19. Nieve Nocturna


Mientras tanto, en Ikptu, extremo sur de Arquedeus.

Una ciudad grande se erigía en un paisaje níveo. La imponente Goan Tarua —torre mayor del avrion— atraía la vista de quien mirase al cielo, con el cristal zero que ostentaba reluciendo en la punta. Un avrion, es decir, una ciudad arqueana, era un paraíso tecnológico que se fundía con el entorno, sin importar lugar, demostrando un gran amor y respeto por la naturaleza.

Todo avrion en Arquedeus contaba con el mismo mecanismo de función: una torre central productora, y un número variable de torres dispersoras de energía renovable. Los había níveos, desérticos, selváticos, marítimos, de montaña, subterráneos, boscosos o esteparios. Arquedeus tenía un sinfín de ecosistemas, y sus construcciones formaban parte de ellos. Un sistema de recolección energético alimentaba a la Goan Tarua. Una ciudad arqueana, era comparable a un organismo muy grande que respiraba, se alimentaba, y bebía del entorno, obteniendo y devolviendo recursos, formando parte del ecosistema.

Adentro de la Goan Tarua, en el nivel más alto, rozando las nubes, habitaba Adralech, el Sahulur de Ikptu. El ocupante no se encontraba presente en esos momentos. A esa hora de la noche, el anciano asistía a una reunión importante con todos los Sahulur de Arquedeus. Sin embargo, no por eso los aposentos del sabio se encontraban solitarios; alguien estaba dentro, alguien que no debería estar ahí.

Sonidos de cristales tintineando, objetos cayendo y hojas de papel siendo rasgadas, dominaban la oscura habitación. Una sombra se movía en la negrura, una figura encapuchada. Buscaba algo, dejando una ola de destrucción a su paso, hasta que por fin lo encontró. Guardó un par de cristales pequeños, del tamaño de una nuez, en una bolsa de cuero animal, y escapó saltando por la ventana.

Todas las torres arqueanas estaban rodeadas de un sistema de irrigación que dotaba de agua los interiores, así como el resto del avrion. Grandes tuberías transparentes, dentro de las cuales fluía líquido vital, recorrían en espiral la totalidad de complejo. La figura encapuchada utilizaba el enorme entubado para deslizarse hacia la parte más baja, evadiendo gigantescos troncos de inmensos árboles que se encaramaban en los muros y driblaban el gran sistema circulatorio. En la oscuridad de la noche, nadie hubiese notado esa presencia. Nadie que no tuviese un ojo entrenado, un ojo de cazador.

Un copo de nieve solitario se posó sobre la nariz de un hombre joven, quien yacía sentado al balcón de la alduna, al pie de la Goan Tarua. Al sentir el frío pinchazo, arrugó la frente y se llevó la mano para tocar el húmedo remanente. Usaba variadores, uno en el dedo índice de cada mano. Era un Laktu.

Miró arriba, encontrándose con un cielo despejado. Había una nevada ligera, muy ligera, que parecía venir de la torre central. Algo muy extraño, considerando que había un bello cielo despejado.

—¡Arriba! —gritó, al darse cuenta de lo que ocurría.

Dos hombres y dos mujeres de capa plateada corrieron al balcón exterior para atender lo que Rehn, líder de la huina, señalaba.

Desde el pie de la Goan Tarua, se divisaba un pequeño punto oscuro, descendiendo a toda velocidad.

—¡¿Qué es eso?! —dijo alguien.

—¡No es momento de preguntarlo, vamos!

Salieron de la alduna, algo que fuera de Arquedeus se conocía como taberna. Mientras que Rehn, saltaba hacia el exterior, haciendo brotar hilos metálicos de la punta de sus dedos que lo ayudaron a sostenerse de las farolas para frenar la corta caída, los cuatro miembros restantes de su huina salieron por la puerta principal. Huina, así se le llamaba a una tropa pequeña, a un grupo, cuyo superior, o líder, se nombraba kunul.

Los cinco Laktu se posicionaron a la base de la Goan Tarua, preparados para recibir a la misteriosa presencia. Mientras lo hacían, Rehn meditaba las posibilidades. En Arquedeus no existía la delincuencia. Los crímenes eran erradicados mucho antes de que fuesen cometidos, a través de estudios internos de la mente humana. Una persona cometiendo un acto que pusiese en peligro la estabilidad de Arquedeus, era uno que no se sometía al sistema: un exiliado, un renegado.

Levantamientos de ese tipo siempre eran erradicados con facilidad. No había muchos individuos así. Sólo había alguien que era capaz de encajar en lo que estaban viendo, una leyenda, un cuento urbano que se contaba de Laktu en Laktu. No podía creer que ahora mismo estuviese a punto de presenciarlo.

Nieve nocturna —musitó, lo suficientemente alto para que su equipo lo escuchase.

—¡¿Qué es lo que ha dicho, kunul?! —cuestionó una dama, capa plateada, observando con terror a su líder.

Los tres restantes la imitaron, esperando una confirmación, nerviosos.

¡Vayn! —exclamó Rehn al ver que la figura encapuchada realizaba una acción peligrosa en las alturas—. ¡Es Nieve Nocturna! Dispersión inmediata, ¡escapará! ¡No podemos permitirlo!

El terror se vislumbró en el rostro de los arqueanos, más aún cuando miraron arriba y confirmaron lo que el kunul decía. Nieve Nocturna, el terror de Arquedeus.

Se trataba de una presencia de origen desconocido, que se presentaba en las grandes torres principales, de un avrion diferente cada vez, robando información que pertenecía de forma exclusiva a los Sahulur. Siempre atacaba de noche, y nunca era capturado.

Nadie había visto a Nieve Nocturna y vivido para contarlo. Era un asesino, alguien que no tenía piedad con cualquiera que se atreviese a enfrentarlo directamente. Los únicos que vivían para contar la aterradora leyenda, eran aquellas almas inteligentes que huían después de verlo. Ningún Laktu era capaz de hacerle frente, evadía de una forma espectral a cualquiera que lo intentase, dejando atrás cadáveres congelados, bañados por una lluvia de nieve.

Nieve... eso es lo que caía, y desde que la sombra había saltado de la gran torre, se había intensificado. La ligera nevada parecía provenir de la fantasmal presencia, convirtiéndose en una feroz ventisca que le ayudaba a caer con seguridad sobre techos residenciales lejanos.

Nadie sabía cómo lo hacía, tenía que ser un Laktu renegado para usar variadores a ese nivel. Algunos incluso creían que era el mismísimo Vuhl Sahulur que había sido exiliado doce años atrás, volviendo furioso, a vengarse de sus congéneres. Sin embargo, esas suposiciones no parecían ser ciertas, puesto que la leyenda de Nieve Nocturna, había comenzado a esparcirse apenas hace tres años.

Un potente silbido acaparó el espacio auditivo. La huina de Rehn se había puesto en marcha. Los cinco arqueanos se separaron para moverse en cinco diferentes calles. Había poca gente, pero todos aquellos que eran capaces de presenciar la inusual escena, corrían a ocultarse al ver la ventisca que se movía sobre los techos.

Los Laktu iban tras ella, tras Nieve Nocturna. Tenían miedo, pero no podían negar su responsabilidad. Atrapar al asesino de arqueanos era una meta impuesta para todo aquel que tuviese la mala fortuna de encontrarse con él.

Rehn saltó a un vehículo de propulsión zero. Lo encendió utilizando el variador que portaba en su dedo a manera de llave y aceleró en un manubrio parecido al de una motocicleta. El transporte se elevó en el aire con un sonido envolvente y levantó nieve del suelo cuando salió disparado a toda potencia. No tenía ruedas, sólo 7 escapes: cuatro laterales, uno trasero y dos inferiores, que controlaban el movimiento.

Volando por encima de la ciudad, la huina volvió a reunirse detrás de la ventisca que se movía a gran velocidad. A diferencia de ellos, Nieve Nocturna no estaba volando, sino que usaba la nieve para ocultar su presencia mientras surcaba, de alguna forma desconocida, la superficie superior de las residencias de Ikptu.

—¡Se acerca al bosque! —habló Rehn, a través de una esfera líquida que portaba en mano.

—¡Voy por la izquierda! Yaeger viene conmigo —dijo una de las chicas.

—Anima y yo vamos por la derecha, kunul —respondió otro.

Se dispersaron con la intención de cerrar paso al fugitivo.

Ni siquiera habían tenido tiempo para pedir refuerzos. Como la guardia personal de Adralech, la huina tenía la responsabilidad de proteger sus aposentos. Aún así, le resultaba increíble que, siendo la Goan Tarua hogar de todos los Laktu del avrion, ninguno hubiese notado que había un extraño en la torre.

En pocos segundos llegaron al límite de la ciudad, en donde un bosque enorme se extendía hasta topar con altas montañas. La ventisca se dirigía hacia los árboles, justo en el momento en que dos grupos de Laktu le cerraron el paso.

Nieve nocturna se dirigía directo hacia ellos, Rehn iba detrás de él. En el momento en que se detuviese para hacer cualquier cosa, intentaría capturarlo. Sin embargo, no paró.

Ante la aterrada mirada de los arqueanos, la ventisca atravesó limpiamente los vehículos que obstruían el paso, perdiéndose entre el tupido bosque.

—¡No! —gritó Rehn, al desviar su vehículo volador para evitar estrellarse contra sus propios camaradas.

Fue muy tarde para evitarlo. Tuvo que saltar, igual que el resto de su huina, para evitar la colisión. Cayeron de una altura baja, intentando frenar su caída colgándose de los hilos que brotaban de sus variadores. A pesar de hacerlo, apenas lograron reducir el impacto, y quedaron tendidos en el suelo, ante la mirada de los viandantes.

Cuatro arqueanos de capa negra, aquellos que solían cuidar los límites del avrion, se acercaron a toda prisa para auxiliarlos.

—Gran Laktu Rehn, ¿se encuentra bien? —dijo uno de ellos, ayudando al arqueano a levantarse.

—S-sí, te lo agradezco —respondió Rehn, poniéndose de pie, adolorido.

Una brisa blanca es lo único que había quedado después de que Nieve Nocturna desapareciese. Era imposible seguirlo en el bosque, sin embargo, era consciente de que, apenas volviese el gran Sahulur Adralech, enviaría vigilancia a buscarlo.

Suspiró. La pesadilla tan sólo había comenzado. Para su fortuna, las historias que se contaban, nunca hablaban de haber vuelto a ver al misterioso asesino. Ahora esperaba que fuesen verdad, puesto que no quería volver a encontrarse con él, ni exponer a su huina a ello. Nadie había muerto ese día, y deberían considerarlo una suerte.

—¿Estabais persiguiendo algo peligroso? —preguntó uno de los capas negras que ayudaban.

—Sólo una ventisca —respondió Rehn.

Era inútil tratar de explicarlo. Sólo los Laktu conocían la leyenda.

Rehn silbó una vez más para reunir a su huina, y juntos caminaron de vuelta a la Goan Tarua. Ninguno dijo nada más, sin importar que todos los presentes los observasen confusos. El peligro que Nieve Nocturna representaba, era algo que todavía nadie podía comprender. ¿Qué es lo que buscaba? ¿Cuál era su verdadero objetivo? Lo único que Rehn esperaba, era no tener que averiguarlo.

***

La bruma se movía por el bosque, una ventisca furiosa que reducía su velocidad de forma constante hasta detenerse al pie de una alta montaña nevada. En cuanto el viento furioso dejó de rugir, y la nieve se dispersó, una persona quedó visible en el foco, el origen del fenómeno. Un hombre de vestimenta negra y gruesa, observaba hacia lo alto. Su cabeza estaba cubierto por una capucha y la mitad de su rostro por el cuello de sus ropajes. Un aura misteriosa, nívea, lo rodeaba.

«Otra torre, otro fallo», pensó Nieve Nocturna, el terror de Arquedeus. Y con la mirada fija en lo alto, comenzó a subir la montaña, dispuesto a no parar hasta conseguir su objetivo. Pobres aquellos que se atreviesen a intentar detenerlo.

Glosario:

Avrion: Ciudad arqueana.

Ikptu: Avrion del sur de Arquedeus. En nuestro mundo, es equivalente a una ciudad Argentina.

Kater: Avrion del norte de Arquedeus. En nuestro mundo, es equivalente a una ciudad en Alaska.

Alduna: Taberna donde se sirven bebidas embriagantes arqueanas.

Goan Tarua: Significa, literalmente, Torre Uno. Es la torre más alta de un avrion. Cada avrion es liderado por un Sahulur, y la Goan Tarua es su casa. Esta torre se encarga de dotar de energía  todo el avrion gracias al cristal zero que se encuentra en la punta, creado por un Sahulur. El cristal se encarga de catalizar energía renovable natural, convirtiéndola en energía utilizable por la humanidad.

Kunul: Líder de una huina.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top