27. Los cráneos no tienen ojos (II-IV)
Era media tarde, hora en que la nieve se había derretido hasta dejar casi visible el piso del campo de entrenamiento. El sol brillaba con fuerza y dejaba sentir un calor agradable. El área estaba delimitada por un muro grisáceo. Justo en la zona central, había un grupo de jóvenes ordenados en filas, todos de piel apiñonada, a excepción de una, cuya piel parecía provenir del paisaje nevado.
Sibila lucía alta, en comparación con el resto, y delgaducha. Vestía una gargantilla traductora muy linda, que combinaba bien con el traje negro de combate. Una versión en miniatura del que usan Noktu y Laktu.
Para ella, la parte más aterradora, a la vez que difícil, era la clase física. Sin embargo, daba todo de sí, esforzándose al máximo para encajar en ese nuevo mundo. Todo lo hacía por una persona especial, una que se había vuelto foco de su cariño y respeto. Lo hacía por Gianna. Sibi pensaba que, de no ser por ella, ya estaría muerta. Verla feliz, la hacía feliz.
En Arquedeus, la vida era más fácil en muchos sentidos, pero complicada en otros. Poder dormir sin híbridos al asecho, era algo que amaba, pero convivir con tantas personas la ofuscaba. Le recordaba un poco al Refugio 13. En el refugio, Sibila había estado al cuidado de su abuela. En aquel entonces no tuvo la necesidad de hablar, ni con la anciana, ni con otros niños. No quería. El deseo de hablar escapó de ella junto con la vida de su madre, fallecida durante uno de los tantos ataques del dragón rojo, en el viejo mundo. Un mundo desolado y silencioso, era lo que acostumbraba, hasta que entendió que, cuando no quedaba nadie más, nuevas familias podían formarse. Extrañaba a su madre, pero ya no la necesitaba. Ahora tenía a Gianna, a Jack, a Kail, a Rex. Ese era el nuevo mundo de Sibi, y estaba muy agradecida de pertenecer a él.
Ahora que debía convivir con nuevas personas, esas dificultades se presentaban de nuevo ante ella. La única diferencia, es que ahora tenía fuerzas, tenía motivos para seguir adelante. No era ambiciosa, tan sólo quería crear más y más momentos de alegría. Ella pensaba que, cuando fuese capaz de encontrar un recuerdo tan bello como el de su niñez, en aquel parque de la antigua Rusia, entonces ese recuerdo ocuparía el espacio en sus sueños. Sólo así, por fin podría dejar de soñar con el día en que murió su madre. Irónico, que el recuerdo más hermoso de una vida, estuviese atado al más doloroso.
—¡Radika, pon atención! —dijo de pronto una voz prepotente. Había hablado en arqueano, pero con el traductor, Sibi ya no notaba la diferencia.
Distraída, pero con firmeza, levantó la cabeza y atendió el llamado. Un murmullo de risas corrió entre sus compañeros.
Kunul, al igual que los líderes de una huina, así era llamado el instructor de las artes arqueanas en el campo de la academia. Una parte del bosque acaparaba gran parte de la vista del lugar, tan sólo compitiendo contra la congregación de muñecos de entrenamiento que podrían parecer un ejército de seres inanimados, capaces de moverse cuando uno menos lo esperase. Curioso era que dichos muñecos, tenían todos formas de animales, mas no de humanos.
—Tienes que centrarte Sibila, prometí que no habría trato especial por ser residente de Tanah Baru —añadió el kunul, acompañando la disminución de su severidad con un suspiro.
—N-no volverá a ocurrir —respondió Sibi, avergonzada y forzándose a hablar. No le gustaba, pero lo intentaba.
El kunul quedó satisfecho con la respuesta y siguió con la clase.
El calentamiento consistía en una serie de movimientos rítmicos del cuerpo y articulaciones.
Mientras realizaba los ejercicios, Sibi sufría. Le costaba trabajo estirarse, aunque la ropa que llevaba no podía ser más perfecta para la situación; cómoda, flexible y no estorbaba nada. Su cuerpo era el problema, lo único que se le daba bien, era correr. Siempre había corrido muy rápido para no ser dejada atrás al huir de los híbridos. Los movimientos elegantes, suaves y lentos, requerían gran fuerza y concentración.
—Es suficiente —dijo el Kunul, tras finalizar un ejercicio—. A la sección de Comprensión Muscular.
Enfoque y respiración. Sibi trataba de seguir el ritmo de los otros niños, que no paraban de mirarla cada que tenían oportunidad, curiosos, atraídos por su presencia.
Al escuchar las palabras, niños y niñas caminaron sin rechistar hacia una sección compuesta por obstáculos y artefactos raros en los que debían sentarse para realizar ejercicios. A pesar de la intensidad del ejercicio, y de la edad de los valis, no había queja alguna. A veces Sibi se preguntaba cuánto tiempo más podría resistir. Cansada, y con sus músculos aun doliendo por el día anterior, seguía esforzándose para cumplir con los requisitos que la educación arqueana solicitaba.
—Quita.
Sibi se dirigía a uno de los artefactos de entrenamiento, cuando alguien la empujó con el codo, haciéndola trastabillar. Había sido intencional.
La niña estuvo a punto de lanzar una mirada de odio al perpetrador del acto, pero evitó hacerlo apuntando al piso. Con un gran respiro se tragó el sentimiento de ira y externó únicamente esa mirada seria, perdida, que le caracterizaba. No le gustaba demostrar emoción alguna, mucho menos a quienes no la merecían.
Un niño de unos diez u once años la miraba hacia arriba, por la altura, pero daba la impresión de hacerlo hacia abajo, con expresión despectiva. Esa no era la primera vez que lo hacía, incluso ya conocía su nombre. Íru, lo llamaban, el único que parecía tener un problema con ella.
Sin decir nada, y así como llegó, el niño se fue. Mientras le daba la espalda, Sibi sintió un deseo ardiente de arrancarle el cabello, pero lo apagó con unas sabias palabras aprendidas de Gianna. «Mi cabeza es mi santuario, nadie puede entrar. Mi cabeza es mi santuario, nadie puede entrar.» Cerró sus ojos, apretó los puños, inhaló profundo, exhaló despacio. Quizás para la mujer adulta significaran otra cosa, pero a Sibila le daban paz. En su santuario siempre había paz. Ella adoraba el silencio, la calma.
Un grupo de niñas y niños se reunían a su alrededor mientras hacía ejercicio. Eso le molestaba, ¿no tenían nada mejor qué hacer? Sí, era blanca, pero no por ello tenían que mirarla todo el tiempo. Se conformaba con saber que no intentaban hablarle. Lo agradecía. Estaba acostumbrada al sigilo, a pasar desapercibida, mas no a ser el centro de atención.
Envidiaba la soledad de aquel chico que se ejercitaba, solo, allá, en el rincón más apartado. A diferencia de ella, nadie más se posicionaba a su lado, sino que lo evitaban. Siempre era así, incluso cuando Sibi lo miraba, él la ignoraba, pasaba de largo. Eso le daba curiosidad. ¡Quería saber qué magia usaba para ser tan invisible! Kull, lo apodaban, una de esas palabras arqueanas que no tenían traducción.
Entre molestas miradas y cuchicheos infantiles, la clase continuó igual que siempre. Al entrenamiento muscular, que consistía en realizar movimientos a los que el cuerpo humano no estaba acostumbrado, se le sumaba un ejercicio mental que se centraba en visualizar las fibras musculares. Identificarlas para así poder moverlas a voluntad y tener un mejor control de la fuerza en el cuerpo. Eso último a Sibi le costaba mucho, mucho trabajo, pero poco a poco pillaba el truco. El día anterior apenas lo había comprendido, bastaba con prestar mucha atención, concentrarse, y sentir los divertidos tirones que daban las fibrillas en los músculos al moverse. Se sentía torpe intentando, pero le daba satisfacción entender la lección. No todos podían realizar el ejercicio, así que era algo en lo que podía decir que se adelantaba. Los pequeños pinchazos que recorrían su cuerpo, acompañados de un hormigueo en su espalda, eran un gran avance que la posicionaba por delante de muchos.
Poco a poco Sibi comenzaba a tener mejor constancia de su cuerpo, de cómo moverlo. Era lo único que le gustaba del entrenamiento, pues con cada nueva sesión terminaba por descubrir músculos que antes ni siquiera sabía que tenía. Con las artes arqueanas podía realizar acciones fluidas, continuas y útiles, desde la manera de caminar, hasta el complicado proceso fisiológico de dar un puñetazo o una patada. El método era difícil, pero eficiente.
Cuando el tiempo terminó, el kunul llevó a todos a la arena central. Un círculo en el suelo, no solo con nieve, sino con rocas, vegetación y demás cosas que se encontrarían en terreno boscoso.
Cada día se llevaba a cabo una sesión para poner en práctica lo aprendido. La mecánica era simple: todos se colocaban alrededor de la arena, sentados en círculo, para después pasar en parejas al centro y tratar de llevar al oponente dos veces al suelo. Debido a que todavía tenía poco tiempo en la academia, Sibi no participaba, pero tenía que quedarse viendo a sus compañeros combatir entre ellos.
Durante su tiempo juntas, en Siberia, Gianna le había enseñado algunos movimientos de manejo de bastón, pero entre lo mala maestra que había sido y el poco interés que Sibi había demostrado en aprender, los conocimientos de la niña eran despreciables y eso se notaba en su desempeño físico.
Cuando los valis ya formaban un círculo alrededor de la arena, el kunul se posicionó en el centro y comenzó a dar indicaciones. Decía lo mismo de siempre, que fuesen firmes, duros, que dieran lo mejor de sí mismos. Su deber era alentar a los niños a convertirse en Notku Rom responsables.
Sibi prestaba atención, pero también quería que la sesión física terminara pronto. Lo que realmente quería, era volver a su habitación para mimar a Rex. Cada día, a su regreso, la recibía con una bobalicona sonrisa, feliz de verla.
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