31. La Luna y la Nieve (III-IV)


—Gianna. —Escuchó una voz. Alguien la sostenía por los hombros—. ¡Responde! ¿De verdad eres tú? ¿Gianna Clemmens?

La mujer se llevó una mano a la sien, tratando de erguirse, pero la fuerza de alguien más la detuvo. Recordaba haber sido alcanzada por los colmillos del dragón, pero no sentía dolor, sólo un ligero malestar en todo el cuerpo.

—Espera, no te levantes, estás herida —dijo la voz de Nieve Nocturna—. Debes perdonar a Luna, ella no sabía qué pensar.

—¿Qué...? ¿Pero qué...? —balbuceó Gianna, tratando de enfocar su visión nublada.

Estaba recostada sobre una improvisada cama de trapos viejos. Seguía en la caverna, pero ya no atada. Rehn, caso aparte, yacía al fondo,  en el mismo sitio de antes, otra vez preso, malherido, mirándola con decepción y odio.

Lo sabía... Sabía que no era natural que vosotros fueseis... iguales. Quise creer que no, pero fui un tonto —habló Rehn, pero sus palabras no fueron comprendidas por Gianna. La gargantilla traductora había sido retirada de su cuello.

Cállate y ocúpate en lo tuyo. Disfruta tus últimos momentos de vida —respondió Nieve Nocturna, en un fluido arqueano.

Rehn desvió la mirada, furioso. A la luz del fuego, parecía una silueta lejana y sombría que le daba la espalda.

En ese momento Gianna se sintió terrible por no haber conseguido derribar a su captor. Sin embargo, después de ver cómo actuó la criatura draconiana, se daba cuenta de que su plan hubiese fallado de cualquier forma. Todo había sido causa de la impresión, la impresión de escuchar a Nieve Nocturna pronunciando su nombre.

Con un suspiro, la mujer decidió olvidarse un momento de Rehn para centrar la mirada en el hombre que tenía a su lado. Ahí estaba, pero ya no llevaba puesta su gabardina. Esa misma prenda larga ahora estaba sobre sus hombros, arropándola.

Nieve Nocturna acercaba un recipiente metálico, parecido al tazón con el que se alimentaba a los perros en el viejo mundo, con un líquido hirviente proveniente de la fogata. Mientras lo hacía, Gianna aprovechó para realizar el acto rebelde de levantarse, a pesar de la indicación recibida. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación le arrancó las palabras de la boca.

—Tú eres...

—¡Dije que no te levanta...!

Nieve Nocturna intentó detenerla otra vez, casi tirando el contenido del recipiente que tenía en mano al darse cuenta de lo que hacía la mujer. Había tratado de advertirle, pero ya era tarde.

En cuanto Gianna se sentó, la gabardina que la cubría cayó. Sintió una corriente de aire. Bajó la mirada. Su cuerpo estaba lleno de vendajes, vendajes que no alcanzaban a cubrir el resto de su desnudez.

Se puso roja y acalorada al instante. Pegó un grito y, a toda prisa, elevó la gabardina negra para cubrirse. Indignada, dirigió la mirada hacia el hombre de negro.

—¡Tú! —exclamó, furiosa—. Me... ¡¿Me profanaste?!

El hombre misterioso levantó una ceja. Respiró profundo para evitar reír con la pregunta, que más parecía una afirmación.

—Los colmillos de Luna. Lo siento —dijo él, señalando el sinnúmero de telares ensangrentados, al lado de Gianna—. Estarás bien, ya te hemos tratado.

Gianna suspiró. Estaba aliviada. Hacía tanto que no tenía nada de eso, como para haberlo vivido mientras dormía. Al pensar en ello, se sintió rara. Desde que había dejado de ver a Jack como un amor imposible para verlo como un miembro de su familia, había perdido el interés sexual. Lo extraño era que, imaginar lo que pudo haber pasado con Nieve Nocturna, le traía de vuelta aquellas sensaciones. No podía evitarlo, era atractivo.

—¿Te encuentras bien? Sigues roja, ¿tienes fiebre? —preguntó el hombre.

Al darse cuenta de que la observaba, Gianna bajó la mirada. Se sentía extraña. Los ojos del misterioso sujeto la transportaban a otra época.

—Finn —habló muy bajo, apenas audible.

—Por favor, no me llames así —replicó él—, dejé ese nombre atrás hace mucho.

Acababa de confirmarlo, sencillo y simple, sin tapujos ni misterios tontos.

Los sentimientos se agolparon en Gianna. Su corazón dio un brinco de emoción, de alegría. Y así, sin importarle el dolor, sin importar que la gabardina cayese al suelo, ni que el líquido hirviente se derramara al suelo, se estiró para abrazar a una persona que había creído muerta por tanto tiempo.

¿De verdad era Finn? No quería cuestionárselo, tan sólo creerlo. Si parecía él, se sentía como él, y decía ser él, entonces tenía que ser él.

—Finn... —volvió a murmurar, hundiendo su rostro en el hombro del que algún día fue su mejor amigo.

Nieve, sin saber muy bien cómo reaccionar, y abrumado por el contacto humano tan repentino, apenas pudo corresponder el abrazo. Lo hizo con torpeza, primero abriendo los brazos al aire, para después posarlos suavemente sobre la espalda de la mujer.

—Gianna... —declaró en voz baja—, entonces sí eres tú. No puedo creer que estés viva.

Entre sollozos, la mujer dejó ir una risa tranquila.

—¿Yo? —respondió—. No puedo creer que seas tú el que esté vivo. ¡¿Cómo es que...? Es decir, en Nivek, hace quince años... ¡Eres un tonto!

Y lo golpeó en la espalda, sin despegar su rostro de él. No quería que la viese así, no quería que notara que derramaba lágrimas, pero era imposible.

Nieve Nocturna rio ante ese gesto. Una parte de él, enterrada bajo años de dureza y odio acumulado, se debatió por salir. La calidez humana que producía abrazar a su vieja amiga, le traía a la mente recuerdos, emociones, sentimientos... algo que él creía haber dejado atrás.

—Sigues siendo temperamental, ¿eh? —habló tratando de ocultar una voz quebrada, con gran éxito.

—Y tú no dejas de ser tú, a pesar de todo... todo esto —dijo Gianna, separándose del hombre y señalándolo por completo.

Para Gianna, Finn había cambiado demasiado. No quedaba nada del joven regordete y torpe, además del cabello rubio y los ojos azules. Ahora lucía fuerte, imponente, aterrador. Cicatrices cubrían la piel de su rostro, cuello y brazos. Debajo de la ropa, probablemente el resto de su cuerpo seguiría el mismo patrón.

—Cúbrete, te vas a resfriar. Tu cuerpo ya hace suficiente luchando para recuperarse. —El hombre levantó la gabardina negra y la acomodó con delicadeza sobre los hombros de la aludida—. Ya no soy el mismo que recuerdas, Gianna, ¿no lo ves?

La mujer sonrió, sosteniendo la prenda con las manos para evitar que cayese otra vez. En su rostro, las líneas de expresión que se habían perdido a lo largo de los años, esas que dibujaban las sonrisas reales radiantes, volvieron a dibujarse a la luz del fuego.

—Eres el mismo atolondrado y malhumorado —estipuló, recordando aquella ocasión en la que no podía abrir siquiera la envoltura de una barra nutritiva—. ¿Qué es todo eso de «voy a mataros», ¿eh? ¿Y lo de Nieve Nocturna y Luna Dorada? —De pronto, al mencionar el último nombre, su risa se convirtió en una exclamación de asombro—. ¡No me digas que...! Luna es.... ¡¿Luna es Bertha?!

El hombre infló el pecho con soberbia ante tal acusación de infantilidad. Estuvo a punto de responder, pero inhaló profundo y se calmó.

—Esos nombres ya no existen, igual que nuestra vida anterior. Ahora sólo estamos los dos. Yo soy la ventisca que se desata en la noche, ella luz de luna que ilumina el horizonte. Nieve nocturna, luz de luna dorada, es lo último que ven nuestros enemigos. Lo que te digo es cierto Gianna, no soy el mismo de antes, y deberías tenerlo en cuenta. Soy peligroso, Luna es peligrosa, y tú... No quisiera, pero no puedo permanecer cerca de ti.

La mirada de Gianna se tornó seria tras esas palabras.

—¿Qué estás diciendo? Esas son tonterías, ¿no lo ves? Todos hemos cambiado, somos diferentes. Este mundo nos ha obligado a hacer cosas que nunca haríamos. Esa iguana y tú... —Un gruñido se escuchó desde la oscuridad, Gianna se estremeció—. Vale, vale, lo que sea que Luna sea ahora. Debisteis haber pasado por lo mismo.

Nieve Nocturna negó con la cabeza.

—No lo creo —respondió—. Es diferente. Ya has escuchado a ese arqueano, ¿no? Somos asesinos. Y yo... Mentiría si dijese que no disfruto lo que hago. No soy como tú, Gianna, mi humanidad se perdió, ya no existe. Me da gusto saber que estás bien, pero... lo mejor es que no volvamos a vernos.

Con un gran respiro, un incómodo silencio se apoderó de la escena. Ni Rehn, ni Luna, nadie articuló sonido alguno por casi un minuto.

—Después de quince años... —habló la mujer—. ¿Cómo puedes decir algo así?

—Yo... —comenzó a decir el hombre, pero ella interrumpió.

—¿Podemos hablar de esto? —preguntó Gianna.

Él la miró de forma suspicaz, luego a la oscuridad, cuestionando a Luna sin decir palabra alguna; tras unos segundos, devolvió la vista a su vieja amiga y asintió con la cabeza.

—Podemos —respondió—. Sin embargo, si lo hago, si te cuento la historia, la oferta de irte habrá terminado. Tendrás que quedarte aquí, para siempre.

Gianna se estremeció.

—¿Q-Quedarme? —preguntó ella.

Nieve Nocturna asintió.

—Cuando sepas sobre nosotros, no puedo dejarte volver con los arqueanos. Sería peligroso, para ti, para mí, para Luna, para todos. Ellos son peligrosos.

—Finn, tú no... No sabes lo que está pasando, lo que hemos conseguido. ¿Has escuchado hablar de Tanah Baru? Yo podría...

—Es mi condición, si te cuento mi historia, no puedo dejar que te marches.

En definitiva, Finn se había vuelto mucho más testarudo y seguro de sí.

Gianna meditó las opciones. Saber que su viejo amigo estaba vivo le había traído una gran felicidad, tanta, que todavía no sabía cómo asimilarla. Llevarlo a Tanah Baru era la opción más viable. Si Jack supiese de Finn, de Bertha, todo podría ser diferente. No podía siquiera imaginar la sorpresa que le causaría saber la razón de por qué el nombre de Nieve Nocturna se escribía en español. ¿Qué era Luna Dorada? ¿En qué se había convertido la iguana? Quizás en ella residiera la clave para comprender al dragón y a los híbridos, pero nunca lo sabrían sin reencontrarse.

Quedarse en esa cueva era completamente impensable. Sin embargo, Nieve Nocturna parecía hablar en serio. Gianna no podía permitirlo. Si él se comportaba como un cabezota, entonces ella tendría que pensar por los dos. Lo haría, aún no sabía cómo, pero ya encontraría la manera. Sin que él se diese cuenta, conseguiría que la acompañara a Tanah Baru, para conocer a Jack cuando él regresase de su viaje.

Jack... Al pensar en Jack, Gianna se llevó las manos a los costados por inercia. Un escalofrío la recorrió al darse cuenta de que no estaba. La esfera de lakrita que la conectaba con el Rahkan Vuhl no estaba. Buscó a su alrededor con la mirada, pero tampoco la vio. La había perdido en el bosque, junto con el abrigo de pieles.

—¿Buscas algo? ¿Ya estás pensando en cómo marcharte? —preguntó Nieve, dolido.

—N-No... —respondió Gianna—. Es sólo que, Finn, no puedo quedarme. Yo también tengo cosas que contarte. Si las escuchas, puede que el que cambie de opinión seas tú.

El hombre tomó una bocanada de aire, decepcionado.

—Lo siento, Gianna, si no puedes con ello, tendré que pedirte que te marches apenas sanen tus heridas. Por tu propio bien, no preguntes más de la cuenta, ya he hablado suficiente hasta ahora.

Gianna sintió que su corazón se rompía. No sabía por qué, pero Finn no sonaba como Finn. Su voz era seria, prudente. De verdad trataba de protegerla de él mismo. Había cambiado, sí, tenía razón, pero ella tampoco era la misma. La impulsividad ya no la dominaba. Con la debida estrategia, con la debida lógica, no tenía por qué haber un drama innecesario.

—Espera... —habló Gianna, mirando al hombre con decisión—. Escucharé tu historia.

El duro rostro de Nieve Nocturna se iluminó con alegría ante la declaración.

—¡No he terminado! —se apresuró a agregar la chica, al notar un posible malentendido—. Escucharé tu historia, ¡pero!, después tú escucharás la mía. Sólo entonces, si consideras que debo quedarme, me quedaré. Si no, volveremos a discutirlo. ¿Estás de acuerdo?

El hombre frunció el ceño. Sus facciones, aunque finas, intimidaban.

—Gianna, yo no...

—Vamos sólo di que sí, no tienes nada que perder.

Él suspiró, derrotado.

—¿Y cómo sabrás que no mentiré al responder? Podría contarte mi historia y no dejarte marchar sin importar lo que digas.

Gianna se encogió de hombros.

—Entonces te odiaría y encontraría la manera de escapar algún día. A menos de que me mates, te aseguro que no podrás evitarlo.

El hombre tragó saliva al escuchar la dura amenaza.

—Va... Vale —dijo él. Y sonrió con melancolía—. Sigues dando miedo, ¿sabes?

Gianna correspondió el gesto con timidez.

—Y tú... ahora das miedo.

—¿Es eso un cumplido?

—Yo que sé. Entonces, ¿hay trato?

—Vale, hay trato, te contaré mi historia y escucharé la tuya.

Gianna asintió con seriedad.

Nieve Nocturna se sentó sobre una roca, junto al fuego. Rehn observaba, tanto a Finn como a Gianna con gran frustración. Al notarlo, ella desvió la mirada, apenada.  Sin el traductor, el arqueano había sido ajeno a la conversación hablada en español todo el tiempo, pero eso no evitaba que comprendiese la cercanía entre los dos. Las acciones de Gianna parecían, para él, una gran traición a Arquedeus.

Muchos retos se le presentaban a la superviviente del viejo mundo, pero todos podían tener la misma solución. Con el calor de la bondad, Gianna intentaría apaciguar la frialdad de Nieve Nocturna.

.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top