Pista de audio recomendada: Crónicas de la Luna Negra (reproducir cuando aparezca la marca en la lectura).
Seguía siendo de noche. El piso, de lisa superficie, reflejaba la iluminación azulada proveniente de tres pequeñas esferas que flotaban en lo alto del lugar. Admiraba con curiosidad el acompasado vaivén de los objetos que desafiaban la gravedad. Curioso, levantó la mano, atrayendo una para analizarla. Se trataba de una simple esfera de vidrio que emitía luz por alguna razón que no lograba deducir. Parecía energía pura, contenida dentro del material quebradizo, como una bombilla.
Si dejaba de lado la repulsión que sentía hacia los Sahulur, le apasionaba la tecnología arqueana. Había libros en estantes, algunos muy viejos, de papel, iguales a los de Galus. Una vitrina transparente, cuyo interior ostentaba una gran cantidad de cristales con figuras de diversa índole, ordenados como si fuesen de colección, acaparaba la mitad del muro contrario a los ventanales. Animales, plantas, edificaciones, pequeñas figurillas clasificadas con símbolos que Jack no reconocía.
Una de las tres puertas en la habitación se abrió. La capa plateada de Hizur, recubierta con insignias y adornos dorados, fue lo primero que apareció a la vista, ondeando al paso del anciano.
—Ya está todo arreglado —dijo Hizur. Había cierto nerviosismo en su voz. Estaba agitado, como si viniese de una discusión—. Ahora deberás acompañarme. ¿Pero qué estás...?
Jack miró la esfera que aún tenía en la mano, luego al Sahulur, y le dirigió una media sonrisa.
—Que objetos tan interesantes tenéis aquí —habló, soltando la esfera, la cual se elevó hasta volver a adquirir su posición original.
Hizur correspondió el gesto de la misma manera, con una sonrisa. Miraba a Jack hacia arriba. El anciano no era muy alto que digamos, alcanzaría apenas la nariz del galeano.
—Tus raíces arqueanas no te abandonan a pesar de las generaciones —dijo el Sahulur, acompañando sus palabras con una expresión de comprensión. Cerró sus ojos por un instante, y suspiró—. Como decía, tienes que venir conmigo.
Jack frunció el ceño ante la invitación. Hasta ahora, no había sido invitado más que en calidad de prisionero, y esa no parecía ser la excepción. De alguna manera, sabía que no podía rechazar lo que se le pedía, así que asintió sin palabras.
—Despeja ese rostro de duda —dijo el Sahulur, al notar el breve momento dubitativo—. No debes temer. No a mí, siendo tú la viva prueba del poder de la creación. Si en los albores de tu mente, estuviera el deseo de matarme, sé que podrías haberlo hecho desde que pusiste un pie en mis aposentos. —Hizur miró a Jack con elocuencia—. Jack Relem, a mí ya me has demostrado lo que eres, lo que piensas, lo que sientes. Sin embargo, Arquedeus no se rige por sólo uno de nosotros. Cada avrion en nuestro mundo está a cargo de un Sahulur, como yo. El verdadero poder decisivo, reside en el Supremo Consejo de Arquedeus, conformado por cada uno de los Sahulur, administrado por cinco concejales de sección y un solo líder supremo, al cual llamamos Vuhl Sahulur.
Jack escuchó las palabras del anciano sin saber muy bien cómo interpretarlas. Inhaló profundo. Lo único que entendía, era que la mejor manera de lograr su objetivo, de conseguir un lugar en Arquedeus, era seguir aceptando lo que le pedían. Por lo menos, por ahora.
—Como desees, Hizur —respondió Jack, sin mucho ánimo.
Por alguna razón, sentía que había sido vendido, como si estuviese a punto de enfrentar un nuevo peligro. Estar en una habitación llena de cientos de los arqueanos más poderosos, se escuchaba como una clara sentencia maldita.
El Sahulur recogió el cetro que usó para atacar a Jack, había quedado en el suelo desde el nefasto momento. Con el objeto en mano, hizo un gesto de cabeza para que el galeano lo siguiera. Él accedió, no sin antes hacerse con su propio cetro en caso de que lo necesitase. Pensó en llevarse la lanza de Kail, sin embargo, sabiendo que era una reliquia arqueana, prefirió no tentar a la suerte.
—Déjalo, junto a la reliquia, no vas a necesitarlo —habló Hizur, dándole la espalda, al darse cuenta de que se llevaba el objeto—. Pase lo que pase después de esta reunión, me gustaría pedirte un favor personal. Llévate también esa lanza, ocúltala, no dejes que nadie la vea. Esa reliquia, no merece estar en Arquedeus, no aún. Temo lo que otros puedan hacer con ella. Es irónico, pero estará mejor en tus manos.
—¿Estás hablando en serio?
El Sahulur giró la cabeza a medias para dirigirle una sonrisa sincera. Y sin palabra alguna, siguió adelante. Jack no daba crédito a la situación. ¿Qué había sucedido en esa reunión, que ahora lo hacía dudar de su propia gente? Parecía una persona completamente diferente. Era imposible deducirlo sin información, así que se limitó a hacer lo que le pedía. Dejó cetro y lanza sobre el escritorio, y lo siguió.
Caminaron juntos hacia la tercera puerta, al atravesarla se encontraron en una habitación oscura. Fue difícil ver, hasta que una tenue luz —proveniente de una sustancia acuosa— comenzó a iluminar el lugar de forma progresiva. El líquido formó una esfera, y una voz se escuchó salir de ella.
«¿Ya está contigo, Hizur?»
«Estamos listos, abriré el portal.»
El Sahulur respondió en arqueano a la voz. Como resultado, el líquido cayó con un sonido de salpicadura, dejando de nuevo todo a oscuras.
—Se llama lakrita —habló Hizur—, es un líquido capaz de vibrar, sensible a las fuerzas gravitacionales de nuestro planeta. Capta las ondas de tu voz, las transforma en energía y las envía a través del tejido espacial hasta la esfera receptora, que traduce el impulso en una nueva onda mecánica perceptible por nuestros tímpanos. ¿Te gusta?
Atónito, Jack intentó comprender el mecanismo de acción del objeto. ¡Pero se le dificultaba! Era una tecnología que nunca hubiese podido imaginar. ¿Tejido espacial? Ese era un concepto que nunca antes había estudiado.
—Impresionante, nosotros usábamos ondas de baja frecuencia para comunicarnos a través de terminales. Son conceptos parecidos, pero claramente el vuestro es más eficiente. ¿Qué tipo de energía usáis?
El Sahulur sonrió.
—La de la mente, Jack Relem. Usamos nuestra mente para moldear la energía que el mundo brinda —respondió—. ¿Has visto los grandes cristales zero en la punta de nuestras torres? Son grandes catalizadores que transforman la energía del sol, la energía del núcleo terrestre, la energía estelar, la energía del viento, la tierra, el agua y la vida, en energía consumible, limpia. Los residuos realimentan el cristal, una y otra vez, es...
—Imposible —dijo Jack, sin dar crédito a lo que escuchaba—. ¡No puede existir un reactor tan eficiente! ¿Dónde queda la pérdida? ¿De verdad habéis conseguido energía... ilimitada?
Hizur sonrió de forma altiva, elegante, y le dio la espalda.
—La pérdida reside en energía térmica reutilizable por otros reactores, como los has llamado. El estudio de las dimensiones, el tejido espacial y la emanación de energía terrestre es reciente, pero nos ha permitido avanzar a pasos agigantados. ¿Eficiencia? Es algo que dejó de importarnos gracias a los variadores. Los cristales zero son el más grande tesoro de Arquedeus... —Hizur se detuvo un momento para inhalar profundo—... y no fueron suficientes para parar a Kronar.
Jack guardó silencio. Esa verdad lo abrumaba tanto como al Sahulur. Si esos cristales realmente podían brindar energía ilimitada, y no habían sido suficientes para detener al dragón, entonces, ¿qué se necesitaría para hacerlo? Sólo era cuestión de tiempo para que Kronar también lo notase. ¿Cuánto faltaría para que Arquedeus también se volviera blanco de la furia de un dios?
Otra luz —esta vez color violeta— iluminó los rostros de los dos hombres. El Sahulur usaba su cetro para crearla. Tres columnas en forma de garra se levantaban frente a ellos, en las cuales, símbolos arqueanos se encendían al contacto con el destello. Ahí, justo en el punto de convergencia, se proyectaba una imagen, un portal. Parecía una pintura, flotando en la nada. Una ruptura en las dimensiones, una visión que tomaba forma poco a poco.
Como si fuese un espejo, o un ventanal, al otro lado se distinguía una enorme sala circular con cientos de banquillos rodeando el centro. Sentadas en los banquillos, figuras encapuchadas. Los adornos dorados en sus capas plateadas los delataban: eran Sahulur. La imagen lucía tan realista que incluso parecería que el lugar de verdad estuviera ahí.
—Ven —dijo Hizur, y avanzó hacia la conformación de aspecto holográfico.
El Sahulur señaló el portal con la mirada, se colocó la capucha y siguió avanzando hacia la imagen con paso decidido. La atravesó, pasando a formar parte de la visión.
Jack no se movió de donde estaba, quedó sin habla al ver aquello. Era algo que no podía comprender. ¿Qué clase de tecnología era esa? Si ya se había sorprendido con la esfera de lakrita, eso estaba a un nivel completamente distinto. ¿Acaso era posible conectar dos localizaciones geográficas a través de un portal? Su mente trabajaba a tope, tratando de descifrar cómo algo así era posible, mientras tanto, el Sahulur —que ahora lo miraba desde aquella enorme sala—, lo llamaba con la mano, apresurándolo.
El Rahkan Vuhl sonrió. Se daba cuenta de que no era el único que podía hacer cosas inexplicables. Pero un pequeño golpe a su ego no venía mal, le ayudaba a recordar que siempre había algo nuevo que aprender. En Arquedeus, tendría que acostumbrarse a ello.
Sin pensarlo más, avanzó hacia el portal y se decidió a atravesarlo. Primero pasó una mano, asegurándose de que llegaba hasta el otro lado. Era una sensación extraña, como si estuviera metiendo la mano al agua, pero sin mojarse. Cerró los ojos y avanzó.
Fue una sensación única, de otro mundo. Al cruzar sintió como si lo hubieran tirado a una piscina fría, desde muy alto. Parpadeó aturdido, quedándose con un horrible vértigo del cual intentó superponerse al instante. Tuvo que corregir de forma consciente el líquido interno en sus oídos para lograrlo.
Miró a su alrededor. Ya no estaba en la Goan Tarua de Kater, ahora se encontraba en un lugar tan grande, que parecía un estadio. Detrás de él, aún estaba el portal con la imagen de la pequeña habitación con las tres garras.
—El salto espacial puede marear las primeras veces —dijo Hizur—. Se te pasará en unos segundos, cuando tus viseras se acostumbren y tus partículas recuperen su biolocalización.
Jack se llevó el dedo índice a la sien. El Sahulur esbozó una ligera sonrisa, y empezó andar, indicándole el camino.
—¿Bio... biolocalización? —habló Jack, para sí mismo, en voz muy baja—. Tiene sentido.
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Se encontraban en la parte más alta, bajando hacia el centro. La estructuración y posición de los presentes, recordaban a una sala de juzgados. Hizur acompañó a Jack hasta una plataforma central bien iluminada, y le pidió que subiera. Cuando lo hizo, el guía se apartó para ocupar lugar junto a la incontable cantidad de siluetas que observaban.
El lugar y la forma del evento no eran desconocidos para Jack. En Galus, cuya forma de gobierno derivaba de una mezcla entre la vieja monarquía y el sistema arqueano, existían salas muy parecidas a esa. Cuando el Consejo Supremo deliberaba decisiones importantes, se reunía para hacerlo. ¿Cuál era la diferencia? En el viejo mundo las salas eran mucho más pequeñas, porque los concejales no sobrepasaban los diez, y ninguno usaba capuchas siniestras, sino trajes formales como cualquier empresario.
Una silueta encapuchada, salida de entre las sombras, se acercó a Jack para entregarle una gargantilla, y se marchó. El hombre, que parecía haber adquirido una calidad de enjuiciado, la colocó en su cuello. Un ligero pinchazo le causó dolor despreciable en la nuca. En ese momento, sintió que algo había cambiado en él.
—¿Eres tú el Rahkan Vuhl? —preguntó la voz de un anciano, fuerte, imponente, resonando por todo el lugar. Con tantos presentes, era imposible determinar su proveniencia.
Algo extraño ocurría, aunque Jack escuchaba con sus oídos el idioma arqueano, en su mente, las palabras adquirían coherencia comprensiva.
—Un Rahkan Vuhl —respondió Jack, con una voz que sonó muy potente, amplificada en volumen. Él pensaba en español, pero sus cuerdas vocales liberaban sonidos que nunca había emitido. Sorprendido, se llevó la mano al cuello. Sonrió con sutileza. «Qué útiles artefactos tienen aquí», pensó. Alzó la mirada para dirigirse a todos los presentes y habló con ímpetu, con seguridad, con valor—. ¡¿Qué es un Rahkan Vuhl para vosotros?! Será acaso, ¿alguien que ha visto un mundo arder? O será alguien que ha visto ciudades enteras, llenas de adultos, niños y ancianos, consumirse en las llamas de la muerte. Quizás, ¿aquél que vagó quince años en el infierno? —Bajó la mirada, dejando ir una risa triste—. Decidlo vosotros, decidme si soy un Rahkan Vuhl, porque tal vez nuestros conceptos difieran en la realidad que cada uno ha vivido.
Un murmullo se expandió por la sala al escuchar las palabras de Jack. Nadie dijo nada, y antes de que así fuese, él ganó la palabra para complementar su respuesta.
—Mi nombre es Jack Relem. —Suspiró—. Consideradme lo que queráis, yo... ya os he dicho lo que realmente soy.
El murmullo entre los presentes cesó, y entonces, la misma voz del principio tomó presencia.
—Jack Relem, no es nombre digno para un hijo de Dios. Tu reacción, palabras, aspecto, todo contradice la divinidad arqueana. —La voz se escuchaba resonar por toda la sala—. Un hermano ha vislumbrado una leyenda en ti. Si no quieres confirmar lo que dice, esta sesión no tiene fundamento. Muéstranos, hombre de Galus, y tienes mi palabra, la palabra de Vormyr, el Vuhl Sahulur, máximo representante de Arquedeus, de que todos en el Supremo Consejo no sólo te ofreceremos una disculpa, sino que también serás recibido como uno de nosotros.
—¿Mostraros? —preguntó Jack. Aún no podía creer lo que decían—. ¿Qué me recibiréis como uno de vosotros? —No pudo evitar reír—. No, Vuhl Sahulur, te equivocas. No soy uno de vosotros. Hasta hace poco, quería serlo. Sin embargo, después de ver lo que hacéis, de saber lo que sois, sólo me queda... —Repulsión, quiso decir, pero él sabía que no era correcto para la diplomacia—... sólo me queda hacer lo que me pedís. Atenderé a vuestra petición, pero bajo mis términos, no bajo los vuestros.
Un revuelo se levantó entre los presentes, quizá debido al rechazo de las palabras del Vuhl Sahulur, o por la forma osada en la que Jack se expresaba. Él dejaba claro que actuaba por decisión propia, las palabras que usaba eran precautorias, una manera sutil de decirles «No estoy de acuerdo con lo que hacéis, pero cooperaré porque sois útiles para mí». A pesar de estar solo, entre cientos de las presencias más importantes en Arquedeus, era él quien dominaba. Y todos los presentes fueron conscientes de ello.
El silencio reinaba. Los Sahulur prestaban atención al hombre que estaba justo al centro, extendiendo los brazos, cerrando los ojos, altivo, seguro, un símbolo de seguridad.
Jack inhaló profundo.
—¿Queréis ver a un Rahkan Vuhl? —dijo Jack. Y el viento comenzó a arreciar, arremolinándose, silbando con furia—. ¿Queréis espectáculo? ¿Eso es lo que os gusta? —El viento rugía cada vez con más fuerza. Partículas de agua comenzaban a formarse alrededor de Jack. El cabello del hombre se agitaba, igual que las capas y capuchas de todos los presentes—. Entonces os daré espectáculo.
La temperatura de la sala descendía drásticamente. Un frío congelante y repentino se apoderaba del lugar. Vapor emanaba de cada poro de la piel de Jack Relem. El agua se condensaba, envolviéndolo, para luego unirse al viento que soplaba furioso. En pocos segundos, el agua se había convertido en nieve; y el viento, en ventisca. Las voces aterradas de los Sahulur¸ eran acalladas por el fragor causado por la nieve que azotaba contra sus capas. Se cubrían el rostro, protegían su cuerpo. La nieve enterraba la escena, apagando la luz, perdiéndose en las sombras, sepultando la incredulidad e ignorancia de aquellos que se hacían llamar sabios.
—¿Es suficiente? —gritó Jack, para que su voz alcanzara a escucharse entre el ruidoso evento—. ¿Estáis convencidos...? ¿O queréis más?
La furia que Jack había guardado por quince años recorría el desafortunado recinto, liberándose contra quienes lograron colmar su paciencia. Estaba molesto, pero tampoco podía culparlos. Ahora que tenía la oportunidad de comprobar los límites de la civilización más avanzada, se daba cuenta de que no hubiesen conseguido nada al entrar en el conflicto.
Los Sahulur habían actuado en beneficio propio, decisión que consiguió que su pueblo sobreviviese al apocalipsis. Eran afortunados de haber sido evitados por el dragón rojo. Si él solo, siendo un humano que apenas podía hacer frente al gigante, era capaz de amedrentar a cientos de Sahulur; si la cúspide de su jerarquía temblaba ante un solo hombre, entonces se habría derrumbado con facilidad ante el poder de un dragón.
Eso es lo que Jack pensaba, pero, ¿sería realmente la deducción correcta? ¿O quizás, era él, quien no se daba cuenta del poder que había logrado desarrollar?
Existe una fábula que habla de un elefante. El elefante era atado con una cuerda gruesa desde pequeño. Para su tamaño, era una cuerda irrompible, una barrera insuperable. Al crecer, se le sigue atando con la misma cuerda y el animal ni siquiera intenta escapar. Se cree incapaz de romperla debido a su experiencia. ¿Sería ese el caso de Jack? ¿Había crecido tanto, atado a la cuerda impuesta por el dragón rojo?
—¡Es suficiente, para! —gritó la decadente voz de Vormyr.
Jack suspiró. ¿Era suficiente acaso? ¿Estaría tranquilo si paraba? ¿O debía seguir? Aumentar la potencia. ¿Qué sucedería si acababa con todos los Sahulur? Estaban ahí, reunidos. Se preguntaba si estaría haciendo un favor al pueblo arqueano; se preguntaba, qué hubiese pasado si fuese Kronar el asistente a esa reunión, y no él. Se lo preguntaba, y se daba cuenta de que... estaba pensando igual que el dragón rojo.
No sabía nada sobre Arquedeus, ¿quién era para juzgar? Después de todo, fue él quien pasó quince años huyendo. Fue él quien tuvo la oportunidad de salvar a miles de personas y, sin embargo, prefirió esconderse con tal de salvar a su propia familia. Era tan culpable de la destrucción de su mundo como los viejos a los que atormentaba. Actuó de la forma que creyó correcta, luchó por su familia y no por el mundo, igual que todos los presentes en el recinto. A veces lo olvidaba, pero, ¿un héroe? ¿A quién engañaba? Él nunca había luchado por la justicia, ni por ayudar a otros. Jack no era un héroe, sino un padre, un maestro, un esposo. Deshacerse de los Sahulur no expiaría los pecados de su pasado, sólo agregaría uno más. Para iniciar una vida de paz, necesitaba actuar con razón, con sabiduría, con calma y precisión. Lo demás, llegaría por sí solo.
Una sonrisa se le escapó. Bajó los brazos en señal de paz. El viento dejó de rugir, despejándose con una ligera nevada. La temperatura volvió a la normalidad. Un silencio sepulcral fue lo único que quedó, hasta que todos fueron recuperando el aliento, poco a poco.
—Esto es lo que soy —habló Jack, en un tono tranquilo, relajado. Había dejado la furia atrás, se sentía cuerdo otra vez—. Aunque podría, no he venido a lastimaros. Los motivos que tuvisteis para abandonar nuestro mundo tienen, hasta cierto punto, sentido. ¿Qué hace el pastor, si ve que un león ha venido a comer sus ovejas? Un pastor sabio, se alejaría; un pastor tonto, intentaría salvarlas. Vosotros lo habéis demostrado, y ha sido una sabia decisión. Cruel para con mi mundo, pero útil para el vuestro.
El silencio siguió reinando tras las palabras de Jack. En la oscuridad, las siluetas de los Sahulur se notaban moviéndose, acomodándose de nuevo en sus banquillos. Él sabía que lo observaban. No estaba muy orgulloso de lo que había hecho, pero sí satisfecho.
—Esto es... —alcanzó a vocalizar el Vuhl Sahulur.
—Os lo he dicho, hermanos —se escuchó la voz de Hizur, de entre las sombras—. No debéis provocarlo. Él es, sin duda alguna, un Rahkan Vuhl.
—La... La palabra del Vuhl Sahulur es inquebrantable —habló Vormyr, recuperando todavía la voz—. En nombre del pueblo arqueano, Jack Relem, hombre de Galus, te ofrezco sinceras disculpas por nuestro recibimiento. Como muestra de buena voluntad, serás nombrado líder supremo de los Laktu Rom, la Guardia Plateada. Haré los preparativos para tu residencia.
Jack respiró hondo, cerrando sus ojos. Lo había conseguido. Ya no necesitaría desperdiciar esfuerzos protegiéndose de los arqueanos, de más humanos. Ahora podía volver a concentrarse en lo que de verdad importaba. Porque sí, ahora también se daba cuenta de que tarde o temprano, la calamidad que azotó el otro lado del mundo, también se cerniría sobre Arquedeus. Tomar acciones, sería algo necesario.
—Os agradezco profundamente este gesto —dijo Jack, a los presentes, realizando una ligera reverencia de cortesía—. Sin embargo, me niego.
Un súbito silencio se formó. Nadie dio crédito a lo que escuchaba.
—¿Te niegas? —cuestionó el Vuhl Sahulur.
No era ningún malentendido. Jack lo había notado. Vanila y Derguen, arqueanos también, lo habían reverenciado apenas darse cuenta de que era un Rahkan Vuhl, sin embargo, con los Sahulur era distinto. No lo reverenciaban, no lo idolatraban, le temían. El miedo se respeta, o se erradica. En ese momento, la segunda opción le parecía la que más coincidía con aquella reacción.
—¿No comprendéis aún? —continuó Jack—. Jamás dije que haría lo que vosotros quisierais. Aceptaré vuestra hospitalidad, e incluso podría ayudaros si requerís de mis habilidades, pero no pienso responder ante vosotros. Quiero que me consideréis, a mí, a mi familia, como invitados. Quiero que me deis la posibilidad de contactar, ayudar y rehabilitar a todos los habitantes de mi mundo, que hayan sido liberados por vuestro sistema Elix. Me haré responsable de ellos si nos brindáis un espacio para habitar, no causarán problemas.
Había estado pensando en esa negociación desde que Hizur lo había dejado solo. Sabía que los Sahulur tratarían de aprovecharse, y estaba dispuesto a impedirlo. Comprendía que tenía el control y lo usaba a su favor.
—Jack Relem, esto es... —dijo Vormyr, el Vuhl Sahulur¸ sin poder encontrar palabras para continuar. Se notaba un tono molesto, de incredulidad. Lejano al respeto que intentaba mostrar.
Una risa se escuchó provenir de algún lugar imposible de identificar. A uno de ellos, la situación parecía causarle gracia.
—Tal y como os he dicho, hermanos —habló Hizur—. Es duro como un ravahl.
—Si hacéis eso por mí—dijo Jack, ignorando las reacciones—, a cambio no diré nada de vuestras mentiras. ¿Os preocupa que los vuestros sepan que soy un Rahkan Vuhl, no es así? No finjamos que no sabemos la verdadera razón, teméis que vuestro poder luzca débil al lado del mío. Sin embargo, a mí no me interesa lo que hagáis con vuestro mundo. Mientras no involucréis a los míos, haced lo que queráis.
La risa de Hizur volvió a escucharse, seguida de unas pocas más que la corearon. La mayoría levantó revuelo, hasta que el Vuhl Sahulur volvió a tomar la palabra.
—Nunca, en toda mi vida me había topado con alguien tan audaz, Jack Relem —dijo el anciano, tras un suspiro—. Haz lo que quieras, no podemos hacer nada para detenerte. Sabes bien tu posición, y juegas a ganar con ella. Admiro tu decisión, sin embargo, considera esto, hombre de Galus. ¿Qué harás si algo ocurre, con los tuyos, algo que escape de nuestro control? Arquedeus podría ser peligroso para quienes no saben habitar sus parajes. Tu garantía es frágil.
Jack guardó silencio un segundo.
—¿Es una amenaza Vuhl Sahulur?
El arqueano respondió con total seriedad.
—Es... lo que es —dijo él, imitando las palabras que Jack había usado hace unos momentos.
Jack dejo ir una risa sin vergüenza.
—Estoy al tanto de esa posibilidad —respondió—. Sin embargo, sé que haréis lo posible para que eso no ocurra. ¿Sabéis por qué? Porque en el momento en que algo suceda con los míos, sea la razón que sea, entonces no habrá dragón que pueda compararse con mi ira. El bienestar de mi familia, significará bienestar para todos nosotros. Vosotros tendréis a vuestro cuidado aquello que aprecio más en esta vida; y yo, lo vuestro.
El silencio que reinó esta vez fue contundente, claro. Arquedeus, había perdido.
—Tenemos un trato, Jack Relem —contestó el Vuhl Sahulur.
—Que así sea —dijo Jack, con una media sonrisa.
—La sesión ha concluido. Todos podéis volver a vuestro avrion —estatificó Vormyr—. Lo que el día de hoy hemos presenciado, será sepultado en nuestra memoria. Nadie... —Miró a Jack Relem. Él asintió, estando de acuerdo—... Nadie sabrá del trato que aquí se ha pactado. Nadie sabrá lo que eres, y sólo así, tú y los tuyos estaréis a salvo.
Entre murmullos y conversaciones, la sesión con los Sahulur quedó finalizada. Jack se sentía a gusto con el resultado. La diplomacia había sido exitosa. Ahora podría continuar con la siguiente parte de su plan, una que incluiría centrarse en leyendas.
El Rahkan Vuhl dejó la plataforma central para encontrarse con Hizur, quien lo recibía con una sonrisa. Desde lo acontecido en la torre, el anciano tenía una actitud muy distinta hacia él. Juntos, dejaron el lugar. Había ganado, estaba de nuevo en la jugada, con el as de la victoria en la manga. Si jugaba bien sus cartas, una nueva oportunidad para librarse del dragón rojo, se presentaba ante él.
***
—Vuhl Sahulur, ¿qué ha pasado con lo que habíamos pactado antes? —preguntó un incauto, al anciano que dejaba la sala en compañía del resto.
Vormyr se quitó la capucha, dejando a la vista un largo cabello que hacía juego con su vello facial. Sus ojos de pistache miraron al portador de aquella pregunta. Una sonrisa se dibujó entre la barba blanca que cubría sus labios.
—Paciencia, hermano. Sólo surgió un ligero inconveniente. Mientras el Rahkan Vuhl se mantenga en las sombras, la repuesta llegará con el tiempo.
El anciano supremo puso su mano sobre el hombro del inseguro arqueano, y lo invitó dejar la sala, igual que el resto.
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