado de omitir la parte en la que casi moría atrapada en un refugio subterráneo por un tonto amor imposible. Ya había pasado demasiada vergüenza en aquel entonces como para volver a sacarla a flote.
La noche se alargó tanto, en una cálida y reconfortante velada, que ambos perdieron la noción del tiempo. Nieve Nocturna tomó muy bien las cosas, se mostró curioso, atento, abierto al conocimiento. Se notaba que había sido tocado por la cultura arqueana, por más que la repudiase. Lo único que Gianna todavía no alcanzaba a comprender del todo, era por qué odiaba tanto a los arqueanos. Ninguna parte de su historia le parecía origen de tanta ira, pero pensaba descubrirlo.
—Un... ¿Rahkan Vuhl? ¿De verdad el Dr. Relem es un Rahkan Vuhl? —cuestionó, al final de todo.
Gianna asintió.
—Eso creemos, el dragón lo ha dicho una y otra vez, y los arqueanos lo reconocen. Pero debes entender que Jack ha llevado ese poder mucho más allá de la imaginación. Tú hablas de cuatro elementos, él entiende cada átomo de la existencia misma. Creo que..., creo que él ha alcanzado un punto que nadie entiende, ni siquiera los Sahulur, o el dragón rojo. Le temen, Finn, y yo... —Dudó antes de decirlo—, no quiero cuestionar a tu maestro, pero, ¿estás seguro de que sus enseñanzas no tienen otra interpretación?
Nieve Nocturna dudó por un momento. Saber sobre Jack, lo que podía hacer, sobre lo que estaba pasando en el viejo mundo, cambiaban su visión. Para él, la magia consistía en dominar los cuatro elementos fundamentales, sin embargo, Gianna había hablado sobre un dominio total de la materia, de la vida, de la creación misma.
—Un poder como ese, Gianna, mi maestro sólo lo atribuía a Dios. Pero es imposible que el Dr. Relem sea Dios. No tendría ningún sentido. Puede que lo que Luna y yo sabemos no sea del todo correcto—respondió Nieve, llevándose una mano a su lampiña barbilla. Contrario a lo que pudiese pensarse, se notaba abierto a todas las posibilidades—. Nunca me sentí como un Rahkan Vuhl, después de todo. Luna y yo no podríamos hacer ni la mitad de los milagros que mencionas. Yo apenas puedo con el agua, el viento y el fuego, nunca he sentido mis células cuando hago magia. Ni siquiera tengo que pensar en lo que hago, simplemente puedo hacerlo. Es un sentimiento, un deseo, me vuelvo uno con lo que toco, lo entiendo y los elementos entienden mi voluntad. Tal vez, tal vez... ¡Tal vez soy su zneis! ¿Qué dices Luna?
La dragona dorada, que ahora descansaba cómoda, echada de costado, gruñó. Parecía una risa.
—El primero de tus zneis, no sé tú, pero a mí me parece posible.
—No sé qué decir, Finn —habló Gianna—. Esto es muy interesante. Puede que sean puntos de vista, perspectivas. ¿Te has preguntado si esa magia puede ser realizada de formas distintas? El método que Kail usa es muy parecido al tuyo. —La mujer se llevó una mano a la cabeza, comenzaba a dolerle por esforzarse tanto. Seguía lastimada, débil—. ¿Qué son los Rahkan Vuhl? ¿Qué sabemos sobre eso? Tal vez cualquier definición conocida es errónea, pero si de algo estoy segura, es de que esos poderes no son magia que pueda aprenderse, ni tampoco un regalo de Dios.
»Sólo conozco a una persona capaz de descifrar ese enigma. Ambos hemos estudiado el asunto por años, la investigación de Niel fue de gran ayuda. ¿No crees que sería buena idea reunirte con Jack? Si ambos conversáis, resolveríais muchas dudas entre vosotros, incluso podríais encontrar el camino a Dios, si de verdad existe.
Nieve Nocturna guardó silencio. Lo pensó, pero luego negó con la cabeza.
—No puedo hacer eso, Gianna. No a menos de que él venga —respondió—. Ya te he dicho que llevo años escondiéndome. No puedo quedarme mucho tiempo en el mismo sitio, los arqueanos me buscan. No soy bienvenido aquí, ya debes saber eso. Tal vez no tenga todas las respuestas sobre lo que es Luna, o sobre lo que somos, pero, si de algo estoy seguro, es que todo lo que hemos descubierto, los huesos de esos dragones, la magia, el nuevo llamado, todo es real. No sé si encontraremos a Dios, pero esa es nuestra meta, nuestra razón de vivir. Con la información que obtuve de Ikptu, estamos más cerca, Luna sabe que no está muy lejos de aquí...
—¿Cerca de qué? ¿Es que sabéis en dónde encontrar a Dios? —preguntó Gianna.
Nieve nocturna tomó aire antes de responder. Y mientras exhalaba, pronunció el nombre que había anhelado por tantos años.
—El maestro lo llamaba la Tumba de Dios. Sabemos que existe, Luna lo siente, pero es difícil encontrarlo. Hay pistas y señales que nos confunden. Sin una localización contundente, podríamos tardar la vida entera dando vueltas alrededor de ella.
Gianna respiró hondo. No le sorprendió mucho lo que escuchó.
—Tal vez quiera ayudarte, Finn, pero antes debes decirme algo. ¿Y esas criaturas, los zneis? —preguntó—. Son tuyas, ¿no es así? Las muertes de los Laktu, eres el culpable. Todo por llegar a esa... Tumba de Dios. ¿Crees que vale la pena?
Nieve desvió la mirada.
—Sí, lo valen. Como te dije antes, no me arrepiento. Es nuestra meta, y haremos lo necesario para lograrla, aunque nos cueste la vida. Seré responsable de todas las vidas tomadas, ahora y siempre.
Un gruñido de Luna se apresuró a interrumpir. Nieve sonrió de forma paternal.
—Soy el responsable, Luna, tú sólo actúas por instinto. Heredaste la desconfianza hacia a los humanos, pero yo no. Lo mío fue voluntad, decisión. Podría haber evitado matar a los Laktu, pero no lo hice.
—Finn...
—Esos zneis, esos híbridos, como los llamas tú, los creó Luna. Le pertenecen, la siguen, nacidos de la misma forma que los engendrados en el viejo mundo por el dragón rojo.
Gianna se quedó helada al escuchar lo último. Dirigió una mirada preocupada a Luna, cuya cabeza era visible. Sus ojos viperinos la observaban de forma retadora, como diciendo «atrévete a cuestionarme y morirás». Se estremeció.
—Ella... ¿Crees que ella pueda hacer lo mismo que el dragón rojo?
Nieve Nocturna miró a la dragona.
—No lo sé, Gianna —respondió—. No sabemos mucho sobre lo que puede hacer. Nuestro maestro nos guiaba bajo las pautas de la teoría de Dios, pero nosotros también dudábamos de que todo fuese real. Lo de los zneis lo descubrimos después de la muerte del venerable. Sólo funciona con otros reptiles, y aún no lo comprendemos del todo. Lo que sí sabemos, es que se volvió realmente útil para mantener nuestro territorio bien vigilado. Ella les da un poco de su poder, y ellos la obedecen. Llevamos mucho tiempo creándolos, esperando que mantengan lejos a los curiosos, para que podamos hallar la última pista que nos falta para encontrar la Tumba de Dios.
Gianna observaba a Finn con preocupación.
—Entonces tú... ¿de verdad has atacado ciudades arqueanas? Esa leyenda sobre ti, ¿es real?
Nieve nocturna asintió.
—La información sobre la leyenda de Dios se encuentra oculta en los códices de los Sahulur. Rul intellis, pequeños cristales en los que almacenan conocimientos. —El hombre sacó un pequeño cristal del bolsillo, uno de sus más recientes trofeos. El pequeño rul reflejó la luz de las llamas, brillo que también destellaba en los ojos azules del portador—. Atacar y conseguir la información faltante ha sido clave para llegar hasta aquí. La ayuda de esas criaturas será crucial para...
—¡Finn, no! ¡No puedes hacer eso!
Él la miró y su ira se encendió.
—Si supieras todo lo que esos ancianos ocultan, no los defenderías tanto. —Se había levantado, provocando que la mujer se asustara. Trató de controlarse enseguida—. Lo siento, yo no quise... Como sea, es necesario, Gianna. Si de verdad Dios existe, queremos verlo. Además, no se trata sólo de cumplir un capricho. Si todo resulta ser cierto, y Dios creó a los dragones, entonces su regreso es primordial para recuperar el mundo que alguna vez conocimos.
Gianna guardó silencio por un momento, luego suspiró, y sonrió.
—Así que sí estás luchando por algo, además de ti —dijo ella, en voz muy baja, más para sí misma que para él—. En ese caso, permíteme ayudar —habló con más fuerza—. Si tu meta es la misma que la nuestra, estoy segura de que puedo evitar que sigas matando arqueanos, a la vez que consigues la información que buscas. Créeme, tampoco confío en esos viejos, pero no está bien que manches tus manos con sangre humana, Finn. Ya hay demasiada muerte en el mundo, no formes parte de ella.
Nieve la miró sorprendido y apenado a la vez.
—¿Ayudarme? Es decir, me da gusto que quieras ayudar, pero, ¿cómo podrías?
Gianna lo miró de forma acusadora.
—Si crees que soy la misma niña que dejaste tirada en Nivek, Finn, estás muy equivocado —respondió—. Dame un bastón, que estoy segura de que te parto el cráneo.
Nieve arqueó una ceja.
—Dudo que pudieses.
—Podríamos comprobarlo.
—Vale —respondió él, encogiéndose de hombros—. Supongamos que es verdad. ¿De qué serviría eso?
—De nada, pero tenía que ponerte en tu lugar —dijo ella, cruzándose de brazos—. Lo que te gustará saber, es que tengo libertad de recorrer Arquedeus de cabo a rabo, algo que tú no. Gracias a la vida que he llevado, y a Jack, soy la gobernadora de una colonia de supervivientes. Si de verdad ese Dios existe, entonces puede que a cierto Rahkan Vuhl le interese saberlo. Él fue el primero en sorprenderse al escuchar un sobrenombre español como Nieve Nocturna, para empezar, le interesó tu existencia. El problema es que, he perdido la única forma que tenía para contactarlo, y no estoy segura de a dónde ha ido. Como eres un cabeza dura, sé que no me ayudarás a buscarlo, así que, mientras vuelve, trataré de encontrar esa pista que te falta en los archivos arqueanos. ¿Qué te parece? En Supra hay muchos Sektu, tal vez pueda obtener algo sobre lo que buscas, incluso encontré información sobre ti.
El hombre se sobresaltó.
—¿En Supra te dieron información sobre mí? Me sorprenden esos malditos azules. —Gianna le lanzó una mirada asesina—. ¡Vale! Esos malditos azules podrían ser de utilidad. Acepto tu propuesta, intentaré no matar más arqueanos, pero no te prometo nada.
—Finn, promételo.
Gianna lo observó, haciendo los ojos pequeños.
El hombre resistió la mirada con firmeza.
—No te prometo nada. Puedo afirmarte que lo intentaré, pero no más. No me retes, mujer.
La mirada de Nieve Nocturna era severa. No daba atisbo de cambiar su opinión. Gianna suspiró.
—Vale, creo que no puedo pedirte más. Apenas me recupere de... —Señaló sus vendajes con ambas manos—... esto, comenzaré con la búsqueda. Espero algún día comprender por qué odias tanto a los arqueanos. No son perfectos, pero actúan bajo su propio código de honor, igual que tú y Luna
El guardián de la cueva se cruzó de brazos. Liberó un gran suspiro. No estaba acostumbrado a ser cuestionado tanto. Hablar con otro humano por tanto tiempo, era algo que no experimentaba hace años.
—Tal vez algún día lo descubras tú misma. —Zanjó el tema—. ¿Entonces te irás? ¿Así sin más?
—¿Hay algún problema? —preguntó Gianna.
El hombre desvió la mirada.
—N-No, ninguno.
Gianna frunció el ceño. Vio al poderoso jinete de dragón ponerse nervioso, y sonrió de forma pícara.
—¡Ah, ya comprendo! —exclamó la mujer en tono juguetón—. Quieres que me quede un poco más, que te haga compañía.
Él se giró hacia ella, molesto. Lo había descubierto.
—¡¿P-Por qué querría...?! N-No... yo no...
Una risa draconiana se escuchó venir de la oscuridad.
—Lo quiere, ¿verdad Luna? —se atrevió a preguntar Gianna.
Un claro asentimiento de cabeza se notó en la criatura, que jugaba pasándose un hueso entre los colmillos. Nieve lanzó una mirada de odio, la cual fue respondida con una sonrisa burlona por parte de la dragona. Gianna también sonrió.
—No sé cuánto tarde en sanar esta herida. Puede que tenga que pasar muchos días aquí, en contra de mi voluntad. ¡Oh no! ¿Qué voy a hacer? Tendré que importunar al grandioso Nieve Nocturna todo ese tiempo...
—¿De verdad lo harás? —Interrumpió a la chica, con palabras sinceras—. Quiero decir, eh... Sí, sí, es la respuesta más lógica.
Gianna rio, divertida con la situación. Todavía le costaba trabajo creer que de verdad ese hombre fuese Finn. Alto, delgado y atlético, de ojos sagaces y una mirada dura que se ablandaba cada vez que conectaba con la suya.
—Espero que no te moleste atender a una chica moribunda.
El hombre sonrió.
—Creo que soy bueno cuidando mascotas.
—Ja, ja, mira cómo rio. De todas formas, las casas arqueanas son aburridas, ¿sabes? No hay peligro, no hay acción.
Nieve se notaba contento.
—¿No dijiste que eras gobernadora de una colonia? ¿No te estarás escaqueando de tus responsabilidades?
Gianna crispó su rostro en una expresión de culpabilidad más notoria de lo que debió ser. Se llevó la mano a la nuca y acarició su cabello.
—¿Qué puedo decir? Las responsabilidades no son lo mío —respondió ella—. Ahora devuélveme mi ropa antes de que me dé algo, pervertido.
Ambos rieron, mientras el hombre señalaba sus prendas, junto a ella, hechas jirones. Gianna podía parecer tranquila, pero no por eso dejaba de preocuparse. Con la esfera de lakrita, también se había perdido la forma para contactar a Jack. Por suerte Sibi estaba a salvo, en la academia, pero Kail estaba en un viaje indeterminado en compañía de Vanila. El momento para reunir a los dos últimos Rahkan Vuhl¸ con Nieve Nocturna y Luna Dorada, tendría que esperar a que los ríos del destino confluyesen. Y hasta que eso no sucediese, podría pasar tiempo con una persona que creía muerta.
Su plan para convencer a Finn no había salido del todo bien, sin embargo, aún había esperanza. ¿Qué pasaría si no lograba ayudarlo en su búsqueda? No quería pensarlo, porque le aterraba la respuesta. Esperaba poder salvar a su viejo amigo, sacarlo de la oscuridad, antes de descubrirla.
Así las piezas del ajedrez que se jugaba en el mundo seguían alineándose. Una guerra fría se había desatado, en la que cada bando tanteaba la mejor estrategia para alcanzar la victoria. Los Sahulur esperaban cualquier oportunidad para acabar con Jack, mientras que él yacía en el exilio, en pos de, lo que decía, les daría el mayor peso en la balanza. Gianna y Nieve Nocturna se habían unido en una alianza que no daría frutos a corto plazo. Lejos de ahí, en el viejo mundo, los dragones continuaban preparándose para el día del juicio final. ¿Quién se atrevería a mover, cuando la tensión se acumulaba más y más? El primero en hacerlo, debería tener la seguridad de que iba a ganar.
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