2. El demonio de acero
A primera hora de la mañana, Gianna, Jack, Kail y Sibi —con Rex a la espalda—, se pusieron en marcha hacia las ruinas del viejo astillero, a la orilla del mar. En sus rostros, decididos, se notaba que estaban conscientes de su destino. Y cuando la entrada, bordeada de altos pilares de metal, apareció delante, el viento los recibió silbando, adulado por el suave oleaje de la costa ante el silencio de los presentes
Habían acampado cerca, a sabiendas de que los híbridos rondaban la zona. Aquellos que estarían dentro de las instalaciones, ya habían sido despachados el día anterior, en silencio. Hoy era seguro entrar, pero tendrían que actuar rápido, pues lo que estarían a punto de hacer, seguro atraería problemas.
Con valor y temeridad, Jack fue el primero en dar un paso adentro. Kail y Gianna lo siguieron muy de cerca; Sibi, sin soltar a Rex, avanzaba agarrándose a la mujer por la parte de atrás de su abrigo. Todos estaban nerviosos. Sabían que este momento significaba un cambio en su vida. Un nuevo comienzo estaba delante, o quizás también el final del camino.
El interior del viejo astillero estaba en muy mal estado, igual que casi cualquier otra construcción humana. Las paredes metálicas habían sucumbido ante el óxido, incluso desde antes de que los híbridos las usaran de hogar. Los peligrosos pasillos, fracturados y corroídos, amenazaban con desplomarse con apenas unos pasos, pero Jack ya había trazado camino para los suyos. Con cuidado y sin mayor dificultad, los guiaba hacia las entrañas de aquel lugar, a lo más profundo, a lo que algún día fue una sección separada del conjunto principal. Subterránea, bajo el hielo, ahora había un pasaje libre, abierto por el tiempo y la destrucción, un camino directo a las piezas de su boleto al continente arqueano.
El súbito silencio dejado por el alto de sus pasos sobre el chirriante metal, marcó la llegada a la sala más profunda. Desde lo alto de una escalera, se observaba una amplia habitación, en mejor estado que el resto de la construcción, con un gran pozo lleno de agua en el centro. Las paredes oxidadas todavía lograban imponerse ante el peso de la edificación que sostenían, pero dejaban grandes huecos que permitían el paso de la luz matutina.
Un plan había sido trazado. Cada uno ya sabía lo que tendría que hacer, y estaban dispuestos a comenzar. Descendieron hasta el pozo central, bordeando viejos escritorios carcomidos, llenos de restos de huesos, papel mordisqueado y otros objetos despedazados, obra de los híbridos que habitaron el lugar. No había cadáveres, Jack los había arrojado al mar para evitar atraer a más con el olor. Era un hecho temporal, pues presentía, con mucha seguridad, que pronto volverían nuevos inquilinos.
El hombre se posicionó frente al pozo, tan grande como una piscina, sobre el cuál había un trasto metálico suspendido con cadenas que resistían estoicamente el óxido en sus eslabones. Fijando la vista en dicho objeto, sacó algunos papeles de su bolsillo y los observó con detenimiento, comparando lo que había en ellos, con lo que tenía delante.
—Stahl Teufel —murmuró para sí mismo—. Hoy vas a renacer, demonio de acero.
Un antiguo submarino, tan pequeño como un automóvil, era lo que colgaba de las cadenas. Jack llevaba meses estudiando los viejos planos, preparándose para este momento, para devolverle la vida al legado de un viejo conocido. No sabía si utilizar poder atraería o no a los híbridos, pero, en cualquier caso, estaba preparado. Todos, en realidad, estaban preparados.
Con decisión, Jack se acercó hasta los restos del submarino; Gianna tomó a Sibi de la mano y se quedó junto a él. Kail, por otro lado, se mantuvo de pie, cerca de las escaleras por las que habían llegado; el muchacho, al igual que su padre, tenía una expresión tranquila, a pesar de que tendría el trabajo más peligroso.
—¿Estáis listos? –preguntó Jack, cuando cada uno estuvo en su posición.
El momento sería crucial. Cuando comenzara, nadie sabía lo que podría ocurrir.
Gianna y Kail asintieron, y entonces, el plan se puso en marcha.
Cerrando sus ojos, buscando concentración, Jack levantó el báculo metálico que siempre llevaba consigo. Nacido de su viejo bastón de pelea, el objeto era muy parecido a esa lanza que Kail portaba, viejo recuerdo de Jung Fey. A pesar de eso, había una diferencia marcada en el suyo, con funciones un tanto... distintas.
Al estar en lo alto, la punta cónica del instrumento rotó como si el metal que lo conformaba tuviese vida propia. Se abrió en forma de espiral, dejando a la vista una esfera cristalina que contenía un líquido rojo. Inmediatamente, el viento comenzó a girar alrededor de la esfera, y una corriente de aire arreció contra las pesadas placas de acero. Era como una tormenta focalizada, justo en el centro de la sala.
Los vientos huracanados hicieron que papeles y escritorios salieran volando en todas direcciones, que los huesos terminaron esquinados contra las paredes y todo el complejo comenzara a vibrar. Gianna protegió a Sibi con su abrigo, mientras la pequeña abrazaba a su reptil mascota, impresionada por la visión que presenciaba. Kail, desde su posición, tan sólo observaba, impávido, esperando su momento para actuar.
Frente a ellos, tenía lugar una escena que, a los ojos de cualquiera, parecería magia. Las cadenas que sostenían al demonio de acero se rompieron, permitiendo que el artefacto quedara suspendido en un remolino de viento producido por Jack Relem. El óxido que corroía los metales comenzó a desaparecer, como si se revirtiera el tiempo, dejando a la vista un material limpio y de aspecto resistente. Un flujo eléctrico chisporroteaba, saltando entre los viejos circuitos electrónicos, parte de la tecnología del Stahl Teufel; pequeñas llamas brotaban de entre las uniones, soldándolas entre sí, reparando cada falla y reforzando el transporte para hacerlo funcional.
Una por una, pieza por pieza, Jack restauraba el objeto. Los planos que Richard, padre de Annie, había dejado hace tanto, ahora cumplían con su finalidad. Años de estudio habían sido invertidos para repararlos, y ahora, el recuerdo de ese hombre solitario, que a estas alturas ya estaría descansando en paz, ahora renacería como una nueva esperanza.
Descargas eléctricas, viento y llamas convivían en un flujo bien estudiado, despacio, exactas y dirigidas, como la concentración que Jack requería. Gianna abrazaba, nerviosa, a la pequeña Sibi, quien seguía observando a los materiales moviéndose por sí solos. La niña sabía que Jack y Kail hacían cosas únicas, pero nunca había tenido la oportunidad de verlo en todo su esplendor.
Y aunque todo parecía estar saliendo bien, lo inevitable al fin sucedió. Nadie supo si fue por el intenso poder del Rahkan Vuhl, o por el sonido del metal rechinando en el aire, pero el primer hibrido apareció. Su presencia fue acompañada de sonidos guturales, gruñidos y pasos corriendo en los niveles superiores, acercándose.
—¡Están aquí! —gritó Kail, levantando la voz por sobre la tormenta que acaparaba el espacio auditivo. Acto seguido, y sin esperar respuesta, se preparó para luchar.
Una figura verde y escamosa llegó ágil y veloz. Tenía una larga cola escamosa que parecía tan dura como el metal. Se detuvo en lo más alto de la escalera, y chilló con estrépito al encontrar humanos en el lugar. Volvió a emprender la marcha, descendiendo con grandes saltos; sus delgadas patas apenas tocaban el suelo cuando avanzaba. Se movía muy rápido, ágil, como el depredador que era, corriendo hacia su presa. No tenía alas, pero parecía que volaba. Su tamaño, el de un hombre adulto que corre a cuatro patas. Parvo, era el nombre dado a esas criaturas, el resultado de la hibridación draconiana de los reptiles más pequeños, lagartijas y eslizones.
La mirada de la criatura estaba fija en Kail, la presa más cercana, sus ojos de pupila alargada buscaban sangre. Apenas llegó al pie de las escaleras, dio un último salto letal, abriendo sus fauces, arrojando sus afiladas garras hacia delante, apuntando al joven que lo esperaba, sin inmutarse.
En pleno vuelo, una fuerza invisible devolvió al animal al suelo de forma brutal, aturdiéndolo por unos segundos. No había logrado alcanzar su objetivo. Kail movía sus manos de forma rítmica, haciendo girar el viento a su alrededor. En su mente, imaginaba el proceso para cambiar la presión que el aire ejercía sobre el semidragón, haciendo que se estrellara contra el suelo con fuerza. Un año había pasado de haber bajado de las montañas, desde entonces no había tenido oportunidad de volver a usar su magia —como le gustaba llamarle—, así que todavía se sentía un poco torpe. Pero llevaba años practicando con su padre para ese momento, aprendiendo a dominar a profundidad la química de los elementos más comunes y puliendo la técnica aprendida de Jung Fey para enfrentar híbridos. Sabía que todo estaba a punto de ponerse a prueba, y no podía fallar, tenía que esforzarse al máximo.
Después del daño recibido, el animal se levantó desorientado, pero retomó su ataque en un instante, embistiendo con gran velocidad. El joven, listo para un nuevo contrataque, moldeó el viento entre sus manos hasta convertirlo en un remolino que recibió a su atacante y lo devolvió por el mismo camino del que había venido, haciéndolo volar por los aires. El hibrido chocó contra las paredes metálicas, destruyendo gran parte de los cimientos, provocando el derrumbe completo de una sección de la sala subterránea. Todo el complejo vibró, pero nada más ocurrió. El híbrido quedó sepultado, y un gran hueco dejó a la vista el horizonte marino y el alto risco al cual se sostenía el astillero. Pero Kail lo sabía, los problemas apenas estaban comenzando.
Tres reptiles más aparecieron desde el nuevo agujero, como si hubiesen brotado de la oscuridad misma. Sobrepasaron la vigilancia de Kail, corriendo muy rápido hacia donde estaban Gianna y Sibi. Al ver la arremetida de las criaturas, la niña rubia se abrazó con fuerza a la pierna de Gianna, pero ella lanzó a la niña hacia atrás con una mano y preparó el bastón de madera reforzada que algún día perteneció a Kail con la otra, el mismo que le había ayudado a sobrevivir en soledad. Estaba preparada para defenderla, sin embargo, de un momento a otro, las criaturas se esfumaron de la vista, desaparecieron sin más, se hicieron invisibles.
—¡Tergos! —gritó Gianna, aún agitada, sin soltar su bastón—. ¡Tened cuidado! No es un asedio común.
Tres estacas de hielo brotaron desde el pozo de agua central, cercano a la escena, salpicando de sangre a las dos chicas y clavando el cuerpo de los híbridos a centímetros de ellas. Chillidos agonizantes fue lo único que se escuchó cuando las criaturas perdieron su camuflaje.
Los tergos eran la aterradora forma híbrida de los camaleones. Estos tampoco tenían alas o escupían llamas, pero no por eso eran menos peligrosos. Criaturas temibles parecidas a los parvos, pero capaces de camuflarse con el ambiente.
—¡Ten cuidado Kail! Necesito que te concentres —dijo Jack, quien había sido el responsable de salvar a las chicas mientras se empeñaba en terminar lo más rápido posible con el submarino.
Kail dirigió una mirada de reojo a su padre y asintió avergonzado, mientras arrojaba por tercera vez al primer semidragón que le había atacado desde el principio. El derrumbe metálico no había sido suficiente para pararlo.
El joven comenzaba a notarse frustrado. Quería usar su lanza, pero no sentía la confianza de blandirla a la vez que usaba su magia. Sabía que Jack necesitaba concentración para terminar el trabajo y él tenía que darle ese tiempo.
«Despeja tu mente, Kail, respira», se dijo a sí mismo, y respiró muy hondo por un instante. Fijó la vista de nuevo en el objetivo, el híbrido ya se tambaleaba del cansancio. «Ser eficiente, certero, veloz», pensó. Cerró sus ojos por un momento, se tranquilizó. El híbrido volvió al ataque, mientras Kail se arrodillaba, con calma, para colocar ambas manos en el suelo metálico. Volvió a inhalar tanto aire como pudo y liberó un impulso eléctrico que lo recorrió, desde su espina dorsal, hasta la punta de sus dedos. Ese impulso llevaba una orden, un proceso que dictaba un resultado.
Una estaca de metal brotó desde el piso que tocaba. La puntiaguda creación atravesó la cabeza del híbrido, haciéndolo caer con un último chillido que fue ahogado por su muerte. Kail dejó ir el aire retenido en sus pulmones con nerviosismo, observando su acto satisfecho. Sin embargo, las cosas estaban lejos de mejorar. «Bum», «crac», «bum»; pisadas. Pisadas de una criatura que hacía crujir el hielo lejano a cada paso, cimbraban cada rincón. No se escuchaban con los oídos, sino que se sentían en el corazón, en los huesos, en la piel que erizaba los vellos al compás de los pasos de un gigante. El metal vibraba, los cimientos se tambaleaban, una tétrica y tormentosa calma precedía el desastre.
—Es... ¿el dragón rojo? —preguntó Gianna, observando hacia lo alto del acantilado, esperando ver algo, sin éxito.
Rex comenzó a correr en círculos alrededor de Gianna. Sibi lo levantó con esfuerzo y lo abrazó, tratando de contener su pánico, a pesar de que ella se sentía igual.
—Si es así, tenemos que prepararnos para lo peor —habló Jack, sin evitar distraerse de su labor. Su creación progresaba a buen ritmo, tomando la forma de un transporte acuático funcional.
Nadie dijo nada más, tan sólo se prepararon durante unos angustiantes segundos.
Las pisadas cesaron. La tensión aumentaba con cada instante de calma, hasta que el caos se disparó con toda la intensidad de una catástrofe. Los pisos superiores del astillero comenzaron a crujir y a romperse con violencia. Algo estaba arrancando lo que quedaba del maltrecho material con el que fue construido.
Jack escuchaba, angustiado, como el techo se desprendía. Las ráfagas de viento exterior se unían a la tormenta que él mismo creaba con ayuda de su báculo. El complejo temblaba de forma aterradora, produciendo un horrible sonido chirriante cuando el metal se rompía ante la fuerza de unas poderosas mandíbulas.
La mitad superior del astillero fue arrancada por completo de su sitio, provocando una lluvia asesina de trozos metálicos y devastadores escombros que Kail despejó con una barrera de viento. Sobre ellos ya no quedaba nada que los separara del frío exterior. Un cielo azul era su tejado, al borde del acantilado, con el mar golpeando las rocas que daban soporte a lo que quedaba de construcción.
—¡No! —dijo Kail, al notar el color de las escamas que brillaban en lo alto—. No es... rojo. Es, ¿verde?
—¡¿Verde?! —preguntó Jack, sorprendido.
—¿Acaso es otro dragón? No es posible —dijo Gianna, sin poder ocultar el terror en su voz.
—No es tiempo para pensar en ello ahora —gritó Jack—. Kail, utiliza el plan de emergencia. No dejes que esa criatura se acerque más. Gianna, por favor, ayuda a Kail. Sibi, ven conmigo
La última instrucción Jack la dio en ruso para que la pequeña comprendiera. Como efecto de sus palabras, todos se movilizaron. Sibi corrió tan rápido como pudo, llevando a cuestas al gordo Rex; sólo entonces, Gianna intercambió posición con Kail, corriendo ágil, apretando con firmeza el bastón de madera que había aprendido a blandir sola, sin técnica, pero con utilidad.
Sibi llegó junto a Jack y se protegió abrazándose a su cintura, luchando por mantener los ojos abiertos por la fuerza del viento ejercida por el Rahkan Vuhl. El trabajo de Jack no era sencillo, con su mano derecha mantenía el carbono inestable para quemarlo y producir fuego, con la izquierda, empleaba su cetro para arremolinar el aire y generar descargas eléctricas llenas de órdenes complejas para que todo funcionase.
—¡Trataré de detenerlo lo más que pueda, padre! ¡Por favor date prisa! —dijo Kail, alcanzando el pozo central, junto a su padre, arrodillándose por completo para introducir las manos en el agua helada.
Pensamientos, pensamientos que convertía en realidad era como funcionaba la magia para él. Tenía que imaginar la reacción química en su cabeza y mandar el pensamiento a sus manos. Para crear hielo necesitaba agua, y ahora tenía mucha a su alcance. Poco a poco, obedeciendo a esa dinámica, una gruesa capa de hielo comenzó a levantarse alrededor suyo, creciendo y rodeándolos como si emanara desde el pozo para conformar una pared circular de hielo. Levantar una gruesa cúpula sobre ellos y mantenerla intacta durante algunos momentos era su cometido. Era una tarea fácil, pero cansada y lenta.
Mientras el hielo se formaba, en lo alto del acantilado se observaba la gigantesca cabeza de dragón verde. Por las rocas, decenas de criaturas más pequeñas descendían a buena velocidad, dirigiéndose hacia ellos.
—¡Aquí vienen! —gritó Gianna, preparando su arma. Estaba nerviosa. Nunca había enfrentado a más de un híbrido al mismo tiempo y ahora que la gigantesca criatura los había dejado desprotegidos, era claro que no había llegado sola—. Son... ¡Son demasiados!
—¡Resistid! ¡Sólo un poco más! —decía Jack.
El muro que Kail levantaba ascendía lentamente, mientras Gianna esperaba en guardia, justo en el límite, lista para repeler cualquier criatura que intentase entrar. Mas cuando el hielo sobrepasó la altura de su cabeza, el nerviosismo se apoderó de ella al perder de vista a los dueños de las pisadas que se escuchaban corriendo en la roca, el hielo, el metal.
Un chillido, mitad rugido, acompañó el grito de la mujer cuando un parvo saltó el muro de protección. Faltaba poco para cerrarse, pero la criatura había alcanzado a colarse. Gianna lo repelió con su bastón redirigiendo su caída al pozo de agua helada. La muchacha trató de controlar su respiración para calmar los nervios cuando el híbrido se retorció al tratar de salir, sin éxito, de la helada tumba líquida.
—¡Bien hecho, Gi! —gritó Kail.
—¡Calla, Kail! ¡Calla, y concéntrate! —dijo Gianna, nerviosa, apuntando con la punta de su bastón hacia el nuevo parvo que llegaba de la misma manera que el anterior, agitando la cabeza de forma agresiva.
El muro de Kail se completó justo a tiempo, cerrando la cúpula por su punto más alto, sin embargo, varios híbridos alcanzaron a introducirse antes de eso, llegando desde arriba como una lluvia de reptiles.
—Puedo... puedo... hacerlo.
Gianna hablaba mientras se lanzaba en vertical, ocupando el impulso para propinar una serie de golpes seguidos con el bastón a una de las criaturas recién llegadas, empujándola hacia el agua helada.
Un golpe, un giro, blandir y golpear; saltar, levantar, blandir y agitar. Gianna sentía que los músculos de sus brazos y hombros quemaban por el esfuerzo, pero sus golpes, acertados perfectamente en la cabeza de las criaturas, aunque burdos, eran bastante efectivos. Madera golpeando huesos se escuchaba como un traqueteo, y los híbridos simplemente no sabían lo que ocurría mientras su cabeza iba y venía de un lado a otro. Uno, dos, tres. Logró empujarlos uno tras otro hacia el líquido helado, debajo de la tormenta producida por Jack.
—¡Gianna! Usa el mío —le dijo Kail, quien no podía moverse de su posición.
Esquivando el ataque de otra criatura, la joven arqueó su espalda en un salto hacia atrás que aprovechó para patear la mandíbula de su atacante. Se posicionó detrás de Kail, y de un tirón, desenfundó el bastón con punta de lanza que yacía a la espalda del joven. Con la nueva arma en su mano derecha, y sacando su furia con un grito, corrió hacia el último reptil que quedaba en pie. Blandió la punta chata de su lanza, de abajo hacia arriba, golpeando a la bestia en la cara y levantándola, dejándola vulnerable para clavar el filo en su cráneo de forma descendente.
Jadeando, la mujer apoyó el pie en la cabeza de su víctima para recuperar su lanza. Cansada, dirigió una mirada satisfecha a Kail, y le devolvió su instrumento. Recuperó su propio bastón de madera y lo dobló por la mitad para guardarlo. Finalmente reinaba la calma, aunque el interior de la cúpula fuese agitado por el tremendo viento que Jack producía al reparar el submarino.
De pronto, un fuerte golpe hizo vibrar todo el lugar, seguido de una decena más de estos. Gianna y Kail se sobresaltaron, Sibi abrazó a Rex con una mano y a Jack con la otra. Los reptiles embestían desde afuera, el hielo de la cúpula se resquebrajaba. La Plaga hacía honor a su nombre, no daba cuartel.
—¡No!... No podré... son demasiados —dijo Kail, mientras trataba de reparar todas las grietas, rellenándolas con más y más hielo.
—Sé que puedes hacerlo hijo, resiste —lo animaba Jack.
La cúpula trepidaba. Afuera se escuchaban un sinfín de gruñidos, chillidos y rugidos, como si fuese una infestación de gigantescos y hambrientos insectos intentando romper la coraza que protegía su alimento. Kail hacía todo lo que podía, sin embargo, tras el inmenso ruido de un ser descomunal cayendo sobre la cúpula, no pudo más.
Una gigantesca garra apareció. Gianna gritó, dando un salto atrás para esquivar el perforante ataque. Tuvo que mantener el equilibrio cuando una parte del glaciar se quebró, moviendo toda la edificación, abriendo paso al agua helada. Lo que quedaba del astillero pronto se hundiría.
Cuando la garra se retiró, elevándose hacia el exterior, dejó un nuevo hueco en el hielo por el cual ingresaron más criaturas. La cúpula se desmoronó. Todo parecía perdido, Kail ya no tenía fuerza, y Gianna no podría repeler a todos los híbridos. Una inmensa criatura de escamas verdes, tan grande como una montaña, estaba a punto de atacar.
Un gran objeto cayó al agua, provocando un chapuzón. Sin que nadie más se diera cuenta debido a la desesperación del momento, la tormenta que generaba Jack Relem, paró.
—¡Ojos! —gritó el hombre, girándose y levantando su mano derecha para producir un cegador destello que hizo chillar a toda criatura que lo hubiese visto.
Al escuchar la orden, Gianna, Kail y Sibi alcanzaron a cubrirse, pero Rex, el pobre reptil obeso, quedó igual de atontado que el resto, retorciéndose con desesperación en las manos de su dueña.
—¡Subid pronto! Es hora de irnos —habló Jack.
Lo había logrado, el submarino al fin estaba terminado. Era pequeño, con forma de punta de flecha, y ahora flotaba sobre el agua. Sibi, que estaba más cerca y sufría por evitar que Rex escapara despavorido, fue la primera en subir. Saltó dentro y soltó al reptil al estar segura, dejándolo que se ocultase en un rincón oscuro bajo sus piernas. Gianna fue tras ella, abrazándola apenas pudo.
—¡No resistiremos, aquí vienen de nuevo! —decía Kail, dándose cuenta de que los híbridos y el dragón gigante se recuperaban.
Jack se posicionó junto a su hijo.
—Es suficiente Kail, sube ya —dijo Jack, con calma—. Yo me encargo del resto.
Kail estaba por replicar, pero se sentía cansado, demasiado cansado. Apenas podía mantener sus ojos abiertos, pero confiaba en su padre, así que, cuando él colocó la mano sobre su hombro, supo que no tenía nada más por lo cual preocuparse... y cayó inconsciente.
Los cientos de híbridos se abrieron paso hacia el submarino, con el enorme dragón uniéndose al ataque. Ahora que estaba más cerca, la descomunal criatura podía apreciarse mejor. No era el gigante rojo, era un poco más pequeño, y no por eso menos imponente. Además del tamaño y el color, la principal diferencia en comparación con el rojo era la ausencia de alas. Jack nunca había visto algo como eso, no quedaba lugar a dudas de que el reinado de los dragones seguía creciendo, en movimiento.
El gigante abría sus fauces, cargando una llamarada que terminó arrojando desde lo alto. El fuego, se unió al ataque de los reptiles que corrían abajo. Híbridos de todo tipo, incluso algunos que nunca había visto. Grandes, pequeños y de tamaño medio; Jack distinguía parvos, tergos y grandes carnatos, todos corriendo hacia él como si el tiempo fuese más lento.
Pero, aún con su hijo inconsciente a su lado, en el rostro de Jack sólo había calma. La llamarada venía desde arriba y los híbridos le atacaban desde los costados. Observaba la oleada de muerte, avanzando, y no se inmutaba. Sostenía su báculo con ambas manos, esperando el momento justo para levantarlo.
Y así, ni antes ni después, el hombre golpeó el hielo con la parte baja de su instrumento. Como resultado, una ráfaga de agua salió disparada desde la punta con una presión tan potente como la de la llamarada que venía de arriba. Al chocar de lleno contra el fuego, logró consumir todo su calor, extinguiéndolo, dejando una nube de vapor que cayó en forma de una inocente brisa. Desde abajo, miles de estacas de hielo, roca y metal, se levantaron alrededor del hombre. Un coro de chillidos y quejidos inundó el área cuando estas se clavaron en cada uno de los reptiles. En un solo instante fueron erradicados. Y en ese momento quedó demostrado que, Jack Relem, tras bajar de aquella montaña, había conseguido aceptar su poder, reconocerlo y hacerlo suyo, para finalmente convertirse en aquello que el gigante rojo tanto temía: un verdadero Rahkan Vuhl.
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