27. Los cráneos no tienen ojos (III-IV)
Movimientos coordinados que se conectaban entre sí, guardias, esquives, contrataques y técnicas certeras tenían lugar. A pesar de que el tiempo sobre la arena era de tres minutos, los combates nunca duraban tanto. Algunos no pasaban de los diez drag —aproximadamente treinta segundos—, la habilidad de los contendientes permitía que cumpliesen el objetivo más pronto que tarde. Cualquier desliz significaba la derrota.
Aunque había de todo en la hiralta. Por ejemplo, en ese momento, un niño de mejillas infladas y una niña pecosa de cabello enmarañado, protagonizaban una escena triste. Ambos eran malos, carecían de habilidad. Tropezaban, fallaban, olvidaban la técnica. Siempre hacían pareja juntos para evitar ser humillados, pero eso sólo empeoraba la situación.
—No, no, no. ¡Tama, tu guardia! ¡Marala, no retrocedas más! —El kunul, que normalmente daba instrucciones a quien iba perdiendo, solía volverse loco siempre que esos dos pasaban al frente—. ¡Ay, es suficiente! ¡Los siguientes!
Marala y Tama volvieron a sus lugares, sin victoria ni derrota. Tendrían que mejorar si no querían terminar como marginados, incapaces de cumplir con cualquier rol en la sociedad.
Una nueva pareja sustituyó a la anterior en la arena. Jíru lucharía contra su amiga, Namid, y esta vez el combate prometía ser más espectacular. Namid, de complexión delgada, era muy ágil, mientras que Jíru era grande y fuerte como un roble. Sibi, que yacía sentada observando, los reconocía. Eran amigos de Íru, el niño molesto que la había empujado hace unos momentos. Al mirar la actitud altanera de los críos, no alcanzaba a comprender cómo, teniendo tal habilidad, la empleaban en molestar a otros. En el mundo del que ella venía, las personas morían día a día. Pelear entre personas, y no contra híbridos, lo veía como un total desperdicio de energía física y mental.
El kunul marcó el comienzo. ¿Cuál sería el resultado de enfrentar a una liebre ágil contra un fornido mastodonte?
Namid rodeó a Jíru. Se movía rápido, tanto, que era difícil seguir el patrón de sus pies con la vista. Con su contrincante rondando como si fuese un insecto molesto, Jíru se quedó plantado a la mitad de la arena, sin moverse. Los ataques comenzaron a llover para él, una tormenta de puños y patadas. Sin embargo, él recibía, bloqueaba o esquivaba todos y cada uno de ellos. Su pesado cuerpo soportaba los veloces, —pero débiles— golpes de la niña, sin causarle mayor problema. Finalmente, a pesar de sus esfuerzos, Namid terminó cayendo de espalda al suelo debido a un tropezón por el cansancio. Y a pesar de que Jíru ganó, no hubo vítores ni palabras de apoyo. Tanto él, como Íru y Namid, eran los alumnos más temidos de la clase.
—Para la próxima quiero que hagas algo más que quedarte parado, Jíru —habló el kunul. El crío gruñó como respuesta antes de volver a su lugar, arrastrando a Namid con él.
El siguiente en pasar al frente fue el chico solitario que Sibi envidiaba. Kull, lo llamaban. El kunul lo llamaba a la arena con un suave silbido. Él, al igual que Sibi, era mayor que el resto. Nadie sabía su edad, pero de ahí venía el sobrenombre que le habían puesto. Kull... significaba «retrasado».
Estando de pie, al frente, lucía apacible, muy tranquilo. Sibi no entendía por qué lo apartaban, y por qué lo llamaban retrasado. Su aspecto físico era mucho mejor que el de cualquiera, alto, fuerte, complexión delgada y ágil. Siempre tenía los ojos cerrados.
El oponente de Kull sería un niño de aspecto normalucho. Ambos se pusieron en posición de combate. Se notaba que dominaban, por lo menos, los aspectos básicos del combate arqueano. Sibi no sabía qué esperar, pues era la primera vez que vería al chico misterioso pasar al centro.
—¡Comenzad! —gritó el kunul.
Un súbito silencio siguió sus palabras. Ninguno atacó.
Kull no se movía, guardaba su distancia marcando un medio círculo invisible con el pie izquierdo. Estaba estático, en una guardia tan perfecta, que lucía impenetrable. Era muy extraño que, a pesar de estar en un combate, siguiese con los ojos cerrados.
Entonces Sibi notó algo, la razón por la cual, la guardia de Kull lucía tan perfecta, se debía al viento a su alrededor. Era extraño, como si el aire temblase ante su presencia. Cada una de sus profundas respiraciones, atraían el viento hacia él, compactándolo, fortaleciéndolo. Sin embargo, cuando Kull recibió el primer golpe, ese viento se disipó sin ningún efecto, como si nunca hubiese estado allí.
Kull esquivó el primer ataque con gran celeridad. Sin rendirse, el contrincante se impulsó con una de sus manos, lanzando su cuerpo hacia arriba para un segundo ataque. Sibi creyó que lo un segundo esquive tendría lugar, pero se sorprendió al ver cómo la cabeza de Kull quedaba atrapada entre las piernas del oponente.
Estaba perdiendo y no abría los ojos. Sonreía. Atrapado, estrangulado... sonreía. Kull movió su cuerpo para desviar el peso y catapultar al agresor en el aire. No sólo era hábil, sino también fuerte. Había logrado agitar al otro chico en el aire para hacerlo impactar contra el suelo, arrebatándole el aliento con el impacto.
Estando en el suelo, adolorido, el oponente de Kull se rindió. Sibi estaba sorprendida, la defensa de Kull había consistido sólo en un movimiento básico, de los primeros que enseñaban, pero empleado de forma certera y directa.
Tras recibir la victoria, el chico de ojos cerrados salió de la arena a paso lento, en silencio. Sibi lo siguió con la mirada hasta que volvió a sentarse en un sitio apartado del resto.
El kunul llamó al siguiente combate. Alguien pasó al frente.
—Radika... ¡Radika! ¿Otra vez perdida en tus pensamientos? Es tu turno.
Sibi seguía tan centrada en el misterioso Kull, que ni siquiera había caído en cuenta de que el nuevo contendiente que estaba de pie, en el centro de la arena, la señalaba como requisición de oponente.
Sibi se impactó, su corazón comenzó a palpitar de prisa y muchos pensamientos la invadieron. «¿Ahora? ¿Tan pronto?», no se sentía preparada. Observó al kunul con unos ojos que denotaban miedo. Él torció la boca. En ese momento, Sibila pudo notarlo: decepción en su mirada. Nunca nadie la había mirado así, y algo se revolvió en su estómago al sentir el peso de esa reacción.
—Perdedora, es peor que Kull —dijo el niño que la esperaba al centro de la arena. Era bajito, delgaducho y de cabello lacio alborotado. Se cruzaba de brazos, dirigiéndose a Jíru y Namid—. ¿Por qué nos asignan gente así? Este gyro está lleno de inútiles.
El kunul le dirigió una mirada severa al muchacho.
—Íru, silencio. Ella no es como tú, o como nosotros. Debes entender que...
Sibi escuchaba las palabras y se sentía cada vez peor. ¿Que no era como ellos? Era verdad, no lo era, se sentía diferente en todos los sentidos. Los niños arqueanos, a pesar de ser menores que ella, eran más talentosos y fuertes. Nunca podría hacerles frente.
Su barbilla comenzó a temblar, pero trató de controlarse. «No... no debo», se dijo a sí misma, mordiéndose los labios y cerrando sus ojos con fuerza para atrapar las lágrimas. Nunca demostraría sus emociones frente a otros.
El kunul siguió reprendiendo a Íru, mientras Sibi desviaba la mirada al piso. Las palabras del kunul trataba de ayudarla, pero la hacían sentir mal, inferior. Recordaba los horrores que tuvo que vivir por tantos años y se preguntaba por qué, ¿por qué ahora, que supuestamente había encontrado la paz, se sentía como si estuviese rodeada por otra clase de monstruos? ¿Por qué las personas eran crueles, algunas incluso sin darse cuenta de ello?
En este momento sólo quería irse, decir no, correr a su dormitorio y abrazar a Rex. Al día siguiente volvería con Gianna y le pediría disculpas por fallar. No quería hacerlo, ya no más. Le gustaba la academia, pero el entrenamiento físico era tan malo que superaba lo bueno.
El kunul miraba a Sibi dubitativo, todavía con esa lástima marcada en el rostro. La niña, por su parte, seguía martirizándose con todo tipo de pensamientos.
Estaba a punto de levantarse y salir corriendo, cuando escuchó algo que atrajo su atención: una tos, y luego un silbido. Curiosa, dirigió una mirada al origen: Kull. Él sonreía, asintiendo con la cabeza. Sin saber por qué, de alguna forma, Sibi se tranquilizó. Fue como si el sonido le hubiese dado paz. Meditó lo ocurrido por unos segundos, y recordó por qué lo envidiaba. Él era un rechazado, era diferente y eso no le impedía participar en lo que la sociedad le pedía que hiciera. Kull no se dejaba intimidar, y eso es lo que lo hacía fuerte.
Sin saber lo que hacía, Sibi levantó la cabeza para mirar al kunul. Sin Gianna cerca, Kail o Jack, ni tampoco Rex, supo que ese era un problema al que tendría que enfrentarse sola. El mundo era duro, en cualquier parte, y no siempre iban a estar con ella las personas que la protegían. Tendría que aprender a hacerlo por sí misma.
Todos se quedaron callados cuando Sibi aceptó el reto, pero enseguida comenzaron a reír.
—¡Silencio! —exclamó el kunul, aun dudando de la situación—. ¿Estás segura? —Sibi asintió de nuevo. El instructor arrugó la frente—. Está bien, tú decides. Pasa al frente.
Temblando, Sibi se levantó y comenzó a caminar hacia Íru, quien la observaba con una mezcla de incredulidad y compasión. Un ligero revuelo se levantó entre los presentes al ver que la extranjera iba a hacer su debut en la arena de práctica. Estaba aterrada, nunca había pensado en luchar contra otro ser humano y, aunque su cuerpo había aprendido algunos movimientos básicos del arte arqueano, ni siquiera sabía cómo coordinarlos.
—Ambos, tomad posiciónes —dijo el kunul.
Íru obedeció, Sibi también. La niña adoptó la clásica guardia del combate arqueano, abriendo el compás de sus piernas, con la derecha extendida y la izquierda flexionada hasta quedar a unos centímetros del suelo; con una mano tocaba la tierra, mientras levantaba la otra por encima de su cabeza, preparada para defender. Estaba nerviosa, en su mente repasaba todas y cada una de las técnicas que había aprendido. «Recibir, golpear, empujar, barrer», pensamientos que se revolvían y no podía ver con claridad. Frente a ella, ese niño malcriado, que debía llegarle a la altura de la nariz, la miraba con una sonrisa que asustaba, esperando gustoso la orden del kunul para atacar.
—¡Meht! —dijo el kunul.
Aún no terminaba de escucharse la voz de su instrucción, cuando Íru ya había desaparecido de la vista. Sibi entró en pánico al instante y perdió su guardia, acción que su oponente aprovechó, apareciendo por un costado y barriéndola con fuerza. El cabello dorado de la niña voló por el aire cuando su cuerpo fue atraído por la gravedad, antes de estrellarse espalda al suelo. La caída fue rápida y dura, tanto, que el aire de sus pulmones escapó por su boca sin que pudiese evitarlo.
—Una menos, falta otra —se burló Íru.
—¡Muévete Radika! —dijo el kunul, de pronto.
—¡A tu izquierda! —una segunda voz se unió a la primera, venida de entre los valis. Sibi la reconoció, era la voz de Kull.
Íru, sin dar oportunidad alguna de reaccionar, giró su cuerpo desde el suelo —concluyendo su primera barrida— para impactar con una pierna de lleno en el abdomen de la pobre niña. Una exclamación de sorpresa se escuchó de los presentes al ver el efecto de tan vil acto
Sibi se quedó sin habla, todo se puso oscuro por un instante, los sonidos comenzaron a parecer lejanos, todo le daba vueltas. Dolía, eso dolía, pero...
Juntando fuerzas, la chica puso una mano en el suelo y se esforzó para que sus pulmones pudiesen volver a acumular oxígeno. Tambaleándose, logró ponerse de pie. El kunul, y el resto de sus compañeros, la observaron, conteniendo la respiración. Probablemente ninguno hubiese esperado que Sibi continuase después de aquello.
Jovial debido a que podría continuar con la tortura, Íru no dudó en atacarla sin dar cuartel. Para él, una habitante de Taanah Baru no tenía cabida en la academia, y ahora le demostraría por qué debería regresar por donde había venido.
Al escuchar los llamados de advertencia, Sibi alcanzó a reaccionar justo a tiempo para agacharse y esquivar la patada que Íru casi lograba impactarle en la cara. Se protegió con los antebrazos de los siguientes ataques, una lluvia de golpes veloces.
—¡Tsk! —murmuró Íru frustrado, al ver que sus ataques no doblegaban la voluntad de su adversaria.
La niña no decía nada, pero la balanza se iba claramente hacia uno de los lados.
—Es suficiente —dijo el kunul—. Sibi, no estás preparada, vamos a detener e...
Las palabras del hombre fueron interrumpidas por una mirada severa de la niña de cabellos dorados. Sus ojos verdes relucían con decisión, era una expresión diferente, que no sólo demostraba que podía, sino que deseaba continuar.
Sorprendido por la inesperada acción, el kunul permitió seguir el combate.
Sibi posó su vista en Íru y él correspondió de la misma forma. Ella reflejaba entendimiento, él denotaba burla y menosprecio.
—¿Todavía estás de pie, Radika? —dijo Íru, tratando de ocultar el jadeo en su voz—. ¿Te gusta el dolor? Tengo más para ti.
Sibi no respondió. Hablar no era su fuerte, y no iba a empezar a hacerlo a mitad de una práctica.
Al no recibir respuesta, Íru, molesto, se precipitó hacia delante para caer al suelo con sus manos y lanzar ambas piernas al cuello de su víctima. Había sido el mismo movimiento que fue utilizado contra Kull hace unos momentos, pero no por ello la niña supo contrarrestarlo.
Al sentir la presión y el peso ejercido, cortando la circulación en su cuello, Sibi dio un paso atrás. Íru la estaba oprimiendo, y no paraba. Dolía, era horrible, sin embargo, desde la primera vez que cayó al suelo había sido abordada por un pensamiento, una reflexión, una revelación. Ese dolor, ese miedo, esos golpes, no eran una amenaza. ¿Hasta dónde podían llegar? ¿A causarle un desmayo? ¿A producirle ligeros raspones o dolores pasajeros? El coletazo de un tergo era diez veces peor, una mordida de parvo dejaba pústulas por infección si no se lavaba al instante, las aerovermas podían lacerar la piel humana en el momento más inesperado. ¡Esas! Esas eran heridas que de verdad la aterraban.
Los ojos de Íru asustaban, pero no eran dignos de compararse con los de un dragón. Las bestias del viejo mundo llevaban la esencia de la muerte plasmada en las pupilas. Pensando en eso, y viendo a Íru, ahora no le producía más que pena. Gracias a la primera caída, se había dado cuenta de que, frente a ella, estaba un simple niño. No era nada comparado con estar rodeada por cientos de criaturas que podían desgarrar la carne hasta los huesos, o acabar con su vida de una forma horrible.
El par de piernas seguían apretándola por el cuello. Una ligera y apenas perceptible sonrisa se dibujó en el rostro de Sibi. Levantó ambas manos y sostuvo a su agresor por los muslos. Oprimió con fuerza, tan sólo separándolas lo suficiente como para aspirar una gran bocanada de aire que iluminó de nuevo su visión.
Estaba de vuelta en la arena. Ahora entendía la importancia de la academia, y no pensaba abandonarla. La adrenalina se disparó en su cuerpo con un escalofrío, reacción instantánea producida por la euforia y el miedo. Era la misma que sentía siempre que tenía que huir del peligro. Su instinto de supervivencia era una fuerza que la había mantenido viva, una fuerza que le permitió conocer a Rex, y a Gianna. Su corazón bombeaba sangre con rapidez. Los músculos de sus brazos se tensaron tanto como pudieron. Y entonces, con toda su fuerza, flexionó las piernas y las estiró de nuevo, levantando a Íru en el proceso y arrojándolo al suelo cual muñeco de trapo.
Hubo un coro de burlas y sorpresa entre los alumnos. Íru se quedó en el suelo por unos momentos, sorprendido, escuchando las burlas de los demás. Sin levantarse, le dirigió a Sibi una mirada, boquiabierto. Jadeando, ella lo observaba con el ceño fruncido.
Intimidado por primera vez, Íru tragó saliva, sin saber cómo reaccionar. Se levantó y volvió a colocarse en posición de guardia, con la preocupación plasmada en el rostro. Muy comprensible, considerando que había sido levantado y arrojado al suelo por una niña piel blanca primeriza.
Por su parte, Sibi estaba contenta con el fruto de su acción. Se sentía renovada, llena de confianza. Era la primera vez que se enfrentaba a «algo» más pequeño que ella. Sus compañeros no dejaban de ser niños de diez años, niños que nunca habían mirado la muerte a los ojos. Sabiendo eso, no había forma de que perdiese.
Tenía la vista fija en Íru, mentalizándose para el siguiente ataque. Se le veía dudoso, pensativo. Sibi trató de ponerse en guardia de nuevo, pero, antes de que lo consiguiese, ocurrió algo inesperado.
Otro murmullo se corrió entre los presentes, siguiendo al sonido de un cuerpo que cayó al suelo. El kunul habló, dando la victoria a la persona que quedaba en pie. El combate había terminado.
Sibi yacía inconsciente sobre la arena, y al frente, un Íru atemorizado que no se sentía ganador.
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