26. Dos mundos
Era el tercer día que intentaba buscarlo, pero él no se dejaba ver. Misterioso para Vanila. Ella quería saber la razón, hablar sobre aquel problema con los ravahl, porque intuía que todo era a raíz de eso. Además, ya sospechaba sobre la condición de Rahkan Vuhl que ostentaba el joven, pero no quería confirmarlo. Si lo hacía, ocurriría algo que ella no deseaba, algo que estaba obligada a llevar a cabo.
«No sé qué pasó ahí, pero necesitamos hablar. No ahora, no aquí.» Es lo que Vanila había dicho, pero ahora se arrepentía. El joven la evadía, no quería verla. Se preguntaba por qué. No entendía la razón. ¿Había sido muy dura? ¿Se había pasado con los regaños? Quería saberlo, pero en Arquedeus, normalmente las personas se guardaban el sufrimiento para sí mismas, no lo compartían; se encerraban a meditar para solucionarlo. Los habitantes de Tanah Baru no se cortaban en demostrarlo, les faltaba educación emocional.
Por alguna razón, eso no desalentaba a Vanila, sino que le causaba curiosidad. Sentía una extraña cercanía, un vínculo que no comprendía. Le importaba lo que ocurriera con Kail, quería saber más sobre él, quería entender por qué se sonrojaba cuando la veía, o por qué tartamudeaba al hablar con ella y con nadie más. La actitud del joven le resultaba muy interesante.
Puede que no tuviera experiencia con los rasgos emocionales de la cultura en el viejo mundo, pero eso no significaba que no entendiese de sentimientos humanos. Ella podía percibir la tristeza y la furia que Kail había emanado aquel día. Necesitaba explicarle algunas cosas, y ya estaba cansada de esperar.
Vanila no era muy paciente, puede que en Galus tuviesen otras formas, pero él había dicho que quería aprender sobre Arquedeus, y entonces, eso es lo que haría. Le enseñaría. Después de todo era su deseo, ¿o no?
Se detuvo frente a la entrada de una morada, en la colonia de los refugiados. Puso la mano en la puerta. La superficie cambió al contacto, activando la dendrita, una vellosidad que acarició la palma de la joven. No era más que un elemento de reconocimiento, un picaporte tecno-orgánico.
Hubo un sonido de tintineo en el interior. Flores sonoras, diraceas, servían para llamar. En menos de un minuto, la puerta se deslizó y una mujer de cabello recogido y mirada serena apareció.
—Esto... yo —balbuceó la arqueana.
—¡Vanila! ¿Otra vez buscas a Kail? —preguntó Gianna, con una sutil expresión de alegría. Hace tiempo que había perdido la capacidad de torcer su rostro en muecas demasiado expresivas.
La arqueana negó con la cabeza.
—Hoy es... —titubeó, pero juntó valor—. Hoy es diferente. Vengo por él, quiero llevarlo conmigo.
Una media sonrisa, pícara, se dibujó en el rostro de Gianna.
—¡Ah, vaya! No sabía que en Arquedeus pedíais la mano de esta forma —estipuló de forma juguetona. Sin embargo, su interlocutora arqueó una ceja por falta de entendimiento.
—¿Pedir la mano? No, en realidad me llevaré todo su cuerpo —respondió la arqueana, claramente desentendida del tema—. Sólo será por un tiempo, lo devolveré completo.
Gianna rio por lo bajo ante la respuesta, pero no sintió correcto continuar con la broma.
—E-está bien. Hablando en serio, es bueno ver que os estáis llevando bien.
—No lo entiendo, ¿no hablabas en serio? Yo... lo siento. No estoy muy familiarizada con el humor galeano —explicó Vanila, cabizbaja.
—No... No importa —dijo Gianna, con el rostro un poco crispado—. Ven, pasa. Kail está arriba, espero que consigas hablar con él.
Vanila entró en casa de los Relem. No era la primera vez que los visitaba, pero no dejaba de maravillarse con el decorado. El uso que Gianna había dado a su variador para hacer artesanías, era excepcional. Jarrones de barro, colgantes en la pared con figuras poco realistas del sol y la luna, modelos de cadenas atómicas y otro tipo de esculturas, todas de origen galeano. Incluso algunos de los kuffis habían sido sustituidos por sillas de madera. Había una en especial que le gustaba demasiado, una silla que se mecía adelante y atrás, pero no se atrevía a solicitar permiso de sentarse en ella.
—Eres una excelente artesana —aduló Vanila, sin poder dejar de ver lo que ella consideraba obras de arte, mientras avanzaban a la plataforma de levitación que llevaba al segundo piso.
Gianna rio.
—De científica a artesana, curioso cambio de vida —estatificó, en voz baja.
—¿Eras científica en Galus? —preguntó Vanila—. Lamento que no pudieses continuar con esa trayectoria aquí.
La mujer negó con la cabeza, restando importancia.
—No pasa nada. Hay otras cosas más interesantes qué hacer, ¿sabes? Nieve Nocturna, por ejemplo. Hablando de eso, ¿tienes información nueva?
Esta vez fue Vanila la que negó. Se detuvieron antes de que pusiera un pie sobre la plataforma.
—No se ha vuelto a saber nada de él, su rastro se pierde en Ikptu. El gran Sahulur Adralech ha enviado Laktu a buscar, pero nadie hace mucho por intentar encontrarlo. Tienen miedo, y los comprendo.
—Es aterrador —afirmó Gianna.
—Lo es, pero quizás podrías encontrar algo en la biblioteca de Supra, el avrion más importante de la Sección Central. Ahí hay muchos Sektu que podrían ayudarte, ya sabes, los azules, aunque no cualquiera te dará sus conocimientos, son muy recelosos.
Gianna balanceó la cabeza de un lado al otro.
—No pierdo nada intentando. La visitaré un día de estos. Si encuentro más pistas, las compartiré contigo.
Vanila agradeció con una expresión de respeto.
—Es bueno que alguien se interese más por ese tema. Personalmente, pronto no tendré mucho que agradecer. Dejaré mi puesto como Laktu.
—¡¿Cómo?! ¡No puedes! —exclamó Gianna—. Has trabajado muy duro para tener esa capa.
Vanila desvió la mirada.
—Ya lo he decidido, y está hecho. Mi retiro se volverá efectivo apenas vuelva de mi peregrinaje, al cual pienso llevar a Kail. Agradezco tu preocupación, pero es algo que tenía que hacer.
Gianna suspiró.
—Si así son las cosas, entonces sabes que te apoyo. —Puso una mano en el brazo de la chica—. Si necesitas algo, siempre encontrarás las puertas de Tanah Baru abiertas.
Ambas asintieron con un movimiento de cabeza. La anfitriona invitó a Vanila a subir con un ademán. Una se quedó abajo, la otra tomó camino al segundo piso. La joven arqueana no lo decía, pero admiraba la entereza de Gianna. Era una mujer que escondía mucha más experiencia de la que demostraba, y mucho más entrañable que algunos Sahulur que conocía.
Cuando Vanila llegó al final del pasillo, en el segundo piso, se detuvo frente a los aposentos de la familia. Sin entrar, escuchaba ruidos provenientes del interior. Eso elevó sus esperanzas, significaba que, si estaba despierto, tendría tiempo para hablar antes de que intentara encerrarse en su kuffla. Tendría que ser rápida. Apenas lo hiciera, saltaría sobre él para evitar que escapara.
Decidida, ingresó en el dormitorio con un movimiento rápido. Fue fácil ejecutar la técnica planificada en su mente. Saltó sobre él, lo sostuvo de la mano, dio una voltereta y lo arrojó al suelo con delicadeza para que no golpease muy fuerte. Se sentó sobre él y lo sostuvo por las manos. Todo había salido bien, todo. Sin embargo, la reacción de Kail no era la que había esperado, ni tampoco... la situación.
El joven estaba en el suelo, sí, y estaba despierto, sí, pero también, estaba... desnudo. Lo había encontrado intentando ponerse la ropa, recién salido de la cama a la mitad de la tarde.
En Arquedeus, el cuerpo humano desnudo no era algo por lo cual avergonzarse, pero el rostro de Kail se ponía rojo, muy rojo. Se notaba que su pulso se aceleraba. Vanila, que en un principio no había notado nada, al ver la expresión del joven, comenzó a reflejar la misma reacción sin saber muy bien el porqué.
Fue tal la intensidad de aquel suceso, que Vanila se vio obligada a hacer algo que nunca antes había hecho, algo que ni siquiera encajaba con el tipo de comportamiento de un arqueano.
—¡Lo siento! —gritó ella, liberando a Kail, poniéndose de pie y huyendo para darse la vuelta y dejar de mirar.
En Arquedeus la vergüenza sólo se sentía por haber fallado a alguien, a sí mismo, por honor. En esa situación, no entendía por qué se había avergonzado. Quizás fuera porque la piel de Kail era de una tonalidad que nunca antes había visto, diferente, única; o tal vez por la perfecta musculatura, delgada, pero tonificada, que mostraba cada parte de él. Lo que fuere, había hecho que el corazón de la joven palpitara con fuerza. Nunca le había prestado ese tipo de atención a un hombre, pero el rostro avergonzado de Kail, su garganta tragando saliva, la respiración rápida... Todo ese lenguaje corporal le había causado estragos en su sistema.
La comunicación visual humana no conoce idiomas o culturas, sólo emociones y sentimientos. De alguna forma, Vanila intuía que, lo ocurrido, había sido algo indebido dentro de la cultura ajena. Esa sensación terminó evocando el impulso automático de pedir disculpas.
—Yo... yo... esperaré afuera —dijo ella, con un hilo de voz—. Lamento sí... yo... No importa.
La joven salió corriendo y torció hacia el pasillo en un drástico movimiento, perdiéndose de vista.
Kail se quedó ahí, tirado en el piso, todavía respirando muy rápido. Por su mente pasaban muchas cosas, pero ni siquiera había tenido tiempo de analizar nada. Tenía la boca abierta por la impresión. Quería gritar, decir algo, pero no tenía voz. No se sentía avergonzado, se sentía... impresionado. Lo que había ocurrido era muy diferente a estar desnudo frente a Gianna, Sibi o su padre. Con la familia no se sentía igual.
Su corazón se movía muy rápido, bombeando sangre a todo su cuerpo. Cerró sus ojos, se concentró, respiró profundo, y se calmó. Permaneció inmóvil por unos segundos, hasta que recuperó el control de sí mismo. Se puso de pie, miró sus manos. A pesar de la edad, seguía descubriendo cosas en su cuerpo, cosas que nunca creyó llegaría a sentir. Aún la veía como una debilidad, pero en ese momento, era una debilidad que le gustaba.
Miró hacia la puerta abierta con cierto recelo, y terminó de vestirse. Cuando hubo concluido, pensó en meterse corriendo a su kuffla, huir, sin embargo, recordó el motivo por el cual había salido en un principio. La conversación. Escuchar a Vanila en el piso de abajo fue su aliciente. Después de pasar tres días perdido en sus pensamientos, al fin se sentía listo para hablar con ella... y disculparse.
—Ya... Ya puedes pasar —habló Kail, sin saber muy bien qué decir.
La respuesta tardó unos segundos en llegar.
—Creo que... podemos hablar así —respondió Vanila. Su voz se escuchaba a través del hueco de la puerta. Se encontraba afuera, junto al acceso del dormitorio.
Kail no supo si sentirse bien o mal por ello, pero le pareció una decisión acertada. Sería más fácil sin mirarla a los ojos.
Se acercó hasta estar a un costado de la entrada, y se recargó en la pared.
—Está bien —respondió Kail, y enseguida inhaló profundo para iniciar su discurso, pero...
—Vine a hablar contigo, te he buscado por tres días.
Vanila ganó la palabra. El joven perdió el valor que tenía hasta ese momento. Sin embargo, luchó por mantener la compostura. No quería dejarse llevar. Quería mantener su mente fría. Le alegraba saber que Vanila se preocupaba por él, pero era consciente del error cometido, del mal que había hecho. Tenía que enmendarlo.
—De verdad lo siento —dijo él, fuerte y claro—. No medí mis acciones, no tenía derecho. Yo sólo vi, y actué sin pensar. —La voz se le quebró, pero la recuperó de inmediato; apenas se notó—. Lo siento, de verdad lo siento. Yo no quería...
—Entonces sí fuiste tú —interrumpió Vanila, en voz baja. Luego añadió en mayor volumen—: No comprendía, pero quería hacerlo, Kail, por eso estoy aquí. Necesitaba hablar contigo. Lo que ocurrió ese día, yo soy la culpable. ¡Estaba furiosa con Handor! Te inmiscuí en mis problemas, y todo terminó mal. Te pido perdón, no fue mi intención gritarte. Jamás debí llevarte a un lugar como ese. Nunca pensé que tú, al ver a los ravahl, es decir, por los horrores que viviste en tu mundo...
—¡No! ¡Para! ¡¿Qué estás diciendo?! No tienes la culpa de nada. Yo fui quien te pidió eso, tú sólo atendiste a mi estúpida insistencia. Actué mal, y lo lamento. No tienes que disculparte por mis errores.
Y ahí estaban, espalda contra espalda, separados por un muro, al fin hablando sobre los ravahl. Ambos se quedaron callados por un momento. No podían verse, pero escuchaban su cercana respiración.
—Kail...
—Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión, ¿de acuerdo? Lo pensé mucho estos días. Sólo quería reunir fuerzas para pedirte perdón. Quería aprender de ti, y demostré que no soy digno de ese conocimiento. Lo lamento, y lo único que puedo hacer para enmendar ese acto, es prometerte que nunca volverá a ocurrir. Jamás
El silencio volvió a reinar por unos momentos. Desde afuera del dormitorio, Vanila escuchaba con atención las palabras del joven. Eran mucho más de lo que había esperado. Y sin pensarlo, sin saber por qué, sonrió. Fue una sonrisa real, sincera, nacida de aquel sentimiento nuevo e irreconocible. Fortuna la suya, de que nadie pudiese verla, porque no sabría cómo explicarla.
«El único digno, es aquel que sabe que no es digno», musitó, en una voz apenas audible.
—¿Has dicho algo? —preguntó Kail.
Vanila desapareció aquella sonrisa de su rostro y la reemplazó con una expresión de dureza.
—Nada, no he dicho nada —respondió.
Por un momento había dudado. Le preocupó pensar que los refugiados podrían ser asesinos en potencia, pero ahora entendía que todo era debido al infierno que tuvieron que vivir. Kail era el vivo ejemplo. Había aceptado su error con valor, se mostraba arrepentido, y deseoso de no volverlo a repetir nunca más. No podía juzgarlo mal, lo respetaba en muchos sentidos. Además, nunca antes se había preguntado si ella misma era digna de todo lo que sabía.
—Gracias Kail. Tampoco es necesario que te disculpes tanto —habló, con la voz llena de la firmeza que le caracterizaba—, lo que pasó fue un desafortunado accidente que nadie previno. Todos participamos un poco, de alguna forma. No eres culpable de tu pasado, pero sí de tu futuro. Si quieres que no vuelva a ocurrir, no bastará con decirlo, tendrás que demostrarlo.
Kail se sobresaltó por un momento. Ahí estaba otra vez, esa forma de hablar que lo hacía titubear, la madurez que lo intimidaba. Le gustaba la sensación que producía.
—¿Qué tengo que hacer para demostrarlo? —preguntó, nervioso.
—Venir conmigo —respondió Vanila—. ¿Te gustaría aprender el combate arqueano? Entenderías que no se trata de matar, sino de control. Te advierto que es un camino duro, pero muy satisfactorio. Partiré esta misma noche, y no sé cuándo volveré. Será tu única oportunidad.
Kail se quedó estupefacto al escuchar la proposición. Sin embargo, antes de pensar en la respuesta, su mente seguía procesando las palabras anteriores de la joven. «No eres culpable de tu pasado, pero sí de tu futuro». Jack había dicho algo parecido, sobre el pasado que conforma al presente. Ahora estaba claro para él, y lo entendía como nunca antes. No tenía control sobre el mundo, pero sí sobre sus acciones, sobre su cuerpo, sobre su mente. Lo hecho, hecho estaba, pero el porvenir aún no se escribía. De las acciones de hoy, dependerían las del mañana.
***
Había pactado encontrarse con Kail cerca del portal, en la plaza central de Kater. Gianna no tenía ningún problema con la partida, pero si el involucrado no lo deseaba, al final no importaría.
Lo esperaba de brazos cruzados, mirando a las pocas personas que transitaban las calles. Un par de zorros blancos correteaban junto a sus pies, dando tumbos y gruñendo entre ellos. En Arquedeus se respetaba mucho la vida, podían encontrarse animales de todo tipo por las calles. Las criaturas no estaban domesticadas, sino que recibían el nombre de vander, o viandantes. Sólo estaban de paso, aunque a veces llegaban a formar lazos de amistad, compañerismo, comensalismo o simbiosis con otras especies, incluyendo humanos. Tampoco era extraño encontrar animales viejos, viviendo en la residencia de arqueanos viejos.
El avrion lucía tranquilo por la noche. Los grandes árboles se mecían con el vaivén del viento. Las luces azules, por el gran cristal zero, la relajaban siempre que las observaba. Tenía incertidumbre. Eso no era algo común en Arquedeus. Una sensación misteriosa, azarosa y problemática... que le gustaba. Le brindaba emoción, adrenalina. La atraía, la motivaba, le causaba un deseo inconsciente de estar con él. Lo más cercano a eso, en su vida, era el kuvleb. Servirse otra copa, otra, y luego otra... podía hacerlo sin parar.
Ahora tendría que enseñarle combate arqueano, y no se sentía preparada. Tener un discípulo era un honor que sólo se dejaba para los Sahulur. Ni siquiera los instructores de artes arqueanas, en las academias, eran considerados maestros. ¿Estaba bien que ella tomase un aprendiz, así como así? Los galeanos tenían creencias muy diferentes, no se cansaba de comprobarlo día a día. ¿Podría enseñarle a Kail? Él solo había acabado con más de una docena de ravahl en tan sólo unos segundos.
Necesitaba sentirse en paz, segura de sí para poder transmitir su conocimiento. Las condiciones debían ser duras, así había aprendido ella, y así pensaba enseñarle a él. Si algo había heredado de sus progenitores, era saber que el talento se explota con esfuerzo. Anuk Mun y Kiha Mun, de la línea de Iksengar; ella una de las mejores cazadoras, y él, un gran Sektu. Ese potencial lo llevaba en la sangre, pulido al máximo desde que era pequeña y, ahora que al fin estaba en la cima, dudaba de todo ello.
Después de conocer a Jack Relem, su vida había cambiado por completo. Todavía no podía asimilar que, todo en lo que había creído desde niña, podría resultar ser falso. A veces se preguntaba si un cambio radical en la historia de Arquedeus estaría próximo a llegar. Pensaba en Derguen, en los refugiados, y tenía miedo de todo lo que pudiese acontecer en cuanto alguien, quien fuera, intentase oponerse a lo que los Sahulur dictaban.
«Su sabiduría es nuestro camino», palabras de respeto hacia un Sahulur. ¿En qué momento...? ¿En qué momento dejaba de ser respeto, para pasar a ser control? Era una idea que llevaba dándole vueltas en la cabeza desde la llegada de los galeanos, con su versión de la historia. No cabía duda de que su presencia, había doblegado las voluntades más férreas de Arquedeus. Tantas cosas que necesitaba poner en orden. Por ello, pronto colgaría su vieja capa plateada, para no volver, para no pensar más en respuestas que no quería encontrar.
Levantó la mirada para observar la gigantesca torre que yacía a su lado. Era alta, muy alta, tanto que se perdía de vista entre las copas de los árboles. El akrin que recubría los muros, parecía una viva alfombra aterciopelada. A veces, Vanila se sentía pequeña, pero ya no podría darse el lujo de ello. Viniese lo que viniese, tendría que estar preparada para enfrentarlo. No podría dudar si su vida, o la integridad de Arquedeus estuviesen en juego. Si algo malo ocurriera, tendría que ser dura y actuar en consecuencia, aunque eso significara luchar contra aquellos que consideraba aliados.
—Ya estoy aquí, siento la demora —dijo una voz cercana.
Dirigió la vista a un costado. Ahí estaba él, vistiendo una capa marrón, aquellas otorgadas a los viajeros. Su aparición fue sorpresiva. Se alegraba de verlo, pero no iba a permitir que se notara.
—¿Llevas todo lo que necesitas? —preguntó con dureza.
El muchacho sonrió y levantó su mano para señalar el envoltorio de pieles que cargaba a su espalda.
—¿Sigues llevando ese objeto contigo? Si alguien la ve, no importará si de verdad es una réplica o no, intentarán quitártela.
Kail miró a la joven con seriedad, directo a los ojos.
—Si eso ocurriese, se arrepentirían —habló, pero enseguida cambió el tono a uno más inquisitivo—. De cualquier forma, ¿por qué les interesaría? ¿Es un objeto valioso?
Vanila suspiró, puso una mano en la cintura.
—Hay una historia que se remonta a los tiempos antiguos, cuando Dios caminaba junto a los Mulvoris, los primeros arqueanos. Armas forjadas directo de la mano de Dios, otorgadas a los fundadores que erigieron Arquedeus. Zalán, Kora, Darse, Escut y Rom. —Al ver la cara de desconcierto de Kail, Vanila se apresuró a intentar aclarar sus palabras—. Una lanza, un arco, una espada, un escudo y una capa, la primera capa plateada; armas de los fundadores, imbuidas con el poder de la creación.
Kail se llevó una mano de forma inconsciente al envoltorio de pieles, y oprimió el contenido con fuerza.
—Sorprendente —musitó—. Pero es imposible, porque esta lanza era de China.
Vanila rio con sutileza.
—¿Pero ya entiendes mejor? —dijo—. Réplica o no, si un Sahulur la ve, estás acabado. Y si cualquier arqueano lo hace, pensará que has robado una reliquia ancestral e informará a algún Sahulur. El resultado será el mismo.
Kail torció un poco la boca.
—Comprendo —dijo él, sin mostrarse desanimado—. Vale, a donde iremos nadie la verá. S-sólo tú y yo, ¿no es así?
El joven habló apenado y Vanila no comprendió el por qué. Sí, estarían solos, y eso era algo perfectamente normal. ¿O no?
—¡¿S-solos?! —repitió la cuestión, sin darse cuenta. Sin embargo, enseguida volvió a su actitud normal—. S-sí, nadie interrumpirá nuestra práctica. Más vale que estés preparado.
De pronto Vanila había olvidado el tema de la reliquia. Su entrenamiento como Laktu podía convertirla en una guerrera excepcional, pero no la enseñaba a socializar. Era un soldado, un simple peón de los Sahulur.
—Estoy más que listo, aunque me gustaría preguntarte una cosa más antes de irnos.
La joven arqueó una ceja.
—Adelante.
—Lo que sucedió con los ravahl, ¿causó un daño irreversible en el avrion?
El rostro de Vanila se tornó serio por un momento, pero luego se relajó.
—Nada es irreversible —respondió—. Si Dios existe, se supone que es el padre de todo. ¿Pero sabes quién es la madre de todo? La madre tierra. Todo es un sistema, la tierra vive, igual que tú o yo. Sana sus heridas, a veces enferma, otras, nos brinda belleza. Esos ravahl dejaron un hueco que ayudaremos a llenar, poco a poco. No debes preocuparte. Sus cuerpos ya forman parte del bosque otra vez, al igual que nosotros, cuando partimos.
Kail cerró sus ojos como muestra de solemnidad; respiró hondo por un momento, y exhaló.
—Es bueno escucharlo. Creo que ya... he tenido muchas madres. Algún día ayudaré a sanar todo lo que destruimos en el viejo mundo. Gracias, Vanila, ya podemos irnos.
La arqueana le regaló a Kail una media sonrisa y señaló el camino con la mano. Él comenzó a andar hacia el portal.
—¿Estás seguro de que no llevarás alguna otra cosa? Incluso yo cargo con un par de reservas alimenticias en el bolsillo.
Kail se detuvo un momento para responder.
—Vanila, viví con mi padre por más de dos años en las montañas de Siberia. Sólo tenía mi ropa, esta lanza, y el deseo de aprender. —El joven sonrió, y siguió su camino—. Tengo todo lo que necesito.
La arqueana lo miró con cierto desconcierto, pero finalmente se encaminó detrás de él. Se preguntaba si podría resistir el calor de ekatore o la temible nivhasca. Al no saber cómo reaccionar a ello, decidió confiar en que el joven sabía lo que decía. Después de todo, ¿quién era ella para juzgarlo?
—¿Preparado? Última oportunidad para huir —dijo la chica, estando de pie frente al portal.
—Siempre lo estoy, maestra.
Vanila se sobresaltó al escuchar lo último.
—N-no me llames así, ¿de acuerdo? —replicó.
Apenarse era algo a lo que no estaba acostumbrada. Esa era otra de las sensaciones que descubría al estar con Kail.
—¿Entonces cómo debo llamarte? —preguntó el joven.
Vanila pensó un poco.
—Sólo llámame por mi nombre, ¿está bien? O si lo deseas, puedes llamarme kunul.
—Kunul —dijo Kail, sonriendo. Sus ojos dorados se veían más resplandecientes de lo normal—. Me gusta.
La joven hizo un gesto cálido, luego, volvió a poner una expresión seria.
—Sube el cuello de tu iriduk, para evitar el choque térmico. Colócate esto en los oídos y aguanta la respiración por unos momentos. Será un cambio difícil.
Kail recibió, de manos de su guía, un par de objetos con aspecto de tapones auditivos. Los puso en sus oídos, subió el cuello de su vestimenta, respiró hondo, contuvo la respiración, y entró en el portal.
La temperatura cambió con brusquedad, el paisaje se volvió muy diferente. Sumada a la clásica revoltura estomacal, notó una presión antinatural. Los tapones de oídos zumbaron, conteniendo el cambio. Se sentía pesado, más de lo normal. Trastabilló, pero Vanila lo ayudó a sobreponerse.
—Calma, acabamos de hacer un salto a un punto muy lejano. Nos encontramos cerca del ecuador. Respira lo menos que puedas hasta que te acostumbres. Si quieres vomitar, hazlo, pero contén la respiración. Si te esfuerzas mucho, tus pulmones no lo resistirán.
Kail luchó para mantenerse erguido y entero, pero su cara lucía roja por el esfuerzo de contener la respiración. Vanila soltó una risilla al ver su expresión, pero enseguida volteó a mirar a otro lado, sin saber exactamente por qué se había reído.
—Tienes buena condición —habló, carraspeando un poco, aun sin mirarlo a los ojos—. Creí que te desmayarías.
Kail, que seguía sin soltar el aire, la miró con las mejillas infladas y asintió con la cabeza. Vanila volvió a reír, casi soltando una trompetilla por contenerse.
—E-está bien —dijo ella, ocultando la gracia que le causaba—. Vamos, andando, nos esperan fases difíciles.
Todavía un poco lento, Kail comenzó a soltar el aire para recuperar control de su cuerpo. Si realmente habían saltado al ecuador de la tierra, comprendía que el cambio de presión debía haberlo afectado. Sabiendo eso, pudo concentrarse en mantener la homeostasis vascular, para evitar una descompensación. Cuando lo logró, por fin pudo volver a hablar.
—P-pudiste haberme dicho a dónde íbamos —dijo Kail, casi jadeando.
—Quería que fuera sorpresa —aseveró Vanila, sin ocultar gran misterio.
—Bueno... lo conseguiste. ¿Qué es este lugar?
Asombrado, el joven miró alrededor. Estaban en una especie de bosque muy caluroso, nunca había visto nada igual. En el viejo mundo pisó praderas, bancos de niebla, paisajes nevados, oscuras cavernas y hielos perpetuos, pero, un lugar como ese, lleno de arbustos y matas, gigantescas enredaderas enroscadas en los troncos de árboles de todas formas y tamaños, criaturas tan peligrosas como fantásticas, insectos molestos y un calor húmedo sofocante, era algo nuevo para él. Lo reconocía por libros, pero no por experiencia. Jungla, estaban en una jungla.
A la distancia, se divisaba una ciudad arqueana. Detrás de ellos, estaba el knuktu por el cuál habían llegado.
—Estamos en el avrion de Nerendur, de la Sección Verde —respondió Vanila, andando por un camino empedrado—. Recogeremos algunos ingredientes para el variador y luego nos iremos. No volverás a ver civilización en mucho tiempo. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, a eso he venido.
La joven le respondió con una expresión, mezcla de inseguridad e incredulidad, y siguieron andando. Todavía tenía sus dudas, pero esperaba poder resolverlas durante el viaje.
Por su parte, Kail estaba muy emocionado. El combate arqueano, según le explicó Vanila, provenía de la antigüedad, de hace casi tres ciclos —un ciclo era el equivalente aproximado a unos siete mil años—. Se trataba de un arte marcial creada y perfeccionada por los últimos Vuhlukan, aquellos que forjaron Arquedeus tal y como es ahora. Los ravahl, y otros peligros, fueron los que desencadenaron su creación, un arte realizada específicamente para enfrentarse a cualquier criatura viva con las manos vacías.
—Así que... ¿por qué un lugar como este? —se animó a preguntar Kail.
Un poco apesadumbrada, Vanila respondió.
—Porque la jungla es el lugar en el que se originó nuestro arte de combate. Emplear los árboles, treparlos, saltar sobre estos, usar el entorno como una extensión de ti mismo, serán tus bases.
—Me gusta la idea —respondió el muchacho.
Kail de verdad quería aprender, igual que cómo lo hizo con el viejo Jung Fey. Lo haría a la antigua, sin emplear la ventaja de sus poderes, una meta autoimpuesta. Quería aprender como un arqueano, quería comprender su cuerpo como una persona normal. Su idea era que, si lograba hacerlo, entonces conseguiría expandir sus propios límites reales y no los ficticios. ¿Qué punto tenía reforzar sus propios músculos, usando magia? Si sus músculos siempre eran fuertes, podría surtir el doble de efecto, o esa concentración podría emplearla en otra situación.
—Ya veremos si te gusta cuando comience el entrenamiento —aseveró Vanila, haciéndose la dura, aunque por dentro, estaba más preocupada que entusiasmada.
—Por cierto, esto... No dirás nada sobre, ya sabes, lo que soy, ¿verdad? —preguntó Kail, refiriéndose al hecho de ser un Rahkan Vuhl. Él intuía que Vanila lo sabía, sólo quería reafirmarlo.
Al escuchar esa pregunta Vanila paró de pronto, de golpe, casi asustada. Habló, temblorosa.
—¿S-sobre lo que eres? ¿Q-qué quieres decir? No, no haré nada a menos de que me obligues hacerlo. No me obligarás, ¿o sí?
Kail no supo cómo interpretar eso. No sonaba como una amenaza, sino más bien, como una pregunta llena de temor y vergüenza. Le pareció muy extraño, pero no peligroso, así que lo dejó pasar.
—Por supuesto que no. Te lo agradezco, de verdad.
Vanila respiró con alivio y reemprendió el paso sin decir nada más. Kail sonrió, aunque, como la chica iba delante, no pudo apreciarlo.
Un joven que viene de un mundo en el que no había cupo para otro amor que no fuese el de la familia, marchándose con una mujer cuyos sentimientos estaban enterrados bajo un desierto de dudas. Tal vez, entre los dos, pudiesen aprender mucho más que sólo técnicas de combate.
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