31. La Luna y la Nieve (II-IV)

Música ambiental recomendada: Audiomachine - Rise of The Black Curtain Extended.

Nieve Nocturna y Luna Dorada. El hombre se mostró satisfecho ante la reacción de miedo en los rostros de Rehn y Gianna, se sentó junto al fuego y comenzó a afilar su espada con una roca. La ponía al calor de las llamas, y luego tallaba, produciendo un sonido metálico, sacando chispas.

Gianna seguía consternada, maquinando mil y una posibilidades. De entre todas ellas, había una que encajaba a la perfección, pero no quería arriesgarse a señalarla como correcta con la revelación tan fresca. Necesitaba entender, tan sólo un poco más.

Rehn estaba en silencio, sin saber muy bien qué hacer. La mujer le dirigió una mirada triunfal, mostrando con discreción sus manos libres, pero Rehn negó con la cabeza como diciéndole «espera, aún no». El arqueano miraba sorprendido a la mujer cuya blanca piel coincidía con el color de la de su captor.

—Me causasteis muchos problemas —habló el hombre que afilaba su arma. Gianna dio un respingo—. Tú no. Él y los suyos.

Había señalado a Rehn, sin siquiera voltearlo a ver.

—¿De qué estás hablando? —dijo el Laktu, moviéndose muy despacio hacia donde estaba Gianna.

Al notarlo, ella comprendió al instante. Estaba interponiéndose en el campo de visión entre Nieve Nocturna y ella, para que pudiese desatarlo. Eso la hacía sentir más tranquila. No era ninguna tonta, y se había dado cuenta del parecido en el color de piel; Rehn podría haber juzgado fácil la situación, pero no lo hizo.

—Tus plateados —siguió hablando Nieve, mientras Gianna, con sus manos libres, intentaba liberar a Rehn con ayuda de una roca afilada—. Si no hubiesen venido al bosque, nada de esto hubiese sucedido. ¿Es que los ravahl no son suficiente advertencia?

Rehn frunció el ceño. Era un hombre de cabello negro y corto, ojos verdes y piel morena. El vello facial le cubría medio rostro, pero se notaba que apenas crecía por la juventud. Rondaba los veinte años de edad. Vestía el traje negro de combate característico de los Laktu y los Noktu, como el que usaba Vanila, aunque sin el aditamento más importante: la capa.

—Es nuestro trabajo el asegurar el bienestar del Sahulur y la hiralta —explicó Rehn, sin mayor reparo—. Mi deber era encontrarte, y lo hice. ¿Esperabas otra cosa?

El hombre de negro suspiró por la altanera respuesta del arqueano.

—Cierto es que no. Habéis actuado igual que siempre, viniendo tras de mí a pesar de las advertencias —respondió con naturalidad, dando un vistazo al filo de su espada. No conforme con sus resultados, siguió frotándola contra la piedra—. Tenía la esperanza de que tuvierais un poco de sentido común. No es hábito para vosotros. Sólo seguís órdenes, sois entes sin mente propia. Me dais pena.

Gianna siguió su trabajo, mientras Rehn distraía a Nieve Nocturna. Todavía no sabía qué harían cuando lo lograsen, pero, por ahora, era lo mejor que tenían.

—¿Advertencias? ¿Matar personas es una advertencia para ti? Ser un Laktu es todo un honor —continuó hablando Rehn—. Servir al Sahulur, servir a la hiralta es lo que siempre he deseado. Yo no lo llamaría «seguir órdenes». Mi vida es peligrosa por decisión propia, pero tú, ¿qué es lo que eres? —Rehn miró a su alrededor—. Dices que damos pena, pero veo tu estilo de vida y... Tú eres quien da lástima. No eres más que un salvaje, un asesino.

El hombre de gabardina rio.

—¿Debería negar algo de lo que has dicho? No, tienes razón. Me halagas. Luna y yo somos salvajes. ¿No es así, Luna? —lanzó la pregunta al aire, y un sonido gutural le respondió desde las sombras—. ¿Lo ves? Ella está de acuerdo.

«¿Ella?», se preguntó Gianna. Frunció el ceño y siguió con su cometido. El sentimiento de duda que la invadía se volvía más fuerte a cada instante. El hombre que tenía delante, claramente no pertenecía a Arquedeus, sino al viejo mundo.

—No sé qué planeas, salvaje —dijo Rehn, dirigiéndole una mirada furiosa a Nieve Nocturna—, pero los Sahulur te detendrán. Si tienes algo que ver con todo este asunto de los ravhal, pagarás caro tu rebeldía contra Arquedeus. Eres una amenaza.

El hombre se echó a reír con ganas, dejando que el eco de su risa resonara por unos segundos antes de retomar la palabra.

—¿Rebeldía? ¿Cómo puedes ser rebelde hacia algo de lo que no formas parte? Ah, no importa, casi olvido que os sentís los amos del mundo.

—¡Estoy hablando de...!

—No necesitas decir más —dijo el hombre de negro, y se levantó—. No necesito saber nada de ti, porque no me importa. —Caminó hasta él—. Conoces la historia, ¿no? Es real, tal vez peor de como es contada. Soy un asesino. Traigo la muerte a todo aquel que se interponga en mi camino. Sahulur, Laktu, Noktu, Sektu, no importa quien sea, si me estorba, desaparece. Deberías estar agradecido, Luna y yo sólo hacemos lo que nadie más tiene el valor de hacer. Vuestros líderes son un puñado de escoria. ¿Crees que me importa mataros, a ti y a los tuyos? Vuestras vidas no me interesan. ¿No te das cuenta? Si tu huina no hubiese venido a buscarme, ahora estaríais todos a salvo, lamiendo las botas de vuestros falsos profetas.

Nieve Nocturna realizó un movimiento ágil que dejó a ambos cautivos petrificados. Blandió su espada y empujó el filo contra el cuello de Rehn, causándole un fino corte apenas visible. El arqueano lo miró directo a los ojos, sin una pizca de miedo. Gianna se quedó pasmada por la cercanía, le faltaba poco para desatar a Rhen, pero si el hombre permanecía en esa posición, no lo lograría.

—Haz lo que tengas que hacer, salvaje —dijo Rehn, apretando su cuello contra el filo de la espada.

El hombre de negro levantó una ceja. Debido a su inclinación, una tétrica sonrisa alcanzaba a divisarse bajo el cuello de la gabardina. No procedió. Separó su espada de la piel de Rehn. Lo miró de cerca para susurrar a su oído unas poco complacientes palabras: «no aún».

Un rugido furioso inundó la caverna. Fue un sonido estremecedor, que hizo vibrar no sólo los tímpanos, sino cada órgano interno de los presentes. Era como escuchar a diez leones rugiendo a la vez. Un sonido que sólo podía ser descrito... como el rugido de un dragón.

Gianna no podía creerlo. Cada híbrido tenía un rugido distinto, y ese último no encajaba con ninguno de ellos. Lo más cercano a eso, era el rugir del gigante rojo. Aterrada, dirigió su mirada hacia la oscuridad, preguntándose si, de verdad, ahí habría un dragón.

El ambiente se tensó, al menos hasta que alguien aminoró el momento con una risa potente.

—¡Ja! Lo siento, Luna —dijo Nieve Nocturna, que también había pegado un salto con el rugido—. No estoy jugando con tu comida, tan sólo... Vale, vale, tal vez sí estaba jugando un poco. Ya paro. Pero que sepas que tú no eres la que sufre cuando comes humanos, ¿sabes? El hedor es insoportable... —Esta vez un gruñido lo interrumpió—. Sí, sí, ya lo sé. Vale, olvídalo.

Gianna escuchaba hablar al hombre, solo, sin recibir respuesta de nadie. Se comunicaba con la criatura de alguna manera incomprensible para los demás.

—¡Esa cosa es un monstruo! —exclamó Rehn, temeroso.

El hombre, que seguía cerca, a centímetros de ellos, le dirigió una expresión intimidante.

—Ya lo has visto, ¿no? —dijo Nieve—. No quiere que siga hablando contigo, pero... —El hombre dirigió su mirada hacia Gianna. Ella denotaba un terror aún mayor plasmado en el rostro—. Tú sí que me intrigas. ¿Por qué te pones así? ¿Has escuchado antes el rugido de un dragón?

La mujer entrelazó miradas con su captor. Él la observaba con profundidad, como si atravesara su alma y leyese la verdad. Ese hombre tenía algo que la hacía estremecerse, pero sus ojos, esos ojos azules, eran iguales a los de alguien que conocía.

—¿Yo? —preguntó Gianna, sin saber muy bien qué decir—. ¿Es porque no soy arqueana?

El hombre se acercó hacia ella, dando como resultado el que Gianna se alejara, replegándose hacia la pared rocosa, soltando las ataduras de Rehn sin lograr liberarlo.

El rostro de Nieve Nocturna estaba muy cerca, oculto debajo de ese cuello largo, con ese par de ojos mirándola directo a los suyos.

—Eso me intriga, mujer —dijo él, con esa voz fuerte. Un movimiento certero bastó para atrapar la barbilla de Gianna con una mano. Agachándose hasta su altura para observar su rostro, manipulando la posición como si la inspeccionase, volvió a hablar, esta vez en menor volumen—. Te pareces a alguien..., pero eso es imposible. Dime tu historia, ¿quién eres? ¿Cómo escapaste de Elix? Tu mundo estaba condenado, creí que todos estabais muertos o sin memorias. Usas ropas arqueanas, así que de algún modo te aceptaron. ¿Qué hiciste para conseguirlo?

Gianna frunció el ceño. Que hablara de esa manera denotaba que sabía sobre el destino que alcanzó al viejo mundo, pero ignoraba las noticias recientes sobre Tanah Baru. La mujer guardó silencio un momento, pensando en cómo sacar ventaja de la situación.

Juntó valor, y a pesar de sentirse abrumada por la atemorizante presencia del hombre, logró dibujar una sonrisa en su rostro.

—Dime la tuya, y te diré la mía —respondió al fin.

Tenía que hacer tiempo, pues desde su posición, notaba como Rehn usaba la roca de las paredes para terminar el trabajo no concluido con sus ataduras.

—Eres audaz, mujer —dijo el hombre—. ¿Sabes que no estás en posición de solicitar información? Lo que hago aquí no te concierne, sin mencionar que mis asuntos van más allá de tu entendimiento humano.

La fuerza con la que Nieve manipulaba el rostro de Gianna, hacía que sus mejillas se deformaran, levantando sus labios como un pez. Sin embargo, al escuchar lo último, no pudo evitar reír, tensando los músculos de su rostro, provocando que la soltase.

—¿Mi entendimiento humano? —cuestionó ella, todavía riendo—. ¿Y tú no eres un humano? ¿Entonces qué es usted, legendario Nieve Nocturna?

No podía decirlo con seguridad, debido a la vestimenta que ocultaba el rostro del hombre, pero juraría que, tras esas últimas palabras, notó un ligero rubor en él. No podía evitarlo, le recordaba a alguien. Podría estarse equivocando, podría estarse metiendo en problemas de forma estúpida, pero con cada una de las respuestas que daba Nieve Nocturna, Gianna sentía más y más que estaba hablando con «él».

—A-así es... humana —balbuceó, pero al instante dio un manotazo en la roca, junto a la cara de Gianna, para recuperar control de la situación—. Hace tiempo fui como tú, pero ahora soy más que eso. T-Tú, podrías considerarme un dios.

Mientras los dos hablaban, Rehn terminó de romper sus ataduras. Se había levantado y ahora se acercaba muy despacio. El arqueano se notaba listo para actuar, con Nieve Nocturna distraído. Si Gianna correspondía al ataque, entre ambos podrían capturarlo, y luego... luego ya verían cómo lidiar con la mística criatura que yacía entre las sombras.

—¡¿U-Un dios?! —Gianna titubeó, forzando una risa falsa. Moría de miedo, pero no lo aparentaba—. ¿Por qué un dios caminaría entre los mortales, y por qué un dios tendría la necesidad de atarnos las manos con simples cuerdas?

El hombre se echó para atrás. El movimiento hizo que Rehn detuviera su avance.

—¡Suficiente! —dijo Nieve—. Deja de evadirme, mujer, y dime, ¿cuál es tu nombre?

El rostro de su captor lucía más curioso de lo que debería, cosa que despertó un sentimiento de triunfo en Gianna. Ese era el momento. Era hora de confirmar lo que había estado pensando.

Inhaló profundo. Le dirigió una mirada fugaz a Rehn, señal que ambos comprendieron: atacarían en cuanto dijese su nombre.

—Mi nombre es... —Se levantó, movimiento que Nieve Nocturna siguió, sin quitarle la vista de encima. Al estar de pie, Gianna demostró ser bastante más baja, pero no por eso menos temible—. Mi nombre es Gianna.

El resultado fue inmediato. El hombre abrió boca y ojos en una expresión de sorpresa, la cual fue matizada al instante con un alarido. Rehn había saltado sobre él, capturándolo por el cuello con un movimiento ágil y fugaz ahogándolo. Algo rugió en las sombras, se escucharon pasos. Si Gianna completaba el ataque a tiempo, por delante, habrían conseguido reducir a Nieve Nocturna, y podrían centrarse en huir del dragón. Sin embargo...

—Gi... Gianna... Gianna Clemmens... —murmuró el hombre de negro, tosiendo y llevándose una mano con dificultad para intentar liberarse de Rehn.

Durante ese instante, la mirada de Nieve Nocturna cambió, haciéndolo lucir indefenso, dudoso, débil. No parecía estar luchando contra la fuerza del capa plateada, sino contra la revelación que ese nombre significaba.

La mujer saltó sobre él. Los tres cayeron al suelo.

En conjunto con el revuelo, el sonido de placas metálicas arrastrando por el suelo acompañó a las grandes pisadas que aparecieron por detrás.

Todo fue muy rápido. Gianna y Rehn forcejeaban contra un atontado Nieve Nocturna, cuando afilados colmillos se clavaron en el torso de la mujer, perforando su piel y levantándola con una abrumadora fuerza. Un coletazo impactó en el cuerpo de Rehn, rompiéndole las costillas y lanzándolo contra un muro.

El hombre de negro se levantó. No había sido el perpetrador del sádico acto. Dos enormes ojos amarillos parecían bailar en la oscuridad debido a la velocidad con la que la dragona dorada zarandeaba a su presa en el aire.

Una ráfaga de viento recorrió la caverna, originada por Nieve Nocturna. Con los ojos muy abiertos por la impresión, miraba la escena y llamaba la atención del gran reptil.

—¡Luna espera! —gritó, usando el viento para arrebatar el cuerpo de la mujer de las mortíferas fauces que la aprisionaban.

La dragona la liberó. El cuerpo cayó al suelo, inmóvil.

La sangre fluía sin control de las heridas abiertas de Gianna, heridas dejadas por colmillos del tamaño de medio brazo.

Nieve Nocturna corrió para sostenerla en brazos. La mirada de la mujer se perdía hacia la infinita oscuridad. Aún guardaba un poco de consciencia. Y ahí, estando al borde de la muerte, se dio cuenta de la verdad. En esa temerosa mirada, en esos ojos profundos de color mar, logró ver a la verdadera persona que tenía delante.

Nunca había sido difícil, en realidad. No era el mismo aspecto, ni tampoco su forma de hablar, pero aunque la ropa, cuerpo o comportamiento fuesen distintos, su corazón era igual. Ya no podía negarlo más. Al verse reflejada en esos ojos llenos de confusión, se vio remontada en el tiempo, quince años atrás, cuando trabajaba en un laboratorio en compañía de Jack, de Niel, de Zenna, y de un joven regordete... llamado Finn.

La impresión, el dolor y la confusión la hicieron sentirse cansada, mareada, loca, hasta que perdió el conocimiento. Ya no tenía duda, no había vuelta de hoja, no había más misterio. Nieve Nocturna, aquel que la sostenía en brazos durante su último aliento, era Finnister Gupper, su viejo amigo.



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