18. La reunión del Consejo


Oscuridad es lo que había. Una negrura casi absoluta. Lo único que se distinguía era un pedestal circular, vacío, iluminado con una tenue luz. Se escuchaban murmullos, cientos de murmullos resonando.

—Nuestra sabiduría es el camino, hermanos —dijo una voz, hablando alto, acallando los murmullos y rebotando por las paredes de un recinto gigantesco.

—¿Eres tú, Hizur, el que nos ha convocado? —habló otra voz de edad avanzada. Su tono era enérgico, imponente, pero respetuoso.

—Así ha sido, Vuhl Sahulur, hermanos de sangre antigua —respondió Hizur—. No lo habría hecho de no ser imperativo.

No era una religión, pero lo parecía. Los sabios arqueanos, acostumbrados a ser los únicos portadores del conocimiento divino, guiaban al pueblo a conveniencia. ¿Buena o mala? Era una respuesta que escapaba de los conceptos ajenos a esa nación.

—¿Qué es tan importante para mover al Supremo Consejo de Arquedeus? —dijo el Vuhl Sahulur, dueño de aquella enérgica voz.

Un murmullo de voces, en su mayoría ancianos, recorrió todo el lugar.

—Ya debéis estar enterados de la llegada de los galeanos a la sección del norte. Se encuentran en la Ciudad de Kater. Es bien sabido que el dragón llegó a nuestras tierras; y sin embargo, no es este el motivo de mi llamado. —Hizur esperó, dejando reinar el silencio por un breve instante antes de continuar—. Teníamos confinado a uno de ellos, de los galeanos, en la zona Elix. Sin embargo, escapó. Cómo pudo lograr una hazaña así, cuando ni siquiera los Laktu Rom tienen posibilidad de lograrlo, os preguntaréis. Y aseguro que la respuesta os sorprenderá tanto como a mí.

—Habla ya, hermano —dijo una voz joven, de dueña desconocida.

—¿Qué ha pasado? —preguntó alguien más.

—Paciencia hermanos —dijo Hizur—. El peso de esta noticia os hará replantearse vuestra... no, nuestras propias creencias. Preparad vuestra mente, abrid el pensamiento, y escuchad lo que he de deciros. Hermanos, Sahulur de Arquedeus. Hoy, he tenido frente a mí aquello que creíamos inexistente, aquello a lo cual nos habíamos atribuido nuestro propio lugar. Hoy, hermanos, he tenido frente a mí, a un Rahkan Vuhl. El último, y único, Rahkan Vuhl.

Otra vez el murmullo se desató, y esta vez fue necesaria la voz del Vuhl Sahulur para recurrir a la calma.

—Silencio, hermanos —dijo él, comparado con el resto, el Vuhl Sahulur hablaba con calma, inclusive con lentitud—. Esta es una declaración muy fuerte, Hizur. La existencia de un Rahkan Vuhl pondría en peligro todo lo que hemos construido. ¿Estás seguro de lo que dices? No dudo de tu palabra, hermano, pero estoy seguro de que a todos los que estamos aquí, nos gustaría confirmar antes de modificar el sentido de acción en base a esto.

La voz de Hizur volvió a escucharse.

—Lo he corroborado, no hay fallo en mi análisis —habló—. En la teoría, posee los ojos de Dios; en la práctica, el galeano demostró el poder de la almigia divina. Los cristales zero no surtieron efecto en él. No me queda la menor duda, él es un verdadero Rahkan Vuhl. Está esperando en mis aposentos de la Gran Tarua, en Kater. Lo traeré a vuestro llamado.

Un murmullo estaba a punto de desatarse, pero entonces...

—Tráelo entonces, Hizur —se escuchó la voz del Vuhl Sahulur—. Hermanos —se dirigió al resto de integrantes del Consejo—, no sé si describir esto como una amenaza, o como una bendición. Mi sabiduría es la vuestra, nuestra sabiduría es la ley. Nosotros, que creíamos llevar los conocimientos de los fundadores. Nosotros, que creíamos que lo más cercano a un Rahkan Vuhl era nuestro saber, podríamos haber estado equivocados.

Cuando el líder supremo dejó de hablar, las voces no se hicieron esperar. Diversos comentarios de toda índole recorrieron la gran sala, hasta hacerse notar.

—Esto es... algo bueno—dijo alguien, entre la multitud.

—Lo es —confirmó una anciana.

—Yo también lo creo —dijo un hombre.

—Debe serlo —se unió otra voz joven.

—¡Eso es!

Hizur escuchaba a sus hermanos regocijándose con la noticia. Él también pensaba de esa manera. De hecho, aunque nadie lo viera, sonreía. En su interior, una llama se encendía, una llama de esperanza. Con un verdadero hijo de Dios que ayudase a descifrar los misterios perdidos de Arquedeus, el progreso podría ser abrumador, irrefrenable. Aliarse con Jack Relem significaría una nueva era de iluminación para todos.

—¿Comprendéis ahora la importancia de esto? —preguntó Hizur—. Con su ayuda podríamos elevar la gloria de Arque...

—Podríamos usarlo como sacrificio para Dios —dijo el Vuhl Sahulur—. Hizur ha hecho lo correcto. Y esto es la mayor esperanza que habíamos tenido desde su regreso, hace quince años.

¡No! Eso no era lo que Hizur había querido decir.

Un súbito silencio se apoderó de toda la sala. Una parte del Consejo se había quedado sin palabras —principalmente los de la Sección Central—, pero otra parte murmuraba sin descanso. No fue sino el Vuhl Sahulur, quien retomó la palabra.

—Todos estos años nos escondimos, creyendo que Dios despertó para acabar con nosotros. Pero ahora, hermanos —dijo el anciano—, con esta revelación sabemos que lo que el dragón busca es a ese Rahkan Vuhl.

—Debemos exterminarlo —dijo alguien.

—No puede quedarse aquí —habló otra voz.

—Atraerá al dragón, ya lo siguió una vez —remarcaron desde las sombras.

—No, esa no es la solución, hermanos —dijo Hizur, tratando de retomar su visión—. El Rahkan Vuhl no es hostil, pero podría serlo si lo hostigáis. Además, tiene un poder incalculable, y me arriesgo a pensar que no ha descubierto todo su potencial, o no lo ha demostrado. Estábamos en un error, y es importante reconocerlo.

—¡Con más razón debemos acabarlo!

—Sí, antes de que sea peor.

—No, hermanos —dijo el Vuhl Sahulur, buscando calmar a los suyos—. ¿Pero qué os pasa? Hizur tiene razón. ¿Por qué queréis seguir esos planes barbáricos? Es el miedo el que habla por vosotros. Calmaos y pensad con la mente fría. Atacar al Rahkan Vuhl nos traería más problemas que beneficios. Imaginad lo que diría el pueblo arqueano si se enterase de su existencia. Todos se volverían creyentes, ¿y dónde nos dejaría eso? Debajo de un hijo de Dios. Sin embargo... —su voz se tornó oscura, casi siniestra—, si logramos aliarnos con él, todo sería más fácil.

»¿No lo veis? Debe estar aquí, escondiéndose del dragón, de su perseguidor. Debe buscar nuestra ayuda, ¿por qué no se la damos? Lo haremos pensar que puede vencer a Dios, y lo hará. Cualquiera que sea el resultado, sería benéfico para nosotros. Si el Rahkan Vuhl sale victorioso de la batalla, tendremos un fuerte aliado de nuestro lado, un símbolo de alabanza con nuestra gente y lealtad hacia nosotros. Y si perece, entonces la profecía se habrá cumplido y Dios se irá por otros tres ciclos.

Hizur no podía creer lo que escuchaba. Lo que debía importar sobre la noticia, era que su conocimiento estaba mal, que el dragón quizás no fuese su dios, ni estuviese actuando según una profecía. Pero era absurdo, y hasta inocente, pensar que el resto no se hubiese dado cuenta de eso ya. Todos lo sabían, igual que él. De forma consciente estaban enterrando esa realidad. ¿Qué pasaría si decían al pueblo que ellos no eran los representantes de Dios sobre la tierra? ¿Qué pasaría si hablaban de la existencia de un Rahkan Vuhl? Estarían aceptando que había alguien superior a ellos, que las profecías eran falsas, que el dragón no era Dios, ¿y en dónde los dejaba eso? Les restaría poder, presencia. El Consejo Sahulur estaba corrompido, y era tarde para evitarlo.

¿Enviar a la muerte al Rahkan Vuhl? Sacrificar la prueba viviente del conocimiento, de la existencia de los fundadores, ¿tan solo para mantener el estatus en alto? Eso era algo que ya se había visto, doce años atrás, cuando el anterior Vuhl Sahulur fue juzgado por intentar ayudar a Galus. En ese entonces, incluso Hizur había estado de acuerdo, demostrando lo fácil que era caer en la seducción de una jerarquía basada en creencias. Pero ahora, después de ver lo que los galeanos habían sufrido, después de experimentar las vivencias y presenciar lo que el Rahkan Vuhl le había mostrado con la almigia divina, se sentía indigno. Indigno de ser un Sahulur, indigno de portar la sangre de sus antepasados, indigno de haber tomado decisiones que avergonzarían a un verdadero sabio.

¿Cómo hacer entrar en razón a los cientos de integrantes que tomaban presencia en la reunión? Era imposible. Incluso si el Rahkan Vuhl transmitía sus memorias a todos y cada uno, como había hecho con Hizur, algunos optarían por destruirlo en lugar de ayudarlo. Hace doce años se había votado, casi por unanimidad, el exilio del máximo representante de Arquedeus por pensar diferente. Si cualquiera se negaba, siendo un simple Sahulur, le destituirían sin más para poner a otro en su cargo.

Hizur suspiró. No podía hacer nada. Tendría que acatar lo que la mayoría dictara.

—Hablad, hermanos, ¿estáis conmigo? —decía el Vuhl Sahulur. Una oleada de coros de apoyo inundó la sala—. Entonces es hora de traer a nuestro invitado. Aceptemos el regalo que ha llegado a nuestras puertas. Recibamos con un cálido abrazo al Rahkan Vuhl, a nuestra salvación, al final de nuestras noches en vela. ¡El dragón y la profecía serán cosas del pasado!

Vítores acompañaron las palabras del anciano supremo, mientras Hizur pensaba en lo mal que lo estaban haciendo. Se avergonzaba de los suyos, pero no se sentía con el derecho de reclamar nada. Después de todo, él también estaba formando parte de esa condena, igual que antes. Era basura, y se quedaría como basura. Su castigo sería ver cómo la esperanza de Arquedeus se apagaba. Una esperanza que podría haber significado el renacimiento de una nueva nación guiada por un verdadero hijo de Dios cuyo poder era innato, y no adquirido, una persona dispuesta a sacrificar su vida por los que ama.

Ese día, Hizur se condenaba a ver, en asiento de primera fila, como su mundo era dominado por un régimen de fanáticos, del cual también formaba parte. ¿Qué era más peligroso? ¿Un tonto, o un sabio con poder? Sólo el tiempo traería la respuesta.



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