25. Rumores arqueanos

Estamos en el capítulo 25, ¿saben lo que eso significa? Quiere decir dos cosas. La primera, es que, tanto Lluvia de Fuego, como Sombra de Fuego, cuentan con sólo 25 capítulos; es decir, que a estas alturas, sería como si cualquiera de las primeras novelas ya hubiese finalizado. Lo segundo, es que con este capítulo, Fuego y Escarcha ha alcanzado tan sólo su punto medio.

¡Vamos apenas a la mitad del camino! Y si creen que ya lo han visto todo, déjenme decirles que la segunda parte de esta historia, contiene los hechos más impresionantes de todo el libro, y algunos de toda la saga ;).

Antes de continuar, me gustaría hacerles una pregunta muy sencilla. Hasta ahora, ¿cuál ha sido el capítulo que más te ha gustado y por qué? Tu respuesta me ayudará a seguir descubriendo los puntos fuertes de esta historia ^^.

Espero que estén disfrutando de esta novela tanto como yo lo hice escribiéndola. Recuerden compartirla si les gusta, para que llegue a tantas personas como sea posible ^^. ¡Agradezco mucho el interés que todos mis lectores ponen en este proyecto! Ahora sí, ¡a leer!


Tanah Baru, 42 días después de su fundación. Residencia de los Relem.

Las llamas devoraban todo lo que le rodeaba y lo único que alcanzaba a distinguir era el resplandor del fuego entre la espesa cortina de humo. Un ruido intermitente y molesto, seguido de un repentino dolor en la cabeza, la despertó. Era la alarma que había programado la noche anterior. Al levantarse de golpe, había impactado contra la cúpula cristalina que recubría su kuffla. Irónicamente, dicha cúpula servía como protección al dormir.

Ninguna roca, montón de paja, o cama galeana era tan perfecta como una kuffla. Hundida en el suelo, daba tranquilidad al dormir, aunque no evitaba las pesadillas.

Gianna se frotó la cabeza para amainar el dolor. Estaba harta. Día tras día despertaba creyendo que había peligro inminente, y sus constantes sueños con dragones no le ayudaban en nada. Le era muy difícil olvidar aquellos días viviendo en la hostilidad. A pesar de la buena vida que ahora tenía, ya no podía evitarlo, se había vuelto parte de ella.

Resignada a tener que soportar su viejo instinto de supervivencia, se dispuso a iniciar el día.

Diservhit —pronunció en arqueano. Significaba «limpieza».

Atendiendo la orden, un vapor cálido emanó de las paredes, inundando el pequeño compartimento en el cual dormía. El aseo era mucho más sencillo que nunca. Recordar los baños de agua helada, a la mitad de la noche o en la intemperie, la hacían sentir una mezcla de tristeza y bienestar por tener la oportunidad de vivir esa experiencia.

Finalizado su aseo personal, la cúpula que protegía la kuffla se replegó, permitiendo que se levantara. El mullido material se tornaba sólido, estable, en cuanto su peso corporal se distribuía entre sus dos piernas. Otra de las maravillas arqueanas.

Comenzó a vestirse.

La ropa era de un material llamado oris, una fibra fabricada a base de plantas y pelo animal, tejida con variadores con nano tecnología para mantener el calor corporal sin importar la temperatura exterior. El único problema, para Gianna, era el aspecto. Las prendas eran ligeras, de colores fríos, tan ajustadas que delineaban su figura como si apenas llevase nada.

Se sentía apenada vistiendo eso, pero a nadie más parecía importarle. Hombres, mujeres, ancianos y niños la vestían. Caminar con ella en las calles de Arquedeus, era más normal que con el viejo abrigo de pieles que guardaba como recuerdo, en el almacén de prendas. Los zapatos —que nombraban luts—, eran lo que ella llamaría «botas de algún tipo de cuero blanco azulado»; le llegaban hasta la mitad del muslo, eran enormes.

Antes de dejar los aposentos de la residencia, dio una orden de voz para guardar la kuffla. Una cubierta plana, diferente a la cúpula, se cerró a nivel del suelo, ocultando el hueco y dejando sólo marcas que delimitaban un perímetro ovalado. Junto a la marca recién dejada, había otras tres. Las primeras dos eran donde Jack y Sibi dormían —estaban vacías—, mientras que la tercera...

Gianna suspiró con cierta melancolía. Las cosas habían cambiado mucho en el último mes. Sibi había ingresado en una academia internado y, aunque Jack ya no estaba, la colonia progresaba bien.

—¿Kail? ¿Otra vez piensas quedarte ahí adentro por el resto del día? Tu padre estaría avergonzado —habló Gianna, mirando al joven a través de la cúpula, despatarrado en el interior de la kuffla con su ropa de dormir.

Al no recibir respuesta, Gianna dio una patada suave sobre la cúpula que lo protegía.

—Hablo en serio, jovencito. No ganarás nada quedándote ahí.

Kail giró sobre sí mismo. Repentinamente la cubierta plana que ocultaba la kuffla por completo comenzó a cerrarse, aislando el interior.

Gianna bufó, rendida. El muchacho llevaba dos días sin querer hablar. Estaba preocupada, pero sabía que se repondría pronto. Era un chico fuerte. Entendía que el cambio de vida podría estarle causando conflictos nuevos; después de todo, él, al igual que Sibi, habían crecido rodeados de muerte y peligro. Ambos resentían la nueva tranquilidad en su vida, todo era nuevo para ellos

Pero Gianna no era la única preocupada por Kail, Vanila había estado yendo a buscarlo cada día, sin éxito. Era ella la que había explicado lo ocurrido desde un principio. «Presenció un incidente durante la cacería», es lo que había dicho.

De alguna manera, Gianna sabía que la situación estaba relacionada con la cara de tonto que Kail ponía cada vez que estaba Vanila presente. Debido a ello, prefería darle su espacio. Necesitaba descubrir esa etapa de su vida por sí mismo.

A veces no podía creer que volviese a tener problemas tan nimios como aquellos. Le gustaba, le hacía recordar lo que significaba ser humana. Los días en compañía de la familia habían sido mágicos. La calidez de Jack, cuando no tenía preocupaciones, era única. Conversar con Sibila a viva voz, hasta quedar afónica, era como un sueño hecho realidad. Ver a Kail crecer, enamorarse y actuar como un adolescente normal, le resultaba encantador. Gianna llegó a sentir tanta alegría y paz, que el temor de perderlo todo se presentaba cual lobo al asecho.

Fue duro entenderlo, pero lo hizo para mantener saludable su mente. A esas alturas ya no tenía miedo. La soledad era algo que ya no le afectaba. La vida le había enseñado a amarse a sí misma y a compartir ese amor con los demás. El secreto era ese, compartir, no depender. La muerte a su alrededor le había enseñado que cualquiera podía irse en cualquier momento, por lo que el apego era una debilidad. Equilibrio era lo mejor, disfrutar de lo bueno mientras durase, y estar siempre preparada para los momentos duros.

Entre meditaciones y pensamientos taciturnos, Gianna bajó al primer piso de la residencia a través de la plataforma de levitación. Gracias a las negociaciones con los Sahulur, ahora todo habitante de Tanah Baru era considerado un arqueano y gozaba de todos los beneficios que eso conllevaba. Lo primero —y lo más importante—, era que tenían un techo propio, una casa en la cual vivir. Un hogar.

El acuerdo había sido simple. La colonia formaba parte de Kater. Jack Relem era su líder y respondía directamente ante Hizur, el Sahulur de Kater. Todos los habitantes estaban sometidos a las mismas leyes y gozaban de los mismos derechos que un arqueano. Sus residencias estaban dotadas de las mismas facilidades y tecnología que el resto, sin embargo, había un pequeño detalle que tenía a Gianna un poco molesta desde la partida del todopoderoso Rahkan Vuhl. Ella estaba a cargo.

«Eres en quien más confío», le había dicho, antes de irse con Derguen a quién sabe dónde. Gianna sabía la enorme responsabilidad que eso significaba, y no la quería, no disfrutaba de cuidar a todas esas personas. No le importaba si era egoísta o no, tan sólo no se sentía a gusto. Para Jack, quizás resultaría algo normal, al haber sido profesor en su antigua vida, pero ella siempre había sido arisca y asocial. Hablar con otras personas, relacionarse, no era algo que le complaciese.

Y por eso había usado a Jareth, un joven originario de Suecia; quizás porque era una persona pulcra, inteligente y organizada, o porque su nombre y apariencia le recordaban a un viejo interés amoroso del cual se avergonzaba. Lo convirtió en un ayudante —por no decir esclavo disimulado—, que cumplía con todas las tareas correspondientes a la administración de la colonia. No podía solo con la tarea, pero para eso tenía a Ilette, una joven de piel canela que a veces se confundía con otra arqueana por su origen hindú. Las personas la respetaban, y hacía un buen trabajo manteniendo el orden. Juntos, Jareth e Ilette suplían las labores de Gianna de forma eficiente, y encima sentían que era un gran honor hacerlo. Para ella, era la mejor solución. ¿Estaba mal? A nadie le importaba, todos eran felices de esa forma. Gianna podría ser mala relacionándose, pero sus dotes de manipulación seguían siendo tan buenas como antaño.

La casa no era muy diferente a la de Vanila, tan sólo variaba en la decoración interior, la cual consistía en plantas de origen galeano, conseguidas por Jack y Gianna durante un viaje a la Sección Central de Arquedeus. Ahora que lo sabía, le sorprendía el funcionamiento de la hiralta. Todo el avrion era como un gran ecosistema, cuyas residencias cumplían la función de pequeñas baterías que alimentaban a la Goan Tarua, para, a su vez, recibir sustento de ella.

La energía se colectaba a través de celdas solares, receptores térmicos y eólicos. La red acuífera funcionaba de forma similar, con cada casa conectada a un sistema de captación de lluvia que recorría toda edificación a través de hendiduras en muros, calles y subterráneo, dotando de vida a la vegetación. Todas las canaletas, de las cuales brotaban plantas —desde las pequeñas diraceas, hasta los gigantescos pinos— estaban conectadas a esos acuíferos nutritivos. La simbiosis perfecta entre humano y naturaleza.

Al entrar en el comedor, extrañó las risas de Sibi y Rex correteando por el lugar. La pequeña de cabellos dorados quería ser una científica como Gianna. O al menos eso había dicho cuando decidió partir a la academia, llevándose a su fiel mascota con ella. Con sus doce años, había estado al borde de convertirse en una marginada. Para su fortuna, era una edad aceptable para intentar seguir el sistema de educación arqueana. Si lo hacía bien, conseguiría convertirse en una Noktu.

Un gran golpe para la integración de los colonos, fue que el nivel de comprensión de aquellos provenientes del mundo antiguo, no era el necesario para hacer uso de toda la tecnología. No cualquiera podía unirse a las academias arqueanas, puesto que el nivel estaba muy por encima de las capacidades intelectuales de los refugiados. Con los más pequeños no había problema, pero para el resto, las únicas vacantes disponibles eran para la rama corporal, es decir, aquella que formaba cazadores, capas negras, Noktu Rom. Muchos eran ancianos, adultos ya consumados, o simplemente no querían ser cazadores.

Los variadores eran otro inconveniente. No cualquiera podía utilizarlos, y los pocos que sí, tan sólo eran capaces de crear miserables rules alimenticios. La estrategia propuesta para solucionar el problema de educación, desarrollada en conjunto entre Jack, Gianna y Fred, un ingeniero ambiental sobreviviente del holocausto, permitiría a la colonia crecer como un órgano autosustentable, dentro del mismo equilibrio que mantenía el avrion níveo. Erigir una red de comercio interno, con una moneda interna —a la cual se dio el nombre de Meler, en honor, por supuesto, a su libertador—, era el proyecto a seguir. De esa forma, todo aquel que pudiese realizar un oficio, un servicio, o fabricar objetos igual que en el viejo mundo, podría ganarse la vida. Adaptación en su más pura esencia.

Gianna abrió la puerta deslizable que daba al cuarto frío —un espacio reducido en el que cabía una sola persona de pie— para sacar algunos ingredientes. De las paredes brotaban soportes cuyo material metálico difería al marmóreo del resto de la casa. Se llevó fruta, huevos de aghi —un tipo de reptil de nieve— y, sí, hoy le parecía día indicado para probar esa extraña carne de wehe-he.

Los alimentos, a excepción de algunas verduras, eran bastante diferentes a los del viejo mundo. Todos y cada uno de ellos provenían de su propia casa, de la granja de interiores. La carne era sintetizada por un generador cárnico, artefacto que usaba la tecnología de los variadores para cultivar el tipo que se solicitase. El cultivo debía prepararse con antelación, pues demoraba algunos días en madurar de forma adecuada. Tan sólo debía abonarse con proteínas del animal deseado y glucosa encapsulada para que creciese.

En Arquedeus, la cacería era un acto tradicional que se realizaba para obtener individuos que dotarían de proteína a grandes comunidades por largos periodos de tiempo.

Con los ingredientes entre manos salió del cuarto frío y la puerta se cerró herméticamente detrás de ella. Colocó todo sobre la mesa central —que brotaba del suelo como otra parte más de la casa—, presionó un botón y una pequeña compuerta se abrió en el centro de esta. Gianna depositó los ingredientes dentro, incluyendo el trozo de carne que lucía como una masa muscular amorfa poco apetitosa. Presionó de nuevo el botón y la compuerta se cerró, dejando un orificio circular, como si faltase arrojar algo dentro.

Gianna suspiró, hacer comida nunca había sido tan fácil, extravagante y complejo a la vez. Del bolsillo que llevaba en el cinturón sacó un objeto parecido a un dedal metálico. Se lo puso. Cerró sus ojos y pensó en el proceso exacto para preparar lo que deseaba, desde el batir de los huevos, hasta la temperatura de cocción de la carne. Una luz comenzó a brotar de la punta de su dedo, como un láser que materializaba un pequeño objeto. Lo recibió con la mano contraria: un cristal, un rul. «Espero que esta vez haya calculado bien el tiempo», pensó Gianna, e introdujo el objeto a través del orificio de la mesa.

Hubo un destello lumínico en cuanto el rul desapareció de la vista, después, nada. Gianna presionó de nuevo el botón para abrir la compuerta y sacó lo que había en el interior. Los huevos estaban fritos, humeaban, mientras que el trozo de carne y las verduras se encontraban perfectamente acomodadas en el plato. El aroma, a huevos con tocino, hacía que a Gianna le rugiera el estómago.

A pesar del buen aspecto, miró sus alimentos con cierto recelo. No estaba del todo convencida de lo que había hecho. Quizás hubiese podido imaginar bien la forma, pero dudaba que la cocción fuese la adecuada. Además, a pesar de que no le ponía peros a la tecnología, los variadores rozaban la locura. Magia la llamaría, si no conociese a Jack. Y es que era sorprendente, su alimento se veía exactamente igual a cómo lo había visualizado en su mente.

Abrió un compartimento pequeño de la parte inferior de la mesa y sacó algunos cubiertos arqueanos. Cerró los ojos y probó un poco de la carne de wehe-he.

La saboreó. Tenía una consistencia firme y jugosa, su paladar disfrutaba de deshacerla y su lengua se negaba a tragarla. Era deliciosa, sin embargo, estaba algo desabrida. Tal y como lo suponía, la comida que ella preparaba no era tan buena como la de Vanila. La joven arqueana tenía una especie de sazón que no lograba comprender; preparaba comida de otro mundo, algo que Gianna no había logrado, pues la dichosa carne de wehe-he —que se suponía era un manjar—, le recordaba mucho a un pollo de sabor más fuerte. Era obvio. Si sólo sabía cocinar comida galeana, por más ingredientes extraños que utilizara, seguiría siendo comida galeana.

Al terminar su desayuno, Gianna se dirigió a la sala de estar. Mientras caminaba, las plantitas color turquesa —que brotaban de las paredes— producían un ligero tintineo. Su sonido la hacía sonreír. El lugar era acogedor.

Sentada en uno de los kuffis pasó algunas horas pensando en el porvenir. Para ella, las cosas no eran tan simples. Por su edad, y a pesar de que era una mujer de gran sabiduría, su intelecto quedaba por debajo del de un arqueano promedio. Era suficiente para usar los variadores y vivir de ello, pero no quería que su vida se convirtiese en eso. El tiempo en Vaenis le sirvió para aprender muchas cosas, una de ellas, que la vida de granjera no era lo suyo. La ciencia era su vocación, quería saber más, aprender más. Jack había seguido su propio camino, haciendo su parte para que todo sucediera, y ella tendría que tomar el suyo como la otra cabeza de la familia. Por eso mismo, ya trabajaba en una tarea tan compleja como misteriosa.

Nieve Nocturna y Luna Dorada. Eran dos nombres que había tenido en la cabeza durante los últimos días. Ella y Jack habían buscado información al respecto, pero lo único hallado era la leyenda que contaban los Laktu, sobre un ser aterrador, un asesino que irrumpía en las torres de los Sahulur para robar información valiosa. Sea lo que sea que buscara, no lo había encontrado, o quería más, porque continuaba su tarea, con un método de acción azaroso. Nadie sabía dónde o cuando atacaría. Lo único que se sabía, era que, si el momento llegaba, lo mejor para aquellos que apreciaran su vida, era huir.

Lo poco que sabían era a través de testimonios. Gianna había conseguido unir algunas piezas para dar con una localización. De todo lo que sabía, había tres datos cruciales. El primero era el lugar de su último ataque: Ikptu, tierras del sur. El segundo, era una explosión demográfica de ravahl, reptiles gigantes, originarios de Arquedeus; Gianna sabía que todo aumento en el número o tamaño de los reptiles tenía que vigilarse con extrema precaución. Y el tercero, el tercero era lo que más había consternado a los dos científicos, el más evidente y entrañable, razón principal que los llevó a investigar el caso. El tercer dato crucial la invitaba a dejar volar su imaginación por la inmensa cantidad de posibles respuestas. El tercer dato era...


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