24. Cazadores (II-III)
—¿Estás listo Kail? —preguntó Vanila.
—Siempre lo estoy —respondió él, sin embargo, el sonido emitido por sus cuerdas vocales, no coincidía con el idioma español.
Kail puso cara de duda, sin saber qué hacer. La joven sólo pudo reír.
—Tu traductor está desajustado, me has hablado en chino —explicó, acercándose al rostro de Kail—, ven aquí, que te lo ajusto.
El traductor de Kail era un collar negro con un pequeño cristal turquesa en el centro. Vanila se acercó para poner una mano sobre este. Su presencia intimidó al muchacho. Podía ver el iris verde, profundo y atrapante, de los ojos de la chica, igual que un bosque salvaje. Olía a vainilla. Estaba tan cerca, que no podía evitar estremecerse. Su corazón latía con rapidez, esperando a que ese momento terminara pronto.
—Ya está, con eso debería bastar. A veces pasa cuando te pones nervioso, intenta ahora —dijo Vanila, en arqueano, como siempre, aunque para Kail sonaba como si lo hiciese en español.
El rostro del joven cambió de color al instante. Si se debía al nerviosismo, entonces...
—Creo que no... —dijo en inglés—... esto no va a —habló en francés—... funcionar —terminó en japonés.
Un silencio incómodo se formó, antes de que los dos soltaran una carcajada. Rieron mucho, por unos segundos. Después de aquello, simplemente callaron, apenados. Ninguno de los dos, había mostrado tal debilidad delante de un desconocido. Se sentían avergonzados.
—No... No tendrás problemas si respiras profundo —dijo Vanila, dando la espalda al joven.
—Ya, ya lo hago. Vamos tras el resto —articuló Kail, en un fluido arqueano, tras dos profundas inhalaciones.
—Los alcanzaremos a pie —continuó la capa plateada—, tardaremos un poco porque se mueven saltando sobre los árboles.
—¿Y no podemos hacerlo también?
Vanila arqueó una ceja.
—Te refieres a... —dijo ella, levantando la vista hacia las copas de los grandes pinos—. Es peligroso, necesitarías...
Kail frunció el ceño, ignoró a Vanila y observó el grueso tronco más cercano mientras ella hablaba. Jamás había visto un árbol tan vivo y fuerte como ese, mucho menos subido a uno. Sabía escalar montañas, saltar riscos y cruzar acantilados; un simple árbol no parecía reto.
Tensó músculos antes de lanzarse hacia delante. Le faltaría fuerza para llegar a la cima, así que se aseguró de reforzar con magia cada una de las fibras musculares que requeriría para su ascenso. Puso las manos sobre el tronco y se impulsó hacia arriba. Dio un gran salto que lo elevó varios metros. Se sostuvo de nuevo y repitió el proceso hasta llegar a una rama alta. Una, dos, tres veces.
Cuando estuvo en lo más alto, miró hacia abajo, sonriente.
—Estoy seguro de que puedo hacerlo —gritó para la boquiabierta Vanila.
Ella sacudió la cabeza para salir de la estupefacción.
—¡¿Cómo has...?! No importa.
Corrió también hacia el gran tronco. Se apoyó solo con un pie y saltó hacia arriba. Alcanzó una saliente de corteza con su mano y, aprovechando el primer impulso, se lanzó a la copa en un espectáculo de ascenso con saltos, giros y maniobras ágiles que dejaron a Kail con la misma expresión que la arqueana.
—¡Alucinante!
—¿Cómo lo hiciste?
Ambos hablaron al mismo tiempo, con sorpresa, cuando se encontraron frente a frente sobre la rama. Se miraron, confundidos.
—De verdad tengo que aprender eso —dijo Kail—. ¡Quiero!, aprender a hacer eso.
—El trato sigue en pie —dijo ella, poniendo ambas manos en su cintura—. Espera, entonces tú...
La joven detuvo sus palabras antes de completar la última frase. Había notado la lógica de los acontecimientos, sin embargo, pensar que Kail, siendo hijo de Jack Relem, podía ser también un Rahkan Vuhl, la dejaba en una posición muy complicada. Los Sahulur seguro estarían encantados de saber esa información, si es que no la sabían ya.
Por su parte, Kail se puso serio enseguida. Recordaba que, quizás no había dragón cerca, pero sí peligros nuevos que nunca había conocido. Debía moderarse a la hora de mostrar sus habilidades.
—Entonces... ¿no podremos ir por los árboles? —preguntó, desviando el tema. Le resultaba curioso que no hubiese notado nada raro. Si lo había hecho, agradecía que no hubiese mencionado nada.
Vanila lo dudó un momento, miró el entramado de ramas que se expandía hacia el horizonte, y luego a Kail. Suspiró.
—Vamos, alcanzaremos a los Noktu y descenderemos a tierra antes de que te vean. —Vanila miró a Kail de forma inquisitiva. Sonrió—. Intenta seguir mi ritmo.
Kail se llenó de emoción cuando vio a la joven saltar hacia la rama del siguiente árbol, tan ágil como el más rápido de los tergos. Él también hizo lo mismo. Sin pensarlo dos veces, corrió sobre la rama y saltó, pero no calculó correctamente el ángulo de caída y se tambaleó.
Trató de mantener el equilibrio. Una mano lo ayudó a sobreponerse.
—Ten cuidado —dijo ella.
Kail asintió con vergüenza y volvió a intentarlo. Primero fue lento, pero poco a poco, salto tras salto, se fue acostumbrando a la dinámica y acción de la gravedad, la resistencia de las ramas y los puntos de apoyo. Al principio se sintió bastante torpe, en comparación con Vanila, pero a los pocos minutos ya calculaba mejor la fuerza y trayectoria requeridas para el avance continuo.
Durante el camino, Vanila habló sobre los tipos de cacerías, los rangos oficiales y la problemática que tuvo con su vieja huina. Había tres tipos de cacerías: comunes, competitivas y de selección. Kail estaba a punto de presenciar una cacería común, el trabajo principal de un Noktu Rom. La cacería competitiva era el deporte más emblemático y tradicional de Arquedeus, en el que, los diferentes equipos, o huina, capturaban las mejores presas para obtener más puntaje. Sólo los capas negras podían practicarlo; los torneos de caza se transmitían mediante holovisión a todo Arquedeus, eventos muy grandes. Las cacerías de selección eran una tradición milenaria en la que los Sahulur se llevaban a los mejores Noktu para otorgarles el rango de Laktu, e incluso unirlos a su guardia personal. Vanila se había vuelto una Laktu desde muy joven, y ese hecho había molestado a los capas negras que antes solían formar parte de su huina. Fueron sus amigos, y ella los abandonó para escalar más alto.
Tardaron unos minutos en alcanzar a los cazadores. Antes de entrar en su campo de visión, descendieron de los árboles y se acercaron a pie a la zona. Vanila emitió un leve silbido que fue correspondido por el líder del grupo. Él los volteó a ver, hizo un asentimiento de cabeza, y se dispuso a seguir con lo suyo. Inspeccionaba el terreno.
—Ese, joven galeano, es Handor —dijo Vanila en voz baja, señalando al hombre que guiaba a los otros. Tanto ella, como Kail, se ocultaban a la distancia para no molestar—. Es el kunul y los otros son su huina. Los silbidos son el método de comunicación que se usa en las cacerías, para ahorrar palabras y no asustar a las presas. Hay toda una variedad de sonidos con diversos significados.
»Prepárate, en cuanto localicen un objetivo comenzarán a moverse. Tendremos que seguirlos sin estorbar.
Kail asintió, un poco nervioso. Observaba a los cazadores, su vestimenta uniformada, y comprendía que esas capas con capucha eran el símbolo jerárquico más valioso en Arquedeus; distinguían rangos. Había visto también capas azules, correspondientes a los intelectuales. Los Noktu usaban capas negras, sin embargo, la de Handor, el kunul, se diferenciaba del resto por lucir una insignia dorada. Hasta ese momento, Kail no lo había notado, pero la capa de Vanila también tenía una. Ella debía ser kunul de otra huina.
—Vanila —dijo Kail, mientras esperaban—. Hace poco hablaron de ravahl, ¿qué son?
—Criaturas grandes y ágiles, muy fuertes. A veces se vuelven un problema, y es otra parte del trabajo de los Noktu mantener poblaciones peligrosas bajo control.
—¿Crees que hoy pueda ver uno? —preguntó Kail, ansioso.
—Bueno, joven de Galus, los ravahl no son para cazar —respondió aun con esa media sonrisa en el rostro—, son tan peligrosos que su control es especial, con temporadas que a veces incluyen Laktu en las avanzadas. Deberías rogar por que no aparezca uno, o la cacería tendría que cancelarse.
Kail tragó saliva y no volvió a cuestionar nada. Lo que menos quería, era que todo el esfuerzo de Vanila por conseguir ese espectáculo para él, fuera en vano.
***
El sol del mediodía iluminaba bien los alrededores, traspasando las copas cónicas, derritiendo la nieve y haciéndola caer desde las ramas. El lugar era fascinante, además de los grandes pinos, había plantas de hojas aciculadas y matorrales adaptados al ambiente. Handor, el cazador, daba una señal con silbidos. El resto de su huina se dispersaba.
El kunul avanzaba hasta perderse en los matorrales, agachándose hasta rozar el suelo. El color de su capa y traje dejaba de ser negro para tornarse blanco conforme más se acercaba a la nieve. ¡Era cambiante! En el dedo índice de la mano derecha llevaba un variador de punta afilada, parecía una garra de colilla larga a contrapunta.
Kail intentaba descubrir qué observaba, pero desde su posición sólo veía árboles enormes, ramas, y un tronco caído. El blanco predominaba por doquier, contrastado por el marrón de la madera que parecía nacer del suelo para dirigirse hacia las copas que se perdían de vista en la altura.
De un momento a otro, el cazador saltó. Usó de apoyo la base de un pino para impulsarse y saltar de nuevo. Cayó al otro lado de algunos arbustos lejanos, se escuchó un berrido. El resto de su huina corrió tras él.
—Vamos —dijo Vanila en voz baja, impulsando a Kail por el brazo para guiarlo.
Se acercaron con precaución para encontrar a Handor con ambas manos enroscadas en el cuello de una bestia que bramaba al tratar de quitarse al intruso de su lomo. El resto de capas negras no hacía nada, tan sólo observaban, riendo.
—¿Qué pasa kunul? —decía uno de ellos—. ¿Un nemuk le está causando problemas?
La presa capturada era enorme, y parecía pesada. Tenía mucho pelo color blanco que le ayudaba a perderse de vista entre la nieve, su cuello era largo, al igual que sus extremidades delanteras. Las afiladas garras que brotaban de sus dedos, lucían peligrosas. Viéndolo con detenimiento, Kail podía compararlo con un animal visto en viejos libros de biología. En Galus, los llamaban «perezosos», pero nunca imaginó que fueran gigantescos. El que tenía adelante era mucho más grande que Handor.
El kunul bufó sin responder a su huina. Sin soltarse del cuello animal, realizó un giro que llevó a su presa al suelo. Un gas adormecedor emanó de la punta del variador. Sintiéndose superado, el nemuk dejó de luchar. Handor sacó un pequeño objeto y lo sostuvo en su mano. Una esfera de cristal. La presionó con fuerza hasta que se escuchó un chasquido. En ese momento, el objeto creció hasta hacerse más grande que él y quedó levitando sobre el suelo. El hombre arrastró a la criatura del cuello para introducirla en la esfera y, cuando la tuvo dentro de la cápsula, esta se cerró por sí sola. Con un sonido magnético, la esfera se alejó volando a gran velocidad surcando los árboles.
Concluido el acontecimiento, impresionante para Kail, pero de aparente normalidad para todos los demás, el cazador volvió a agazaparse entre la maleza y siguió en busca de más presas. Prestaba atención especial a pisadas en la nieve, rasguños en las cortezas de los troncos, restos de heces, huesos u otros destrozos. Usaba el variador y un monóculo que detectaba rastros de calor para analizar muestras. Avanzaba en conjunto con su huina, buscando por el bosque presas cada vez más raras.
—Esa fue una colecta —explicó Vanila en voz baja—. Las monocápsulas de transporte las llevan al saotar , en donde los Sektu obtienen muestras de tejido muscular para loscultivos cárnicos.
Kail hizo una exclamación de sorpresa, ahora que entendía otra parte de la forma de vida arqueana. Después de aquello, todo siguió un patrón parecido. Entre las presas que los Noktu obtuvieron, había wehe-he y aghi. El primero se trataba de un ave pequeña, tan pequeña que cabía en una mano; mientras que, los segundos, eran unos animalitos bastante curiosos, pues parecían serpientes con diminutas patas.
A pesar de estar en un clima frío, en Arquedeus había una inmensa variedad de criaturas. Era impresionante, incluso especies que en Galus se habían extinguido hace milenios. Viendo todo eso, el joven no podía evitar preguntarse qué diría su padre al respecto, o si es que ya había sido capaz de presenciarlo también, allá, en donde estuviese.
Todo parecía tranquilo y normal, hasta que un silbido profundo y penetrante se escuchó a lo lejos. Como resultado, Vanila, que conocía los significados clave, se puso tensa al instante. La huina comenzó a moverse de prisa.
—Ese Handor... —murmuró para su acompañante—, de verdad encontró uno. Espero que sepa lo que hace.
La arqueana sostuvo a Kail de la mano y lo llevó corriendo detrás de los capas negras. El resto de cazadores se unían en el mismo camino que ellos. De pronto, el sigilo parecía haber dejado de importar. Corrían de prisa, asustando presas, saltando sobre los árboles y surcando troncos caídos. Todos acudían al origen del llamado.
En cuanto llegaron, Vanila detuvo a Kail. El resto de cazadores continuaron, pero ellos dos avanzaron despacio. Más adelante estaba Handor, con unas enormes marcas de colmillos en un brazo. Algo enorme lo había mordido. Un lagarto de cuello largo y afilados colmillos. Sobrepasaba los tres metros de altura. Apoyado en sus cuatro patas robustas, se vislumbraba un cuerpo alargado cubierto de escamas, el cual terminaba en una larga cola.
Un escalofrío recorrió a Kail, no pudo evitar estremecerse. Lo que tenía delante, sin duda alguna, parecía un híbrido.
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